lunes, 18 de julio de 2011

Dos San Francisco


No te puedes tomar nada con alcohol, me dijo en ese modo madre que tiene tan interiorizado, que estamos de campaña de alcoholemia… la reprimenda me obligó a sumarme a su petición nocturna y sin alcohol… dos, le corregí a la camarera mientras asentía a un primer San Francisco pedido por mi amiga… sonrió, sé que por esa satisfacción de haberse salido con la suya… reconozco que yo también me reí para mis adentros… si no la conociera tan bien, no sabría el increíble valor que tienen para ella esas pequeñas victorias… y reconozco que no me supone ningún problema facilitárselas… yo me peleaba con el escote del vestido abrochándome botones, ella me reprendía diciéndome que "hiciera el favor de abrirme la chaqueta" en ese idioma maternal que habla como lengua de cuna… estás monísima, me dijo abriendo mucho los ojos cuando me senté en la mesa, te queda genial ese vestido… no hay más que preguntarle al camarero qué opina, me dijo con mucho cachondeo sobre un supuesto italiano que yo mantengo que era de Cuenca pero que amenizó la noche llamándonos “signorinas”…

De pronto, abrió ese bolso en el que cabe un mundo… sonreí pensando que esa es una de las habilidades de la maternidad, la capacidad de poder llevar casi cualquier cosa en el bolso… hablábamos de lo breve de la cena, de esa noche que ella había preparado como siempre con tanto esmero para salir… para disfrutar de un rato sólo para ella compartido con ese extraño club que formó un día un colegio y siguen manteniendo los años… es curioso, a nosotras no nos hace falta esa cena agendada y tan preparada para vernos… y, aún así, cumplimos religiosamente con la cita… te mato si no vienes, me había dicho un par de días antes por teléfono… sonreí… además de llevar conmigo toda la vida, pensé en ese momento, sabe leerme el pensamiento… uno que supo interpretar también mientras cenábamos sin necesidad de que yo abriera la boca, a pesar de mi papel ante una situación que ella sabía que me estaba resultando incómoda… me miraba de reojo… estoy aquí, me pareció decir con el gesto… no te preocupes, pensé encendiéndome un cigarro abanicado, no lo había dudado…

De ese bolso inmenso salieron unos tickets de gasolina y un descuento para Sephora que me tendió en lo que yo le decía que aquélla guarrería que nos habían puesto tan mona en la copa sabía al Biofrutas de Pascual… semejante despliegue de cupones bien valía una explicación, creo que consideró… y poco a poco, ante aquel mejunje que me tomé saboreando el hielo picado, conocí una historia de secretos sonreídos en garajes misteriosos… de bondad, de eso que hace que un corazón sea más grande incluso que la persona que ya conoces… a una que quieres por defecto, por historia y por una sangre que no es tuya pero que de alguna manera lo es… nos reímos del triple loop que le deben estar haciendo todavía en ese Corte Inglés que parece que le construyen siempre cerca… por un momento, recordé las noches de diciembre de una vida de hace muchos años cuando dormir en su casa implicaba hacerlo con la luminaria de Navidad colándose por la ventana…

Me quedo más tranquila, me dijo después de varios intentos frustrados de hacerle una foto que le gustara… parezco china, decía mirando horrorizada la pantalla de mi BlackBerry en lo que las borraba… te veo bien, fue el preludio de una conversación que sabía que tocaba… una que no evité porque sabía que sólo escupiéndoselo a ella pesaría mucho menos a pesar de que tenía nuevamente una reprimenda en ciernes… hablamos de sentir, de ilusión… de una vista fugaz desde la ventana de un hotel en Oviedo, de ese extraño gen que tengo y que para ella es ser “más de campo que las amapolas”… hablamos de saber, de poder… de todos esos verbos que, de golpe, se me habían escapado de un armario del que ni quería ni sabía cerrar las puertas… hablamos de tiempo, de ese año hipotético que escuché decir… de entender y respetar… de apoyar aún no compartiendo… de pronto ese San Francisco que apurábamos era más dulce, la noche más cálida y aquella terraza me pareció el epicentro de una historia que empezamos hace ya 28 años... demasiados para no haber encontrado un lenguaje en la peculiar Torre de Babel que somos, suficientes para saber qué decir cuando el mundo nos pesa un poco más sobre la espalda… en mitad de esa extraña catarsis en la que yo me puse las tripas sobre la mesa y ella me las hilvanaba a golpe de palabras, nos tuvimos que reír… ese mismo camarero de Cuenca que simulaba haber nacido en la Toscana pasó sin quitarnos un ojo… tardamos en identificarle todos los metros que tenía la terraza… disfrazado de italiano no movía tanto las caderas, le dije con mucho sarcasmo… se le escapó una carcajada de esas tan suyas… sonreí… no sé por qué, pero cuando la Enana se ríe se te alegra el alma…

