domingo, 28 de febrero de 2010

La tormenta perfecta...

Siento el viento golpeando contra esta casa en la que crecí… lo oigo fuera como si estuviera a punto de arrancar en cualquier momento el tejado… como si fuera el amo de todo lo que existe en esta clara noche de luna llena… lo oigo silbar encabronado… la tormenta perfecta, sonreí pensando en ese calificativo que me he cansado de escuchar hoy en televisión… quizás lo sea, me digo a mí misma mirando por esta ventana en la penumbra, quizás tampoco esté sólo ahí fuera… esta noche, lo reconozco, me gustaría ser ese viento que azota todo lo que me rodea… me gustaría poder tener esa sensación de libertad, de ira… esa rabia desbocada con la que parece arrastrarlo todo… quizás porque, si lo fuera, podría darle salida a ese otro vendaval que tengo dentro… uno que escora el barco pirata en un mar de tristeza que no quiere navegar… que no sabe cómo matar… que, simplemente, siente clavado como sólo la tristeza lo hace… sin remisión, sin cura en el momento en el que se sufre… es curioso… hacía muchísimo tiempo que no me sentía triste… muchísimo tiempo desde la última vez que me quitó la casi permanente sonrisa que tengo en la cara… respiro hondo… el ser humano siempre recuerda más una traición que una lealtad, escuché decir ayer ante una caña a ese hombre que oigo susurrar muchas noches desde la radio, siempre tiene más presente un desamor que un amor… lo pienso y sé que tiene razón… quizás por eso sea tan terrible lidiar con esas sensaciones, tanto que nos hagan olvidar las buenas… que su impacto sea tal que no equilibren la balanza que hace que la vida vaya por uno u otro sitio… supongo que cuando esa báscula oscila así, hay que pararse a pensar en el desequilibrio, en el vaivén… para hacer ese inventario personal que todos hacemos… para escuchar frases como que ahora tendría que sentirme como una “queen of the night”… me río al pensar en esa expresión tan de mi rubia que me hace siempre sonreír… hoy la tenía conmigo mientras me tomaba un café en una mañana lluviosa de León… sólo la sentía en las orejas pero era como si estuviera a mi lado físicamente… con esa misma sensación de sosiego que siento cuando la tengo cerca… nena te mereces jugar en primera división, la escuché decir... sonreí al escucharla… nunca pensé que el fútbol pudiera acabar siendo un referente en mi vida y, sin embargo, últimamente me resulta la mejor manera de explicar a veces cómo me siento…

Quizás vivo mi propia tormenta perfecta… la de estar un sábado arreglada para salirpor esas callejuelas que hacen de León un lugar especial para perderse a pesar del vendaval más tremendo… con ganas de reencontrar amigos de esos que llevas en el bolsillo del corazón... obligándome a hacerlo para vencer a la tristeza con una dosis de cariño, de caras conocidas… de esa gente que conforma parte de mi micro mundo… es curioso, estoy lista para salir pero no puedo hacerlo sin escribir antes de irme de casa… quizás, para poder soltar el lastre de este barco pirata y salir a la calle sin sentir el peso… sonrío al pensar que, en este momento, tendría que estar en otro lugar… sarcasmos del destino me dije, la única que tenía en su agenda la cita fue al final la que faltó… la que no vivió ese espectáculo para los sentidos del que me habló una amiga a través de una pantalla clavándome con unas palabras un nudo en la garganta pese a sonreír de medio lado al leerla… ironías de la vida, me digo, estuve en ese lugar tan sólo ayer… mirando ese mar que tanto me gusta mordiéndome los nudillos para evitar que se apoderara de mí la mayor tristeza de todas… tristeza, ocho letras… muchas, demasiadas… algo que tengo claro que no quiero sentir, que me niego a hacer… que, supongo, simplemente no merezco...

Me acaricio la nuca una vez más mientras cierro los ojos para sentir cómo el viento maltrata todo a mi alrededor… recordando esa imagen de las nubes corriendo por el cielo, dándome cuenta de cómo las mías propias me habían envuelto en una auténtica borrasca… la de la desilusión, tal vez, clavada en la boca del estómago como sólo se sienten las traiciones ajenas y propias… la de esos pequeños sueños domésticos que construimos para darle cuerda al corazón… para huir del desengaño cómo brazo articulado de ese causa-efecto de vivir… respiro… tal vez así tenga que ser, me digo a mí misma mientras sonrío a ese vendaval… me encanta el viento, no lo voy a negar… su sonido… su fuerza… esa capacidad de ser, solamente, aire en movimiento… invisible, invencible… ahora mismo, no quiero escuchar ni siquiera música… le di al play de mi iPhone para detenerlo sólo una canción después… me gusta el viento como banda sonora para esta noche…

Apoyo la cabeza en el respaldo de esta butaca que me sirve de observatorio para una noche que no ha hecho más que empezar… que me permite pasarle lista a esta tormenta que, con la misma intensidad que ha aparecido, desaparecerá… dejándolo todo patas arriba a su paso… rompiendo tantas cosas, partiendo tantas otras simplemente por la mitad… sonrío… es casi medianoche y esta extraña Cenicienta siente necesidad de dejarse llevar por ese viento que todo se lo lleva… de permitir que esa tormenta perfecta que me rodea y siento explote como tenga que hacerlo… para sentir, al menos, una infinita parte de esa libertad que tiene el viento de esta madrugada…

domingo, 21 de febrero de 2010

Veleteando...


Corre Forrest corre, escuché decir a una voz…
sonreí…
curiosa esta vida loca que es capaz de subirte al cielo y bajarte a los infiernos sin apenas impás…
sin más dilación que un cambio de veleta…
de viento…
de tiempo…
me noto el corazón acelerado…
las orejas calientes…
conozco los síntomas de este cuerpo que habla por mí…
siente por mí…
vive por mí…
poniendo en la balanza un saco de desilusión…
colocando en el otro un martillo con el que clavarla…
sabiendo la definición de merecer que escuché decirme…
conociendo que así es la realidad…

Miro esa sonrisa de gato que un día leí…
sintiendo a esa luna de otra manera distinta…
creyendo que, pese a mirarla entre las nubes, ya no la veo igual…
sonrío…
me mueven las sensaciones…
las percepciones…
la observación…
te fijas en todo, me dijeron hace poco…
más de lo que quisiera…
más de lo que me gustaría…
para vivir ajena al mundo que me rodea y que me emborracha…
maté la sensación de no existir…
la de sentarme en una retaguardia que no me corresponde…
con la luz de las velas para romper el maleficio…
uno que siento roto entre demasiados abrazos lanzados al aire…
demasiada ternura vivida ahora en singular…
demasiadas ganas que ya no encuentran respuesta…
con una negativa que siento en la boca del estómago una afirmación…

Noto el vértigo del desengaño engañado…
de haber vivido un cuento de hadas que ahora leo de atrás hacia delante…
sacándome de quicio por no decir…
no sabes de dónde vengo, pensé al leerlo, ni te lo imaginas…
quizás sólo así podrías comprender…
tal vez sólo así no me pesarían las palabras…
los silencios…
los cambios de dirección…
contándole las patas a un ciempiés que lleva zapatos…
que se adentra en un camino que se termina…
que tan sólo me dice que salte antes de acabar de descalzarse…

La generación maldita...

Somos la generación maldita, ha dicho mi prima mirando al techo desde el trono de su recién estrenado hogar… con esa pierna en alto como cada vez que se le rebela el cuerpo… lo ha soltado al pasarle revista a ese micro mundo de amigos en común que vive a nuestro alrededor… en uno de esos encuentros que tenemos de cuando en cuando y que, en esta tarde, tenía un sabor distinto… era la primera vez que ponía un pie en ese espacio que es sólo suyo… para sentir la ilusión que hace estrenar un lugar y sentirlo propio… para comprobar que esa pequeña conquista de cuatro paredes es, muchas veces, un punto de partida único para una página distinta…

