domingo, 28 de marzo de 2010

Mi parada en Vega de Cien...

Me reía mientras dejaba atrás el cartel que me decía que Vega de Cien –ese pueblo en mitad de esta España mía perdida- se había terminado… me río pensándolo… lo que me sorprende es que tenga cartel de comienzo y de fin, pensé para mí misma, cuando se trata sólo de apenas una decena de casas… dentro del coche, completamente sóla, me moría de la risa mientras encaminaba el comienzo del puerto de El Pontón… estas cosas sólo me pasan a mí, me dije mientras encendía ese tabaco que me había llevado a vivir uno de esos episodios peculiares que colecciono en mi vida… pero cómo se te ocurre parar ahí, me dijeron después… pensándolo ahora, le quito importancia… qué más da el pueblo que sea siempre y cuando tenga bar, pensé para mí… y, por suerte o por desgracia, en esta zona norte tan mía casi todos –así tengan cuatro vecinos- tienen bar…

Al entrar en el pueblo, mis ojos de yonkie vieron de lejos el cartel oficial de los estancos de este país… el lugar estaba pintado en un tono chillón y aseguraba, además, que tenía “tapas”… se me hizo raro leer esa descripción por estos lares pero, sabiendo que vendían tabaco, opté por parar… cuando me bajé del coche, comenzó el festival… los cuatro abuelos que se sentaban en la puerta del bar-estanco, porracha en mano, se quedaron callados nada más verme… buenas tardes, dije… buenes son sí, me contestó uno con un tono que me sonó un tanto burlón… reconozco que, durante los apenas segundos que tardé en entrar en aquél peculiar lugar, me sentí terriblemente radiografiada por la representación del INSERSO que pasaba la tarde al sol… al entrar, me sorprendió lo peculiar de aquél espacio… lo primero que vi fue una cámara frigorífica de las que puedes ver en cualquier charcutería exhibiendo algo parecido a una pieza de jamón york… detrás, podía ver el tabaco dispuesto en esos dispensarios de madera que hacía décadas que no veía… a continuación, una barra de bar en la que se apostaba un cincuentón con camisa desabrochada hasta media barriga y una enorme cadena de oro de la que colgaba –cómo no tratándose de Asturias- una virgen de Covadonga… bebía agua, cosa que me llamó la atención… quién coño pide una botella de agua por esta zona, pensé para mí mientras trataba de localizar visualmente a alguien detrás de la barra… dame un minutín filla, me dijo una voz desde alguna parte que no lograba ubicar… y hasta dos, le contesté mientras miraba esa otra zona del bar en la que había unas mesas y trataba de buscar con la mirada si tenían o no cafetera… menudo sitio, me dije para mí, particular como el patio de mi casa…

De pronto, de debajo de la barra salió una mujer que no paraba de sonreírme… le calculé cincuenta años debajo de esa capa mal puesta de maquillaje que no ocultaba esa piel enrojecida curtida que procuran el frío y los aires de esta zona… me sonreía enseñándome muchos dientes poco cuidados en lo que yo le preguntaba si tenía Lucky… mientras me ponía dos cajetillas sobre la barra, le pedí un café jugándomela a tomarlo en aquél peculiar lugar… relájate y disfruta, me dije a mí misma quitándole el plástico a la cajetilla mientras por el rabillo del ojo notaba cómo el de la botella de agua no me quitaba ojo… aquélla mujer se tomó su tiempo para hacerme el café mientras no paraba de hablar y de preguntarme… la conversación empezó con “la tarde tan guapa” que se había quedado y, en lo que tardó en calentar la leche, ya me estaba preguntando de dónde era… de Madrid, le contesté mientras ponía el azúcar… con la siguiente frase me vino a la cabeza una canción de Loquillo que me hizo sonreír… y qué hace una “muyer” como tú por aquí, me preguntó ella con los brazos en jarras… para cuando me quise dar cuenta, le estaba contando mi vida a aquélla señora que estaba encantada con mi visita… primero se sorprendió de que viajara sóla, alegando “lo valiente” que era por hacerlo… después me preguntó que a qué pueblo iba… para cuando me quise dar cuenta, Julia –que es como se llama- ya me consideraba amiga y estaba feliz de que estuviera dándole charleta… me encendí otro cigarro mientras me contaba que es de Oviedo pero que hace diez años que vivía en el pueblo… estás casada, me espetó en lo que casi me atraganto con el café… quita quita Julia, le dije, lo bien que estoy yo así haciendo lo que me da la gana… se me quedó mirando muy seria, al principio pensé que tratando de entender mi respuesta aunque después me di cuenta de que sólo estaba pensando en la suya… unos vienen y otros se van, me decía, pero vivir sólo se hace una vez… me sorprendió su manera de decirlo… al principio pensé que me lo decía a mí, después me di cuenta de que pensaba en voz alta…