Nos despedimos como siempre, abrazándonos… prometiéndonos pincharnos en la BlackBerry al llegar a casa… sonriéndonos ese rato improvisado para nosotras que, para mí, supuso un esparadrapo kilométrico sobre el presente… dale un beso a las niñas, le dije, y otro al papá… sonrió… conduje hasta Madrid con Antonio Vega sonando en el coche, contando los ningún controles de alcoholemia que encontré en el camino… riéndome de haberle concedido el privilegio de portarme como una niña buena… llegará el momento, recordaba por el camino que me había dicho… si ella lo dice, pensé para mis adentros, seguro que no se equivoca… supongo que, en ese caso, también tendré que concederle el dulce sabor de otra victoria...

sábado, 16 de julio de 2011

Pompas de humo


Noto de golpe esa sensación que ya conozco… esa extraña placidez de haberle sacado punta a todos los sentidos, de haber desatado una madeja de pensamientos… suena Bebe… se va se fue, dice ella… la mente se agiliza, se despierta… bailo sin moverme de la silla, cerrando los ojos para escuchar la música sin despegar los dedos del teclado… teclado, palabras… esas que cuando busco no encuentro y cuando me pierdo aparecen… siento el mareíllo, esa nube que se posa sobre mi cabeza para levantarme un pie del suelo… tengo sed, sonrío… de un salto, me he ido a mirar la luna llena a uno de los tejados de esta ciudad… no estaré no, dice Bebe… demasiado tiempo sin escucharla… ahora mismo, se me pegan las palabras a los tímpanos… Golfo maúlla pidiendo mimos, mi hermana teclea en el sillón… ese bien mío tan preciado como es el silencio se tiñe de música… todo sigue como siempre, pienso sonriendo, nada ha cambiado a pesar de todo…

Me bebo un vaso de agua como si fuera de vida… intentando saborearla a pesar de eso que te cuentan en el colegio de que es inodora, incolora e insípida… escribo con los ojos cerrados sabiéndome de memoria un teclado que acaricio como Bebe lo hace en mis oídos… que sube que baja, dice esa voz rasgada que habla de buscarse… sonrío… un gran verbo que, definitivamente, no dejo nunca por el camino… quizás el humo y la noche sean hoy compañeros de taller de costura, de ese que improviso sin saber muy bien pero que me sirve para atarme las puntadas… cuerpecito mío, me repito cantando, qué cañita te he metido en estos años… camino perdido, dice ella… camino encontrado, digo yo… me pongo una mano en el pecho, lo siento latir… todo sigue en el mismo sitio, me digo, no ha hecho falta guardarlo de nuevo en un cajón… al menos, no ahora mismo…

Mantengo mi propia pompa de jabón inventada, una que soplé despacio para que durara más… una regalada una noche de viernes entre sonrisas, entre algodones para un alma que hoy me pregunto cómo se mantiene entera… sonrío… el increíble poder de lo frágil, me digo a mí misma, la gran magia de algo tan cuestionado que sólo pesa 21 gramos… de alguna manera, ahora mismo esos pocos gramos están lejos de cualquier territorio conocido, borrachos de una viva nocturnidad que atrapo entre las paredes de este barco pirata… de uno que, de pronto, necesita virar así sea sólo para seguir navegando… sonrío con los ojos cerrados… viajo sin necesidad de moverme, lo hago casi como una necesidad vital de comprender lo que no entiendo… de ponerle cara a lo desfigurado, de buscar ese bien tan escaso que es lo auténtico…

