No te puedes tomar nada con alcohol, me dijo en ese modo
madre que tiene tan interiorizado, que estamos de campaña de alcoholemia… la
reprimenda me obligó a sumarme a su petición nocturna y sin alcohol… dos, le
corregí a la camarera mientras asentía a un primer San Francisco pedido por mi
amiga… sonrió, sé que por esa satisfacción de haberse salido con la suya…
reconozco que yo también me reí para mis adentros… si no la conociera tan bien,
no sabría el increíble valor que tienen para ella esas pequeñas victorias… y
reconozco que no me supone ningún problema facilitárselas… yo me peleaba con el
escote del vestido abrochándome botones, ella me reprendía diciéndome que "hiciera el favor de abrirme la chaqueta" en ese idioma maternal que habla como lengua de cuna… estás
monísima, me dijo abriendo mucho los ojos cuando me senté en la mesa, te queda
genial ese vestido… no hay más que preguntarle al camarero qué opina, me dijo
con mucho cachondeo sobre un supuesto italiano que yo mantengo que era de
Cuenca pero que amenizó la noche llamándonos “signorinas”…
De pronto, abrió ese bolso en el que cabe un mundo… sonreí
pensando que esa es una de las habilidades de la maternidad, la capacidad de
poder llevar casi cualquier cosa en el bolso… hablábamos de lo breve de la
cena, de esa noche que ella había preparado como siempre con tanto esmero para
salir… para disfrutar de un rato sólo para ella compartido con ese extraño
club que formó un día un colegio y siguen manteniendo los años… es curioso, a
nosotras no nos hace falta esa cena agendada y tan preparada para vernos… y,
aún así, cumplimos religiosamente con la cita… te mato si no vienes, me había
dicho un par de días antes por teléfono… sonreí… además de llevar conmigo toda
la vida, pensé en ese momento, sabe leerme el pensamiento… uno que supo
interpretar también mientras cenábamos sin necesidad de que yo abriera la boca,
a pesar de mi papel ante una situación que ella sabía que me estaba resultando
incómoda… me miraba de reojo… estoy aquí, me pareció decir con el gesto… no te
preocupes, pensé encendiéndome un cigarro abanicado, no lo había dudado…
De ese bolso inmenso salieron unos tickets de gasolina y un
descuento para Sephora que me tendió en lo que yo le decía que aquélla
guarrería que nos habían puesto tan mona en la copa sabía al Biofrutas de
Pascual… semejante despliegue de cupones bien valía una explicación, creo que
consideró… y poco a poco, ante aquel mejunje que me tomé saboreando el hielo
picado, conocí una historia de secretos sonreídos en garajes misteriosos… de
bondad, de eso que hace que un corazón sea más grande incluso que la persona
que ya conoces… a una que quieres por defecto, por historia y por una sangre
que no es tuya pero que de alguna manera lo es… nos reímos del triple loop que le deben estar
haciendo todavía en ese Corte Inglés que parece que le construyen siempre cerca…
por un momento, recordé las noches de diciembre de una vida de hace muchos años
cuando dormir en su casa implicaba hacerlo con la luminaria de Navidad
colándose por la ventana…
Me quedo más tranquila, me dijo después de
varios intentos frustrados de hacerle una foto que le gustara… parezco china,
decía mirando horrorizada la pantalla de mi BlackBerry en lo que las borraba… te veo bien,
fue el preludio de una conversación que sabía que tocaba… una que no evité
porque sabía que sólo escupiéndoselo a ella pesaría mucho menos a pesar de que tenía nuevamente una reprimenda en ciernes… hablamos de
sentir, de ilusión… de una vista fugaz desde la ventana de un hotel en Oviedo,
de ese extraño gen que tengo y que para ella es ser “más de campo que las
amapolas”… hablamos de saber, de poder… de todos esos verbos que, de golpe, se
me habían escapado de un armario del que ni quería ni sabía cerrar las puertas…
hablamos de tiempo, de ese año hipotético que escuché decir… de entender y
respetar… de apoyar aún no compartiendo… de pronto ese San Francisco que
apurábamos era más dulce, la noche más cálida y aquella terraza me pareció el
epicentro de una historia que empezamos hace ya 28 años... demasiados para no
haber encontrado un lenguaje en la peculiar Torre de Babel que somos,
suficientes para saber qué decir cuando el mundo nos pesa un poco más sobre la
espalda… en mitad de esa extraña catarsis en la que yo me puse las tripas sobre
la mesa y ella me las hilvanaba a golpe de palabras, nos tuvimos que reír… ese
mismo camarero de Cuenca que simulaba haber nacido en la Toscana pasó sin
quitarnos un ojo… tardamos en identificarle todos los metros que tenía la terraza…
disfrazado de italiano no movía tanto las caderas, le dije con mucho sarcasmo…
se le escapó una carcajada de esas tan suyas… sonreí… no sé por qué, pero
cuando la Enana se ríe se te alegra el alma…
Nos despedimos como siempre, abrazándonos… prometiéndonos
pincharnos en la BlackBerry al llegar a casa… sonriéndonos ese rato improvisado
para nosotras que, para mí, supuso un esparadrapo kilométrico sobre el presente…
dale un beso a las niñas, le dije, y otro al papá… sonrió… conduje hasta Madrid
con Antonio Vega sonando en el coche, contando los ningún controles de
alcoholemia que encontré en el camino… riéndome de haberle concedido el
privilegio de portarme como una niña buena… llegará el momento, recordaba por
el camino que me había dicho… si ella lo dice, pensé para mis adentros, seguro que no se equivoca… supongo que, en ese caso, también tendré que concederle el dulce sabor de otra victoria...