Entre café, té y tabaco hemos comenzado a ponernos al día de nuestras vidas -aún conociéndolas- sin necesidad de tener que pasarles revista… a comentar aquélla de esos que llevamos guardados en el bolsillo del corazón mientras el aleatorio de mi iPhone chillaba en los bafles de su nuevo salón que ya tiene sabor a casa… como siempre que nos vemos con tiempo, hemos comenzado a pasarle revista a ese montoncito de gente que ambas llevamos en el bolsillo del corazón de diferentes maneras… para hablar de la tristeza del desamor de un amigo que ha buscado ayuda más allá de sí para poder pasar página a una situación que le superó… hablando de la herida de otro amigo que sólo calla sin sacar de él eso que tanto le quema… llevaban un huevo de años, me ha preguntado afirmando… asentí con la cabeza mientras apuraba la taza de café que me había preparado… somos la generación maldita, ha salido de su boca… una llamada en su móvil advirtió de que nuestro mano a mano se convertía en una pequeña reunión de mujeres… de algunas que llevaba tiempo sin ver… de otras desconocidas… la tarde siguió entre risas, comentarios de política internacional… una propuesta cinéfila para un domingo, un concierto de unos tal “Ojos de gamba”… para cuando la propuesta de seguir con la noche fue declinada por mi parte, la frase seguía resonándome en los oídos como lo hace un gong en los tímpanos… me despedí del grupo improvisado hablando –como no- de música… acordando una nueva compañera para las clases de remo, despidiéndome en la esquina de Piamonte mientras me ponía los cascos en los oídos… al llegar a la esquina de Barquillo, opté por volver caminando a casa… dar un paseo en esta noche de sábado de Madrid que, de golpe, había inclinado la balanza hacia aprovechar mi soledad para marujear en casa… para colocar un espacio y una mente…

Caminaba por la calle en dirección contraria a la mayoría de la gente con una bolsa de Voll Damms colgándome de un brazo… pensando en encerrarme entre esas cuatro paredes renunciando a una noche por Huertas, a un plan que en ese momento no sé por qué simplemente me sobraba… la generación maldita, me dije a mí misma con la música chillándome en los oídos… en cuestión de meses hemos degenerado, pensé, de ser la generación perdida hemos pasado a ser la maldita… esa que no sabe mantener… esa que, pese a intentarlo, no encuentra respaldo ni respuesta… esa que se ve constantemente atrapada entre lo que desea, lo que busca y lo que no encuentra… en toda esa serie de parámetros vitales que te enseñan a medida que creces y que, en muchas ocasiones, no cumples… es una rareza que una pareja dure, algo significativo cuando hemos escrito la época más individualista de la historia de una sociedad… la de los singles como fenómeno sociológico… la de las frustraciones, muchas veces, por apuestas perdidas… por años invertidos en algo o alguien que, un buen día, se evapora como si nunca hubiera existido… dejando un agujero negro en el alma… convirtiéndonos en esa generación que, por más que lo intente, no sabe lo que es colgarse el éxito de la solapa… que vive con la constante sombra de la frustración, del tipo que sea, como una auténtica maldición…

Para cuando llegué a casa, recordé una conversación con ese amigo del alma que vive al otro lado del mar… esa en la que hablábamos de la cantidad de gente que vive sola, a veces por elección y otras por imposición… qué triste, contestó, es algo realmente triste… lo recordé mientras me servía la primera cerveza con la intención de sentarme en el sofá… con esas dosis sólo para uno del supermercado cuando, antes, lo habitual era los packs familiares… con ese par de filetes que veo a veces en una bandeja… recordando un anuncio de Ikea con una canción que me fascina cuyo slogan es “Donde cabe uno caben dos”… sonreí al pensarlo… pensando en cómo habían recortado el slogan que antes decía donde caben dos caben tres… somos un trampolín, me dije, lanzado al vacío sin agua en la piscina… propulsados un montón de metros por encima de nosotros pensando que en ese salto está la libertad, la independencia… y, sin embargo, no somos capaces de gestionarla… de vivir con ella… de despegarnos de nuestro propio ombligo para saber compartir… vivir… ceder… comprometernos… aprender a ser libres aún teniendo a alguien a nuestro lado… valorar el significado de respeto y de espacio personal sin caer en el error del control o el libertinaje… sonrío… sentimos todo eso como una obligación porque nos quita terreno, pensé mientras apuraba la segunda cerveza, no como una cesión de una parte de nosotros…

Quizás estamos malditos porque somos egoístas… porque no sabemos administrar las pasiones ni el individualismo necesario para sobrevivir… quizás porque somos incapaces de ceder, de sentir sin necesidad de que eso nos haga creernos prisioneros de algo o de alguien… porque las relaciones de pareja son una cuestión de estrategia digna de cualquier partida de risk, algo que me he cansado de ver a mi alrededor… plagada de una acumulación de Peter Panes, plagada de otras tantas Wendys… tal vez, nos bebimos un “yo” que nos impide acabar de crecer… sonrío… es curiosa esta vida, me digo a mí misma, no paro de escuchar a mucha gente que se siente sola pese a estar rodeada de gente y somos nosotros mismos los que hemos cavado esa tumba…

sábado, 20 de febrero de 2010

La muñeca rota...

Cogiéndola con cuidado, me quedé con la mitad de su cuerpo en las manos…
Tratando de entender cómo estaba unida… cómo eran las costuras…
La desnudé para saber cómo era ese cuerpo desconocido…
Para quedarme con la ropa minúscula en las manos…
Sintiendo que, quizás, no me pertenecía cometer ese sacrilegio…
Hazlo, me dije… más vale una derrota antes de seguir con mil batallas…
Miré su desnudez para comprender por dónde se había desprendido…
Dónde faltaba un tornillo… un nudo…
Esa atadura invisible e indivisible que la hacía ser uno…
Eso que antes la mantenía unida de una manera tan compacta…
De una sorprendente que permitía que brillara con luz propia…
Que ocupara en la estantería un lugar…
Único…
Rodeada de otras muchas… rodeada de caras que, sin embargo, eran invisibles a mis ojos…
La miré desmembrada sobre la mesa…
Sintiéndola mucho más pequeña… mucho más frágil…
Tremendamente vacía de golpe…
Sus ojos de cristal ya no tenían la misma vida…
La sonrisa que se pintaba en su cara se me antojo morbosamente cadavérica…
Qué te ha pasado, pregunté en silencio…
Quizás sólo el tiempo…
Abracé su cuerpo roto para volver a sentir un corazón que nunca latió…
Para sentir que, aunque se escapara trozo a trozo, un día existió…
La miré rompiéndose poco a poco…
Preguntándome cómo frenar el proceso…
Cómo hacer que se detuviera mientras recogía esos pedazos inertes…
Esos que un día tuvieron vida sin tenerla…
Con la ilusión quemándome la yema de los dedos…
Sabiendo mientras miraba cada extremidad que nunca más la sentiría…
Que nunca más sería la misma…
Acariciaba su pelo de plástico cerrando los ojos para notarlo de otra manera…
Para sentirlo como si fuera real, como si en algún momento hubiera sido…
Abrazando contra mí esos pedazos que se desencajaban poco a poco…
Cerrando los ojos para recordar cómo la sentía cuando era una…
Cuando era…
Sé que exististe, me digo a mí misma apretándola contra mí…
Que fuiste…
Que no la soñé…
La viví lo sé, me lo repito...
Quizás, simplemente así tenía que ser…

Un San Jueves...

Tenía ganas de conocerte por lo que nos contaba de ti, me dijo con ese acento peculiar que sé reconocer de procedencia francófona, pero cuando leí tu blog tuve todavía más… reconozco que me quedé sin nada que decir, con esa media sonrisa que te da la satisfacción modesta de sentir que esta sopa da calor más allá de quiénes me conocen… pide unas croquetas, le he dicho a Iñigo para salir del paso de una situación que se me antojaba difícil de lidiar… sigo sin saber cómo afrontar los piropos, me dije a mí misma sumergiendo mis neuronas en otro ron con limón con el que soltarme más todavía la lengua… estábamos en uno de esos bares en los que sólo pararía por equivocación o por casualidad… uno de esos del Madrid de toda la vida en el que vivo y en el que recalé con la intención de tomarme un café y conocerlas… con la firme intención de volver a casa a terminar de hacer cosas… con ese ánimo del jueves chillándome en los cascos del iPhone cuando salí de casa, revolviéndome un saquito de emociones y otro de interrogantes… aterricé para conocer a esas “niñas de veterinaria” que hacen que ese compañero de piso que parece seguir siéndolo vuelva siempre feliz y borracho… borracho después de tantas cañas que no puede enumerarlas… feliz porque esas dos mujeres con las que compartió clase cuando estudiaba le llenan el corazón con una sobredosis de calor que a él le pinta una sonrisa enorme en la cara… ahora que lo pienso, sonrío… no me extraña nada, me digo para mí, yo tampoco las conozco y, sin entenderlo muy bien, quiero volver a verlas pronto…