No pienso enterrar mis dolores, escupe la mini cadena en un discurso que conozco de memoria… me río… el disco está rayado, ha sonado demasiadas veces… curioso… aún así, ahora igual que hace ya muchas lunas, me sigue hablando… no sé qué me encontraré, tarareo sonriendo, ni me importa…

viernes, 15 de julio de 2011

El payaso que se comió su sonrisa


Había una vez un payaso que llegó a un circo con esa humildad que llegamos todos a un sitio desconocido… su primer circo, su primera oportunidad de salir sobre la pista con su enorme sonrisa cálida… esa que tienen los buenos payasos, esa que es dulce … llegó con sus zapatones, con sus ojos curiosos… lo miraba todo, todo le parecía bonito… hablaba con toda la gente que ya vivía en ese circo… a todos les sonreía, acariciaba a unos leones que no eran tan fieros como parecían… vivía noches de función que, a pesar de ser las mismas, siempre eran distintas… compartía madrugadas de cielos estrellados con conversaciones con cualquier compañero de ese circo… eran noches de sonrisas, de palabras… de secretos, de disfrutar de la compañía… ensayaba sus números, los repetía cuando había caído el telón… hacía reír a todos… los domadores buscaban su compañía, las trapecistas querían caminar con él por las noches por ese calor que desprendía su alma de payaso para sentirse resguardadas del vértigo…

Una noche al salir del albero de la pista, se dio cuenta… se sentía parte de aquélla peculiar familia… esa que crea el circo, esa que se vive siempre en un mismo lugar… uno que, como esa carpa, marcaba unos límites geográficos de manera independiente a un lugar específico… respiró hondo sabiendo que, a pesar del lugar, estaba en casa siempre… y con esa sana satisfacción de sentirse parte de algo, continuó con sus rutinas… con sus conversaciones a la luz de las estrellas, con sus números ensayados… haciendo reír a los niños y a los mayores desde sus butacas… enamorándose de todas las trapecistas que buscaban simplemente su compañía… siendo el escudero fiel de los domadores en las noches de frío y en las de calor… aquel payaso se convirtió poco a poco en uno de los protagonistas del circo y su familia… estaba en todas partes, tenía una palabra para todo el mundo… sus enormes zapatones eran bienvenidos, su sonrisa pintada esperada…  

Pero pasó el tiempo y, por algún motivo, ese payaso dejó de sentirse el alma de nariz roja… comenzó a salir al albero con una sonrisa fingida, con una que ocultaba su rabia … una rabia que nadie sabía dónde había nacido, una que se transformó en una amargura que él creía disimular bajo la pintura blanca y roja con la que se cubría la cara… continuaba compartiendo noches de conversaciones a la luz de las estrellas, pero sus interlocutores no sentían esa sensación añeja de hermandad… de su sonrisa pintada sólo salían malas palabras… críticas, burlas… la ironía de su alma de payaso pasó a ser un sarcasmo cruel que no sólo no hacía sonreír sino que incluso hacía daño… las trapecistas dejaron de caminar con él por las noches, los domadores comenzaron a dejar de considerarle ese amigo indispensable con el que contar… se le dejaron de confiar secretos felices o no por miedo a que los cubriera con esa amargura con la que, de pronto, se había comido ese alma de payaso dulce que todos habían conocido…

Y a pesar de todo, seguía reinando en ese circo que era familia y que para él se había convertido en su único capital… uno que, a falta de saber abrillantar, afeaba muchas veces con sus palabras… con comentarios hirientes, con otros crueles que decía entre bambalinas… con su desmedido interés por meterse en la vida de los demás sólo para tener algo de qué hablar, sólo para enfangar muchas veces la vida de los demás… algunos creían que lo hacía porque a pesar de la sonrisa con la que llegó al circo, ese era realmente él… otros pensaban, simplemente, que era incapaz de dejar vivir a los demás en paz a falta de poder tener algo que no sólo fuera el circo en su propia vida…

