viernes, 19 de febrero de 2010

La burra, la perra, la princesa y el chupa-chups…


A veces esta ciudad te regala un episodio de esos que no se mide en tiempo pero sí en sonrisa… y, cuando la cosa tiene que ver con un taxista, las probabilidades de que sea cuanto menos peculiar son todavía mayores… fiel a esos experimentos míos tan particulares que hacen que disfrute del mundo que hay más allá de Argüelles, me dispuse a arrastrar este cuerpo mío hasta Castellana para disfrutar de un encuentro de trabajo que sabía a celebración pese al agridulce… al llegar a la esquina de la calle, me planteé meterme en ese submundo que vive bajo el suelo de Madrid… ese metro que, no dudo sea un gran invento para moverse en esta jungla, pero que a mí me anula los sentidos y se me antojaba el colofón en negativo para un día de frío polar… no tengo día para sumarme al rollo rata, me dije a mí misma levantando el brazo para parar un taxi, un día es un día… cuando me senté en el asiento trasero, sentí el calor del coche… y rápidamente –como hago siempre- me hice mi propia ficha técnica de cómo podía ser el trayecto… hombre, treinta y tantos, cierto acento macarrilla… esto promete, me dije a mí misma indicándole a dónde iba…

Antes de darme cuenta, me estaba contando sin que yo le preguntara que estaba hasta las pelotas de la BlackBerry que le habían enchufado los de Vodafone como la gran revolución tecnológica… el calificativo de “puta mierda” salió de su boca algo así como una docena de veces en apenas cuatro frases… si es que además con estos dedacos, me decía mientras giraba en Cea Bermúdez, le doy a todo a la vez… sonreí… ventajas de la revolución táctil, le contesté mirando esas teclitas que se vencen bajo mis dedos y que me conectan con otro mundo… en otras dos décimas de segundo, me estaba interrogando sobre mi profesión para contarme dos décimas más tarde que él trabajaba los fines de semana como controlador aéreo… a la altura de Santa Engracia, nos cruzamos con uno de esos hermanos rockeros que siguen en el mismo lugar de la Gran Vía –calculo- desde que se puso el primer adoquín… viejas glorias, le dije yo con cachondeo… viejos cerdos, me contestó él con gesto de desaprobación, que una vez tuve que llevarles y eso de ser rockero no implica tenerle alergia al agua… me descojoné de la risa, no por lo que decía sino por cómo me lo estaba soltando con ese acento tan de barrio que iba in crescendo a medida que se relajaba…

Por algún motivo que no sé hilar de la conversación, empezó a hablarme de que llevaba años queriendo hacerse un tatuaje… pero no uno taleguero rollo amo a mi madre, me decía mirándome por el retrovisor, una cosa guapa para que cuando me cuelguen las chichas quede hasta bien… me reí… lo malo, siguió diciendo, es que cuando me pillé la burra todos me dijeron que empezaría a tatuarme para ir a juego y sólo por joderles lo voy retrasando… antes de que pudiera preguntarle qué moto tenía, ya estaba buscando a la burra en su BlackBerry táctil no sin cagarse en ella… ante mis ojos, de golpe, vi una Harley de esas de coleccionista que jamás veré circular por Madrid… no sabes lo que es una moto, siguió diciéndome mientras yo le decía un “qué chula” que me salió del alma, hasta que la montas… me reí… mi poquito de alma de motera sintió una terrible envidia y recordó un pedacito de otra vida en la que sí sabía la sensación de recorrer Madrid sobre una… en esta otra sale más guapa, me decía mientras buscaba en el móvil aprovechando un semáforo, pero está con la perra… cuando miré la pantalla, me quedé ojiplática… sobre la moto se sentaba una rubia oxigenada con una falda muy corta y una pinta de “Yo soy la Juani” que me descolocó… la perra, pregunté para mí… antes de que digas nada, me dijo sin dejarme abrir la boca, esa es la perra… me descojoné… hija de puta se queda corto, me soltó, y sólo la llevo porque tengo que verla esta noche en casa de un colega y me la pidió… la perra, repetí en voz alta riéndome desde el asiento de atrás… y esta es mi princesa, dijo al cabo de dos segundos enseñándome la foto de un dogo alemán que dormía sus cincuenta kilos de peso –información que él me facilitó- sobre un sofá de flores… le miré con cara de póker… escalas personales de la vida de cada uno, pensé, cuando una ex es considerada animal y un perro tiene categoría de sangre azul…

Para cuando estábamos casi llegando a Castellana, el tío no se cortó un pelo en preguntarme cuántos años tenía… treinta, le contesté pensando todavía en sus peculiares etiquetas… casada no, preguntó asintiendo… descojonada de la risa, le contesté un “divorciada” que le dejó noqueado por primera vez a él… pero con papeles, contestó… en lo que le pagaba, le resumí que una década de relación es un divorcio en toda regla… quiso saber más y el reloj apretaba más incluso que las pocas ganas de contarle nada… claro, me dijo solemne en los que me hacía el ticket, os entra la prisa por ser madres y nos acojonáis… qué va tronco, le contesté yo guardando el cambio en el monedero, pero vuestra edad mental a veces nos obliga a serlo sin haber parido… se giró con el trozo de papel en la mano, por primera vez le vi la cara completa… y antes de que me diera cuenta, se estaba muriendo de la risa… tanto que se le saltaban hasta las lágrimas… sin mediar palabra, abrió la guantera… con un “te lo acabas de ganar” me tendió un chupa-chups… que conste que sólo lo tengo para los clientes que se lo merecen, me dijo con su todavía más acento macarra mirándome en plan dandy, y tú te lo mereces más que nadie hoy… miré el caramelo con palito flipando con la situación… me acabas de conquistar, le dije bajándome del taxi con mucho cachondeo, encima de fresa… para cuando me despedía de él, no supo quedarse callado… para que sigas siendo dulce, me contestó con ese tono de galán cheli, “pal” próximo a ser posible no le cambies los pañales…

Le miré riéndome y diciéndole un “no tengas cuidado”, deseándole suerte mientras me ponía el casco que me faltaba del iPhone… cerrando la puerta para despedirme de un capítulo de esos peculiares que vivo en esta ciudad… mirando el bendito chupa-chups como un tremendo regalo… preguntándome por qué me pasan a mí estas cosas y, lo que es mejor, por qué me encanta que me pasen…

1 comentario:

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