martes, 18 de noviembre de 2008

La taberna de Moe

Quien diga que un bar de pueblo no es más que eso, se equivoca… Más allá de la barra, las cervezas y los cubatas existe un submundo tan mágico que uno corre el riesgo de quedar atrapado para siempre… de querer no salir de allí, de tener auténtica adicción a lo que dentro de sus cuatro paredes ocurre… este bar tan singular no es otro que “La taberna de Moe”, la antigua lechería de ese pueblo del que nacen las raíces que me atan a la tierra… ese lugar del mundo en el que me siento en casa, a salvo… protegida… parte de mi propio lugar en el mundo… ese bar es el primer lugar al que te diriges cuando llegas allí, buscando caras conocidas… es una cita a ciegas muy particular: nunca sabes a quién vas a encontrar pero seguro que saldrás de allí con la placentera sensación de haber tomado tierra…

Por las mañanas, el horario es dudoso… depende de la última partida de cartas de la noche… la cara de cansancio de Olga la delata, la marca de la almohada en la cara de Alvaro también… la cita del vino es obligatoria… y ahí es dónde comienza a formarse un extraño clan en el bar: padres, hijos, abuelos… todos tienen cabida… todos charlan… para todos hay una palabra… somos una pequeña familia con sus desavenencias, sin duda… pero ahí estamos, compartiendo nuestro tiempo y de manera casi ritual… por las tardes llega el turno de las cartas… las mismas caras de siempre, los mismos piques, los mismos gritos que hacen que salgas huyendo de allí… de repente, una abuela asoma la cabeza… viene a buscar sus medicamentos, el bar también ejerce las veces de dispensador farmacéutico para quiénes no pueden ir a comprar las medicinas… se comentan las noticias de la tele, se compara con años pasados… lo de antes, desde luego, siempre fue mejor… hacer el crucigrama del Diario de León se convierte en una contrarreloj… o llegas pronto o el Míster ya está en ello… con sus gafas de leer de cerca… con sus dudas genialmente resueltas gracias a la mini enciclopedia del bar… ¿dónde se ha visto un bar que tenga ese tipo de lectura?

Las cervezas de antes de cenar vuelven a reunir al mismo clan de por la mañana… y la noche vuelve a ser una extraña maraña… tu padre, tu colega, tus primos, el novio de no sé quién… los niños en el futbolín… si no hay fiesta la noche pinta tranquila pero nunca terminará antes de las tres de la mañana… aún cuando no hay nada que hacer, irse a la cama resulta complicado… sentados en los bancos de la terraza, con una Mahou o un café con leche… conversaciones en el frío de la noche de la montaña… sobre todo, sobre nada… quizás unas pipas le ponen broche final al ambiente… si hay fiesta, es la primera copa –o las cinco primeras para algunos- obligatoria… allí llegamos, comentarios sobre si es tarde, sobre quién va con quién… las prisas de algunos, el relajo de otros que podrían quedarse directamente allí sin ir a ningún otro pueblo… y, al volver de madrugada cuando todavía es de noche, mientras el coche va por la calle del medio miras a ver si hay todavía alguien en el bar… y si, mirando por el ventanuco ves a alguien recogiendo, siempre paras a decir “menudas horas” esperando saber quién les ha hecho quedarse hasta tan tarde… qué extraño momento vital en la historia de la Humanidad les ha alargado el cierre… en resumen, quién estaba jugando a las cartas o tomando copas, y qué había pasado… porque otra de las bendiciones de esta singular Taberna es que siempre pasa algo… siempre hay una historia graciosa que contar… si no es que unas búlgaras se suban medio desnudas a la barra a bailar una tarde de invierno puede ser, simplemente, que un pulpo congelado había tratado de asesinar a Álvaro… todo es posible… y, a la mañana siguiente, vuelta a empezar… el mismo ciclo, las mismas costumbres… los bolos… las historias del Buggui… el plato de pinchos que se pasea por la terraza… el auto servicio que tenemos algunos cuando hay mucho lío, "te lo apunto" le dices… la manguera que en verano salpica con la sidra… las madreñas a la entrada en invierno…