Y una noche cualquiera, volvió a salir al albero… su sonrisa ya se había transformado antes en mueca, en un mordisco burlón con el que asestaba dentelladas a escondidas a algunos compañeros del circo… esa noche se puso su peluca, volvió a colocarse la nariz… se pintó la cara como hacía siempre, salió como cada noche a la pista sintiéndose dueño de la situación… pero de pronto el público no aplaudía, el silencio reinó incluso más que él en aquel circo en penumbra… y aquél payaso de repente se dio cuenta de que algo no funcionaba… se ha comido su sonrisa, murmuraban los espectadores desde sus butacas… entonces supo lo que había pasado, entonces entendió la magnitud de ese silencio que de pronto ni siquiera podía criticar… salió de la pista arrancándose con furia la peluca, tirando la nariz con una rabia que la partió por la mitad… golpeando sus tremendos zapatones de payaso sobre el polvo del suelo, sintiendo cómo no era capaz de hacer reír a pesar de su amargura… sabiéndose rodeado de esa familia pero inmensamente sólo… tratando de vomitar eso único que le hacía especial y que, de pronto, ya no tenía…

jueves, 14 de julio de 2011

Mi vida sin Manolo

Manolo ya no está, me dije la primera mañana que volví a despertar en Madrid y bajé a la calle como cada mañana de los últimos años… adormilada, sin ganas de hablar con nadie… con medio cuerpo metido todavía en el sueño y ese extraño espíritu gruñón que tengo cuando amanezco… cada mañana durante años, entraba saludándole y sentándome en la misma esquina… escuchando de lejos las mismas conversaciones delante de un vaso de café con leche que me tomaba ajena a los demás… sonrío… es curioso cómo cambia la vida, me digo… cómo esos cafés silenciosos aislados del mundo acabaron convirtiendo al bar más surrealista del mundo en un auténtico centro de reunión de mi vida… en una especie de club social en el que siempre nos reuníamos los mismos, en el que compartíamos penas y a veces incluso alegrías…

Durante muchas mañanas de mi otra vida de gata, ese primer café que Manolo me servía era sin hablar con nadie… me sentaba en la misma esquina, completamente callada… con leche, me preguntaba él mirándome con curiosidad… yo asentía con la cabeza mientras sacaba la mina del bolígrafo…  escribía en mi cuaderno sin parar, aislada muchos ratos del mundo con los cascos del iPhone chillándome en las orejas… había días que lloraba, otros estaba demasiado cansada para hacerlo… Manolo sólo me miraba… el día que yo quería hablar, él lo sabía… me miraba desde el otro lado de la barra, me observaba… esperaba algún gesto que le indicara que podíamos tener una conversación… el día que no quería hablar, él simplemente lo sabía a pesar de que me tomara más de un café… me miraba con cariño desde el otro lado de la barra, callaba igual que yo… me servía otro café con leche, me reponía el vaso de agua… en aquellas mañanas de mi otra vida de gata, ese primer café mudo podía durar días… incluso, semanas…

Seguí bajando cada mañana a ver a Manolo y mi cuaderno empezó a pasar a un segundo plano… había días que me acompañaba sin que siquiera lo abriera, otros apenas escribía unas pocas líneas… ese silencio que él nunca rompió se transformó en una conversación que siempre empezaba a la altura del segundo café… en contarnos nuestras vidas, en reírnos viendo “Mujeres, hombres y viceversa” en la tele mínima de su extraño bar… yo le echaba de menos a él cuando me marchaba del barrio, él siempre estaba pendiente de cuándo iba a regresar… cuando vuelve la niña, le preguntaba cada lunes a Isa durante el tiempo que estuve en Colombia, creo que está tardando ya mucho en volver… recuerdo la ilusión que le hizo que le hubiera traído un regalo, uno que se bebió racionándolo como si aquél Néctar colombiano fuera un tesoro…

Ese rato de las mañanas se acabó convirtiendo también en la cerveza de por la tarde, en esa parada técnica que hacer al volver de la compra o de los recados… delante de una Mahou, seguimos contándonos nuestra vida mientras yo le robaba las croquetas de aperitivo y él se tomaba a escondidas de su mujer un cubata… hamburguesa, era su pregunta habitual en mi otra vida de gata… una sobre la que no osó preguntar mientras duró mi mutismo pero que, pasado el tiempo, necesitó entender… nunca había visto a nadie tan triste, me decía una tarde hablándome como un padre, y mira que soy portugués… reconozco que me reí… de la paciencia de ese hombre que, sin conocerme, sólo me miraba y esperaba que hablara…