Me senté delante de un café con leche para contarles la experiencia vital de esta casa que busca soledad sin encontrarla… para escuchar que una caña zozobra nada más llegar, una frase que salió de una niña con cara de muñeca de apenas 24 años… me senté allí para conocer a esas dos chicas que conocía sin hacerlo gracias a las interminables conversaciones con Iñigo… lo hice pensando en estar un rato y, para cuando me quise dar cuenta, había caído la tercera copa… nos contábamos nuestras vidas entre carcajadas… compartiendo a un amigo que parecía espectador silente mientras las tres interactuábamos como si nos conociéramos de toda la vida… sonrío pensándolo… qué curiosa es la química en el ser humano, me digo ahora mirando con perspectiva… la tuve con ellas, quizás por referencias o quizás porque les tenía cariño por defecto… entre música y cachondeos, fui desgranando un poco más de lo que son… de esa crisis vital de los treinta que una de ellas conocía sobradamente, de esa otra personal de estar pillada con un “granjero busca esposa” cualquiera… me reía con ellas, con sus episodios… contándoles las locuras de esta vida mía… coleccionando frases como “mi dignidad está en mis bragas” o “a mí es que me gustan feos”, o intercambiando consejos sobre unas orquídeas que habían decidido no dar más flor… para la tercera copa –en vaso de sidra-, mis tres compañeros de reparto estaban al borde del colapso mientras yo comenzaba a reírme hasta de mi sombra y a hacer que ellos se descojonaran… ponme un plato de ensalada para la niña, le he dicho con mucho cachondeo al camarero, que ha salido a hablar por teléfono y se ha quedado la mujer a dos velas…

Quizás una de las bendiciones del alcohol es, precisamente, que te hace hablar de la vida más allá de lo que puede ser habitual… en cero coma, me vi filosofando sobre la constante batalla que todo ser humano tiene consigo mismo… discutiendo que, más allá de lo que nos envuelve, está lo que somos aunque sólo se nos juzgue muchas veces por un escote, una cara o un culo bien puesto… filosofábamos tratando de encontrarle un sentido a ese “nacemos sólos y morimos sólos” que a la pequeña del grupo le suponía un taladro en las neuronas… me vi abogando por esa libertad que da la soledad… ese estado elegido en el que aprendes a conocerte más, a perdonarte más… a saber vivir con lo que eres más allá de lo que quieras ser… para el siguiente cubata, los colores en los mofletes iban creciendo y las carcajadas eran más que sonoras… un perro con cataratas y corbata –por qué la llevaba, me lo sigo preguntando- era lo más bonito del bar más allá de nosotros cuatro… tres hombres veían el fútbol delante de una copa y estiraban el cuello sin tener que hacer mucho esfuerzo para enterarse de nuestra conversación desde la retaguardia… a ti te hace feliz, me vi preguntándole a esa mujer que al sonreír se le iluminaba la cara de la misma manera que al ponerse seria se envolvía en sombra… me contó la historia de su herida, la de su trampa… la de una que, quizás sin merecerla nadie, la tenía que vivir… vivir, me dije a mí misma sonriéndome de manera clandestina por mi propio álbum de fotos… no se lo has preguntado, le dije mirándola a los ojos mientras ella me miraba como lo hace un niño al que le reprenden… no tengo valor, me contestó… sonreí pensando que, quizás, para kamikaze ya estoy yo y obviamente el resto del mundo prefiere conservar los dientes antes de dejárselos contra el suelo… te da miedo la respuesta, le dije anticipándome a su movimiento de cabeza asintiendo, tanto si es sí como si es no… bendita alma humana, pensé, que teme a las dos caras de una moneda… a que cualquiera de las dos se pose bajo la vista, a tener que enfrentar una situación sea cual sea el resultado… una cara, quizás, cambiaría muchas cosas… la otra, quizás, sería como una puñalada en el corazón… el miedo de saber es el mismo… en un caso, porque supondría cambiar el rumbo de un timón… en el otro, porque obligaría a volver a pegar con SuperGlub los trocitos de ilusión perdida…

Con el siguiente cubata, el bar estaba cerrando… el camarero pasaba la fregona mientras se descojonaba de la risa con la conversación de la mesa y nos decía que no nos preocupáramos, que “la fiesta seguía en privado con el local cerrado al público”… yo es que soy muy bruta, dijo la niña con cara de muñeca… sonreí sintiéndome tremendamente identificada con esa lengua que decide decir sin medir el impacto guardándose la dulzura y el azúcar para otro momento… cuando el alcohol surtía sus efectos nocivos sobre la salud y mis dedos se enredaban con demasiadas teclas, optamos por acompañar a las damiselas a su hogar… caminábamos pasándonos las calles… teniendo que retroceder el camino… en una esquina, una relaciones públicas comenzó a vendernos la moto… dos minis a diez euros, me decía mirándome fijamente, y tú tienes cara de querer… me descojoné de la risa pensando que, como ya he escuchado, tengo todavía más cara de trasto que antes… declinamos su invitación por segunda vez cuando volvimos sobre nuestros pies para coger la calle correcta… me ha encantado conocerte, le dije mientras me despedía de ella dándole mi número de teléfono, estoy a dos calles cuando te apetezca… la pequeña del grupo -a la que agarramos de cada brazo para cruzar la calle ante su negativa de ser pequeña- balbuceaba... cuando la puerta del portal se cerró -lo reconozco-, más allá de los efectos del Brugal sentía muchísimo calor… quizás por una noche espontánea de jueves que se creó alrededor de una mesa, confesiones, calidez y muchas batallitas… quizás porque caminaba del brazo de ese pedacito de República que vuelve a casa cuando puede… en la esquina de Galileo, me contó una de esas perlas que se ha bordado en la solapa en este último tiempo… mirando fijamente lo que llevaba colgado del cuello, le sonreí… le abracé… sintiendo una tremenda emoción por él, sabiendo como sé lo que significa algo así… notando cómo se me llenaban los ojos de lágrimas, de esas que se tienen cuando algo es bonito… cuando sabes lo que significa, lo que genera… lo que despierta… cuando, de alguna manera, compartes su felicidad... su ilusión de vivir empezando de nuevo sin hacerlo...

Lo reconozco… Madrid no fue tan enemiga en esa noche de jueves… no fue tan gigante, ni tan impersonal… ni tan jungla humana en la que perderse para no ser nadie ni conocer a nadie… en esa noche de jueves, Madrid volvió a ser mi casa… mi nido, un refugio para anclar el barco pirata y sentir que no había perdido tanto el rumbo… quizás porque, para mí, Madrid son esas personas que convierten esta ciudad en momentos llenos de magia… en esa colección de historias que tengo por contar y que, quizás, a nadie le interesen pero que a mí me alimentan… no contaba con sacar nada extraordinario de la chistera, pensé cuando me senté a escribir ante la cara atónita de Iñigo tras escucharle decirme "te quiero" mientras subía la escalera para acostarse, y me encontré con un rosario de sonrisas…

viernes, 19 de febrero de 2010

La burra, la perra, la princesa y el chupa-chups…


A veces esta ciudad te regala un episodio de esos que no se mide en tiempo pero sí en sonrisa… y, cuando la cosa tiene que ver con un taxista, las probabilidades de que sea cuanto menos peculiar son todavía mayores… fiel a esos experimentos míos tan particulares que hacen que disfrute del mundo que hay más allá de Argüelles, me dispuse a arrastrar este cuerpo mío hasta Castellana para disfrutar de un encuentro de trabajo que sabía a celebración pese al agridulce… al llegar a la esquina de la calle, me planteé meterme en ese submundo que vive bajo el suelo de Madrid… ese metro que, no dudo sea un gran invento para moverse en esta jungla, pero que a mí me anula los sentidos y se me antojaba el colofón en negativo para un día de frío polar… no tengo día para sumarme al rollo rata, me dije a mí misma levantando el brazo para parar un taxi, un día es un día… cuando me senté en el asiento trasero, sentí el calor del coche… y rápidamente –como hago siempre- me hice mi propia ficha técnica de cómo podía ser el trayecto… hombre, treinta y tantos, cierto acento macarrilla… esto promete, me dije a mí misma indicándole a dónde iba…

Antes de darme cuenta, me estaba contando sin que yo le preguntara que estaba hasta las pelotas de la BlackBerry que le habían enchufado los de Vodafone como la gran revolución tecnológica… el calificativo de “puta mierda” salió de su boca algo así como una docena de veces en apenas cuatro frases… si es que además con estos dedacos, me decía mientras giraba en Cea Bermúdez, le doy a todo a la vez… sonreí… ventajas de la revolución táctil, le contesté mirando esas teclitas que se vencen bajo mis dedos y que me conectan con otro mundo… en otras dos décimas de segundo, me estaba interrogando sobre mi profesión para contarme dos décimas más tarde que él trabajaba los fines de semana como controlador aéreo… a la altura de Santa Engracia, nos cruzamos con uno de esos hermanos rockeros que siguen en el mismo lugar de la Gran Vía –calculo- desde que se puso el primer adoquín… viejas glorias, le dije yo con cachondeo… viejos cerdos, me contestó él con gesto de desaprobación, que una vez tuve que llevarles y eso de ser rockero no implica tenerle alergia al agua… me descojoné de la risa, no por lo que decía sino por cómo me lo estaba soltando con ese acento tan de barrio que iba in crescendo a medida que se relajaba…

