viernes, 12 de marzo de 2010

Dos horas con Sebas...

Cuando salí del metro en Ciudad Jardín, estaba nerviosa… lo reconozco… con esos extraños nervios que te dan reunirte con alguien a quién admiras… a quién has escuchado muchas noches a través de una radio contar esas aventuras que, quizás, jamás viviré pero que envidio sólo por la manera en las que él las cuenta… por esa pasión que le pone a cada palabra, por la cadencia de una voz que puede contar lo más trágico de una montaña como si se tratara de un cuento para niños… con esa misma ternura, con ese respeto increíble que parece sentir no sólo hacia ese mundo en el que se mueve sino además hacia todos aquéllos que le acompañan en su travesía… me encendí un cigarro para escuchar –no sé ni cómo- que alguien me llamaba… al mirar al otro lado, allí estaba… entonces fue cuando me di cuenta de que era más pequeño de lo que recordaba… que ese cuerpo menudo era el que envolvía a uno de esos hombres que, a pesar de haber cumplido los sesenta, sigue teniendo una resistencia física que ya la querría yo para mí… crucé la carretera nerviosa, dándome cuenta del extraño mariposeo… sonreí… eres más tonta, me dije a mí misma, ya le conoces y no sólo no muerde sino que además es encantador… pero daba igual… me iba a sentar a pecho descubierto con uno de esos personajes que, aunque no sepa explicar por qué, me despiertan un tremendo respeto…

Cuando me subí a su BMW negro, lo primero que hice fue pedirle disculpas… sólo llegaba tres minutos tarde y sentí vergüenza reconociéndole que me había perdido por las salidas del metro… que no caí –como buena no usuaria de ese medio de transporte que me hace sentir rata- que tendría varias salidas… me callé para dejarle hacer lo que, probablemente, hace de él un personaje singular… me callé para dejarle hablar… para que me contara esa agenda del día que tenía por delante… esas tantas reuniones que tenía previstas antes de su viaje a China al día siguiente… no sé por qué, pero me di cuenta de que realmente era un milagro y un privilegio que se hubiera sacado un rato para mí… para contarle ese proyecto que, por lo que sea, le ha contagiado una ilusión que era ajena a él… estás en tu casa, me dijo nada más entrar en aquél chalet pareado, aunque en realidad es la casa de mi gente… mi gente, pensé… para él lo son todos esos montañeros, alpinistas y aventureros en suma que le acompañan en sus expediciones… esos que, de alguna manera, han conformado una familia elegida a la que adora… en cinco minutos, me vi metida en las entrañas de “Al filo de lo Imposible”… rodeada de cintas de mini DV… de estanterías llenas de carpetas de diapositivas de las expediciones que ha vivido… estoy preparando unas imágenes para Cuatro, me dijo sentándose delante de una pantalla en la que veía un cielo acojonante pintado en naranja y fuxia… en dos minutos, había vuelto a desaparecer de aquél sótano de aventuras vividas en lugares impronunciables para bajarme una silla… me quería morir de la vergüenza… aquel hombre me trataba como una princesa cuando la que tendría que rendirle pleitesía era yo…

Nos sentamos mirando aquélla pantalla recordando –él- una aventura vivida… contándome cómo un equipo de investigadores rusos vivía allí durante seis meses al año, a 3.000 kilómetros de cualquier tierra habitada… a semanas de travesía hasta volver a Rusia… le veía sentado a mi lado mirando aquélla pantalla sonriendo de medio lado… explicándome dónde estaba aquélla zona increíble de frío eterno que veía… ese paisaje increíble que invita a pensar en temperaturas bajo cero, experiencia y adrenalina… adrenalina, pensé, eso que tanto me gusta… para la próxima te vienes, me dijo mientras yo alababa ese lugar que veía… me reí… si yo tengo que subir por ahí Sebas, le contesté, me quedo a la mitad… se giró con una sonrisa burlona que me resultó curiosa… ahí sí te quedas a la mitad y no acabas de subir, me dijo, te quedas para siempre… durante un momento, pensé en ese “para siempre”… en la cantidad de gente que ha terminado sus días en una montaña en una de estas expediciones… en que, para Sebas, cada expedición era un pulso con la suerte… pese a la experiencia, pese a haberlo hecho tantas veces… pensaba en ese increíble acto de valor que suponía emprender cada una de esas expediciones que formaban parte de su casi día a día… él seguía hablándome de esa aventura entre hielos que veíamos… llegar arriba debe ser la bomba, le dije en un momento dado, tienes que alucinar mucho… se quedó callado sonriendo mientras se giraba para mirarme… es increíble, me dijo de una manera que sonaba a caricia… me sorprendió su manera de decirlo… me sorprendió porque me di cuenta de que sigue sintiendo una ilusión preciosa por lo que hace… por cada travesía, cada montaña… cada una de las imágenes que ve en esa pantalla y que ha vivido en su propia piel… de vez en cuando, nuestra conversación derivaba en aquello que había hecho que nos reuniéramos… se ponía las gafas, cogía un lapicero… comentábamos mis dudas sobre el documento que había ido a llevarle, marcaba cosas con garabatos sobre él…  y, al cabo de unos minutos, volvíamos a estar hablando de cualquier otra cosa… de editoriales, de los problemas del mundo de la comunicación…