Ese bar no es sólo la historia de dos personas, Alvaro y Olga, y de sus largas noches de paciencia… del buen rollo pese a ser madrugada, de las ganas de charlar siempre sobre cualquier cosa… no es sólo un lugar de reunión… no es un bar como otro cualquiera… es la gran caldera que calienta todo ese pueblo… el calor en mitad del invierno más duro… el fresquito más agradable en los días de calor… “La taberna de Moe” es el eje sobre el que gira esa pieza del gran puzzle que es para algunos ese lugar… el pulmón que permite que vivamos en la ciudad… porque siempre, siempre podremos volver…

Suavemente...

Átame al futuro… a lo nuevo… al mañana…
Bórrame los archivos temporales de ayer… esos que ocupan demasiado espacio…
Castígame con calor… con ternura… con palabras, miradas, momentos…
Recuérdame que no recuerdo… sin melancolías… empezando una nueva página de mi vida…
Envuélveme en historias de la vida… de las que ocurren, van, pasan y se marchan…
Destroza los cascotes que entorpecen el camino… para poder ver esas margaritas que crecen incluso en mitad del desastre…
Abona este día a día con sonrisas… con risas… con esa estúpida sensación de felicidad que busca el ser humano…
Abrázame a la ilusión… a la esperanza… a la luz del sol de invierno… a un episodio de primavera pese a ser noviembre…
Ábreme los ojos de este largo sueño… despacio, muy despacio… para que pueda saborear el placer de volver a la vida…
Sepúltame con verdades… todas las que puedas… las reales, las auténticas… deshaz cada mentira de este extraño mundo…
Fúmame lentamente… paladeando cada uno de los sabores… disfrutando de cada calada…
Bésame esa cicatriz… para recordarme que no me duele… que el pasado son recuerdos, que mañana es lo que importa…
Devórame la tristeza… para que no regrese nunca… para poder seguir siendo Campanilla en una nueva isla de los Niños Perdidos…
Posee mi memoria… te la regalo… metida en un gran baúl en el que almaceno tantas, tantas cosas…
Hazte propietario de mi letargo… de la ausencia... el vacío... el silencio… y destrúyelo para que no regrese más…
Lima mis esquinas… esas que me obligan a desangrarme en cada gesto… con cada palabra…
Abrígame con esa suavidad de la noche… con la magia de la oscuridad… con esa penumbra casi bruja que me rodea…
Odia mi calma… será una buena vacuna para salvar una vida… para volar desde las cenizas… renacer…
Oblígame a pronunciar “mañana me voy”… para no anticipar… no fabular… para soñar nuevos sueños…
Inúndame con esa luz de antes... de los largos días luminosos...

Muérdeme el alma… pero hazlo suavemente, muy suave… despacio... disfrutando de cada mordisco...

República Independiente de Fátima (R.I.F.)

Creo que sucedió apenas sin querer… sin buscarlo de manera objetiva… pero sí, quizás, inconscientemente… colgué el teléfono y me di cuenta… ¿qué estaba haciendo?... ¿para qué?... sin cambios… nada que informar… y lo vi claro… me había hartado por primera vez en mi vida… hartado de sentir que el tiempo estaba congelado… hartado, en definitiva, de esta extraña montaña rusa para la que ya no quiero ticket de acceso…

Mi pequeño golpe de estado de semanas atrás no había sido suficiente, pero sí quizás el punto de partida… un pequeño empujón para encontrarme en el lugar del mundo que me corresponde… yo misma… con mis cosas buenas y malas… pero segura de lo que se es y se deja de ser… demasiado sentimiento… hasta el hastío… me ha costado pero veo la meta… llegué! Quizás me merezca una palmadita en la espalda… iba siendo hora, me digo… quizás ha llegado el momento…

