sábado, 26 de diciembre de 2009

Sí, es Navidad...

Creo que hasta que no iba con mi padre y mi hermana por la calle Ferrocarril no fui consciente… la subíamos ya de noche, con el despiste que le provoca a mi padre conducir en esta ciudad… cuando llegamos a Atocha, el despliegue de luces me dejó alucinada… qué bonito es Madrid en Navidad, sentencié… una frase que contó con la aprobación de mi padre –si no el mayor, de los mayores detractores de esta ciudad- y de mi hermana, que peleaba con esas muchas copas de Alvariño que se había tomado en ese encuentro familiar del que regresábamos… después de un día compartido con esa familia perdida que, desde que reencontramos, tenemos tan presente… creo que fui del todo consciente de que era Navidad cuando ayer volví a Madrid… cuando tuve que sufrir la Castellana atascada… llena de coches que, como yo, volvían a sus casas después de haber pasado ese primer ecuador mental… fin del primer asalto, me dije aparcando mi coche, sólo quedan dos más… siempre reniego de estas fechas… ya no sé si por costumbre, por devoción o por ese extraño matrimonio que ambas conforman… quizás, únicamente, porque en condiciones normales se tiñen de esa extraña melancolía que te da reencontrar familia… llamar a amigos perdidos… echar en falta a aquéllos que antes estaban y hace mucho tiempo que se fueron… o, quizás, únicamente porque me entristecen… esta época del año respira prisas, esas que tan poco me gustan… huele a tensión… a desencuentros absurdos y a obligaciones marcadas por un calendario… sonrío… es curioso, me digo, mi mayor problema siempre es que me impongan hacer algo pero de esto no me escapo ningún año…


Reconozco que, este año, no siento esa presión aparente que marca la bendita Navidad… quizás porque, a mi manera, he permitido dejarme llevar por lo irremediable… por ese encuentro anual con unas fechas que llegan tanto si quiero como si no… me escurrí entre las celebraciones para vivirlas a mi manera… para tratar de entrar en su espiral sin necesidad de enloquecer o rebelarme más… quizás por eso he tratado de felicitarle la Navidad a cuántos me he ido encontrando por el camino, a esa abuela del cuarto con la que tantas veces he coincidido en el ascensor y con la que hablo del tiempo o de la avería de turno del edificio… tal vez por eso, esta Navidad me la he vuelto a jugar poniendo una mínima representación de decoración navideña en la puerta de casa… unas estrellas de esas de silicona pegajosas made in China que han corrido mejor suerte que la estrella que hice, pinté y me robaron en apenas doce horas hace algunos años… incluso, después de muchos años de abstinencia total, he probado ese bendito turrón que es obligatorio en estas fechas… creo que, simplemente, he decidido armarme de paciencia para compartir unas fechas que sin que me gusten especialmente a otros sí les hacen ilusión… aunque sólo sea porque a mi madre le gustan y quiera verla disfrutarlas…


Supongo que me hago mayor, que me vuelvo pasota… que me aplico que, si no puedes contra el enemigo, mejor unirte a él… que me guste o no, esto ocurre por pelotas una vez al año… que tengo que sufrir la sobredosis de espumillones y bolas de colores… que ante la pregunta atónita de “no has puesto Belén” siempre me toca contestar “ya lo tengo yo armado todo el año”… he tenido que volver a sufrir la decoración de El Corte Inglés que, para más INRI, este año estaba programada para que las luces oscilaran al ritmo de una sintonía navideña… el hecho de tener que escuchar el bendito “Gingle Bells” tan repetitivo y machacón allá dónde vaya creo que es lo único que, pese a los intentos, no logro superar… pero he aprendido, incluso, a disfrutar de aquéllo que no me gusta… tratando de no sacarle punta a todas esas cosas que me repatean de estas fechas… tratando, únicamente, de vivirlas… pasarlas… sobrevivirlas, al fin y al cabo, poniendo el contador a cero de nuevo… y, a mi manera, disfrutarlas… 

lunes, 21 de diciembre de 2009

La sonrisa del gato...


-¿Quieres decirme qué camino debo tomar para salir de aquí?
-Eso depende mucho de a dónde quieres ir -respondió el Gato-
-Poco me preocupa a dónde ir -dijo Alicia-
-Entonces, poco importa el camino que tomes  -replicó el Gato-
"Alicia en el País de las Maravillas", Lewis Carroll


Me columpio dejando que me cuelguen los pies… sonrío…
Me miro en mitad de tanta oscuridad… reconozco la silueta de mis pies recortándose en el vacío de este cielo de Madrid…
Media sonrisa se pinta sola en mi cara… por qué, me pregunto… sin más, me contesto…
Disfruto de un silencio deseado… buscado, logrado… ese que me permite perderme sin hacerlo…
Soñando un sueño… saboreándolo como si fuera real… imaginando algo que no existe… mola, me digo mientras vuelvo a permitir que se pinte esa media sonrisa de manera involuntaria en la cara…
Me pierdo mirando por la ventana… mirando esa oscuridad casi absoluta que empapa este cielo mío de Madrid…
Siento un leve balanceo… quizás me estoy meciendo, pienso, quizás simplemente me dejo llevar…
Tamizo las ausencias sopesando realidades que conozco… masticándolas despacito para no atragantarme… para tratar de lidiar con esas sensaciones irracionales que se sustentan en bases cargadas de racionalidad sincera…
Acallando eso que me conecta con el mundo que existe más allá de este barco pirata…
Mirando sin hacerlo una luz que no se enciende en mitad de una oscuridad en la que se me dilatan las pupilas más que nunca…
Dejo de sonreí mirando al vacío en mitad de la noche…
Pensando en un extraño paseo sobre un tejado… uno que, en mitad de esta noche, trato de comprender… el de un cambio de actitud ante una realidad a la que antes no habría dicho no...
Me desdoblo sólo para mirarme desde fuera… para entender cuál es ese filo sobre el que camino…
Agudizando el oído en mitad de la nocturnidad… escuchando lo que esa voz que no suena tiene que decirme…
Curioseo en todas esas costuras que me he descosido poco a poco… contando días que dan sensación de años…
Sintiendo esa soledad en mitad de tanto silencio… sumergida en un mundo inexistente…
Envolviendo con una extraña sensación un punto de inflexión que todavía intento entender… uno desconocido que no acaba de cuajar en esta ecuación… el que me hace pararme a mirar el suelo sobre el que piso…
Ronroneo en mitad de la oscuridad sin poder parar de mirar una noche que parece eterna… sin poder parar de mirar ese filo de luz que se dibuja en el cielo…
Sabiendo que es cómplice, sabiendo que es parte… testigo e, incluso, a veces juez… 
Una noche más o una menos, me digo en mitad de tanta oscuridad… una distinta sin duda, me doy cuenta con apenas pensarlo…
Has visto la luna, preguntaron mis dedos…
Me sigo balanceando mirando un calendario al que parecen faltarle días… meciéndome en esos recuerdos que a veces comienzan a diluirse…
Dejándome llevar por un peculiar cortocircuito que parece haber revolucionado todos los cables de la caja… confundiendo los colores, juntándolos sin poder evitar que salten las chispas…
Sigo mirándola embobada… sabiendo que le quedan apenas minutos para desaparecer de mi vista…
Sonrío a esa sonrisa de gato que leí… seducida por todo eso que, si he vivido, no recuerdo… tratando de maullar en silencio este extraño mundo que se descongela poco a poco…
Recogiendo pedacitos de vida…
Sintiendo esta fragilidad mientras disfruto tanto calor... tratando de no perder los trozos de hielo…
Viviendo una libertad tan bestia que me aturde... siendo consciente de que la echaba de menos... 
Mientras miro una lengua de plata en el cielo tratando de entender por qué sonríe de esa manera...
Por qué yo lo hago de la misma…

domingo, 20 de diciembre de 2009

Cumpliendo treinta por sorpresa...


No ha sido tan complicado, pensé mientras volvía caminando a casa, de esta me consagro para la actuación… sonreía, sonreía mucho… andaba bajo el frío más terrible de Madrid con esa minifalda muy mini que estrenaba y que me había regalado mi madre… ni rastro de un bendito taxi libre… la calle era un auténtico hervidero de coches, peatones y auténticas manadas que identifiqué como cenas de empresa de Navidad… más de las tres de la mañana y parece medio día, pensé cruzando esa Gran Vía completamente iluminada… llena de gente que charlaba, cantaba… que esperaba al búho muerta de frío en cualquiera de las marquesinas de la calle como si el cristal realmente pudiera resguardarles del frío helador de la noche… sonreí… ese bendito espíritu navideño se había colado en cada esquina de esta ciudad… fiel a la tradición de las madrugadas que ya apenas recuerdo, me paré a comprar unos tallarines en ese puesto chino improvisado en la esquina con San Bernardo… a ese pobre chino –persona- muerto de frío a bajo cero que me los tendió echando humo con su enorme sonrisa… se la devolví mientras me daba el cambio… pensando que quizás una sonrisa sea un camelo para el alma… pero que, por el motivo que sea, sientan genial…



Subía San Bernardo muriéndome de frío, maldiciendo en cierta manera esa decisión mía de ponerme tan mona en la noche más heladora de diciembre… acelerando el paso y notando ese tupper metálico calentito en una de las manos… metida debajo de mi gorra, con los cascos del iPhone –puto iPhone- aislándome del mundo con la banda sonora original de “El piano” abrigándome la mente… volvía sonriendo, pensando en la noche… en esas cientos de historias pequeñas que viven simultáneamente en este gigante de hormigón… en esas que vivo en primera persona en mitad de la impersonalidad de Madrid… las que me dan un poquito de calor y que me recuerdan que, más allá de la temperatura y los millones de habitantes, hay motivos por los que me alimento de este asfalto… caminaba pasando revista a la noche… rebobinando ese encuentro al que me entregué con la primera llamada… la de un marido dispuesto a sorprender a esa amiga que lleva conmigo desde que –supuestamente- tengo uso de razón, esa misma que cumplía treinta años… tienes que liarla para quedar, me dijo, a ti no te va a decir que no… tramamos un plan… cuéntale cualquier cosa, me decía desesperado, invéntate que tienes un SOS y necesitas quedar para desahogarte… sonreí… no te preocupes Marquitos, le contesté con mucho cachondeo, que mi vida da lo suficientemente de sí como para no tener que inventarme nada…