Por algún motivo que no sé hilar de la conversación, empezó a hablarme de que llevaba años queriendo hacerse un tatuaje… pero no uno taleguero rollo amo a mi madre, me decía mirándome por el retrovisor, una cosa guapa para que cuando me cuelguen las chichas quede hasta bien… me reí… lo malo, siguió diciendo, es que cuando me pillé la burra todos me dijeron que empezaría a tatuarme para ir a juego y sólo por joderles lo voy retrasando… antes de que pudiera preguntarle qué moto tenía, ya estaba buscando a la burra en su BlackBerry táctil no sin cagarse en ella… ante mis ojos, de golpe, vi una Harley de esas de coleccionista que jamás veré circular por Madrid… no sabes lo que es una moto, siguió diciéndome mientras yo le decía un “qué chula” que me salió del alma, hasta que la montas… me reí… mi poquito de alma de motera sintió una terrible envidia y recordó un pedacito de otra vida en la que sí sabía la sensación de recorrer Madrid sobre una… en esta otra sale más guapa, me decía mientras buscaba en el móvil aprovechando un semáforo, pero está con la perra… cuando miré la pantalla, me quedé ojiplática… sobre la moto se sentaba una rubia oxigenada con una falda muy corta y una pinta de “Yo soy la Juani” que me descolocó… la perra, pregunté para mí… antes de que digas nada, me dijo sin dejarme abrir la boca, esa es la perra… me descojoné… hija de puta se queda corto, me soltó, y sólo la llevo porque tengo que verla esta noche en casa de un colega y me la pidió… la perra, repetí en voz alta riéndome desde el asiento de atrás… y esta es mi princesa, dijo al cabo de dos segundos enseñándome la foto de un dogo alemán que dormía sus cincuenta kilos de peso –información que él me facilitó- sobre un sofá de flores… le miré con cara de póker… escalas personales de la vida de cada uno, pensé, cuando una ex es considerada animal y un perro tiene categoría de sangre azul…

Para cuando estábamos casi llegando a Castellana, el tío no se cortó un pelo en preguntarme cuántos años tenía… treinta, le contesté pensando todavía en sus peculiares etiquetas… casada no, preguntó asintiendo… descojonada de la risa, le contesté un “divorciada” que le dejó noqueado por primera vez a él… pero con papeles, contestó… en lo que le pagaba, le resumí que una década de relación es un divorcio en toda regla… quiso saber más y el reloj apretaba más incluso que las pocas ganas de contarle nada… claro, me dijo solemne en los que me hacía el ticket, os entra la prisa por ser madres y nos acojonáis… qué va tronco, le contesté yo guardando el cambio en el monedero, pero vuestra edad mental a veces nos obliga a serlo sin haber parido… se giró con el trozo de papel en la mano, por primera vez le vi la cara completa… y antes de que me diera cuenta, se estaba muriendo de la risa… tanto que se le saltaban hasta las lágrimas… sin mediar palabra, abrió la guantera… con un “te lo acabas de ganar” me tendió un chupa-chups… que conste que sólo lo tengo para los clientes que se lo merecen, me dijo con su todavía más acento macarra mirándome en plan dandy, y tú te lo mereces más que nadie hoy… miré el caramelo con palito flipando con la situación… me acabas de conquistar, le dije bajándome del taxi con mucho cachondeo, encima de fresa… para cuando me despedía de él, no supo quedarse callado… para que sigas siendo dulce, me contestó con ese tono de galán cheli, “pal” próximo a ser posible no le cambies los pañales…

Le miré riéndome y diciéndole un “no tengas cuidado”, deseándole suerte mientras me ponía el casco que me faltaba del iPhone… cerrando la puerta para despedirme de un capítulo de esos peculiares que vivo en esta ciudad… mirando el bendito chupa-chups como un tremendo regalo… preguntándome por qué me pasan a mí estas cosas y, lo que es mejor, por qué me encanta que me pasen…

miércoles, 17 de febrero de 2010

Tertulia de invierno o el "síndrome de la cabaña"...

Mi reino por un Cola-Cao, me he dicho a mí misma mientras sopesaba los pros y los contras de salir de casa… al calor de la lumbre, debajo de una manta… escribiendo, cómo no, para esta extraña sopa que me ayuda a escupir y a tragar… era mi segunda noche de antojo de un triste vaso de leche… la segunda en la que me encontraba con que no tenía el líquido preciado para saciar mi capricho… sin dudarlo dos veces, he levantado el cuerpo del escaño despegando los riñones de ese radiador que me recuerda lo que son los veinte grados de temperatura… al salir a la calle, me ha sorprendido la temperatura mientras miraba la poca nieve que va quedando en el jardín… ni pizca de frío, pensaba descojonándome de todas esas predicciones alarmistas que sitúan este minúsculo rincón del mundo más cerca de la estepa Siberiana que de cualquier otra sitio… cinco grados y medio para una noche de febrero entre montañas es, cuanto menos, un lujo…

Calle abajo dudaba de si encontraría abierto el bar… apenas medianoche, ni un alma por la calle… ni tan siquiera los perros quieren salir, me decía a mí misma mientras veía cómo corría el agua del deshielo calle abajo… cuando he abierto la puerta del bar –la única luz visible en la calle más allá de la farola-, dos pares de ojos me han mirado… coño una mujer, ha dicho Alvarito con esa voz tan suya, ya tenemos un problema… he sonreído quitándome la cazadora de nieve que, francamente, me daba calor… yo no formo parte de ese grupo Álvaro, le he dicho con mucho cachondeo, no ves que a veces parezco un tío… consciente de la broma y el motivo, se ha reído… una risa que se ha visto envuelta por una de esas caricias verbales que, a veces, te dan calorcito en el alma… ya podía haber un millón de mujeres como tú, ha contestado ese personaje peculiar que asegura que liga poniendo una mirada a lo Bogart y que parece pensar mucho todo lo que sale de su boca… le he mirado con la ternura que me inspira lo peculiar que es… creo que precisamente él, me he dicho a mí misma sacando tabaco,  es uno de esos personajes insignes que convierten este lugar en un peculiar epicentro de historias… el Míster, el hombre adicto al café y al Marlboro… ese contrincante mío del “Qué apostamos” que tenemos montado a ver quién pilla primero el crucigrama del Diario de León… ese que, cuando se atasca con alguna palabra –únicamente- me consulta siempre a mí sus dudas con las gafas sobre la punta de la nariz porque dice que soy “lista y leída”… eres un galán, le he dicho con mucha sorna, pero no sabes la guerra que iban a dar tantas como yo… se ha reído sujetando entre los dedos el cigarro que siempre le acompaña… ponme un Cola-Cao, le he chillado a Alvaro dando golpes sobre la barra y cogiendo –por puro vicio- un pincho de queso… estamos viendo un reportaje de Noruega, me ha dicho el Míster abriendo mucho esos ojos azules que un día no fueron tristes, qué país… está enganchado al canal Viajar de la misma manera que lo está a la cafeína y, quizás por ese vicio tan suyo, es un crack en geografía…

