A
veces esta ciudad te regala un episodio de esos que no se mide en tiempo pero
sí en sonrisa… y, cuando la cosa tiene que ver con un taxista, las
probabilidades de que sea cuanto menos peculiar son todavía mayores… fiel a
esos experimentos míos tan particulares que hacen que disfrute del mundo que
hay más allá de Argüelles, me dispuse a arrastrar este cuerpo mío hasta
Castellana para disfrutar de un encuentro de trabajo que sabía a celebración
pese al agridulce… al llegar a la esquina de la calle, me planteé meterme en
ese submundo que vive bajo el suelo de Madrid… ese metro que, no dudo sea un
gran invento para moverse en esta jungla, pero que a mí me anula los sentidos y
se me antojaba el colofón en negativo para un día de frío polar… no tengo día
para sumarme al rollo rata, me dije a mí misma levantando el brazo para parar
un taxi, un día es un día… cuando me senté en el asiento trasero, sentí el calor
del coche… y rápidamente –como hago siempre- me hice mi propia ficha técnica de
cómo podía ser el trayecto… hombre, treinta y tantos, cierto acento macarrilla…
esto promete, me dije a mí misma indicándole a dónde iba…
Antes
de darme cuenta, me estaba contando sin que yo le preguntara que estaba hasta
las pelotas de la BlackBerry que le habían enchufado los de Vodafone como la
gran revolución tecnológica… el calificativo de “puta mierda” salió de su boca
algo así como una docena de veces en apenas cuatro frases… si es que además con
estos dedacos, me decía mientras giraba en Cea Bermúdez, le doy a todo a la vez…
sonreí… ventajas de la revolución táctil, le contesté mirando esas teclitas que
se vencen bajo mis dedos y que me conectan con otro mundo… en otras dos décimas
de segundo, me estaba interrogando sobre mi profesión para contarme dos décimas
más tarde que él trabajaba los fines de semana como controlador aéreo… a la
altura de Santa Engracia, nos cruzamos con uno de esos hermanos rockeros que
siguen en el mismo lugar de la Gran Vía –calculo- desde que se puso el primer
adoquín… viejas glorias, le dije yo con cachondeo… viejos cerdos, me contestó
él con gesto de desaprobación, que una vez tuve que llevarles y eso de ser
rockero no implica tenerle alergia al agua… me descojoné de la risa, no por lo
que decía sino por cómo me lo estaba soltando con ese acento tan de barrio que
iba in crescendo a medida que se relajaba…
Por
algún motivo que no sé hilar de la conversación, empezó a hablarme de que
llevaba años queriendo hacerse un tatuaje… pero no uno taleguero rollo amo a mi
madre, me decía mirándome por el retrovisor, una cosa guapa para que cuando me
cuelguen las chichas quede hasta bien… me reí… lo malo, siguió diciendo, es que
cuando me pillé la burra todos me dijeron que empezaría a tatuarme para ir a
juego y sólo por joderles lo voy retrasando… antes de que pudiera preguntarle
qué moto tenía, ya estaba buscando a la burra en su BlackBerry táctil no sin
cagarse en ella… ante mis ojos, de golpe, vi una Harley de esas de
coleccionista que jamás veré circular por Madrid… no sabes lo que es una moto,
siguió diciéndome mientras yo le decía un “qué chula” que me salió del alma,
hasta que la montas… me reí… mi poquito de alma de motera sintió una terrible
envidia y recordó un pedacito de otra vida en la que sí sabía la sensación de
recorrer Madrid sobre una… en esta otra sale más guapa, me decía mientras
buscaba en el móvil aprovechando un semáforo, pero está con la perra… cuando
miré la pantalla, me quedé ojiplática… sobre la moto se sentaba una rubia
oxigenada con una falda muy corta y una pinta de “Yo soy la Juani” que me
descolocó… la perra, pregunté para mí… antes de que digas nada, me dijo sin
dejarme abrir la boca, esa es la perra… me descojoné… hija de puta se queda
corto, me soltó, y sólo la llevo porque tengo que verla esta noche en casa de
un colega y me la pidió… la perra, repetí en voz alta riéndome desde el asiento
de atrás… y esta es mi princesa, dijo al cabo de dos segundos enseñándome la
foto de un dogo alemán que dormía sus cincuenta kilos de peso –información que
él me facilitó- sobre un sofá de flores… le miré con cara de póker… escalas
personales de la vida de cada uno, pensé, cuando una ex es considerada animal y
un perro tiene categoría de sangre azul…
Para
cuando estábamos casi llegando a Castellana, el tío no se cortó un pelo en
preguntarme cuántos años tenía… treinta, le contesté pensando todavía en sus
peculiares etiquetas… casada no, preguntó asintiendo… descojonada de la risa,
le contesté un “divorciada” que le dejó noqueado por primera vez a él… pero con
papeles, contestó… en lo que le pagaba, le resumí que una década de relación es
un divorcio en toda regla… quiso saber más y el reloj apretaba más incluso que las
pocas ganas de contarle nada… claro, me dijo solemne en los que me hacía el
ticket, os entra la prisa por ser madres y nos acojonáis… qué va tronco, le
contesté yo guardando el cambio en el monedero, pero vuestra edad mental a veces nos obliga a serlo sin haber
parido… se giró con el trozo de papel en la mano, por primera vez le vi la cara
completa… y antes de que me diera cuenta, se estaba muriendo de la risa… tanto
que se le saltaban hasta las lágrimas… sin mediar palabra, abrió la guantera…
con un “te lo acabas de ganar” me tendió un chupa-chups… que conste que sólo lo
tengo para los clientes que se lo merecen, me dijo con su todavía más acento
macarra mirándome en plan dandy, y tú te lo mereces más que nadie hoy… miré el caramelo con palito flipando
con la situación… me acabas de conquistar, le dije bajándome del taxi con mucho cachondeo, encima
de fresa… para cuando me despedía de él, no supo quedarse callado… para que
sigas siendo dulce, me contestó con ese tono de galán cheli, “pal”
próximo a ser posible no le cambies los pañales…
Le
miré riéndome y diciéndole un “no tengas cuidado”, deseándole suerte mientras
me ponía el casco que me faltaba del iPhone… cerrando la puerta para despedirme
de un capítulo de esos peculiares que vivo en esta ciudad… mirando el bendito chupa-chups como un tremendo regalo… preguntándome por qué me pasan a mí estas
cosas y, lo que es mejor, por qué me encanta que me pasen…
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