Después de días de incertidumbre, en los que la cumpleañera sostenía que creía tener un plan para el viernes por la tarde y no podía quedar conmigo, logré cerrar una cita con ella… si el reto de sacarla de su casa con el frío siberiano era poco, la cosa se me complicó más todavía cuando supe que tenía que arrastrarla hasta el centro de Madrid… hacia ese territorio comanche que, en condiciones normales, pisaríamos gustosas… el mismo que -ella sabía bien- yo rehuía como gato al agua en Navidad… armar esa mentira piadosa para llevarla hasta allí era la parte más complicada… desempolvé los años de teatro para poder marcarle un gol por la escuadra a esa casi hermana… para arrastrarla entre gruñidos –por su parte- a esa zona de Madrid que podía estar imposible en estas fechas… el primer guiño de la noche llegó cuando decidió llamar a esa madre que yo conocía del cumpleaños de la Froggy… una que yo contaba con ver en esa fiesta que ella desconocía, una que además sin apenas conocer tenía ganas de ver… no pude reprimir la risa cuando esa voz al otro lado del móvil le decía “qué suerte que sales con tu amiga” cuando yo sabía que estaba de camino al sitio de la fiesta… el segundo guiño llegó cuando buscamos aparcamiento… carambolas de la suerte, encontramos un sitio espectacular en la puerta de casa de sus suegros… la misma casa a la que el entregado marido iba a llevar a la hija de ambos para poder correr al lugar de la sorpresa… manteniendo el tipo, le informé vía sms… vamos al Anticafé a tomarnos algo, le dije, que luego me han hablado de un sitio con música en directo… el reloj descontaba minutos… te lo digo de verdad, me decía muy seria hablando de un amigo que nunca aparece a nuestras quedadas, que como no aparezca tú y yo cenamos hoy en su evento del Casino… me reí de manera cómplice pensando que ese amigo no iba a aparecer porque no era más que el cebo para traerla hasta ese lugar infecto de gente y bombillas…


Callejeamos hablando de esa nueva vida que empezaba al lado de su padre… coño Enana, le dije, con ese cargo yo quiero un taco de tarjetas para fardar de ti… se rió como lo hace siempre cuando algo la ilusiona de verdad… con ese gesto que hace que le brillen más todavía los ojos mientras se le arruga la nariz… la misma cara que conozco desde que éramos niñas… sentadas con un mojito en ese lugar que ella me presentó y al que sólo voy con ella, hablamos de nuestras vidas… de ese colegio elegido para la Froggy… de esta vida mía que nunca dejará de sorprendernos a ninguna de las dos… qué guapa estás, me dijo mirándome muy seria… sonreí… por algún motivo que no entiendo, cuando ella lo dice suena de otra manera… mientras mi mojito bajaba a la misma velocidad de vértigo que la historia que le estaba contando, ella apenas probaba el suyo sin parar de charlar… en ese momento comenzó el baile de mensajes con el desesperado marido… uno que me decía que me diera prisa mientras ella no probaba su copa… un marido que, incluso, llegó a proponerme que si hacía falta se la tirara al suelo… con quién te mensajeas, me preguntó ella extrañada porque tenía que concentrarme en escribir sin poder darle réplica a lo que me decía… la miré con cara de póker y sólo se me ocurrió hacer una cosa… beberme lo que quedaba de su mojito enganchando la pajita con los dientes sin mediar palabra con ella… en menos de un trago, le solté un “hala, vámonos” que hasta a mí me pareció macarra…


Bajamos hacia Ópera agarradas del brazo… contándole uno de esos expedientes X que me suceden y que era la única excusa que se me ocurría para justificar tanto mensaje… yo flipo con los tíos, me decía muy seria mientras sacaba dinero… la llevé del brazo hasta el lugar dónde esperaba su sorpresa… con la excusa de un concierto de jazz, sabiendo cómo sabía que ella me consentiría en ese capricho… es en el Urban, me preguntó mientras yo asentía con la cabeza, mi cuñado va mucho… sonreí más todavía cuando al entrar –ella primero, claro está- reconoció a través de la cristalera a uno de sus amigos… su cara de sorpresa ante la casualidad se convirtió en auténtico flipe cuando toda aquélla gente se giró para cantarle cumpleaños feliz… clavada en la entrada del bar, mirándome atónita mientras yo sólo la sonreía… después de decirme un “qué hija de puta” que me sonó a piropo por mi interpretación, se perdió para saludar a todo el mundo… me aposté cerca de la puerta a charlar con una amiga del colegio que, cosas de la vida, está casada con un gran amigo de Marcos… con la ilusión que te da reencontrar a alguien que, quizás, está fuera de tu esquema mental pero que de golpe te recuerda que una vez fui niña… con esa otra escudera que llegó entre un brownie y una huída para perseguir al cercanías…


Leí lo que escribiste del cumple de Paula, me dijo esa madre que tenía ganas de reencontrar sin apenas conocer, es acojonante cómo escribes… me lo decía con sus increíbles ojos azules, con ese acento gallego que le da tanta personalidad a todo lo que dice… reconozco que me dio vergüenza escuchárselo decir… agradeciendo el piropo, disimulando que por el motivo que sea estas cosas todavía hacen que me ponga colorada… comenzamos a charlar con un cariño que, quizás, no tenga bases prácticas para existir pero que es real… hablando de un momento crítico en su vida, el de ser madre y tener que ejercer de hija ante el cáncer de su madre… de eso tan peculiar que era ser madre, eso que yo no sé lo que es… tú serás una súper mamá, me dijo sin venir a cuento… me sorprendió que utilizara el futuro cuando yo siempre utilizo un condicional que siento tan indefinido… esa amiga que es hermana se sumó a la conversación… hablábamos no recuerdo de qué cuando, de casualidad, nos cogimos de la mano… lo que habría sido un simple roce se convirtió en un apretón de esos que haces sin mirar pero que no necesitas ver para sentir… sonreí… veintisiete años, pensé, y aquí seguimos juntas…


La noche se siguió enredando entre conversaciones… entre agradecimientos de ese marido de mi amiga al que me metí en el mismo bolsillo que a ella… con la narración de una petición de matrimonio subida en una noria de Londres… con más cervezas y más copas… las justas para batirme en retirada de vuelta a casa… sonriéndole a ese mini álbum de fotos que tenía en mente de apenas unas horas… treinta no se cumplen todos los días, me dije mientras me quitaba el abrigo en casa…

martes, 15 de diciembre de 2009

Las cartas de la abuela de mi barrio


En mitad de esta noche tan fría, sólo puedo pensar en esos pequeños misterios de la vida a los que yo les encuentro tanto sentido… a esas cosas que me pasan y que hacen que sea como soy… que actúe como lo hago con mis cosas peculiares… escucho a Pancho Céspedes de lejos, bajito en mitad de la penumbra de mi casa… un disco que saqué hace no mucho de ese montón de CDs que llevaba mucho tiempo sin escuchar… un disco que, no sé por qué, he redescubierto después de muchos años sin oírlo… tengo las manos heladas… me he encendido una vela como siempre que me regalo estos momentos míos de soledad que me alimentan el alma… y parándome a vaciar esta mente, tan sólo pienso en apenas cinco minutos de mi día… unos cinco minutos casuales o causales, no lo sé… cinco minutos con una desconocida que jamás había visto antes que le han dado sentido a esas ganas mías de escribir cartas… unas cartas que llevan meses escribiéndose en mi cabeza…


Después de tomarme ese café mañanero de la única manera que sé –o sea, con Manolo-, entré como tantas otras veces en el estanco para comprar tabaco… delante de mí, había una abuela charlando con la chica que nos da nuestra dosis desde detrás de un cristal blindado… hice la cola pertinente en lo que la señora terminaba de charlar con ella… me fijé que llevaba un bastón, que guardaba algo en el bolso… cuando comenzó a moverse para salir de aquél espacio, pude ver que lo hacía con mucha dificultad… no me hizo falta pedir mi paquete de Lucky, la niña del estanco ya sabe lo que fumo… le puse los tres euros en el mostrador pensando en volver a casa rápido para revisar la última de mis traducciones… deseo fallido, pensé al girarme y comprobar que aquélla abuela todavía no había llegado a la puerta… se sostenía contra la pared con la mano que le quedaba libre… estaba llegando a la puerta… si trata de abrir, me dije a mí misma, se va de cabeza al suelo… pensé en lo jodido que tiene que ser a determinada edad darte cuenta de que no te vales por ti mismo… me vino a la cabeza esa tremenda toma de realidad que fue ver a mi abuela el fin de semana pasado… tan mayor de golpe, tan perdida a veces… tan ella como siempre a la vez… me ofrecí a abrirle la puerta y, en menos de décimas de segundo, se me agarró al brazo… salimos con dificultad del estanco… dándome cuenta de que se abrazaba a mi brazo como si lo necesitara para poder dar el siguiente paso… como si le hiciera falta que alguien la sostuviera…