Mira ven que te voy a presentar a esta amiga mía de Madrid, le decía al cincuentón apostado en la barra… lo decía con tanta seguridad que cualquiera diría que sólo llevaba diez minutos en el bar… cómo era que te llamabes, me preguntó… Fátima, le contesté… ye de Madrid, le decía al tal Manuel que no me quitaba un ojo de encima como si mi procedencia fuera de un exotismo bárbaro… y no está casada, contestó él…  en ese momento, me di cuenta de que me faltaban décimas de segundo para que se me pusiera la cara colorada… ye más apañao, me decía Julia del bebedor de agua en un tono de Celestina total, y está soltero… sonreí… y lo bien que se está así, le dije apurando el café con leche… Julia seguía hablando sin parar desde detrás de la barra mientras otro hombre entró… esi ye mi marido, me dijo sonriéndome… encantada, le dije desde lejos… una amiga de Madrid, le explicó Julia, cómo era que te llamabes… Fátima, volví a contestar… aquélla mujer seguía rajando en lo que su marido no paraba de pedirle que le pusiera un vino –sin que ella le hiciera puto caso- y el tal Manuel –apañao y soltero- me miraba girando el vaso de agua como si fuera un cubata con mucho hielo… esto empieza a complicarse, pensé sacando diez euros del bolsillo… el tabaco te lo cobro porque tengo “de hacerlo”, me dijo, pero al café te invito pa que vuelvas otro día a verme… sonreí… palabra, le contesté recogiendo las vueltas… a ver si tengo suerte y te veo la próxima vez también, me dijo el descamisado Manuel, no todos los días uno ve “muyeres” como tú… tiene que volver a que sí Manuel, decía Julia, ye encantadora… eso es porque no coincides conmigo por las mañanas, le contesté… con las orejas a punto de freírse por la vergüenza que estaba pasando, fui saliendo del bar… desde la puerta, los abuelos eran espectadores del teatrillo de dentro asomando las cabecitas… filla ven un segundín, me dijo Julia… reculé sobre mis pasos para escucharla decir que mi madre debía ser pastelera y soltarle un “ole” que era la única respuesta que se me ocurría para el piropo que salía de la boca de aquélla mujer con el consiguiente asentimiento de cabeza de Manuel… hasta pronto, les dije poniéndome las gafas de sol en la puerta… eso espero, contestó el soltero de oro del pueblo…

Para cuando arranqué el coche, me reía de la situación… de lo peculiar que es que una tía, sin más, aterrice en uno de estos pueblos perdidos entre montañas… di marcha atrás y volví a la general para comprobar el broche de los veinte minutos más agradecidos de mi vida reciente… Julia, su marido y Manuel habían salido a la puerta donde reposaban al sol los abueletes… me despedían con la mano, con una enorme sonrisa… cuando vi la estampa, sonreí correspondiéndoles con un “adiós” mano en alto… tengo un club de fans en Vega de Cien, pensé para mí mientras seguía mi camino descojonándome de la risa… por esas cosas peculiares que me pasan, quizás, porque se me ocurre parar en el pueblo más recóndito de este Norte perdido… conduje mirando ese paisaje que tanto disfruto oliendo el frío y ese olor a tierra húmeda y a bosque… pensando en esa “amistad” nacida de un par de cigarros y en cómo tuve que repetir hasta tres veces mi nombre para que Julia pudiera presentarme a esa pequeña sociedad de su pueblo… aquí tienes una amiga, me dijo con una ternura tan inmensa como su sonrisa antes de irme, pa lo que quieras y pa lo que necesites… sonreía pensándolo mientras coronaba El Pontón… pensando en lo desprendido de esa oferta suya pese a no recordar cómo me llamo, en todos esos piropos que sin más me había soltado aquélla mujer… quizás sean tonterías, no digo lo contrario… pero, por algún extraño motivo, para cuando llegué a este lado del valle que siento mi casa, ya notaba ese calorcito que le da de comer a mi alma…

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