Cuando me quise dar cuenta, me acababa de regalar un libro suyo que traté de rechazar por vergüenza… vengo a robarle tiempo, pensé mirando las páginas de fotografías increíbles, y encima me quiere regalar un libro… lo hizo tan sólo segundos después de colgar el teléfono para hablar con Juanito… cada uno es hijo de lo que ha hecho, le dijo a colación de algo de lo que hablaban, no de lo que ha dicho… de golpe, me taladró las neuronas la frase… tanto que la anoté en mi cuaderno, tanto que empecé a pensar en cuánta razón tenía… le he visto dos veces, me dije, y en ambas ha dicho algo que me ha dado como un gong en la cabeza… te acerco a Madrid, me dijo mientras apagaba los monitores, y haz el favor de coger el libro… me sonó a frase de padre, a orden cariñosa… subí las escaleras avergonzada abrazada al enorme libro que pasaba a ser de mi biblioteca… pensando en comerme mi –otra vez- absurda vergüenza y pedirle que me lo dedicara… sopesando si estaría cayendo en algo poco profesional por mi parte… dándome cuenta de que, en el fondo, no valgo para esas cosas porque me muero de vergüenza… estoy hecha una cojonuda, me dije para mí misma, con el morro que tengo para todo y soy incapaz de decirle que me lo firme… su “dueña”, como él la llamó, apareció por allí… Carmen, su mujer, le tomaba el pelo entre sonrisas mutuas… me enseñaron el despacho que ella ocupa en el ático del chalet, salimos a la terraza a mirar ese pedacito de Casa de Campo que les queda delante… no podía ser de otra manera, pensé para mí, no sabe vivir sin ver un árbol… charlando fuimos recogiendo nuestras cosas para volver a Madrid… yo a casa, él a una tarde maratoniana de compromisos… antes de salir por la puerta, me regaló un libro más… “Robando tiempo a la muerte”, otro de sus libros… léetelo, me dijo en tono paternal, es para que pienses… pensar, me dije para mí, era justo lo que me faltaba… pero acepté el reto sin decirlo en voz alta… el de leerlo como parte de esas lecturas que hago con cariño… creo que, sólo así, se leen los libros que a uno le regalan…

Sentados dentro del coche, hablábamos de su momento vital… de ese desengaño que, pese a todo, sigue haciendo un poco de pupa… esto es como cuando una pareja no funciona, me dijo, cuanto antes termines y te olvides del tema mucho mejor… sonreí… cuántos años tienes, me preguntó… treinta, le contesté mientras entrábamos en Plaza de España… estás en lo mejor de la vida, me dijo mirándome fijamente, sólo que tú no lo sabes… sonreí… sí que lo sé, le contesté… sonrió… léete el libro, me dijo, cuando uno es joven no es consciente de que el tiempo se escapa muy deprisa… le di dos besos, acordando con él fechas para ese proyecto que nos había hecho vernos… abrazada a mis libros… despidiéndonos con la mano cuando arrancó el coche… me senté en las escaleras de Plaza de España a mirar ese Madrid mío que adoro y odio de manera simultánea… pensando en esos cielos rojos… en el calorcito que me había dejado en el alma ese ratito con él… unas horas con muchas palabras, consejos… con paisajes increíbles que me habían llevado un ratito a la Antártida, con esa manera que tiene él de hablar que te invita a escucharle con atención… sonreía encendiéndome un cigarro con mis libros sobre las piernas… seré gilipollas, me decía a mí misma, me moría de ganas de pedirle que me los firmará y no lo hice… me fumé un cigarro pensando en esos sitios que él ha visto, en esas cosas peculiares de la vida que me han llevado hasta él… en ese rato que habíamos pasado tan a gusto de cháchara… otro caramelo más para este peculiar bolsillo…

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muchas gracias Fátima. Pues, quien te lo iba a decir, estoy leyendo este post desde el campo base de una montaña en el Karakorum en invierno. Esta mañana estaba en el campo 1, a 5200 mts de altitud, con el Karakorum a mis pies, a 18º bajo cero, con los pies congelados y el alma feliz, casi como un niño. Y hemos bajado corriendo al campo base, ya lo tenemos todo preparado para el ataque a la cumbre, porque se pronostica tres dias de una brutal tormenta que es muy posible que barra nuestros campamentos. Milagros de la tecnologia hacen posible que pueda estar conectado ahora en internet y leer tus hermosas palabras que, seguramente, no merezco. Y si tiene arreglo, lo de las firmas claro, cuando quieras a mi regreso me llamas y quedamos y te los firmo. Besazos desde el lugar más gélido de estos rincones. Sebas

Fátima dijo...

Mi querido Sebas,
todo un honor recibir noticias tuyas desde tan lejos... no contaba con este comentario aunque me alegro muchísimo de que la tecnología se humanice al menos en esto... espero que, sin ser mucho, haya ayudado a paliar un poco la temperatura. No dudo que, a pesar del frío, estás disfrutando muchísimo.
El de Al Filo me lo firmaste cuando fui a visitarte a la Feria del Libro pero espero noticias tuyas para esas cañas que me dices porque, con firma o sin ella, al menos nos veremos un rato!
Cuídate mucho en esta aventura... sé que lo harás... un besote enoooorme desde los Madriles!