Cuando salimos del estanco, me preguntó con su sonrisa postiza hacia dónde iba… la sonreí… había sido una mujer guapa, seguía siendo coqueta por cómo iba peinada… hacia dónde va usted, le pregunté con mucho cachondeo, que yo no tengo nada mejor que hacer que acompañarla… me sonrió… con que me lleves hasta el paso de cebra me conformo, me dijo echando a andar en dirección contraria a la que debería haber tomado yo… comenzamos a subir la calle… apenas unos metros… ella daba pasitos pequeños que yo traté de acomodar a mi paso… caminábamos mientras ella me contaba que perdía el equilibrio y se iba de lado… me suena, pensé, eso es lo que me pasa a mí cuando se me va la mano con las copas… al llegar al paso de cebra, lo cruzamos a velocidad de tortuga… apenas cinco rayas, un auténtico mundo para esa mujer… se apretó contra mí como si yo pudiera protegerla… como si su fragilidad al andar se paliara sólo por cogerme del brazo… nos paramos al cruzar al otro lado… se me quedó mirando de esa manera que sólo te miran los niños y los ancianos… de esa manera desvalida y necesitada que parece otorgarte la llave de sus vidas… como si te necesitaran hasta para respirar,  como si fueras absolutamente vital pese a ser un desconocido… ahora para dónde vamos, le pregunté… me acompañas hasta mi casa, me contestó afirmando con cierta vergüenza… sólo le devolví una sonrisa mientras le cogía las bolsas que vi que llevaba en el otro brazo… un paquete de servilletas, una barra de pan… parece que han echado sal, me dijo extrañada mirando el suelo fijamente… hablamos de que toda la ciudad estaba regada en previsión de esa gran nevada que nos iba a colapsar… se me quedó mirando fijamente… eres de Madrid, me preguntó… asentí sonriéndole… gata como yo, soltó con un tono de cierto orgullo que a mí me hizo gracia… se le relajó la mirada, me sonrió… aquí ya no nieva como cuando yo era niña, me decía colgándose de mi brazo, hacíamos muñecos enormes de nieve por todas partes y nos calábamos tirándonos bolas… sonreí… recordé un deseo similar reciente… se quedó mirando fijamente mis manos… te faltan guantes, me dijo muy seria… no me hizo falta explicarle que una es así de tonta que le gustan esos guantes cortados… simplemente puse cara de circunstancias… hizo un gesto de desaprobación absoluto que yo contesté con una carcajada… se empezó a reír con una risa burlona que se mezcló con tos…


Cuando llegamos al portal de su casa, me tendió la llave… la tosecilla que nos había acompañado desde el estanco comenzó a ser una tos bastante fea… no debería salir usted con este frío, le dije, que está un día muy perro de frío… entramos en el portal con su advertencia de que el suelo estaba recién fregado y resbala mucho… durante un momento, me di cuenta de cuánto miedo tenía la pobre señora de acabar con sus huesos contra el suelo… con esa torpeza que era consciente de tener, una que la asustaba muchísimo… subimos los peldaños que nos separaban del ascensor… pulsé la tecla para llamarlo… me miró sonriéndome una enorme sonrisa postiza, una que rezumaba un agradecimiento brutal por esos cinco minutos de mi vida… me agarró la cara, me dio un beso en cada mejilla… sin parar de sonreír… volvió a comenzar a toser en lo que yo abría las puertas del ascensor… dígame que no está fumando usted con esa tos, le dije en un tono de nieta absoluta que hasta me sorprendió a mí… se empezó a reír… se despidió de mí dentro de la caja del ascensor, con las puertas de cristal ya cerradas, lanzándome un beso… un beso que yo le devolví…


Salí del portal con una absurda sonrisa y un poco preocupada por la fragilidad de aquélla mujer… por esa tos, por ese tambaleo… y como buena maruja que me estoy volviendo, entré a comentar la jugada con la niña del estanco… diciéndole, yo en un papel muy digno, que esa mujer no debería fumar… qué va si no fuma, me dijo mi vendedora de droga legal en el tono auténticamente macarra que la caracteriza, escribe cartas… me quedé loca ante su respuesta hasta que me explicó que esa abuela que yo había acompañado iba un día cada par de semanas al estanco a por sellos… dos para España, uno para Europa… un euro y poco en estampillas para mandar esas cartas que escribía a los suyos… la niña del estanco contaba este extraño vicio de la anciana con sensación de irrealidad, como si fuera una gran rareza la molestia de escribir una carta de las de papel… de esas que se escriben tomándote tu tiempo para sentarte a hacerlo… ya ves, me decía, habla con ellos por teléfono y aún así les escribe cartas…


Despidiéndome de la estanquera, pensé en lo curiosa que es la vida… en lo curioso de que aquélla mujer se jugara el tipo con esa falta de estabilidad para ponerse, simplemente, a escribir cartas… pese a la inmediatez de un teléfono, pese a tener noticias sin necesidad de esperar al cartero… quizás fueran manías de vieja, o quizás algo mucho más íntimo… salí del estanco con una media sonrisa… recordando la emoción que yo sentía cuando recibía una carta… cuando tenía correo de ese que buscas un momento para leer a solas, con la ilusión de tener esas hojas entre las manos… recordando lo mucho que me gustaba escribirlas antes… siempre de la misma manera, con el mismo comienzo... ella también las recibe, resolvió mi mente entrando en casa para ponerle un final feliz a la historia, si no no las escribiría… sonreí pensando en esa dulzura tan increíble de pasar un miedo atroz de su casa al estanco y vuelta sólo para mandar una ilusión… recordé de golpe un mail de un amigo del otro lado del mar que me proponía mandarnos cartas de las de antes, aunque fuera a través de una pantalla… un mail que me dio en toda la diana de una manera increíble por mi cumpleaños… un regalo de esos que te da la vida a veces y para el que necesitas darte tu tiempo de respuesta… sonreí… esas cartas que llevaba tantos meses escribiendo mentalmente volvieron a hacerse fuertes mirando por esta ventana… pocas, apenas una decena… sonreí… quizás era el momento de comenzar a escribir, pensé… tal vez sea el momento de hacerlo más allá de esta sopa…

lunes, 14 de diciembre de 2009

Sobredosis de jarabe de sonrisa: un sábado con Iñigo y Lagarto


Mañana me voy, me cantó mirándome en mitad del concierto… nos abrazamos canturreando… disfrutando de un mini de cerveza a medias… mirándonos alucinados sin decir nada de lo bien que estaba sonando esa banda … ese Lagarto Amarillo que es la sintonía de mi nueva vida de gata… una música que me presentó una amiga y que acabó contagiándole a él también… hoy no hemos puesto Lagarto todavía, dijo alucinado una tarde de hace muchos meses apretando el play de la mini cadena… sonrío… decidimos pasar juntos su único sábado tarde en Madrid… inventándonos un sandwich nuevo de cena, proponiéndome montar un restaurante sólo de sandwiches... y como cada día te inventas uno diferente, me decía muerto de risa entre mordisco y mordisco, el que venga sabe que el menú es sorpresa... decidimos disfrutar de la música en vivo, esa que tanto nos gusta a los dos... compartiendo un segundo mini de cerveza… descojonándonos de la risa… cómo te conozco Marifati, me dijo con mucho cachondeo mientras pedíamos después de que hubiéramos visto al mismo hombre acercándose a la barra… hasta a mí me parece atractivo, me dijo muerto de risa, no te conoceré yo animalico… después del ataque de risa, me quedé mirándole callada… le miraba pensando en lo increíble de nuestra peculiar República… en esa contribución invisible que él hizo para reconstruir este barco pirata… en el mundo que armamos de la manera más casual, un espacio que no es físico pero es sólo nuestro… voy a pasar las vacaciones a casa, me dijo por teléfono… a casa, pensé sintiendo una enorme ternura en su momento… sólo bastaron seis meses para que la sintiera así… seis meses para que el día que se fue le dijera que no me devolviera la llave… bienvenido al país de los locos, le susurré la primera noche que estaba en casa, vas a tener una buena dosis de irrealidad… llegó dos días antes de lo que esperaba… dos días que marcaban la diferencia entre estar un poco apretados en este hogar, o convertirnos en el camarote de los Hermanos Marx… incluso en mitad de semejante locura, me apetecía compartir con él el overbooking que sufrían estas cuatro paredes… quizás porque sin él no sería tan divertido o, quizás, porque con él lo sería mucho más…

Mirábamos a esa banda sonar como nunca antes lo había hecho… fascinados con acordes que ya conocíamos pero que sonaban diferente… nos habíamos ido los dos solos al concierto, en modo RIFI -República Independiente de Fátima e Iñigo- auténtico… al compás de la música, rebobiné esos días que había pasado con él… cómo llegó a casa sin que yo me enterara en un intento mío por aislarme del mundo, atrapada dentro de los cascos del iPhone delante de un folio en blanco pendiente de escribir demasiadas cosas que a veces no sé cómo contar… primero me vaciló por no salir a recibirle… después me abrazó para recordarme todo ese calor que él me da sin hacer nada más que acompañarme… un abrazo que me supo a “te he echado de menos”, a un “he vuelto” y a un "tenía ganas de verte"… en mitad de una canción, recordé esa primera noche juntos en casa… una en la que esperamos a que toda la trouppe se acostara para quedarnos a charlar como hicimos tantas veces durante nuestra vida en común… para ponernos una crema de orujo y fumarnos la vida muertos de la risa… para contarnos esos episodios que sólo entendemos nosotros… para colocar el corazón sobre una bandeja y no sentir la desnudez de estar destripándonos… para contarnos esas batallitas que hacen que los dos nos descojonemos de la risa… cómo te he echado de menos, pensé mientras me contaba sus andanzas por ese nuevo lugar donde curra ahora… es curioso, pese a ser una ermitaña de mi soledad extraño muchísimo esas charlas noctámbulas… esas que siempre terminan en carcajadas aunque empezaran con grandes tragedias… esas en las que él se despedía de mí dejándome para escribir... ahora escribes para tu sopa, me dijo una vez antes de subir la escalera, que te vacía la mente y te calienta el estómago... sonrío... supongo que sólo quien sabe lo importante que es para mí escribir puede entender los ingredientes de esta receta... me encanta verte así, me dijo él a altas horas de la madrugada, creo que no recordaba esa cara… me reí avergonzada por sus bromas ante mis susurros, mis conversaciones y mis múltiples caras de circunstancias… sabiendo que le gustaba y le asustaba en la misma proporción que a mí... creo que a partir de ahora, me dijo para acabar de avergonzarme, el título de "Mimosina" te lo has ganado tú... uno con el que yo etiqueté a una amiga de esas que ves poco pero que, como con él, parece que viste ayer por última vez...