Poco a poco, esa pequeña familia que formamos como un Quijote y su Sancho Panza fue adoptando a muchos más… Isa formaba parte de ella, Antonio era esa muestra de caballerosidad que siempre sonreía con su sonrisa rota y su altísimo esbelto cuerpo agilísimo a pesar de sus casi setenta años… nos reíamos, nos contábamos… compartíamos las ganas de irnos a nuestros respectivos pueblos, le llamaba desde la A-6 para contarle si había nieve o no… a veces me preguntaba si no me echaba un amigo que me “diera lo mío”… me reía con sus comentarios brutos en la misma proporción que me entristecía con sus malos momentos… se empeñó en que Iñigo se llamaba Iñaki y que era de Bilbao, no hubo manera de quitárselo de la cabeza a pesar del tiempo y de las muchas visitas de Iñigo como parte del RIFI al bar…

Manolo, sin querer, se convirtió en un auténtico modo de quedar… nos hacemos un Manolo, era la pregunta habitual de algunos amigos para hablar de una tarde de cervezas y charleta…  manoleamos, la pregunta específica de otra amiga que no concebía una tarde de puesta al día sin él de por medio… lo curioso es que tenía su propio club de fans de la tortilla, el preciado objeto de deseo de Thais cuando venía a Madrid y de Nela cuando cruzaba el charco… acudíamos a su extraño bar, a su peculiar terraza con sillas de plástico cada una de su padre y de su madre siempre bajo el techo de la galería… con su risa sonora, con sus frases brutas a las que mi madre regañaba con un “Ma-no-lo” muy solemne al que no podía evitar acompañar con una sonrisilla… a ella la llamaba de usted, tampoco hubo manera de que no lo hiciera…

Pero se tuvo que marchar y yo, lo reconozco, no tuve valor para despedirme de él… para ver cómo ese chiringuito extraño dónde los haya dejaba de tenerle cada mañana detrás de la barra con camisa y chaleco… canturreando y bailando si tenía buen día, jodidamente callado cuando no lo tenía… no pude, así que decidí marcharme un par de días antes de que sucediera… antes de que ese pedacito de puerto para este barco pirata dejara de existir… me tomé el café como cada mañana, bajé a tomar un Nestea antes de emprender el viaje… no me despido de ti, le dije saliendo por la puerta de plástico, no me gustan las despedidas… y a pesar de eso, salió a darme un abrazo… uno que sólo me daba cuando volvía de verano después de mucho sin verme, uno que sólo me dio cuando me fui a Colombia y él se quedó la mar de asustado por si me pasaba algo que me impidiera volver…

Hoy todavía, tiempo más tarde, miro con cierta melancolía el cartel que no se llevó mientras tomo el café de cada mañana a escasos metros de donde lo hacía… bar Manolo, sigue diciendo a pesar de su ausencia… sonrío… sigue estando en la fachada aunque él no esté… una ausencia que todavía hoy me recuerda que a este barrio le falta uno de sus habitantes…

Semanas...


Repaso hacia atrás las páginas de un calendario que he contado de una manera diferente… sonrío… realmente no, no lo he contado… me lo han contado que es distinto… quizás porque a veces las unidades métricas cambian aunque uno ni siquiera lo sepa…  miro hacia atrás unos días que, ahora, me parece que han pasado demasiado rápido… algunos se me han perdido por el camino, otros los tengo grabados a fuego en la memoria… me noto el cuerpo cansado, “es normal” me diría esa voz que me acompaña día a día en esta andadura… sonrío… curioso saber de esa normalidad, más curioso todavía necesitar escuchar que te lo digan… lo reconozco, de pronto siento una fragilidad que no conocía… una que se me escapa a eso que soy, a eso que hace que sea así… nació entre dos rayas en mis montañas, acabó de crecer entre dos fluorescentes otra tarde de ciudad…

Recuento esas semanas para rebobinar muchas cosas… para volver a sentir la extraña sorpresa que supone descubrir que, a pesar de los diagnósticos, sí que estás viva… para mecer una avalancha de sensaciones tan inmensa que, por un momento, pensé que me sepultaría… sonrío…  en esta noche vuelvo a oír una sonreída risa que escuché, una que marcó ese atardecer que sabría pintar a pesar de que no le presté atención…  sonreí, sonreí mucho… escuchando lo que me parecieron las palabras más mágicas que había escuchado jamás… las de un momento único en una vida que de pronto se sintió más viva todavía… acaricio esas palabras como sólo se hace con los tesoros que te regalan sin que quien te lo da sea consciente ni de darlo ni de su valor… como sólo las cosas de verdad se sienten cuando se te cosen sin querer en el alma para empujarte a sentir más todavía…