Así que asumo esta pequeña revolución que se ha fraguado y que ahora parece ganar terreno… el objetivo de tanto levantamiento es claro y clave… reinstaurar la República Independiente de Fátima (R.I.F.)… esa que existió un día y que se perdió en alguna parte de esta compleja historia… la guerra ha terminado en mi territorio… no habrá rendiciones… tan sólo un abandono… un “hasta pronto”… un sentimiento de supervivencia que se ha levantado en armas… las ganas de despegar los pies del suelo por medios propios… sin necesidad de nada más… revelador el sábado, sin duda… es mi propio cierre de capítulo… al menos, por ahora…

Creo que incluso yo me resistía al hecho de poner un pie en esta orilla… la Reina de las Nieves amenaza con ese espejo maligno, qué gran libro lleno de historias… demasiado frío… pero todavía sonrío y eso me gusta… pese a esta extraña y estúpida felicidad que siento ahora mismo por la calma que siento dentro de mí… la siento, realmente… una gran tranquilidad… quizás la que sientes cuando sabes que la batalla ha terminado… con demasiadas bajas, sí… pero, como siempre en esta vida, esta transición era necesaria…

He colgado la bandera de mi nuevo estado en la ventana… he tirado los viejos textos constitucionales… las viejas creencias… no mis principios, pero sí los que adquirí por las circunstancias… en una caja fuerte bajo siete cerrojos, la esencia de mi revolución… quizás la resistencia ha abandonado su fortín y ahora sólo se dedica a redactar fanzines oscuros y ocultos… sepultados con las ilusiones, la esperanza y la resignación de una victoria que no se sabe a quién le pertence… por el momento, la calle respira cambio… y me gusta ese olor…
Como esa canción que canté una noche, puede ser un gran himno para mi nueva nación... "conduciré camino aunque reviente, en mis talones rompiendo las olas, llevo en la bolsa escondido un cuchillo para cortar de mis alas sus redes"... "removeré el mundo"... o al menos el mío... quizás la cuenta atrás se acerque al final... y ya no sea cuestión de búsquedas, sino únicamente de que las piezas de la vida se coloquen solas... gran palabra, "sola"... cuatro letras... rotunda, breve... como esta pequeña revolución que no será televisada pero que es mía... propia...

Dos maullidos en la noche

Te maullé desde la puerta… con ese ronroneo ligero y tan particular… apenas un susurro… una mirada… una medio sonrisa pintada en la cara… real, sí… totalmente auténtica… tus orejas se tensaron para oírlo con más nitidez... mientras yo, sólamente, respiraba...

Maullaste desde el otro lado del mundo… desde tu propia barrera… asustado, receloso… apenas fue un instante… pero te brillaron los ojos de felino dormido en la oscuridad…

La rama de aquél árbol de invierno se arqueó para dejarme pasar… caminé despacio… sobre el filo de esa rama… como si hubiera recorrido miles de veces ese trayecto con el balanceo de esa ingravidez bajo mis patitas…

Al llegar a la otra orilla era inevitable sentir el reflejo… ese rostro afilado y oscuro tiñéndose de miedo… de querer y no deber… de rendición ante lo evidente… la ingravidez se acababa… ya había puesto la primera pata sobre tierra firme… pero se balanceó también… bajo tus pies… bajo las patas… volvimos a ese extraño lugar en el mundo que nos pertenece a los dos…

Y la luna menguó para dejar que nos sentáramos en ella… dejando galopar la noche… con su oscuridad… su silencio… su locura susurrada… con ese suave velo con el que envuelve a las historias… esa gran espectadora insolente e indolente que nunca opina… pero que siempre deja que ocurra…

Con el último maullido a esa luna que se escapaba llegó un inesperado amanecer… cargado con la oscuridad más infinita… con una mirada felina que bajaba una escalera… con otra perdida dentro de su espacio más cotidiano… maullando en la soledad tan bajito que ni siquiera ellos eran capaces de oírlo… preguntándose cuántas vidas más les quedaban… cuántas habían consumido de sus siete…

viernes, 14 de noviembre de 2008

Y si te como a besos

¿Lograré sacarte de ese mundo?... conseguiré que te descongeles… que vuelvas a ser tú… la misma persona de antes… el mismo ser… que en tus ojos lea esas extrañas palabras que tan sólo yo entendía…