Dame un cigarrito a ver qué tal, me cantaba a mi lado sin parar de bailar ni sonreír, soy capitán de capitanes… nos reímos… en mitad de esa nube azul del concierto volví a estar sentada en el sillón… en una de esas conversaciones en las que yo siempre me siento en el mismo sitio y él también… una de esas en las que él dispara mientras yo esquivo la bala… me encanta cuando te dejo sin palabras, me decía muerto de risa, es algo que pasa tan pocas veces que lo disfruto muchísimo… según él, tengo la capacidad de pensar rápidamente una respuesta ingeniosa... una que, a veces, no logro encontrar... sonreí… ahora es cuando sólo eres capaz de decirme “serás idiota”, continuó diciendo descojonado… me reí y cumplí con sus expectativas… serás idiota, le dije… él tiene esa capacidad de permitirme abrir mi propia caja de Pandora, dejando escapar todos los fantasmas y los miedos sin que me aterrorice la fragilidad que siento al hacerlo… llenando esos momentos con silencios que sólo rompe para decir grandes verdades… de esas que yo asiento, respiro y suspiro… de esas que, en ocasiones, sólo sonrío… es capaz de ayudarme a cazar esos grillos que a veces se me escapan sin necesidad de decir nada… tan sólo respetando mis silencios, mis huídas mentales pese a estar físicamente a su lado… por algún motivo que desconocemos, nos sabemos de memoria cada uno el manual de instrucciones del otro… quizás por eso, pensaba sin parar de bailar en esa sala Heineken con él a un lado y "mi guapo" al otro, vivir con él es de las mejores cosas que me han pasado… tal vez sea su media alma de mujer, tal vez sea mi media alma de hombre... o, simplemente, que tenía que aparecer en mi vida para que yo pudiera acabar de remendarla...


Cuando el concierto terminó, nos miramos con esa cara que siempre nos deja Lagarto… la de la sonrisa, la del buen rollo… comentando lo bueno que era el guitarra nuevo, lo genial que sonaba el despliegue de percusión… hablando de esas canciones con letras que nos tocan la fibra pese a no conocerlas... comentando cómo sonaban esas otras que ya nos sabíamos de memoria... te vuelve loca esa canción y se nota, me dijo con esa ternura que es sólo suya, cuando la escuchas te pierdes… le agarré del brazo en mitad del frío de Madrid subiendo esa cuesta en la que no parábamos de hablar… apoyándole la cabeza a veces en el hombro, sabiendo que nuevamente nos tocaba despedirnos… que, nuevamente, tenía que quedarme al mando del barco pirata sin grumete… con ese regalo tan increíble que es pasar tiempo con él aún no haciendo nada… un tiempo que, siempre, llenamos con música de fondo… con palabras… con conversaciones de esas en las que me voy por las ramas y él se descojona… con caras que reconocemos el uno del otro… me río… cuando amanecimos el sábado por la mañana, no hizo falta que nos dijéramos nada… yo sabía leer su cara, él mis ojos entreabiertos… estoy mayor para salir dos días seguidos, le dije despidiéndome de él en la esquina de casa… para él la noche seguía, para mí era momento de sentarme a escribir… para tratar de contar con palabras lo inexplicable… la sobredosis de jarabe de sonrisa que me tomo sin rechistar cuando estoy con él aunque no sea físicamente… los algodones que me pone en las esquinitas de las neuronas cada vez que pasamos tiempo juntos… un tiempo que es como ponerle un flotador a este barco pirata que a veces, sin hacerlo, da la sensación de hundirse…

Sonrío… extraña hermandad esta nuestra… una que empezó por casualidad el día que le dije que se viniera a casa hasta que encontrara donde vivir… la sensación de que, pese a que no esté, es como si nunca se hubiera ido…


Esta es la canción que tan sólo tararearon esos Lagartos y que nos fascinó en una noche de marzo… la que nos aprendimos con sólo escuchar una vez… la letra que Iñigo me envió vía mail a las seis de la mañana cuando volvió a casa mientras yo dormía tan sólo un piso más arriba… una canción que, a los dos, nos toca de manera especial…

domingo, 13 de diciembre de 2009

El juego de la moneda


"Nada sucede por casualidad, en el fondo las cosas tienen su plan secreto, aunque nosotros no lo entendamos"
Carlos Ruíz Zafón


Tiro la moneda al aire… cara, cruz… sonrío… a veces disfruto de esa incertidumbre de no saber hacia qué lado caerá… abandonándome a la suerte, a ese azar… otras sin embargo espero a que deje de sonar contra el suelo, con ese tintineo que se hace silencio… la miro con miedo, sin saber realmente si quiero saber el resultado… qué pasaría si la atrapara ahora mismo, me digo a veces cuando la veo flotar girando en el aire… qué pasaría si decidiera sujetarla con una mano… cerrar el puño… guardarla en esa caja propia de Pandora en la que atrapo todas las cosas… para no saber qué habría sido… para perderme eso que sabe a desconocido… sonrío… las cosas que pasan en esta vida son siempre por algo, argumentaba buscando una luna por la ventana sin poder despegarme del sofá… siendo consciente de que así es de caprichosa esta que se llama vida y que, a veces, funciona como una ruleta rusa…

Miro la moneda una vez más… la giro para ver ambas caras… para sacarle brillo a las dos opciones posibles… sonriéndole a una página escrita con otro lenguaje de la que apenas comprendo algunas palabras… de la que me gustaría seguir leyendo páginas… poniéndome extremadamente seria al recordar una conversación de esas de barra que tienes con una buena amiga… una de esas que te hacen subirle el sensor a la alarma, haciéndolo ultrasensible a cualquier influencia externa… uno que no entiendes, que no comprendes… uno que, simplemente, sabes que necesitas… bailé con mi moneda metida en el bolsillo… acariciando de vez en cuando su frío tacto… sintiendo el metal sobre las yemas de los dedos… reconociendo el dibujo de una de las caras, el de la otra… bailé escuchando repicar esas palabras dichas… esa mirada hacia el suelo… ese montón de sugerencias regaladas con el corazón sobre cómo lanzar la moneda… sobre qué lado elegir… uno que yo misma contemplé antes de comenzar con el juego de lanzarla al aire… antes de plantearme siquiera la posibilidad de que fuera nada más que una moneda más de las que te guardas en los bolsillos sin apenas prestarle atención…

Escuché la moneda tintinear desde lejos… dejándola rodar por un paseo… por el silencio… por esa cantidad de palabras que se atropellaron dentro de la garganta sin ser capaces de salir… sin lograr vencer a veces las medidas de seguridad… escuchándola sonar muy lejos… en otra vida, en otro lugar… recordando al cerrar los ojos cómo era jugar con ella entre los dedos… cambiándotela de mano constantemente… recordando lo que era sentir sus límites entre los dedos… tintineando sobre la mesa mientras me entretenía golpeándola sin más… sólo por oírla sonar… recordé todo eso mientras cerraba los ojos para escucharla lejos… para agudizar los sentidos y oírla aunque fuera por última vez con toda su nitidez… para saber que, de alguna manera, necesitaba mantenerla en una cierta distancia… para evitar lanzarla al aire… para evitar tratar de jugársela al azar y obtener una respuesta… tratando de decidir si la tiro desde ese puente al agua… sólo para que se la lleve la corriente… sólo para devolverla a ese lugar en el que comencé a jugar con ella…

martes, 8 de diciembre de 2009

Extraños aniversarios...


La vida es curiosa, de eso no cabe duda… lo pensaba mientras miraba esta tarde por la ventana… sentada en el brazo del sofá, con las piernas sobre el radiador… con una enorme taza de té en una mano, mi humo en la otra… mirando, simplemente, esas nubes que forman mi propio cielo de Madrid… el de una tarde de invierno con “Vaya con dios” sonando en este barco pirata… un disco que me recordó a una tarde de junio en Lisboa con una amiga que he perdido pero espero volver a encontrar… con esa misma a la que llamé hoy hace un año sin poder parar de llorar, la que me tranquilizó con esa paz que nos transmitíamos mutuamente… sonreía pensando en las ironías de la vida… en este 8 de diciembre que era el punto final de muchas cosas en mi mente… uno que marcaron a fuego en mi memoria hace un año sin contar conmigo… uno que, curiosamente, ahora no sólo no duele sino que resulta placentero…

Ha pasado un año desde aquélla noche horrible, pensaba hace unas horas mirando por estas ventanas… un año desde que se me volvió a romper la vida de una manera que sentí como un disparo a bocajarro en el estómago… un año desde la noche más fría de León, esa que me partió por la mitad de la manera más inconsolable… un año desde que viera a mi padre sentir la impotencia de verme sufrir… un año desde que mi madre llorara acariciándome el pelo al lado de mi cama diciéndome “no quiere, gatito lindo”… ha pasado también un año desde ese día que era un aniversario compartido… un 6 de diciembre de mi otra vida… uno en el que mi abuelo decidió marcharse, uno en el que empezó la que fue mi vida pasada… un día en el que, hace un año, sentí cómo se te clava el frío del silencio más gélido en el alma… lo que se siente cuando eso pasa… un día que, hace un año, compartí con esa rubia que me acompaña en esta vida… abrazándome en mitad de la nieve esa noche, susurrándome mientras yo no podía ni siquiera hablar… mi dolor era sólo mío, el suyo era verme así…