Sentada a su lado, miraba hacia la pantalla en lo que Álvaro me ha puesto ese vaso de leche… al mirarlo, lo reconozco, he sonreído… Nesquik, me he dicho a mí misma, por eso ha tardado tanto… hasta en eso me consiente, sólo tiene por mí esos sobrecitos individuales del cacao alternativo… aunque venga apenas unos días al mes, aunque no viva aquí, siempre recuerda que siento predilección por él antes que por el bendito polvillo universal… menos mal que has llegado, me ha dicho Álvaro, porque estaba a punto de entrarme el síndrome de la cabaña… cuando he preguntado, no me imaginaba la respuesta… pues esa teoría dice que cuando dos personas pasan mucho tiempo sólos y juntos, me contaba mirando al Mister de medio lado, uno mata al otro… yo me reía mientras miraba a Alvaro simular su ficticia comparecencia ante un juez… no sé si le maté porque estaba harto de ponerle cafés, decía con mucho cachondeo, o porque era invierno y no tenía otra cosa que hacer… mientras removía mi vaso de leche, hemos comenzado a charlar de esos seres que tienen el don de sacarte de quicio sin entender muy bien el origen de su rabia… Alvaro se indignaba sabiendo el expediente matutino, el Míster preguntaba si a ese chico “le pasaba algo en la cabeza”… yo les miraba como el que ve un partido de tenis sin ser consciente de la que se me venía encima… de golpe, y sin entender muy bien por qué, me he visto hablando con ellos del maravilloso mundo de las relaciones personales… de esa teoría de Alvarito de que el amor es el sentimiento más egoísta que existe, de esa convicción del Mister de que existe más allá de los fracasos… les miraba interactuar escuchándoles decir que uno de ellos era como Tiger Woods pero que no le dejaban ser adicto o que sabían de una mujer que, a la mínima, se quedaba como una perdiz desmayada… me descojonaba, lo reconozco, escuchando decir cosas como que ligarse a una chica de 17 años no era de degenerado porque igual la que te degeneraba era ella… les veía en una “a ver quién da más” la mar de peculiar entre divagaciones sobre fidelidad, técnicas de ligoteo y libertad… interpretando las difíciles maneras de entender la igualdad entre hombres y mujeres, las de una amistad entre sexos que –para uno de ellos- ni existe ni podrá hacerlo nunca…

Para cuando terminé el vaso de leche, estábamos enfrascados en una conversación en la que “te zambombeo” iba y venía como lo más normal del mundo… en cero coma, tuve una edición del Hola de la montaña oriental leonesa ante mí, con esos extraños episodios que suceden en los fríos del invierno… con esa confianza que tengo, pasé detrás de la barra para servirme una copa… ponme un café Alvaro, chillaba el Míster desde la mesa… me tienes hasta los cojones con tanto café, le contestaba él, luego estás que no hay quien te aguante… yo miraba la escena mientras me autoservía mi propia copa, consciente de que por más que lo intente ese tipo de momentos sólo los vivo aquí… escuchando la historia de cuernos más rocambolesca del planeta en apenas cinco kilómetros de distancia… riéndome viéndoles como el que ve la tele, sin necesidad de intervenir… sacando vecinos del armario, inventándose las historias más telenoveleras del mundo para una infidelidad… escribe de esto en tu columna, me ha dicho Álvaro… sonreí pensando que era lo que pensaba hacer nada más llegar a casa… para cuando el reportaje de las Maldivas me hacía soñar con una playa de agua acojonante y ellos discutían sobre dónde estaban las Arsenas, he optado por la derrota… señores, he dicho mientras me ponía de pie, me retiro… vas a volver pronto verdad, me ha preguntado el Míster con ese tono tan suyo, se nota cuando estás tú… he sonreído… claro Mister, le he contestado, para comprobar que esté todo en orden… sonrío… todavía recuerdo cómo, el sábado al llegar, ese personaje que siento familia también me dio la bienvenida… coño, me dijo mirándome desde la puerta de su casa, salió el sol… quizás sea cierto que, cuando vengo yo, todo el mundo se entera... sonrío... supongo que porque soy la que más viene por aquí pese a las nevadas, al frío o a la soledad...

Subía hacia casa riéndome de las ocurrencias de esa pareja de nocturnidad que me había echado de la manera más tonta… de eso que hace que Alvaro haga de esas cuatro paredes un lugar que, sin tener nada, es especial… de eso que hace que el Mister sea el hombre que hace de las palabras de cada crucigrama una auténtica cumbre de estado dentro del bar… sonreía al abrir la puerta mirando por última vez –por ahora- ese jardín que iba desnudándose de nieve… mañana me voy, me he dicho a mí misma con esa extraña nostalgia que me lleva a despedirme de cada rincón del pueblo así venga de manera continua… sonreía cerrando la puerta pensando en que lo que hace mágico este lugar es, sin duda, su espíritu… el que se crea a golpe de conversación, de rato compartido… de palabra incompleta, de monodosis de Nesquik… siempre lo digo, y sigo sin encontrarle explicación… no sé qué tiene este sitio que me sana las heridas, me carga la batería y me empuja a volver a volar…

lunes, 15 de febrero de 2010

El complejo de Sansón

Me acaricio la nuca sintiendo cómo resbala el pelo entre los dedos… entornando los ojos para dejarme llevar por una sensación olvidada y tan placenteramente doméstica como tocarte la cabeza… noto los dedos deslizarse sobre el cráneo, notando cada centímetro de piel bajo el pelo… abandonándome a la sensación de disfrutarlo… de sentirlo… de notar cómo se me pone la carne de gallina y se me queda el pelo completamente desordenado… sonrío… caos, como yo, no podía ser de otra manera… se me pierde la mirada en esta noche tempranera de luna nueva a la que suple esa luz que da la nieve… Sidonie me inunda las neuronas con esas letras que, de golpe, me hablan como lo hace un amigo de toda la vida… sonrío recordando una noche madrileña de hace apenas un par en la que sonaban ellos también y volví a sentir el recuerdo de un pasado químico en el que ahora sólo hay matemática… uno más uno son sólo dos, sin dobleces… sin  más…

Vuelvo a perderme acariciándome la cabeza… cerrando los ojos para abandonarme a ese momento felino en el que incluso ronroneo sin necesidad de nadie más… sonrío… creo que sufro un extraño complejo que no deja de sorprenderme… uno que suena a Antiguo Testamento, a mitología y  que siento desde que mi pelo se quedó en el suelo de una peluquería en Bilbao… como Sansón pero a la inversa, decía el otro día en una de esas conversaciones de parque que me dan la vida porque puedo ver las estrellas… me encanta oírte así, me decía la voz de esa fiel escudera que me acompaña rollo Sancho Panza contra mis propios molinos, ojalá te hubieras cortado el pelo hace dos años… me descojono de eso que tanto escuché los primeros días con este cambio de look… cuando una mujer hace algo así, me han dicho en más de una ocasión, es porque quiere marcar un punto y aparte en su vida… punto y aparte, me repetí a mí misma, curioso esto de los puntos cuando yo siempre uso los suspensivos… cuando pienso en la cara de la gente al verme, sonrío… estaba preocupada por ti, me dijo esa mujer minúscula con tanta fuerza, pero cuando te he visto ese pelo me he dado cuenta de los cojones que tienes… me paro a pensarlo… valor, cinco letras… sonrío… ese que tenía, que perdí y que ahora parece haber vuelto a colarse en mi vida… me gusta sentirlo, lo reconozco… quizás porque siempre he tenido fama de tenerlo, porque siempre sentí que formaba parte de mí… echarle un par de pelotas a la vida formó parte de esa cría que aterrizó de nuevo en Madrid hace mucho tiempo… de esa que, como recordaba con la rubia el otro día, era capaz de dejar una copa sobre la barra de un bar y decir un “ahora vuelvo” que dejó ojipláticos a todos sólo para colocarle a alguien los puntos sobre las íes… lo pienso y me descojono… esa era yo… no estoy dispuesta a que me coman la merienda, dije el otro día sin pensarlo demasiado… darling, oí decir al otro lado del teléfono, no es lo que has dicho sino la manera…

Me acaricio la cabeza de nuevo… sintiéndome mínimamente invencible de golpe, notando esa dinamita prenderse dentro de mí… sabiendo que no hay Dalila a la que confiarle más secretos ni más debilidades, que no hay más traición que la que pueda cometer conmigo misma… dándome cuenta de que, quizás, no nací para servir a ningún dios pero sí para luchar contra mis propios filisteos… para volver a mirarme en un espejo y notar que no tengo que arrodillarme más a pesar de esos miedos que nos acompañan a todos pero que, lejos de hacernos más mortales, nos convierten en quiénes somos… consciente de que, por más guerras en las que pueda participar con este alma ninja mía –como dice esa Little Madonna que fiché como integrante de mi propia secta-, siempre tendré un refugio al que regresar con heridas o sin ellas… echarle un par de pelotas a las cosas se me quedó en el tintero durante demasiado tiempo, pienso mientras vuelvo a tocarme la nuca en este reconquistado vicio… soy y estoy, me digo, con pelo o sin él…

sábado, 13 de febrero de 2010

Un cambio de acera...

