martes, 7 de diciembre de 2010

Música...



 "Después del silencio, lo que más se acerca a expresar lo inexpresable es la música"
Aldous Husley





Todo comienza igual…
el mismo orden…
la misma cadencia…
como si fuera una partitura perfecta…
una ejecutada sin fallo…
el tempo ajustado…
a veces más lento…
otras más rápido…
la melodía surge, sin más…
acariciando cada letra…
con la yema de los dedos…
sintiéndola en el borde de los labios…
notando cómo se arruga la piel con el roce…
cómo se convierte en sonido…
en respiración…
en música…

Todo sigue igual…
los mismos pasos…
esos acordes otras veces ensayados…
unos que resuenan en la distancia como recuerdos…
unos que suenan distinto a pesar de ser los mismos…
se interpretan…
se sienten rozándote el alma a veces…
dejando una sensación única…
una irrepetible grabada en la retina…
sentida sobre la piel…
cerrar los ojos es inevitable…
dejándote llevar por esa melodía…
entregándote a la repetición de lo vivido…
sintiéndolo diferente…

Y todo acaba igual…
mismo final a pesar de vivirlo distinto…
de sentir un último compás de otra manera pese a ser igual…
pese a la excitación de saber que se termina…
que se marca el final de la melodía…
de una que empieza y acaba de manera idéntica…
de una que, cada vez que se toca, empieza y acaba distinto a la vez…
dejando un silencio…
una respiración que se repone…
unas cuerdas que se destensan…
un pentagrama que deja de sujetar peso…
unas letras que se quedan placenteramente mudas…
silencio…
uno placenteramente dulce…

jueves, 2 de diciembre de 2010

Cartas viejas...

Las encontré sin querer, sin buscarlas… sin siquiera recordarlas… me las topé en uno de esos momentos de hiperactividad que me entran y en los que me pongo a vaciar este espacio que es mi casa… estoy de un maruja últimamente, le contaba a mi madre por teléfono con mucho cachondeo después de pasarme un domingo entero vaciando armarios… en mitad de uno de esos delirios domingueros, me encontré con ellas mientras trataba de descubrir qué había en esas particulares cápsulas del tiempo que son mis cajas de recuerdos… unas cajas en las que guardo desde el papel de un azucarillo de algún sitio dónde comí a un flyer de un festival de música… cualquiera de esos pequeños pedacitos de vida que, en un momento dado, fueron especiales… pedacitos de días que sólo viví una vez y que atesoro en forma de papel muchas veces… revolviendo esos papeles, me encontré la primera de las cartas… una perfectamente plegada escrita en papel sobre el que pude reconocer mi letra… noche de luna creciente de octubre, empecé a escribir hace algo más de dos años y leía dos años más tarde… respiré hondo dándome cuenta de que la había escrito dos semanas antes de mi 29 cumpleaños… acaricié esa carta plegada notando ese papel grueso que tanto me gusta para las cartas de verdad, ese que sólo uso cuando quiero que esa carta sea especial… sonreí pensándolo… aquella carta nunca salió de esa caja a pesar de tener destinatario y, aún así, quise que fuera especial… hablaba de dudas y de muchas preguntas, de sueños rotos en aquella otra vida de gata… de heridas… tengo frío, fue lo último que escribí en ese otro octubre…

Seguí colocando esas cajas que encierran montoncitos de recuerdos para encontrarme con la segunda… Madrid un día de marzo, leí en una esquina con esa letra que es mía y que yo escribí a pesar de no recordarlo… sonreí comparando el papel… viendo la letra abigarrada sobre un pliego de hojas de rayas arrancado de mi cuaderno de Moleskine… creo que fue una carta escrita con mucho dolor, con mucha tristeza… lo supe nada más ver cómo estaba escrita… demasiado que decir en demasiado poco espacio… acaricié ese papel tan singular como es el Moleskine, ese que es mi compañero de viaje desde hace mucho tiempo… me leí a mí misma en otra carta que nunca salió de este libro de bitácora que encierro en una caja… dentro de nada será primavera, decía en la despedida… una que, aunque no sepa explicar por qué, me pareció rezumar una tristeza curiosa… suspiré sonriendo… coloqué esa carta sobre la anterior para encontrarme con una tercera, una escrita siete años atrás y en la que también me despedía… una que sí salió de esta casa pero que, cosas de la vida, volvió para no irse nunca… para acabar atrapada en una de mis cajas aún no siendo yo la destinataria… vuela, era mi última palabra antes de mi nombre… uno que escribí en papel de cartas de esos finos y delicados… de esos que se trasparentan prácticamente…

Amontoné esas extrañas misivas una sobre otra mientras seguía rebuscando en las tripas de mi propio pasado… tirando algunos recuerdos que realmente no lo eran, colocando otros en su lugar… mientras lo hacía, pensaba en qué hacer con esas cartas perdidas que un día escribí… sabiendo que, sobre ellas, imprimí de mi puño y letra una extraña época de mi vida… una que, curiosamente, veía con una perspectiva curiosa… analítica, lejana… en mitad de esta extraña maraña de ayeres, apareció la última de mis propias cartas… una plegada de una manera diferente, una sobre un papel grueso pero liso… la abrí para leer, como siempre, esa fecha con la que comienzo todas mis cartas… Madrid, empezaba diciendo… septiembre, fue lo siguiente que leí… leí sólo el comienzo, apenas dos líneas… decidí leer el final… buena suerte, terminaba escribiendo entre exclamaciones… dos palabras para terminar una carta en la que respiré, línea a línea, esos primeros pasos de esta nueva vida de gata…

Para cuando volví a cerrar mis cajas, no lo dudé ni un instante… dentro de esos recuerdos, tan sólo conservé la última carta… esa en la que me leí a mí misma de una manera diferente… de una manera que sólo es lo que soy desde que volví a ser… la única de todas mis cartas en la que, palabra tras palabra, me leí completamente libre… cerré mi caja de pasado conservándola entre mis recuerdos… ya no para recordar quien fui sino, más bien, quien soy…