Ha pasado un año ya, me digo a mí misma… es curioso, hace muchos meses le tenía pánico a ese día y ahora apenas me he dado cuenta de que ha pasado… reconozco que tenía miedo a que ese día volviera a llegar y siguiera estando enferma de tristeza… de esa que se me metió en la sangre y de la que no conseguía curarme… suspiro… dejé de ser hormiga para convertirme en dragón otra vez… para mirar las cosas con la suficiente perspectiva como para no darle importancia alguna a una fecha que antes se me clavaba en el estómago… como para compartirla en una madrugada en vela en una clínica, en mitad del frío de la noche… fumándome un cigarro a medias pese a estar sola… como para hacerlo sin que duela, tan sólo contándolo como parte de lo que soy… como parte de mi propia película… quizás, únicamente, con la rabia que te dan las decepciones en la vida… sonrío… has pasado página, me dijo ayer mi madre con una sonrisa a la que se le escapaba la ternura por todas partes… una aderezada por esa música que alguien se llevó, por ese recuerdo familiar que se convirtió en negocio… sólo la sonreí y respiré… hondo, tan hondo que sentí cómo se me llenaban los pulmones… solté el aire como si aquélla frase y la expresión de mi madre me hubieran quitado un peso de encima… lo peor no es que no te quieran, le decía a mi madre, lo peor es no reconocer a la persona que tú querías… quizás la decepción sea el germen de esta vida nueva… esa que sientes cuando descubres las toneladas de daño innecesario… cuando descubres que eso que tanto ansiaste ahora carece de sentido… cuando descubres las cosas que quizás nunca lograrás perdonar… pero la realidad es esa… eso tan importante como fue una fecha en un calendario no es más que un leve recuerdo… uno que ya no duele… uno que he recordado sólo porque he compartido otro aniversario que no es mío… uno en el que me he sentido abogado Cum Laude del diablo...

Tenía curiosidad, lo reconozco, por saber cómo sentiría estas fechas tan íntimas mías… reconozco que me estaba retando a mí misma… enfrentarme a esa fragilidad que antes me suponían los recuerdos… la vida es curiosa, pienso suspirando… ha pasado un año y puedo colgarme el notable en la solapa… la goma de Milán ha conseguido hacer desaparecer gran parte de la mina que pintarrajeó el papel hasta taladrarlo… he logrado juntar los pedacitos que se me desperdigaron… esos que me ha costado recoger y volver a juntar… esos que, todavía, tienen alguna que otra fisura… cuando me asusto, dije avergonzada hace poco por teléfono a una voz que es susurro, me puedo llegar a poner muy gilipollas… me río… disfruto de ese vértigo que da el miedo, lo sé, aunque a veces me ofusque de la manera más brutal… pero río… hablo y sueño… me enternezco, sonrío… me divierto con pequeñas cosas, con grandes momentos… miro en vez de ver… escucho más allá de oír… me siento la piel, me siento a mí misma… de una manera jodidamente libre… y me gusta sopesarme con un año de perspectiva… sacar esa balanza y descubrir que no hay peso en uno de los platillos… descubrir que todo el que existe es únicamente mío…

Soplo la vela y no me hace falta pedir deseo... ya se ha cumplido...

viernes, 4 de diciembre de 2009

Galletas, música y secretos...



"Una emoción compartida es un contrato íntimo que va más allá de una palabra o un hecho"
Josep Marc Laporta

Tú estás zumbada, me dijo Isa con cara de alucine y mucho ojo muy abierto, ponerte a escribir a estas horas… me descojoné… o escribo, le contesté con mucho cachondeo, o reviento… recordaba su cara despidiéndose de mí desde el portal de su casa mientras desandaba el camino hacia casa… por el más largo, por ese que me permitía disfrutar de ese paseo por Madrid que tanto me gusta… en mitad de una noche cualquiera de jueves, oliendo el frío desde el coche… sin tocar con los pies el asfalto recién regado… con esas sombras que se cuelan por los recovecos de las fachadas y convierten este dragón de asfalto en un escenario casi teatral… con una pizca de irrealidad, con un poco de magia… qué guapa eres cabrona, me dijeron hace poco... lo recordé mientras esperaba a que se abriera el semáforo de Alcalá… sonreí… yo estaba mirando esta ciudad con los mismos ojos que me lo dijeron a mí… se le dije a esta ciudad que me vio nacer… lástima que a veces me mates por dentro, pensé con un poco de tristeza… sonreí a los siete grados de temperatura que sentía en el brazo, con la ventanilla medio bajada… con la música de los 40 Principales a toda pastilla, crucé Cibeles… fumándome un cigarro… rebobinando esta noche de chicas que había tenido un poco de todo… respiré al ver la Gran Vía vestida de Navidad… disfrazada de esa época del año que tan poco me gusta pero que, en esta ciudad, hipnotiza…

Subiendo esa calle que es el corazón de Madrid, recordé el inicio de una tarde que se convirtió en tormenta propia… de esas que no sabes por qué comienzan, de esas que te asusta que ocurran… me había arreglado para ese plan prefabricado por otro que se había convertido en una noche de amigas de la manera más improvisada… ese que tenía un sabor a patria prestada, a música… a la compañía de esa pieza imprescindible ya en mi vida sabiendo cómo sabía la falta que le hacía salir y despejarse… para curar sus propias heridas, esas que son tan suyas que incluso cuesta compartir… esas que me contó sin mirarme siquiera a los ojos… le había comprado el CD del tipo que íbamos a ver en concierto… ese tal Pablo Moro que desconocía pero que me acompañó durante kilómetros de vuelta a Madrid hace menos de una semana, ese que tenía letras que sonaban a poesía casera… cuando el objetivo de convertirme en mujer para salir estaba cumplido, llegó la llamada… esa que viví entre sonrisas… esa que hizo que, de la manera más tonta, explotara mi tormenta… la de sentirme ridícula de pronto… la de sentir que una simple caja de galletas podía ser un buen ejemplo para ilustrar una filosofía de vida… sentí esa extraña sensación en la boca del estómago… el celo de no querer compartir esa caja con nadie, un cierto egoísmo… como cuando de pequeña alguien te negaba uno de los caramelos que tenía en el bolsillo durante el recreo… lo peor no fue la sensación, sino sentirla… ser consciente de que la estaba teniendo… de no tener derecho ni razón para hacerlo… de pensar en lo irónico que era morder una galleta ya mordida… imploté al darme cuenta de que estaba sintiendo eso… molesta por hacerlo, encabronada por sentirlo… sorprendida, avergonzada… demasiados adjetivos… tenía que salir de casa a falta de salir de mí misma…

El primero en paliar mi locura mental fue el tipo del taller… llevé mi coche para que le cambiaran los tacos que sujetan el motor y acabé escuchando que habían cambiado veinte cosas que nada tenían que ver… encontramos una chapa suelta del motor, me decía el mecánico impertérrito, eso era lo que hacía ruido… cuando me dijo con una parsimonia absoluta que la habían quitado, simplemente, flipé… hombre yo no entiendo de mecánica, le dije, pero supongo que no estaría ahí porque sí… tras una explicación poco lógica, me conformé –la opción B era saltar por encima del mostrador y agarrarle del cuello- y decidí pagar para irme… seguía con mi caja de galletas tostándose entre mis neuronas… no tienes efectivo, preguntó… me dieron ganas de decirle que, de tenerlo, no le estaría tendiendo la tarjeta de crédito… volvió a preguntármelo dos veces más… mi masa de galletas seguía dando vueltas… el “mira tú, yo pensaba que la palabra no era universal” salió de mis labios de una manera igual de irónica pero menos borde… salí de allí para comprobar en una manzana que algo les pasaba a mis frenos… para volver a contrarreloj a decirlo en el taller… y para escuchar, como remate, que será que no recuerdo cómo frena mi coche… lo que vino después corresponde a esos rombos que, a veces, decido ponerle a mis pérdidas de control verbal…

Con la ofuscación en lo alto del moño, salí de allí para ir a la exposición… centrifugando frenadas… revolviendo galletas… me ofusqué tanto que me recorrí la calle San Bernardo dos veces antes de darme cuenta de que, si mirara y respiraba, encontraría las cosas… me descojoné, mi compañera nocturna de encabronamiento también… estoy demasiado buena para ser una Marbú dorada, le decía mientras tomábamos algo en el Café Comercial… se nos había antojado entrar en ese lugar de Madrid que huele a tradición y a rancio… a años pasados, a otras vidas anteriores a la que cada una vivimos ahora… nos reímos, para qué negarlo… burlándonos de las ironías de la vida, de las cosas curiosas que pasan… con una mayonesa que llegó cuando ya me había acabado la tosta… con un paso de cebra que cruzamos varias veces en menos de cinco minutos buscando el abono transporte de mi amiga que, descubrió después de volver al Café, sólo había cambiado de bolsillo…

Llegamos a esa sala Clamores siguiendo ese radar que tengo para regresar a esos lugares imposibles… nos reímos sentadas en una mesa al lado del escenario… nos reímos cuando le pusieron el JB más cargado que había tomado en su vida y al que ella respondió abriendo de manera sobrenatural los ojos… nos reímos más cuando, después de un sonríe y pestañea, el camarero nos dejó fumar pese a ser una sala para no fumadores… nos descojonamos asignándoles tipos de galletas a todos los que formaban parte de la banda que escuchábamos… mientras disfrutábamos de esa música que a Isa parecía estar poniéndole una tirita gigante en el corazón… la miraba perderse con los ojos en el escenario y me paré a mirarla así… para ver cómo flipó viendo entrar a Melendi en la sala… para escucharla decirme que se iba a pedir para Reyes al tipo que cantaba… cuando vi su cara al regalarle ese CD… sabía que te molaría, le dije mientras ella me abrazaba… pocos euros, una tontería… pero ella estaba siendo realmente feliz… en ese momento, mi caja de galletas mental desapareció de mis prioridades… desapareció de mis ironías de la noche, de esos sarcasmos que tanto me gusta afilar y que sé que a ella le divierten… desapareció, simplemente, para recordarme que ninguna de las dos lo somos… que éramos dos amigas disfrutando de una banda que nos gustaba pese a ser prácticamente unos desconocidos… de un regalo repostero que, quizás, había permitido paliar la tormenta… hecho con cariño, soy consciente…