¿Conseguiré acabar con el miedo?... ¿con el rencor que alimentas en tu frío? Quizás no lo consiga nunca… a veces creo que ha acabado contigo… que te ha sepultado… otras, simplemente, que está dormido dentro de ti… que volverá… aunque ya no sé si estaré para verlo…

¿Volveré a sentir esa ternura?... ese extraño sentimiento que no se puede disimular ni fingir… que nace o no, sin más… ¿volveré a escuchar palabras que condenan sentimientos que pareces haber encarcelado? Antonio Vega suena ahora mismo en mis oídos… pero no, no hay música… tan sólo silencio…

¿Te sacaré de ese abrigo de invierno que eres incapaz de desabrocharte?... la hibernación más dura, más cruel de todas… la de los sentimientos… sentir… no sentir… ¿qué es peor?... ya no lo sé… aunque me lo pregunto a menudo…

¿Sentiré que he podido desterrar la tristeza?... esta pena que ya pesa demasiado sobre los hombros… nada de tiempo dentro del contexto de una vida… un auténtico mundo cuando hay que vivirlo día tras día… ¿qué he hecho con el tiempo, dónde se ha quedado?... la vida es complicada y corta… ¿dónde se han ido esos días?

¿Podré pasar página a todo esto?... susurrándole a un cuerpo imaginaria palabras sin sentido en la oscuridad de una habitación… ¿locura?… puede ser… me encantan las preguntas… las palabras… aunque no tenga quien las responda… a ninguno de los dos lados del hilo…

¿Entenderás por qué seguimos atados de alguna manera?... por qué, pese a todo, ese nudo no se deshace con nada… dos extremos tan lejanos… unidos, pese a todos… pese a todo…

El encuentro con brutus (o cómo cabrearte al volante en León)

Una reciente visita a la capital leonesa ratificó mis peores temores… el prototipo de cazurro bruto de la ciudad es, más allá de una leyenda urbana, una raza aparte del ser humano que se camufla entre los mortales comunes… la descripción es sencilla: fuerte y entrado en kilos, colorado, con pinta de bruto, habitualmente con camisa de manga corta pese a ser invierno… y, sobre todo y fundamental, con un coche muy grande tipo todoterreno… de esos que cuando frena en un paso de cebra dice “aquí estoy porque he llegado” y “tendré que dejarte pasar”…

Con uno de estos personajes de esta peculiar raza, que en lo sucesivo denominaremos “brutus individuos” –brutus para acortar-, me tuve que topar tratando de aparcar en una de las calles más complicaditas del centro de la ciudad… Julio del Campo, tarde de invierno… noche cerrada… después de 20 minutos dando vueltas, veo la luz: un hueco, ajustadito, pero útil para dejar mi Astra… la calle vacía… comienzo la maniobra… mientras empiezo a dar marcha atrás, entra follado en la calle un gran todoterreno gris que frenó, por los pelos, cuando llega donde yo estoy… el brutus hizo acto de aparición bajándose sin mediar palabra del coche… golpeó la ventanilla y cuando la bajé comenzó el show… “si cuando digo que las mujeres no tienen que conducir”… “a ti no te han enseñado que ahí no te cabe el coche?”… “atascando la calle, sin dejar pasar a nadie”… yo sigo flipando, me bajo del coche… y le digo muy tranquila y de buenas maneras… “la calle estaba vacía, acabo de empezar a aparcar, vamos que no he terminado ni de darle marcha atrás por primera vez…”… a mitad de mi explicación, que todavía no entendía por qué estaba dando, el brutus comienza a chillarme…