Sentada en el brazo del sofá, miro simplemente por la ventana… tan sólo oscuridad en mitad de esta noche menguante de febrero que, mañana, será noche absoluta… respiro hondo dándole una calada al último cigarro de esta noche… ese último que, creo, tan sólo fumo porque estoy escribiendo suspendida en este lugar que tanto me gusta… en este mirador del mundo al que me encaramo sólo para dejarme llevar por mi metro cuadrado interior… sonrío… hoy ha sido un gran día, me digo a mí misma sopesando las pequeñas victorias que celebro como grandes momentos… quizás porque, una vez más, me he dado cuenta de que a pesar de que me guíe el corazón tengo cabeza… la vida es un viaje peculiar, me digo sin olvidar de dónde vengo… creo que esa pequeña victoria ha comenzado a fraguarse sentada en esta misma calle pero en la otra acera… en casa de una amiga de esas que haces por casualidad, de esas a las que te une un lugar en el que tomar café y con la que, en nada de tiempo, tienes la sensación de conocer desde hace mucho… tenemos hasta y media gordi, me ha dicho con ese acento suyo granaíno y su alma de opositora impenitente, pero me apetece que te subas a casa un rato… de la manera más improvisada, comenzamos a charlar encendiéndonos un cigarro… compartiendo una tarde de sol de febrero… contándonos un poquito más de nuestras vidas más allá de sus ataques de ansiedad por el embotamiento de opositar a Hacienda, de nuestros problemas compartidos sobre la crisis de los treinta… más allá de eso que, hasta ahora, nos contábamos entre cafés cronometrados para que ella volviera a estudiar… tiempo, un bien preciado del que ella carece pero que decidió regalarme en su día de semi relax…

Sentadas en esa casa suya que hasta hoy no conocía, me he dado cuenta… yo he llegado a la conclusión, me ha dicho con mucho arte, de que todas tenemos un Jesús en nuestras vidas… recuerdo que he sonreído al escucharla decirlo… pensando en cómo son las cosas… en ese redescubierto mundo de la soltería que no deja de sorprenderte… en ese género masculino que, en ocasiones, no sé si ve muertos pero sufre otro tipo de alucinaciones… en esas cosas de esta generación nuestra que no dejas de escuchar y que te quitan las ganas de creer en muchas cosas… la miraba contarme esas pequeñas ilusiones que a todos nos alimentan, que simplemente le dan cuerda a todos los relojes… ilusión, pienso mientras le doy otra calada a mi humo… algo que es difícil de sentir, algo jodidamente fácil de perder… ella me hablaba, simplemente, de la ilusión de un reencuentro frente a un café… de la falta de respeto que había germinado entre esta sociedad nuestra en la que, todavía, una mujer sexualmente liberada tiene que escuchar comentarios machistas… tú ves ahora a los críos de veinte años y se consideran iguales, me decía con esa voz tan sabinera suya, nosotras todavía tenemos que aguantar las tonterías de machito que te hacen mandar a un tío a su casa… me río… si algo me gusta de ella es ese carácter que no disimula… ese arranque tan suyo que le hace recordarle a su contrincante que sabe el lugar que ocupa en este mundo… que sabe lo que implica ser quien es, ella… lo peor de los hombres, me decía, es que se creen sus propias mentiras como si recitaran un credo… reconozco que sonreí tirando de archivo vital, poniéndole una sonrisa irónica a la situación… la miraba entre Fortunas y mi vaso de agua… dándome cuenta de que nos parecemos más de lo que pensaba… distintos orígenes, distintos caminos, el mismo espíritu… tres décadas morenas de genio y humor… una mujer, sin más, con las cosas muy claras… mujer, lo pienso… cinco letras… un significado tan enorme que no cabe únicamente en la definición de  individuo de sexo femenino… supongo que formamos un capítulo aparte de este cosmos en el que nos toca vivir… uno en el que, el día que desaparezcamos, quizás nadie nos recuerde con el paso del tiempo… uno en el que, hasta que lo hagamos, se acordará de quiénes somos… sonrío… vaya par de Juanas de Arco estamos hechas, le he dicho con mucho cachondeo… cada una con su causa… cada una contra su propio molino… cada una, sin embargo, consciente de lo que quiere y lo que no en su vida… lo seremos, sentenció, pero de gilipollas no tenemos un pelo…

Sigo encaramada a este brazo del sofá en el que el mundo se ve de otra manera… mirando al tendido… sabiendo que, sólo cruzando la calle, ella está al otro lado… sentada frente a esos apuntes que no sé cómo es capaz de retener… peleándose contra sus propias neuronas, sus dudas y ese tiempo que se le escapa en una agenda mental armada que lucha contra la desilusión a golpe de cabezonería… me río… es del mismo clan que yo… cree hasta el final, siente de verdad, caza en solitario –como me dijo ese hermano que tengo al otro lado del Océano-, es un terremoto y ha decidido pautarse a sí misma lo que sabe que merece… no necesita demostrarle nada a nadie porque, simplemente, sabe lo que es… sonrío… reconozco que siento admiración por ella, por lo que es y por lo que demuestra ser sin necesidad de hacerlo… por ese terremoto que vive dentro de ella y que no está dispuesto a permitir que nadie lo pare…

martes, 9 de febrero de 2010

El parking...


Creo que me he dado cuenta cuando he vuelto a notar cómo se deslizaba el coche rampa abajo… he vuelto, me he sorprendido a mí misma pensando sin poder evitar sonreír… mientras bajaba esas rampas que, aunque a nadie le gustan, yo me conozco de memoria pensaba en lo curiosa que es esta existencia mía que a todo le saca punta… esta que paso mirando más allá de lo que, a mí, me parece superficial… tal vez buscándole una pata que no toca a un gato o, quizás, aprendiendo a mirarlo simplemente con otros ojos…  Krakovia sonaba a toda pastilla en los altavoces de mi coche mientras descubría que esa plaza que tanto me gusta estaba libre… supongo que así dicho suena a maniático compulsivo, pero cualquiera que aparcara en ese parking entendería que una tenga sus predilecciones… me estaba esperando, supongo… maniobré sin necesidad de mirar apenas por los espejos retrovisores… sonrío.. me conozco palmo a palmo ese parking que, durante mucho tiempo, formó parte de este barco pirata… para cuando apagué el motor y me quedé en silencio dentro de mi propio coche, me di unos segundos… sólo para mirar esa sucia masa de cemento viejo… ese espacio que tantas veces he recorrido bajo esa luz amarillenta que le da un aspecto todavía más asfixiante…

Has vuelto a casa, me dijo Jose con una media sonrisa al verme subir la rampa… a casa, pensé… rellené charlando con él la ficha del coche, le pagué el mes y me dio esa tarjeta magnética sin la que no puedo ni entrar ni salir… me río… cuántas tarjetas se colarían dentro del salpicadero del Ibiza, cuántas veces tuve que comprar otra bajo la carcajada de Jose que me decía que empezaba a tener una millonada invertida dentro del coche… para cuando le devolví el papelote de turno, me preguntó con esa discreción tan suya por qué me había marchado en su momento… respiré… después de casi tres años, se atrevía a preguntármelo… después de tres años en los que le había visto a diario, charlado con él… tres años en los que me siguió mimando como cuando era abonada, regalándome almendras tostadas -que él mismo prepara y trae de su pueblo- o carne de ciervo de alguna de sus cacerías… le sonreí… las gilipolleces que hace una por amor y por una moto, le contesté con mucho cachondeo… se rió, se sonrió… de todo se aprende, me dijo con un tono paternal que me hizo gracia, y hay veces que aunque uno cree que pierde gana… le sonreí… en ese momento recordé cómo le conocí, cuando todavía estaba en la Universidad… cuando acabé con mis huesos en este edificio donde vivo ahora y tuve que quedarme un verano a hacer unas prácticas… le conocí por casualidad y, sin embargo, antes de darme cuenta me había sumado a su clan… a uno que se sentaba en esas noches asfixiantes de julio en la puerta del parking a charlar… en su caso y el de sus compañeros de cita –todos ellos conserjes o vigilantes de los parking de la manzana-, por obligación… en el mío, simplemente, por una cuestión de insomnio… el único requisito era bajar una silla… el plan, sentarse en la puerta a ver pasar las horas de la noche tomando unas cervezas… me río… sólo tenía veinte años y me pasaba las madrugadas con una pandilla de cuarentones que hablaban de sus vidas, se metían con sus mujeres y arreglaban el país… pero, pese a eso, reconozco que no había noche que no bajara…

Volví a casa con una extraña nostalgia la mar de sana… una que, además, tenía mucho de pequeño triunfo anónimo… quizás porque había vuelto al lugar que hace tantos años elegí… al lugar donde, todavía lo recuerdo, dejé mi coche cargado hasta los topes con todas mis cosas una madrugada de hace muchos años cuando me tocó salir de la que era mi casa a la francesa con la ayuda de ese amigo del alma que, pese a no estar físicamente a mi lado, me acompaña siempre… un lugar del que, pese a su oscuridad y su suciedad, guardo buenos recuerdos de otra vida… en realidad, creo que esa extraña sensación placentera se fundamentaba en que había vuelto a elegir yo… había vuelto a decidir volver a ese sitio que, hace ya tantos años, escogí… ese en el que, quizás no encuentre mi coche la mitad de las veces -la plaza no es fija, uno aparca donde puede o donde le dejan-, pero me siento tan tranquila… ese en el que todos los vigilantes me conocen y, lo que es todavía mejor, me miman… con palabras, con gestos, con un cigarro que me ofrecen para que me pare a charlar con ellos… lo reconozco, soy la consentida de la calle… y sentir que todo ese mundo que se preocupa por mí vuelve a pertenecerme, me gusta…

Espíritu de contradicción...