Y hoy, semanas más tarde, soy consciente de que he tenido que volver a guardarme el corazón en un tupper al fondo del congelador para no sentir… para saber, contando semanas, lo increíble que puede llegar a ser sentir de pronto tanto calor… sentir incluso entre las lágrimas más amargas tantísimo amor… amor, cuatro palabras… esas que nunca pronuncio, esas que casi nunca escribo… esas que muchos dicen que es lo que vive dentro de mí, esas que sólo suenan de una manera cuando las pronuncia una persona… lo sentí y lo guardo en el mismo frasco de cristal donde sé que no puedo guardar otras cosas… en el mismo donde la vida no cabe, donde las decisiones deben sellarse para no volver a leerlas… sentí con la cabeza para no pensar con el corazón… poniendo las entrañas en una tarde de sábado con una mano amiga y una mirada desconocida que de pronto se convirtió en familiar en mitad del miedo… miedo, cinco palabras… un mundo irracional en el que ni siquiera con la cabeza se puede penetrar sin sentir dolor…

He dejado de contar semanas para contar días… para mirar las horas, para desangrar los minutos de una cuenta atrás que sólo es una huída hacia delante… para llorar cuando lo necesito… para sentir un auténtico universo de emociones que, a veces, no entiendo ni sé controlar… queriendo mirarle la cara más amable a la historia más bonita que jamás se leerá en un cuento… a una que me quedo para mí junto con una caricia y dos miradas que espero recordar siempre… sonrío… la vida a veces te pone la zancadilla, otras se la ponemos nosotros a ella… pero quizás lo más importante es que, a pesar de que el cuento no tenga final escrito, lo abrazo con todas mis fuerzas sabiendo el increíble significado del verbo poder… 

sábado, 9 de julio de 2011

Vísteme...


Vísteme, le dijo la belleza a un reflejo… dibuja un patrón distinto, uno sólo para mí… uno que nadie más tenga, que sea sólo mío… corta la tela con cuidado, dejando que la tijera se deslice… poco a poco… escuchando cómo se vence el tejido, cómo lo atraviesa el hilo… cómo se transforma en algo que sólo tenga la forma de mi cuerpo… es una pieza única como yo…

Desvístete, le dijo la voz a los sentidos… olvida que alguna vez me escuchaste, que alguna vez estuviste… guarda en un baúl el tacto de las miradas, el sabor de los sonidos… sumérgelos en agua fría para hacerles sentir un escalofrío… báñalos en presente para que se sequen mañana… sé sin pensar que fuiste porque ya lo has vivido…

Arrópate, le dijo la emoción a la razón… huye de la peor de las noches, la que sólo se recrea en el alma… llévate los argumentos contigo, esos basados en hechos razonables que sólo pueden ser juzgados de una manera… disfrázalos de motivos, de ese raciocinio que no conozco porque se escapa de las sensaciones… cúbrelos de ese calor que se siente sobre la piel…

Disfrázate, le dijo el tiempo a la realidad… hazlo de la manera que quieras, busca la máscara que mejor te cubra… serás lo mismo aunque lo ocultes, estarás a los pies del reloj aunque creas mirarlo de frente… casualidad en la orilla de la vista, un mundo de causalidades en el que no tiene cabida fingir…

Desnúdate, le ordenó la palabra al alma… quítate hasta la última línea escrita, cada una de sus letras… de sus sonidos, de sus recuerdos… desnúdate de todo eso que hace que peses más, que los gramos se conviertan en kilos… despójate de las comas y los puntos… de los silencios en los que ni siquiera yo pude reinar…

Envuélvete, le dijo él a ella… hazlo sin que me dé cuenta, hazlo poco a poco… para que sólo sienta que estás, para que sólo sepa que existes… contando un compás de días y de noches, de lunas vistas desde lugares distintos… cálzate la vida para que no me quede grande a mí, para que no me haga daño en los talones…

jueves, 7 de julio de 2011

Siete estrellas



- ¿De qué te sirve poseer las estrellas?
- Me sirve para ser rico
- ¿Y para qué te sirve ser rico?
- Para tener más estrellas
El Principito
A. de Saint-Exupéry