Y mi pequeño golpe de estado tomó partido en mis neuronas… los viandantes parados contemplando el show, mi padre en la otra acera… los coches que comenzaban a llegar a la calle que colapsábamos el brutus y yo… “pues mire, ahora por mis santos cojones que no tengo le voy a demostrar que mi coche cabe ahí”… el brutus se ríe… me subo a mi coche… trato de dar marcha atrás pero el brutus ha decidido que no me va a dejar… comienza a dar marcha alante, a darme las largas, a pitarme… tiro del freno de mano que casi me quedo con él en la mano… me bajo del coche… “vamos a ver, esto es muy sencillo… si deja de tocarme los cojones, podré aparcar… y usted se podrá ir porque, tanto que se queja, está atascando la calle”… el brutus se ríe, sigue chillándome… me meto en mi coche… dos maniobras después el coche estaba aparcado… me bajé como un relámpago del coche para lograr pillar al brutus en el paso de cebra… llamé con los nudillos a su ventanilla… me miró sin bajarla… y le dije altito para que me oyera él y toda la calle que contemplaba el espectáculo… “Cabía o no? Me vas a decir tú a mí donde puedo aparcar mi coche”

Si la calle no aplaudió no me tachéis de loca… así fue como lo sentí…

PS- Si alguien se siente aludido por la descripción de “brutus”, lo siento… dudo mucho que si perteneciera a ese género tuviera siquiera la dirección de este blog…

Golpe de estado

Un billete, una mochila y la mayor calma que he vivido jamás… de esa guisa me presenté en Atocha… temprano, muy temprano… tranquila, hasta unos límites que me asustaban… sin siquiera plantearme qué estaba haciendo… sabiendo, únicamente, que así lo había decidido… mi primera decisión en mucho tiempo… la primera después de muchas cosas… pero lo hice, y quizás por eso estaba tan tranquila… por eso quizás mi viaje consistió en escribir en mi cuaderno lo que iba sintiendo… un cuaderno de bitácora del corazón… más cartas imaginarias de un día real… esa ciudad que tantas cosas buenas me hace sentir y que no conozco me recibió con un espléndido día de sol… con calor… con una extraña sensación de volver a casa cuando nunca lo ha sido… y sonreía…

Cincuenta kilómetros después, la primera parada… el reencuentro con una amiga… ese abrazo después de tanto tiempo, de tantas cosas… esa comida en una terraza mirando al mar… me hablaba de su nueva vida tan lejos del mar… con una persona a su lado… y veía en su cara felicidad… tranquilidad… la seguridad que te da una vida que tu tándem se mantenga en equilibrio… la miraba y recordaba tantas cosas de ayer, tantas aventuras por Madrid, tantos cafés… y sonreía… feliz de verla así de bien, así de feliz…

Cuarenta kilómetros después, mi calma necesitó darse una tregua… un mirador… ese al que tan pocas veces he ido y tanto me gusta… necesité quedarme allí media hora mirando a lo lejos la bruma del mar… los barcos atracados esperando para entrar… el peñón… ese pueblo tan conocido y extraño para mí a la vez… y sonreía… respiraba el mar… esa cálida humedad de sus calles encaladas… de sus baches, sus cruces, sus stops… esa maraña del centro me hizo perderme sin quererlo… y recordar al pasar por las calles momentos de un pasado ya tan pasado y tan presente a la vez… y sonreía… al ver salir a Mayte del portal con esa sonrisa, sentí de nuevo el calor… esos dos cafés y un pastel en la terraza del Okey… con su suegra, una cara tan familiar que me sonreía sin parar… estaba en casa… charlando sobre la vida con esa amiga que ahora va a ser madre… la veía hablarme de su tripa, de sus ilusiones… y yo sonreía… qué felicidad tan contagiosa, pensé…

Y luego la cita… a las 7 en el Raku… allí estaba… como si le hubiera visto ayer… y sonreía… hablando de cualquier cosa… disfrutando tan sólo el café, la compañía, la situación… sintiendo dentro de mí ese pequeño golpe de estado a mí misma que era haber despertado en Madrid y estar tomando café en la Plaza Cruz Herrera… una cena temprana con una conversación distendida… sentir el mar de nuevo… cálido… incluso el mar me parecía estar caliente… la arena húmeda bajo las zapatillas… y sonreía… sentía esa revolución dentro de la paz… la decisión correcta… el momento preciso… todo parecía haberse colocado sin haberlo querido… una locura reposada, sí… pero mía, propia… ajena a todo lo demás… pensé en mí nada más, sí… pero sonrío pensando que por fin lo hago… que es un buen comienzo…