De golpe, le tengo miedo al folio en blanco… me acabo de dar cuenta, al comenzar a escribir… cómo contar, cómo decir… mi mente no encontraba otro comienzo más que el de decir la verdad, que no sabía cómo empezar a teclear en esta madrugada de Madrid… en esta de un día frío que empezó en otro lugar… en uno cerca del mar, en uno de esos puertos de referencia vitales míos sin el que este barco pirata ya habría escorado… sonrío… no tardes tanto tiempo la próxima vez, me ha dicho con tono melancólico por teléfono… no te preocupes rubia, le he dicho con mucho cachondeo, no pienso morirme otra vez… me reencontré con ese trocito del mundo que, aunque no me pertenece, sí me ha hecho un hueco... ese trocito que se alegró de verme, que me dijo lo bien que me veía... sonrío... me sorprendió cuando sacamos cuentas... más de año y medio sin pisar Bilbao, no recordaba que hubiera pasado tanto tiempo… necesitaba volver para inaugurar el calendario de esta vida nueva de gata… quizás porque me encanta esa ciudad en la que estoy abocada a ver llover sí o sí o también… quizás porque me encanta perderme en una playa aunque sea un ratito, pese al frío y al vendaval… pero sobre todo, porque esa ciudad es uno de caladeros ocultos de mi propio mapa, uno en el que me refugio cuando el alma se me parte o cuando me atonta una sobredosis de felicidad… una con la que comparto esta vida mía en la que se hacen crecer enanos y pasan las cosas más extraordinarias… creo que nadie como ella maneja el Superglub del alma… no sé cómo lo hace pero siempre logra izarme de nuevo los mástiles  para seguir hacia delante… eso es fácil de decir cuando no te han visto, me dijo de una manera que se me grabó a fuego en la retina, porque resulta acongojante… me impactó oírla decir eso así… sonrío… si algo tiene esa rubia es que me ha ayudado durante mucho tiempo a recoger pedacitos de mí misma de manera incansable… sé que mi camino lo hizo suyo... sé que parte de lo que yo haya podido vivir ella también lo ha vivido... tienes la capacidad de contagiar toda esa alegría que sientes, me decía en una charla cocinera de madrugada, pero también la inmensa tristeza que a veces te come... 

Pienso en ella en esta madrugada de Madrid que me sabe distinto… que me sabe a recordar una sensación que había olvidado pero que reconocí perfectamente en apenas segundos cuando comenzó a fraguarse… la de sentirme completamente perdida, atada de pies y manos de manera voluntaria cuando me he partido la cara para sentirme libre… me descojono con las ironías que tiene la vida… tanto luchar para encadenarme a mí misma y comerme la llave... lo pienso y sonrío… no sé muy bien por qué, pero lo hago… quizás estoy de atar, simplemente… inspiro, expiro… Tontxu lleva sonando toda la noche en esta casa… bajito, suave… como un susurro… poniéndole banda sonora a una de esas madrugadas en las que querría poder correr por los tejados… tener esa capacidad de sentir la ingravidez bajo las patas al saltar… maullándole a la luna como sólo lo hace un gato libre… uno que, aún siéndolo, vuelve a casa para dejarse poner el collar de cascabel en el cuello… inspiro y vuelvo a expirar… pajareo sobre las posibilidades de cada hilo con los que me he tejido esta noche la tela de estas velas que se han perdido un soplo de aire… quizás para no llegar a ninguna parte, quizás sólo porque soy así… sonrío… yo te puedo decir misa, me dijo esa amiga en una de las múltiples conversaciones, que tú harás lo que te salga de los cojones… me río… cuenta con que lo haré y, sin embargo, me aguanta…  supongo que en eso radica esta alianza nuestra tan peculiar… en que me conoce mucho más incluso que yo a mí misma y que, en ocasiones, me quiere incluso mucho más que yo a mí misma...

Esta tarde he vuelto a sentir tristeza… una que no sentía desde hacía mucho tiempo, una que tiene una definición perfecta sobre la piel… la he compartido entre tercios de Mahou y tabaco tratando de encontrarle el reverso... la he compartido con un mail de esos que se escriben con el corazón desde una distancia en la que amaneció este cuerpo y que te dice muchas verdades para las que, por una vez, no vas a argumentar defensa alguna… lo he hecho poniéndole asfalto al terremoto... tratando de encontrar una ruta que, quizás, no existe… una que no sé si me lleva siquiera a alguna parte o si me enredará en una espiral… soy una puta contradicción, me digo a mí misma en esta madrugada, siento con el estómago y me vuelvo loca tratando de frenarlo con la cabeza… tejo una telaraña que me enreda en preguntas, silencios, sonrisas… en no comprender un cambio de velocidad que, de golpe, siento en la boca del estómago como una patada... sonrío... me rendí contra el movimiento y ahora es él el que se revela contra mí, me digo... de golpe, me estoy bebiendo un cocktail de sensaciones tan peculiar que siento ese efecto helicóptero bajo mis pies… se me va la cabeza a ese mar encabronado que vi en Sopelana, a esas olas rompiéndose entre sí entre un estruendo de espuma y viento… con el olor a salitre impregnándose en todas partes, con un sol marchándose… con la rubia y ese resfriado que la tenía en jaque... sonrío… lo recuerdo como algo jodidamente dulce… casi perfecto, pensé… el casi, cuatro letras, probablemente sea parte del guión...


Miro por esta ventana y veo la oscuridad de un lunes entre asfalto, de una madrugada alargada más de la cuenta sin sueño a la vista… me acaricio esta redescubierta nuca mientras se me pierde la mirada en esta nada que me envuelve y que me parece escenario perfecto para ubicar piezas de puzzle en este momento... disfruto de la sensación de tener la carne de gallina mientras me toco la cabeza... estás súper guapa, me dijo ese pedacito que tengo de Bilbao en el bolsillo del corazón cuando mi pelo se quedó en el suelo de una peluquería el viernes, pero tienes una cara de traviesa… sonrío… quizás por eso, porque lo soy, vivo como lo hago y pierdo el pulso del timón… y quizás, precisamente por eso, ella es ese punto de referencia al que vuelvo siempre para escuchar aquéllas cosas que quizás no me gustaría oír pero que busco escuchar... porque sé el valor que tiene cada una de sus palabras, de sus silencios y sus muecas... porque, pese a saber que siente en las antípodas de este metro cuadrado que es sólo mío, me abrocha el alma a esa razón que a veces no existe en mi manual... sonrío... curioso saber la guía, me digo a mí misma, cuando aún así tan sólo la miro por el rabillo del ojo... 

Sólo se me ocurre esta canción... sí, hoy estoy poco original... pero creo que tampoco podría ser ninguna otra...

lunes, 1 de febrero de 2010

Fábula del caballito de mar y la mariposa...