Hablábamos sin parar mientras volvíamos a casa… mientras ella diseccionaba eso que la mata día a día por dentro, eso que le hace sentir un dolor inmenso de una manera tan íntima que no sabe cómo sacarlo de sí… sólo lo sabes tú, me dijo… me sentí afortunada por su confianza, por esa horrible condena que suponía para ella callarse… hablamos de anteponer la protección de los demás antes que la nuestra… de las heridas que nos auto infligimos cada vez que nos olvidamos de nosotras mismas… de esas pequeñas cruces con las que cargamos para evitar que otros sufran y que nos hacen sufrir a nosotras… sonreí mirándola… sabiendo que, para ella, enfrentarse a esa realidad era un punto de inflexión en su propia historia… su propia guerra… la más grande que, quizás, haya librado jamás… nos abrazamos en el coche… sabiendo que íbamos a vernos en apenas unas horas… en el mismo sitio de siempre, a la misma hora… delante de un café con leche, de un paquete de tabaco… me lo he pasado genial, me dijo antes de bajarse del coche… sonreí pensándolo… empezamos amasando, terminamos sonriendo… no es un mal balance para esta noche, me decía a mí misma mientras aterrizaba mis huesos en la cubierta de mi barco pirata… masqué esa masa pegada en las encías… esa que me había perseguido durante muchas horas… ajustándose a mis neuronas, soltándome la lengua… haciéndome sentir un inmenso huracán mental y físico… sonreí… forma parte del vicio de vivir, me dije a mí misma antes de encender el ordenador…


 
Un poquito de eso que nos acompañó poniéndole algodoncitos a un jueves... una pizca de lo que nos ayudó a reírnos de nuestras propias historias...

miércoles, 2 de diciembre de 2009

La goma elástica...




 "Cumplamos la tarea de vivir de tal modo que, cuando muramos, incluso el de la funeraria lo sienta"
Mark Twain




Vívelo mucho, me dijo esa mujer con nombre de marca que huele a flamenco, por qué no vas a disfrutar de las cosas que pasan así porque sí… me lo decía la misma que conocí de casualidad como resultado de una locura transitoria que no lo fue… una mujer que, en apenas unas horas, me llamó la atención de una manera brutal… por su manera de ver la vida, por su forma de hablar… por ese gen que tiene y que, probablemente, la convierte en alguien singular… de esas personas que recuerdas porque sí… sonreí… su frase me sonó a déjà vu… a esa que yo diría, a esa que yo he dicho en alguna ocasión a esa familia elegida que tengo a mi alrededor… me río… yo la predico sin parar y, sin embargo, no me la aplico… prefiero diseccionar… prefiero medir los miedos a decir, a escuchar, a pensar… a soñar… a sentir, en cierta manera, para qué negarlo… pero sonreí a lo que me dijo, deseándole que fuera feliz… que nos volviéramos a ver… con su “me ha encantado conocerte” sujetándome las manos, una frase que me sonó tan sincera como ella… tan de cristal como yo… no sé, supongo que a veces me gusta encontrarme con gente con la que no me hacen falta horas sino que me faltan…
Estiré mi propia goma, una que sujeto entre los dientes… una que comencé a sostener de la manera más tonta y que, ahora, noto como se tensa contra mis labios… noto como se hunde suavemente contra el inferior… salivo… trato de acomodármela… y sonrío… sonrío por las cosas peculiares que tiene la vida… por los cuentos de capitanes y princesas en los que paso las páginas queriendo saber más de la historia… siguiendo el relato línea tras línea, suspirando… no queriendo perderme ningún detalle… apagando la luz de la mesilla por las noches y rebobinando lo leído… lo vivido… sonrío… es curioso, en plena oscuridad es quizás cuando más siento esa goma tensa… cuando saboreo su extraño sabor… cuando me doy cuenta de que, antes o después, tendré que soltarla… supongo que sólo cuando comience a sentir que se rompe… cuando intuya que el latigazo se volverá contra mí destrozándome la boca… haciéndome sangrar… despertando un dolor del que huyo pero que no tengo miedo de enfrentar… me río… el dolor es una sensación relativa, me digo a veces… pero duele…
Salí a la calle para sentir el escalofrío que te dan las sensaciones… la adrenalina… la vergüenza relativa esa que me acompaña a veces y me hace preguntarme qué coño estoy haciendo… salí para abrir un libro que sabía a caricia… para ver algo que, aún desconociendo su procedencia, me hizo sonreír… me enfrenté a ese frío de noviembre con música… con una carta breve con destinatario y remitente… con una taza de esas letras medio maulladas que siempre me gustan y que huelen al canalla que es Sabina… mirando mi cielo de Madrid con una taza de té… escuchando, sin más… perdiéndome entre las nubes de un atardecer de invierno con la mente en otro sitio… con la cabeza sobre la almohada… midiendo la intensidad de mirar… escuchando a mi espalda cómo suena mi móvil sin prestarle atención, sonriendo a un sonido que reconozco... tratando de calibrar el impacto de esas fotos mentales que tenía y que, ahora, he ampliado para poder ver con más nitidez… un abrazo envasado al vacío… cómo respira una espera cuando deja de serlo… el mordisco en el alma… con el dulce beso de la goma apoyada sobre el labio recordándome que está… que la sujeto, que la tenso… que juego con ella… y lo que es peor, que me encanta hacerlo… que me gusta mirarla y sentirla así… y que, pese al riesgo, prefiero seguir sosteniéndola…
Me desperté para tener calor en mitad del frío… para notar el frío de golpe en mitad de tanto azúcar… para reírme y oír el eco de una carcajada… para sentir ilusión y vacío en un impas tan relativo que sentí vértigo… para revolver horas con una cuchara de café… para percibir el olor de las cosas, el de la experiencia… el de la pérdida de rumbo, el que tienen esos cruces de caminos tan singulares en los que a veces nos encontramos… mantengo un pie por delante de la delgada línea amarilla… el otro me lo sujeta todavía vivir… quizás porque recuerdo sensaciones olvidadas… quizás por la ingravidez que noto a veces… de estar a salvo aunque camine sobre el alambre… sonrío… me van los retos, no es nuevo… forma parte de mí, de mi manera de vivir… de mi manera de ver este barco que, a veces, no sé hacia dónde va pero al que sigo como una fiel pirata… a veces creo que se me ha caído el parche, otras que me tapa la vista más que nunca… otras que me he metido en un mar prohibido, uno de esos en los que lo más fácil es que te dejen con lo puesto… qué más da, me digo… nunca me había sentido tesoro, y es lo que persigue cualquier pirata que se precie…
Salí a la calle para sentir kilómetros… para reencontrarme con música metida en los bolsillos… con fechas marcadas en la cabeza… con recuerdos con una caducidad máxima de doce horas… medio día… una cuenta atrás que habría estirado tanto como la goma que sostengo… una llena de sonrisas, de silencios… de palabras… de más fotos mentales de esas que me llaman la atención… de esas que saco sin un motivo espectacular… tan sólo por esos pequeños momentos que intento capturar para mí y que, a veces, hablan sin decir… me callo, lo sé… soy la reina del silencio en un mundo gobernado por eso que dejé atrás pero que, en ocasiones, todavía me persigue… por esa hibernación absoluta en la que me escondí para escaparme de tantas sombras… de tantos fantasmas, para lamerme las heridas al ritmo que marcaba cada latido de corazón… para olvidarme de tantas bofetadas poniendo la otra mejilla… quizás para darme cuenta de lo que no merezco… de lo que soy… de lo que nunca debí permitir o, incluso, para sentir la rabia que siento ahora… la de saberme, sentirme… la de conocer qué hay más allá de esa puerta que durante tanto tiempo nunca quise cruzar ni tan siquiera por curiosidad… esa que me recordaba lo que guardé en un cajón por miedo a que me lo robaran… eso a lo que ahora he logrado quitarle algún candado pero que sigue estando bajo llave…
Volví a sujetar la goma desde este barco pirata… para verla balancearse al paso de los días… compartiendo cromos de un álbum que observo callada… uno que me gusta escuchar… uno del que me gusta lo que dice y hasta cómo lo hace… sujetándolo entre las piernas como cuando era cría, sentada sobre cualquier escalón… sintiéndome pequeña e inmensamente grande a la vez… estirando cada músculo, haciendo que cada hueso vuelva a su lugar… con un cosquilleo… un escalofrío… mi respiración… escribiendo un capítulo que no sé comenzar… sintiendo un beso más de esa goma elástica que se estira… saboreando el tacto del plástico que se vence sobre la piel… el de la piel que se rinde ante su presión… hablando dos idiomas distintos en una misma Torre de Babel… sonrío… eternos incomprendidos, pienso... se me acelera el pulso… suben las apuestas y en la mesa de este pócker a veces creo que voy de farol… me río… me lo beberé con tiempo, ese que todo lo cura y todo lo coloca… ese que permite que el puzzle cobre forma… el mismo que hace falta para rendirse… el mismo que hace falta para saber cuándo soltar la goma…


Una pizquita de canalla de uno de los discos que más me gustan de él...

jueves, 26 de noviembre de 2009

Estoy en casa...