Anduve hacia atrás de nuevo el camino… con ternura… con sonrisas… con lágrimas… con susurros… suspiros… sentir, ¡al fin!, sentir… y todo lo demás de esa oscuridad del vacío más absoluto teñido con soledad… las miradas a veces hablan más que la boca… y sonreía… amaneció demasiado rápido y oscureció demasiado temprano… esa ciudad se solidarizó conmigo… con mi despedida… sin parar de llover… con desandar un camino fugaz como las estrellas de verano a las que se les pide siempre un deseo…

Yo pedí el mío… seguir sintiendo esta revolución que me había traído hasta aquí… a la calma… a la tranquilidad que te da la rendición… algo en mí se levantó en armas cuando subí a ese tren… y algo de mí se rompió al volver hacia atrás… quizás fuera melancolía… pero pese a los destrozos, este golpe de estado natural e involuntario me está devolviendo algo que la vida me quitó y que forma parte de mí… de lo que soy…

Aquéllas maravillosas cartas...

Creo que cualquiera recuerda la ilusión de mirar en el buzón al llegar del colegio… habitualmente, sin sacar la llave del bolsillo… metiendo la manita impaciente en su pequeña boca para sacar su contenido… primero, la publicidad del supermercado… después, esos sobres de colores que sabías que no eran para ti y esos blancos en los que cabía la posibilidad de encontrar alguna sorpresa… en los blancos depositabas la esperanza… ¿tendrías carta esta semana?...

La frustración con la que comprobabas que, salvo las facturas de tus padres, no había nada para ti era directamente proporcional a la de cada mañana del día de Reyes desde que descubrías que eran los padres… pero cuando en el buzón alguno de los sobres blancos llevaba tu nombre, te hacía tanta ilusión que sólo podías abrir el sobre atropelladamente para saber qué ponía dentro… mirabas el sello para saber cuántos días había tardado en llegar… sobre el papel, la vida de alguien… cómo era, qué le había pasado… con su caligrafía, esa que reconocías por cualquiera de sus otras cartas… podía ser una amiga que hacía tiempo que no veías o aquélla chica alemana que conociste un verano y con la que hablabas más por carta de lo que lo hiciste en su día en persona… daba igual… eran noticias…

Internet mató a las cartas, y todavía no entiendo cómo Correos no se ha declarado en huelga del e-mail… es cierto, hemos ganado inmediatez… pero, perdón por el atrevimiento, hemos perdido ilusión… calidez… vida… quizás hasta ahora no lo había pensado, pero ahora… cuando me veo escribiendo la primera carta de papel después de muchos años… me doy cuenta de que hace años que nadie me escribe salvo para invitarme a una boda… y echo de menos esos sobre blancos con sellos en los que había un poquito de la persona remitente… una pizca de su vida, de su tiempo…

Así que, desde este pequeño rincón del mundo que me pertenece, reivindico la necesidad de escribirnos cartas… de tomarnos ese tiempo… de sentir esa ilusión… de buscar un lugar tranquilo para leerla disfrutándola… con calma… para guardarla en una caja junto con las demás, selladas tan atrás en el tiempo que resultan ajenas y te despiertan una sonrisa…

Parole, parole

Escritas sobre cualquier superficie… todo vale… la trasera de cualquier flyer de los que te dan a al salir del metro… una servilleta de bar… el recibo del teléfono… “amigo, me dejas un boli?”, le digo siempre al camarero… raras son las veces que salgo sin mi cuaderno, pero a veces ocurre…

Palabras… tiempos verbales… puntos suspensivos… sin pensar, sin releer… sin mirar jamás hacia la línea anterior… nunca… tan sólo escupir con tinta… todo o incluso nada… ¿cuántas palabras habré escrito?, ¿alguien sabe cuánto vale un drachma?... imposible saberlo… se estiran, se retuercen… de golpe viven en mi cabeza y mueren en cuanto las dibujo sobre el papel… son cautivas de cada paso de página que doy… porque se quedan encerradas en papel sin que nadie las lea… ¿para qué, entonces?... un río de tinta sin objetivo definido… quizás sea un vicio… quizás una necesidad…