Había una vez un caballito de mar que vivía su tranquila vida en un rincón de un gran océano… había hecho de una roca su hogar al abrigo de las mareas y de las fuertes corrientes marinas… en su mente, quedaba todavía el recuerdo de la última tormenta… una en la que el agua enfurecida le arrastró a una de las simas más profundas del océano… rompiéndole las aletas, robándole la capacidad de poder nadar… envolviéndole en un fango pegajoso que le impedía despegar su cuerpo de ese fondo en el que estuvo atrapado… en su recuerdo estaba todavía lo que supuso encontrarse en mitad de la oscuridad… la angustia de no poder impulsarse hacia arriba para salir de esa profundidad de tinieblas en la que vivía… aguardando que se sanaran sus heridas para volver a tener fuerzas para nadar, para poder salir de esa oscuridad que le anulaba todos los sentidos y le hacía olvidar día tras día que había una vida en aguas mucho más claras… en su cabeza, pese a ver ahora la claridad del sol entrando a través del agua, estaba presente ese tiempo de oscuridad… por eso nunca se alejaba de ese hogar que había construido al abrigo de una roca… lo suficientemente cerca de la superficie, lo suficientemente lejos a la vez… el lugar ideal para refugiarse del oleaje, el perfecto para huir de los depredadores… el más alejado que existía de esa profundidad marina a la que no deseaba volver… el único lugar que se le antojaba para curar sus heridas y poder volver a nadar…

Un día, el caballito de mar se dejó arrastrar por una ola… una que sacudió todo el océano y que le empujó a la deriva sin poder oponer resistencia… el caballito de mar sintió pánico al ver cómo ese mundo construido al amparo de las rocas se alejaba… siendo espectador impotente de cómo esa masa de agua lo arrastraba en una dirección desconocida, hacia una playa en la que nunca había estado pero que sabía que existía… agotado, dejó de rebelarse… pensando mientras el agua se lo llevaba en cómo volver a su refugio tan pronto como cesase el oleaje… tramando en su cabeza una huída perfecta para cuando aquélla locura parara… cerró los ojos y se abandonó al vaivén… armando un plan perfecto para volver al lugar de origen… sin querer mirar por dónde flotaba, en qué extraños rincones de ese inmenso océano iba a terminar ese cuerpo que había logrado olvidar lo que quedó atrás pese a las cicatrices…

Para cuando la tormenta cesó, el caballito de mar abrió los ojos lentamente… cuando abrió el primero vio arena, al abrir el segundo se dio cuenta de que estaba varado en la orilla de una playa… las olas seguían manteniéndole lo suficientemente mojado como para que pudiera respirar… sintió el calor del sol en su minúsculo cuerpo gelatinoso, notó cómo le acariciaba colgado desde el cielo… se dio cuenta de que tenía las aletas clavadas en la arena… mientras trataba de sacudirla para poder desenterrarse, notó un cosquilleo en la cabeza… uno que no supo identificar… no era el agua, tampoco la arena… movido por la curiosidad, levantó la cabeza para mirar qué le estaba rozando… qué era esa caricia tan sutil que casi le hacía cosquillas… cuando miró fuera del agua, tan sólo vio una manta de colores envolviéndole alrededor… una ligera a través de la que podía ver los rayos de luz, esos que veía de lejos en el fondo marino que era su hogar… sintió un pánico desconocido… superior al que sintió cuando la corriente lo arrastró… sin saber identificar qué era aquello que le rozaba con un tacto completamente distinto a todo lo que conocía… cerró los ojos abandonándose a su suerte… no tengas miedo, le dijo aquélla masa de colores antes de separarse de él, no voy a hacerte daño… el caballito de mar abrió un ojo para mirar y vio una mancha de color que se suspendía en el aire, una que le miraba vibrando en mitad de ese cielo que veía por primera vez… tenía alas, flotaba en el aire como él lo hacía en el agua… en ese momento, el caballito de mar pensó que aquél ser fascinante que brillaba de una manera que no había visto jamás era de las cosas más peculiares que había visto nunca… lo miraba absorto, tratando de catalogarlo entre lo que conocía… la mariposa le miró sonriéndole mientras batía las alas para mantenerse en ese lugar… rozándole de vez en cuando con las puntas de las alas para ver su cara de sorpresa… aleteando sobre él para que sintiera cómo se movía el aire… qué eres, le preguntó el caballito desde la arena… un ser libre, le contestó ella desde el aire… el caballito se quedó pensando… yo también lo soy, le contestó con una cierta arrogancia… la mariposa se rió… pues yo creo que la arena te ha atrapado, le contestó con una ironía absoluta…

El caballito se dio cuenta de que aquél ser tenía toda la razón y no tuvo manera de replicarle… entonces la mariposa se posó en la orilla de la playa a escasos milímetros de la cara del caballito… el caballito no entendía por qué no sentía pánico, por qué simplemente se había quedado inmóvil sintiendo esa presencia desconocida tan cerca de él… sin mediar palabra, la mariposa comenzó a batir las alas a toda velocidad mientras el caballito no sólo veía cómo vibraba ese cuerpo tan frágil sino, además, cómo comenzaba a sacar las aletas de una arena que ella empujaba con cada impulso… al cabo de unos segundos, volvía a sentirlas libres de arena… una ola lo arrastró hacia mar adentro a apenas unos metros de la orilla… para cuando sacó la cabecita, la mariposa estaba allí… por qué me has ayudado, le preguntó él… por qué no, le contestó ella… en ese momento, el caballito no supo contestar nada salvo un “vente conmigo” que le salió de dentro sorprendiéndole muchísimo… ella le miró sonriendo con ternura… yo no puedo respirar debajo del agua, le dijo ella ante la cara atónita del caballito, tú no puedes volar…

Ola tras ola, comenzó a alejarse de la orilla empujado por el agua… ella le siguió hasta que sintió que sus alas no le permitirían batir más si quería volver a la orilla sana y salva… y así, el caballito de mar la vio alejarse hacia tierra firme mientras ella vio cómo desaparecía en esa masa inmensa de agua…

Él prometió dejarse arrastrar por otra ola, ella acercarse a la orilla… 

Una tarde de nubes...


Escribo tumbada en el sofá… la vida es un constante experimento, leí hoy en esos extraños muros que existen ahora… sonrío… y sí, lo hago… es la primera vez que escribo así… lo hago a la fuerza, mi cuerpo se ha declarado en huelga… escribo con la cabeza apoyada en una manta eléctrica, oliendo a una de esas cremas musculares con ese olor tan peculiar… lo hago con mi humo, con una taza de té… tengo que ir a por el puto punching-ball, me digo a mí misma una vez más… Tontxu inunda el silencio de esta casa con palabras que se me antojan banda sonora perfecta… estoy sola en este espacio que hace un tiempo que no siento del todo mío… sola por un tiempo infinitamente pequeño, apenas unas horas… sonrío… creo que pese al dolor de cuello, están siendo un auténtico regalo… desde que la puerta se cerró hasta ahora, no puedo parar de mirar el cielo de nubes de este domingo de Madrid… me río… pirateo sin moverme del sofá con la vista perdida en uno de esos espectáculos que me regala la soledad… el silencio… ese que tanto necesito y tan poco tengo al final… 

Miro cómo corren las nubes… cómo se convierten en enormes masas de algodón de color oscuro… cómo de pronto se deshacen para dejar ver el cielo… cómo se ponen rosas cuando un rayo de este sol de invierno se choca con ellas… sonrío… sigo con la vista la estela que deja un avión al cruzar el cielo imaginando mil destinos a los que escapar sin moverme de casa durante un instante… recordando pedacitos de viajes, de todos esos que tuve la suerte de hacer últimamente… sonriéndole a esa caja de recuerdos que te dan los cielos de los sitios en los que he estado, de día y de noche… haciendo balance de un fin de semana de encierro en casa… disfrutando una reconciliación con estas cuatro paredes, una que quizás necesitaba después de tanto tiempo de maleta en mano… aprovechando el tiempo para hacer eso que tanto me gusta, quedarme a sólas conmigo misma… reconozco que resultaré un coñazo, pero lo necesito tanto como respirar… sólo así puedo pararme a pensar en todas esas cosas que se me amontonan en las neuronas… para tratar de encontrarle la raíz, el tallo y hasta el último de los pétalos… criticándome a mí misma un extraño síndrome que padezco sin quererlo y que, a veces, se me mete debajo de la piel sin poder resistirme… haciéndome recordar lo que ya quedó enterrado en otra vida… te sonó a déjà vu verdad, me preguntó con preocupación esa rubia que me acompaña en esta vida… me ha sobrado tener que contestarle…

Sigo en la misma postura mirando pasar las nubes… viendo cómo se escapan mientras sólo oigo música en esta casa… con los móviles apagados… con el fijo desconectado… completamente aislada de ese mundo que existe más allá del cascarón de este barco pirata… queriendo armar así una burbuja de calma para poner en orden un día que empezó alejado de los márgenes que delimitan las horas… esos que hacen que las cuentes con un ábaco mental en el que sólo hay blancos y negros… esos pedacitos de azul que veo entre las nubes me recuerdan a otro que hoy he perdido entre esos márgenes… sin reprochar, compartiendo… quizás porque hace mucho decidí no volver a callar lo que me quema… o, quizás, porque cuando lo hago este cuerpo se me levanta en armas… sonrío… lo mismo da que hable o que calle, me digo a mí misma sintiendo ese cuello que hoy parece un forjado de acero… sigo contando nubes sin poder moverme, notando cómo se me clava una estaca de tensión en la base de la nuca… sonrío… estoy condenada a pasar la tarde así, me digo a mí misma con mucho cachondeo cuando presiento que se pasan los efectos del relajante muscular… bendita condena… no se me ocurre otra mejor para un atardecer de domingo… o tal vez sí, pero esta es así...