"Una casa es el lugar donde uno es esperado"
Antonio Gala


Estoy en casa otra vez… no he sido realmente consciente hasta el día de hoy… dos días después de volver del otro lado del Atlántico… dos días después de una experiencia más vital que meterme en el bolsillo… por cómo te abre los ojos… por todas las cosas que te hace pensar, sentir… todas las que miras como si fueras un búho… cuestionando tu propio mundo, en otro igual pero distinto… atrapando muchas imágenes mentales que jamás podrás plasmar en fotos aunque quisieras para poder volver a verlas… no con la misma intensidad, nunca de la misma manera… simplemente porque no volverías a vivirlas con la misma sorpresa de la primera vez jamás… he vuelto con un montón de pequeños recuerdos… con el alma, una vez más, calentita… por una aventura compartida, una con muchas historias que contar de las que te hacen reír… hay mucha gente esperando a que cuentes nuestras anécdotas de allá, me ha dicho esta noche a través de una pantalla Nagasaki… me he reído… son tantas que prefiero que algunas nos las quedemos sólo las dos… para poder descojonarnos de manera cómplice por tonterías que, a ambas, nos mataron de la risa… hoy ha sido mi primer día de ausencia de mi bomba atómica particular… supongo que ahora te me desaparecerás un par de semanas, me dijo con mucho cachondeo cuando nos despedimos mientras me abrazaba en Chamartín… ella sabe que me hace falta ese espacio mío y sólo mío que tanto necesito… para pensar… para sentir el silencio más absoluto… para, simplemente, estar a solas conmigo misma…  con un par de días me conformo, le contesté… nos reímos, hemos descubierto que nos oímos pensar la una a la otra… necesitamos divorciarnos, me soltó mientras hacíamos el check-in en Caracas, al menos por un tiempito… sonrío… me gusta oírla pensar, lo reconozco…

Hoy me he dado cuenta de que estaba en casa cuando he abierto los ojos en mi habitación… sola… con el ruidoso no silencio de mi casa… con la luz entrando por la ventana… me encanta la luz de Madrid, le dije a Thais cuando veníamos en taxi hacia casa después de una pila de horas de viaje… lo dije de tal manera que sonó a suspiro, a un “te he echado un poco de menos” y a un “se me ha olvidado que a veces te odio”… gata a ti te encanta Madrid, me dijo ella con una ternura maternal… hoy he vuelto a sentirme en casa en esta ciudad… y creo que eso ha sido lo que me ha aterrizado los pies del todo contra el suelo de mi calle… amortiguada  por este asfalto, por un invierno que no ha llegado a mi barrio porque los árboles siguen rojizos… he vuelto a mi rutina de bajar a ver a Manolo cada mañana, de reencontrarme con Isa a las 10 cada día en ese bar peculiar donde los haya… he vuelto a encontrarme con mi fiel escudera y su incontinencia verbal, de cómo mis dos semanas de ausencia hubieran parecido mil por todas las cosas que tenía que contarme… sí que te ha cundido el tiempo, me dejó decir con mucho cachondeo… conozco sus nervios, sus miedos… respiro… somos pajaritos heridos, le dije con mucha ternura, y cuesta trabajo olvidarlo para volver a saltar de la rama para volar…

He vuelto a esta casa mía que muta y se transforma cada vez que me voy de ella… vuelve a ser distinta pese a ser exactamente la misma… mis plantas, la luna cada tarde encaramada al brazo del sofá fumándome un cigarro… sonrío… me gusta compartirla, lo reconozco… creo que sólo un lunático entiende lo que se siente viendo la luna, las ganas que tienes de comentarlo con alguien que entiende que no estás zumbado y la disfruta tanto como tú… miro por la ventana y, es curioso, comparo este atardecer que siempre me ha gustado tanto con el de Mérida… con ese cielo inmenso con nubes de algodón… recuerdo el de Bogotá con mi tía, el más increíble que he vivido nunca, mientras volvíamos a casa con Cristóbal… pienso en cada uno de los que he visto en ese sitio del pantano que siento mío… me río… echaba de menos mi cielo de Madrid y, ahora que vuelvo a verlo, pienso en otros distintos… yo y mis eternas contradicciones, encantadas de conocerse… supongo que es lo que tiene repartir pedacitos de lo que soy…

Estoy en casa y pienso en los chicos… me asignaron en la rifa de la vida que me tocara una tribu peculiar… de la manera más sana del mundo, con una amistad curiosa y compartida… en el momento preciso... si les conocieras te enamorarías de ellos, dije hace poco a través de una pantalla… he hecho nuevos fichajes durante mis días de Conservatorio en Barquisimeto… sonrío… Thais dice que cada vez que me despido de ellos se me queda un trocito de corazón, y yo sólo puedo sonreír porque me conoce tan bien que me ahorro tener que decírselo… pensando que, además, ahora he sumado más nombres en esa lista previa que tenía… sumando una niña que me preguntó con una ternura absoluta cuando iba a volver, otra que quería que la ayudara a volar… una prima ajena a la que espero reencontrar muy pronto, a la que le deseo mucha fuerza para saltar de la rama en este momento de su vida… una familia que me acogió en su espacio como una más, con todo el cariño del mundo… una amiga que es socia, jefa y maestra y para la que yo soy además asistente personal, enfermera y animadora social… me descojono, somos un gran tándem…

Estoy en casa, de nuevo, en mitad de esta noche… volviendo a encontrarme con el mundo que dejé en pause antes de marcharme… con ese que me ha seguido y me ha acompañado pese a estar en el otro lado del mundo… con esa familia mía tan preocupada con mi viaje que por fin me oían cerca de verdad... con esa otra elegida que me esperaba a la vuelta... que tenía tantas ganas de volver a verme, de tomar un café...  esto sabe a escalofrío, a música… a dudas… a silencios y letras… a página nueva de calendario… al vértigo de ver cómo pasan los días… las palabras… las sensaciones… estoy viva, me digo una vez más… es curioso, nunca creí dudarlo y sin embargo durante mucho tiempo lo olvidé… ahora más que nunca, me alegro de recordar tantas cosas… de rebobinarlas… reproducirlas en mi mente… con esas fotos mentales mías que siento hacer “click” en mi cabeza cuando algo me despierta los sentidos como si fuera una pequeña explosión…

El barco pirata vuelve a estar anclado en ese lugar del mundo que es únicamente mío… respiro… me lo fumo… con nocturnidad, otra vez… con alevosía, de nuevo… con mucha premeditación, siempre… en un reino de silencio que sólo rompe la música… en mitad de una penumbra que me agudiza los sentidos y me eriza la espalda… con ese metro cuadrado tan inmenso que siento tener dentro de mí… reviviendo las experiencias de estas últimas semanas con la perspectiva de la distancia… haciendo ese balance mental que tanto me gusta hacer… soy una yonkie de las emociones y no quiero desintoxicarme… prefiero subir la dosis… prefiero, simplemente, seguir teniendo esta sensación de felicidad que tengo… por esos regalos invisibles que te dan pequeñas cosas en la vida… un reencuentro, una amistad… una sonrisa, unas palabras… sonrío y ronroneo…  soy afortunada, lo reconozco…

martes, 24 de noviembre de 2009

Mi último día en Venezuela desde el avión...

Escribo subida en un avión… uno que trata de atravesar el Atlántico con un camino distinto… a causa de las fuertes tormentas en la ruta habitual, ha dicho el capitán hace un rato, tenemos que modificar el plan de vuelo… hasta ahí todo sonaba, únicamente, a que quizás tardaríamos más en llegar en Madrid… más en volver a casa después de un día casi interminable que comenzó a las 4.30 de la mañana… una vez más, como me pasa siempre antes de un viaje, no lograba dormir… repetía mentalmente el itinerario de estas semanas, los días que había pasado en el otro lado del mundo que habito… revisaba esas fotos que, de una manera u otra, no he logrado hacer… pensaba, mirando por esa ventana que era mi punto yonkie de la casa donde estaba, en desandar el camino… en volver a esa vida que se quedó en stand-by pese a no hacerlo… esa que me ha acompañado en la distancia de muchas maneras… con la curiosidad de algunos… con el azúcar de otros… con las fotos de un paseo por la playa…

Despertarme esta mañana era, apenas, haberle permitido a mi cuerpo dormir una breve siesta que no creo que llegara a la hora y media… medio sobada, salimos hacia El Vigía… ese aeropuerto que está a hora y media de Mérida… una ciudad de la que me he ido sin haber logrado ver al indio que se recorta en la montaña pero que, al menos, me ha dejado ver un pedacito de luna como regalo en mi última noche… un pedacito en mitad de esas nubes que convierten el cielo en algodón cada noche… uno increíblemente brillante en un cielo increíblemente grande que llegó, justo, en mitad de una conversación de sofá y manta en la lejanía… dejamos Mérida en la oscuridad… para vivir dos cambios de paisaje… para dejar de ver esas enormes montañas y comenzar a ver una zona árida de tierra roja y cactus por todas partes… una en la que había plantaciones de caña de azúcar ya operativas a esa hora, con lucecitas minúsculas a lo largo de los dos lados de la carretera… el cielo estaba lila, de un color acojonantemente bonito en el frente y entre rojo y fuxia a la espalda de ese coche que nos llevaba… cuando el rojo venció completamente, el paisaje volvió a cambiar… no eran más de las 5.30 de la mañana y el tráfico era increíble… con esos controles militares que plagan las carreteras de Venezuela… en mitad de esos montes escarpados pero bajos con una vegetación que bien parecía selva más que monte…