Nunca dejes de mirar al cielo, recuerdo decir con una nitidez absoluta, si alguna vez te pierdes es la única manera de encontrar el camino… hoy, muchos años después, he vuelto a recordar ese gran mandamiento de uno de los hombres de mi vida… de ese abuelo que se fue hace demasiado y que, a pesar de los años, está presente todavía en muchas cosas… él me enseñó a mirar al cielo con el frío del jardín, con las noches húmedas de ese lugar del mundo que es él a pesar de todos los demás… hoy, muchos años después de esa última vez que lo dijo, lo he vuelto a recordar… no dejes de mirar al cielo, me repito… sonrío al recordarlo… de alguna manera, nunca he dejado de hacerlo…

A pesar de sus enseñanzas, no puedo disimularlo… tengo que confesar que he olvidado todas esas constelaciones y nombres de estrellas que me enseñó mirando hacia arriba durante muchas noches… y que, a pesar de todo, ahora cuando miro el cielo sólo contemplo la luz sin saber identificar cual es cual… supongo que porque la memoria es frágil para esas cosas o, quizás, porque mi propio firmamento ha cambiado… porque de alguna manera, durante su ausencia, he construido mis propios cielos a los que mirar y por los que guiarme… no sé dónde está el Norte, ahora mismo no sabría situarlo… y, a pesar de ello, sigo siguiendo siete estrellas que marcan el camino… ves eso de allí, recuerdo que me decía, es Venus… ves las estrellas de alrededor, me preguntaba en mitad de la oscuridad con su gesto habitual de cogerme de la mano, son las Pléyades… un nombre impronunciable, o eso me parecía a mí… son palomas que se convirtieron en estrellas por volar demasiado alto, decía con ese tono misterioso con el que envolvía muchas realidades de la vida que sólo cuando él las contaba se convertían en auténtica magia…

Es el único nombre que recuerdo y, quizás por eso, a pesar de su ausencia traté de saber más… más de una historia de la infancia que resultó ser una de los cuentos mitológicos más bonitos del firmamento… siete mujeres transformadas en palomas, siete palomas transformadas en estrellas… sonrío recordándolo… siete entre más de quinientas, descubrí… siete, ese otro número mágico… uno que, curiosamente y sin premeditación, marca el mismo número de estrellas que me rodean y me ayudan a ver el camino cuando me pierdo… las siete estrellas de mi cielo, de uno elegido a medida que ha ido pasando la vida… un número que, a pesar de tener a veces diferentes caras o distintos nombres, nunca aumenta… algunas de mis estrellas son antiguas, de esas que brillan desde hace mucho… que lo hacen con una luz diferente a pesar de que las demás se apaguen, que lo hacen incluso a miles de kilómetros saltándose las barreras del espacio para ponerle más luz que ninguna incluso más cercana… algunas de esas viejas estrellas de mi propio cielo tienen pequeños resplandores a su alrededor, unos que a pesar de no computar en mi carta astronómica ayudan también a iluminar…

Otras estrellas son nuevas, adquiridas con pocas hojas de ese supuesto calendario que -supuestamente también- es lo que da solvencia a la amistad… aparecidas como enormes puntos de luz con ojos y sonrisas, con palabras que acarician y gestos que abrazan a pesar de no tocarte… en mi constelación también hay otras estrellas que a veces brillan menos, escondidas a millones de kilómetros de esa tierra sobre la que pongo los pies… quizás porque no todas las estrellas marcan el mismo camino, quizás porque algunas simplemente se esconden perdidas en sus propias brújulas…   

Lo curioso es que más viejas o más nuevas, regalándome más luz o menos todas forman parte de ese cielo que lleva mi nombre… uno que sólo yo poseo y sólo yo veo cuando miro sin necesidad de oscuridad… nunca dejes de mirar al cielo para encontrar el camino, vuelvo a recordar con los ojos cerrados para poder sentir esa voz que hace mucho que no oigo pero que estoy segura de que forma parte de mi enorme firmamento… nunca, pienso sonriendo…

Por esos firmamentos que todos tenemos aunque no sepamos mirarlos… por cada estrella joven pero vieja que lo forma… por cada una de las luces que, a pesar de no observar como debemos a veces, velan por nosotros…