Y con ellas, de golpe, expresas sentimientos… temores… rabia… rencor… alegría… felicidad… ¿cómo se puede explicar algo que se siente con palabras?... imposible… pero lo consigues… las destripas hasta desangrarlas… para que sean lo que sientes en ese momento… ¿para no leerlas?... cierto… quizás es sólo por el hecho de atraparlas… de conservarlas en el cajón de los recuerdos…

Mi cuaderno se termina… lo empecé en un momento muy concreto… muy simbólico para mí… pero se le acaban las páginas… demasiadas palabras… demasiada tinta lanzada sobre un papel para, simplemente, quedarse en un cajón… pero incluso comenzar uno nuevo es simbólico… un nuevo comienzo… un cuaderno distinto… diferente a los anteriores, cargado de palabras… de letras que, unidas, descifran tantas cosas…

Al principio, como siempre, escribiré… “si me pierdo, devuélveme a mi dueña… ella no me lee pero sí me escribe”

viernes, 7 de noviembre de 2008

Despensa de sentimientos

Hacer inventario no siempre es sencillo, y menos cuando se trata de ordenar las existencias del corazón… mi despensa en este momento comienza a cobrar formar, a volver a su lugar… ya no está todo desordenado, no… ahora existe un extraño orden que me desconcierta y, a la vez, me mantiene tranquila… husmeé entre mis costuras en busca de todas esas sensaciones perdidas, partidas, hundidas, escondidas… y encontré tantas telarañas como estrellas… sí, una locura… pero quizás es ahora cuando puedo lograr colocar cada cosa en su lugar…

Rebusqué, miré… y me di cuenta de que cada vez me queda menos paciencia… he logrado terminar con ella… creo que ha sido este extraño tiempo… este tiempo que no entiendo, no comparto, no deseo pero que me toca vivir… y que creo que, sea para lo que sea, traerá algo positivo… algo bueno… algo de lo que aprender, sea como sea… en mi lista de la compra también tuve que anotar la ilusión, de la que apenas me quedan unos gramos para muchas cosas… y que ahora mismo necesito guardar como si de un tesoro se tratara… para utilizarlo con el resto del mundo, con las cosas que me pasan… para lograr aplicarlo en mis recetas de vida… en todos esos momentos únicos y diferentes que vivo… también vi una pizca de esperanza, de esa que permite que todo se tiña de verde… esa que necesitamos los seres humanos para poder respirar, para mirar hacia delante… para plantearnos esta aventura constante que es vivir… porque la vida, al fin y al cabo, es como jugar al póker… apostar a una carta… echar el resto… tratar de descolocar al contrario… y, si ganas, llevarte ese premio que muchas veces no paga el dinero… y, si pierdes, plantearte que otra vez será… que, como con las Matutano y esos famosos cartoncillos, hay que seguir buscando…

Ahora mismo, mi despensa está llena de calma… supongo que ha sido el regalo de este tiempo… el saber que, por muy torcidos que sean los caminos de la vida, antes o después vuelven a encauzarse… vuelven al lugar que les corresponde… y eso, supongo, es lo que me permite ahora mismo tener una tonelada de tranquilidad dentro de mí… respiro hondo y no siento esa punzada… no… ahora mismo, he logrado estar tranquila conmigo misma… y eso es importante… también tengo un saco lleno de amor… el que siento, aunque no sea correspondido ya… el que me da mi familia escogida… el que me regala cada cosa con la que emociono, cada momento en los que me siento feliz… viva… pese a todo y a todos… y tengo latas industriales de sueños… pendientes de cumplir y cumplidos… vividos y por vivir… quizás ese sea el ingrediente fundamental que permite que la receta de mi felicidad, esa que parece descongelarse ahora, tenga el gusto adecuado… me quedan todavía algunos ingredientes por encontrar… pero tengo confianza en que los conseguiré… antes o después… tengo toda la vida para encontrarlos…