El Vigía resultó ser un aeropuerto de juguete al que llegamos y casi no entramos cuando, al abrir la puerta, nos pegó una bofetada el frío más insoportable… uno que contrastaba con el calor de fuera, con el que teníamos… en este peculiar país, no sé por qué, o se mueren de calor bajo el sol o se congelan con el aire acondicionado… primer asalto del día, resulta que el ordenador de la compañía aérea –Santa Bárbara- decide volverse loco justo cuando nosotras llegamos… primero dice que el número de vuelo que tenemos es erróneo –alucinamos pero a base de respiraciones conseguimos que no se note mucho-… después asegura que ya hemos volado –la alucinación pasó a ligero pánico y comprobación de si, por algún motivo, habíamos chequeado mal los billetes-… y, para rizar el rizo y después de más de media hora, la buena encargada decide que hay que hacer las cartas de embarque de manera manual… respiré, inspiré… y Thais me mandó a fumarme un cigarro a la puerta del aeropuerto de Playmobil que, eso sí, quiere ser internacional algún día… para cuando volví a entrar, nos fuimos a desayunar… lo hicimos al son de “Amante bandido” de Bosé,”Al partir” de Nino Bravo y el desayuno de –presunta- tortilla española que pidió Ronald –el hermano de Thais-… cuando se la trajeron, no quise frustrarle… aquélla tenía de tortilla española lo que yo de obispo de Cuenca, pero me callé para no sabotearle… hasta que me preguntó y, sincera que es una, no me pude callar… al menos se rió… charlamos… nos despedimos de él con un “nos vemos en Madrid” y, a partir de ese momento, pasamos dos horas en una sala de espera… una que parecía el qué apostamos porque iba llenándose de cada vez más gente… gente que miraba por el ventanal esperando la llegada del avión… veíamos pasar nuestras maletas de camino a ninguna parte… algunas en un carrito, otras en la mano de los trabajadores del aeropuerto… ni rastro del avión… cuando la gente empezaba a amotinarse, el bendito avión apareció…

Primera etapa lograda, hemos conseguido sentarnos y volamos rumbo a Maiquetía… eso sí, con un tufo a gasolina que durante unos minutos lo hizo irrespirable para el pasaje mientras la azafata ponía cara de inocente y decía “gasolina??” como Hurkle decía “He sido yo?”… vamos, como si estuviéramos todos locos… para cuando me quise dar cuenta estaba en Caracas… corriendo por una terminal para encontrarnos con Glenda que había venido a acompañarnos y a despedirse antes de que nos fuéramos… para hacer la cola interminable para poder facturar… en este país, todo es una cola… otra para el papelito de inmigración, otra para abonar las tasas sin las cuales no te dejan salir de territorio venezolano… después de tres cigarros en la puerta del aeropuerto –Maiquetía no tiene áreas de fumadores como tal-, nos despedimos de esa baby-sitter caraqueña que nos echamos mandándole muchos besos desde –cómo no- la cola para pasar el control de seguridad… un control que se duplica, aunque no entiendo por qué… te pasan por la máquina de rayos todo, a ti por el arco de seguridad… cinco metros más allá, se repite la operación… supongo que es por si en ese trayecto –cinco metros- te da por armar una bomba nuclear con un par de chicles, desodorante y la cámara de fotos…

Llegamos al control de inmigración, me coloco con mi papel en la fila de “Extranjeros”… cuando llega mi turno, llego al mostrador… entrego ese papel de la República Bolivariana de Venezuela que es un interrogatorio en toda regla… la tipa mira mi pasaporte con cara de pocos amigos, me mira a mí… qué día llegó a Venezuela, me dice sin mirarme buscando el sello de entrada al país… la respondo… española, pregunta asintiendo con una gran desidia… turismo, pregunta cuando encuentra la página y coge el papelito… de golpe, con el sello en la mano, se detiene… lo deja sobre el mostrador, coge un bolígrafo rojo… me mira con la peor cara que le permite el odio visceral que sintió por mí en ese momento… profesión, pregunta con un tono que más me habría valido poner “puta”… periodista, respondo… ya lo sabe, lo he escrito en el papel… lo escribe a lo largo de todo mi papel de inmigración, de lado a lado, con ese bolígrafo rojo… separa la primera página –copia para ese gobierno sumamente revolucionario y bolivariano- y la coloca en un montoncito separado de los demás… si mi asombro ya había alcanzado –creía yo- cotas máximas, me quedaba lo mejor… la tía va y me tira el pasaporte, el papel y mi carta de embarque contra el mostrador para hacerlo caer contra el suelo… mirándome con una cara de odio que ha germinado aquí en contra de la libertad de expresión… con los ojos cerrados, sin cuestionar quien manipula a quien… sentí rabia, una rabia inmensa… no porque me tenga que marcar por lo que hago, sino por cómo me trató por el hecho de hacerlo… esto en mi país se arreglaría casi llegando a las manos, pensé para mí recogiendo el pasaporte después de una acalorada conversación en la que la policía pronunció el término "cáncer", te salvas porque tienes el puto sello de “vete a tu casa ya” en la mano… cuando le enseñé a Thais el papel, no se lo podía creer… yo rabiaba por el aeropuerto… incapaz de procesar que algo así pudiera suceder… orgullosa, en cierta manera y por primera vez en mi vida, de mi profesión y de resultar tan “peligrosa” de una manera tan absurda para un Gobierno… tanto como para marcarme en rojo… para ponerme en otro montón… tanto como para que la de inmigración me tratara como si tuviera a un leproso delante…

Encabronada, descubrí que había un único punto yonkie en el aeropuerto… un cafetín con una salita acristalada… para ese momento, ya teníamos compañero de viaje… un mazado de 24 años que se nos había pegado como lapa y que nos contaba que se lanzaba a la aventura de buscarse la vida en España… primer intento de fumar, llego al cafetín… tiene que consumir mami, me dice el camarero… vuelvo donde está Thais a por dinero… segundo asalto al cafetín, pido un café con leche… 6 bolívares fuertes, más barato que una botella de agua… llego con mi ticket -y mi mono- a la puerta de la habitación del humo –y del pánico-… y el enorme carcelero –sentado en una silla, no fuera a escornarse del estrés- me dice que no puedo pasar… que tengo que consumir la friolera de 40 bolívares fuertes –el equivalente a 10 euros- para poder entrar y fumar… estuve a punto de inmolarme a lo bonzo… traté de razonar con él que no tenía más dinero, porque aquéllos billetes estaban reservados a la colección de un amigo de Thais… que mi tarjeta es de chip y, cosas de la vida, ellos prefieren las bandas magnéticas –claro, para qué tener seguridad pudiendo mantener un sistema que permite el duplicado-… omití que no quería cambiar ni un euro más en la casa de cambio… el tipo optó por soltarme un “menos cáncer mami” tan sarcástico que me tocó la fibra sensible… un “paga los 34 bolos que te faltan y te dejo entrar” tan risueño que le llamé ladrón sin ningún tipo de pudor… reconozco que si algo bueno ha tenido este día en Venezuela es que me siento más revolucionaria que nunca… tanto que me la jugué a fumarme un cigarro en el baño de la terminal… que me multen, le decía a Thais, que lo pago con la tarjeta… nos descojonamos, la verdad…

Después de casi dos horas de retraso, embarcamos… dos horas en las que la policía no paraba de retirar pasaportes a ciudadanos venezolanos que desaparecían para volver a hacerlo al cabo de un rato… horas en los que los de anti drogas hacían un “sile, nole, sile, nole…te tocó” con quiénes consideraban oportuno… que llamaban por megafonía a quiénes habían abierto las maletas en busca de algo sospechoso… por qué siempre adoptamos un perrito, le dije a Thais con mucho cachondeo refiriéndome al veinteañero valiente y fornido que nos habíamos echado… nos descojonamos… a él también le tocó un señor control… embarcamos para estar otro tanto sentadas sin movimiento muriéndonos de frío por el chorro de aire acondicionado… para buscar la postura más cómoda para dormir… para despegar de Maiquetía sabiendo que, quizás, el viaje sería algo más largo… lo que no imaginaba es que viviría las peores turbulencias que he vivido jamás… esas que aparecen cuando estás cenando, creo que por primera vez, una comida de avión que sabe a comida… esas que, durante cinco segundos, es un simple meneo… y que, de pronto, se convierten en un descenso brutal del nivel del avión… con gente asustada… con más descenso… con un corazón que ha estado a punto de salírseme del pecho… con la mano de Thais agarrando la mía…

Cuando lo peor ha pasado y esa montaña rusa en la que nos hemos convertido ha parado, he sentido terror… al mirarme las manos y ver cómo me temblaban, se me ha puesto un nudo de angustia tan bestia en la garganta que me he echado a llorar… no queriendo hacerlo… sintiendo una presión brutal que no era capaz de controlar… esta vez no puedes querida, me he dicho a mí misma… me seguían temblando las manos tanto que no podía ni siquiera beber agua… me temblaba todo el cuerpo sin poder evitar lo contrario… me sentía ridícula, me reía nerviosa… seguía sintiendo unas ganas terribles de llorar mientras el corazón me seguía golpeando con tanta fuerza que todavía me duele… mientras Thais trataba de tranquilizarme… mientras me he refugiado dejándome abrazar contra ella, como lo hacía siendo niña contra el pecho de mis padres… mientras ella me daba besos en la cabeza, el tercer pasajero de nuestro asiento me ofrecía una pastilla… y yo sólo podía secarme las lágrimas y ver cómo me seguían temblando las manos como jamás lo han hecho… nunca te he visto tan aterrorizada, me ha dicho después… lo reconozco, nunca lo he estado… nunca hasta hoy… hasta hace un rato… hasta ahora, también… esto no ha parado y todavía quedan seis horas para llegar a Madrid…

Creo que, si mientras este avión sigue meneándose como lo hace, estoy escribiendo en vez de tratar de dormir es por un único motivo… porque creo que así, escribiendo, es la única manera que tengo de combatir el miedo que todavía siento… porque supongo que, como en Titanic, la orquesta tiene que sonar hasta el final… y, mal que le pese a la inmigración venezolana, una no es sólo periodista sino además contadora de historias…