viernes, 14 de noviembre de 2008

Aquéllas maravillosas cartas...

Creo que cualquiera recuerda la ilusión de mirar en el buzón al llegar del colegio… habitualmente, sin sacar la llave del bolsillo… metiendo la manita impaciente en su pequeña boca para sacar su contenido… primero, la publicidad del supermercado… después, esos sobres de colores que sabías que no eran para ti y esos blancos en los que cabía la posibilidad de encontrar alguna sorpresa… en los blancos depositabas la esperanza… ¿tendrías carta esta semana?...

La frustración con la que comprobabas que, salvo las facturas de tus padres, no había nada para ti era directamente proporcional a la de cada mañana del día de Reyes desde que descubrías que eran los padres… pero cuando en el buzón alguno de los sobres blancos llevaba tu nombre, te hacía tanta ilusión que sólo podías abrir el sobre atropelladamente para saber qué ponía dentro… mirabas el sello para saber cuántos días había tardado en llegar… sobre el papel, la vida de alguien… cómo era, qué le había pasado… con su caligrafía, esa que reconocías por cualquiera de sus otras cartas… podía ser una amiga que hacía tiempo que no veías o aquélla chica alemana que conociste un verano y con la que hablabas más por carta de lo que lo hiciste en su día en persona… daba igual… eran noticias…

Internet mató a las cartas, y todavía no entiendo cómo Correos no se ha declarado en huelga del e-mail… es cierto, hemos ganado inmediatez… pero, perdón por el atrevimiento, hemos perdido ilusión… calidez… vida… quizás hasta ahora no lo había pensado, pero ahora… cuando me veo escribiendo la primera carta de papel después de muchos años… me doy cuenta de que hace años que nadie me escribe salvo para invitarme a una boda… y echo de menos esos sobre blancos con sellos en los que había un poquito de la persona remitente… una pizca de su vida, de su tiempo…

Así que, desde este pequeño rincón del mundo que me pertenece, reivindico la necesidad de escribirnos cartas… de tomarnos ese tiempo… de sentir esa ilusión… de buscar un lugar tranquilo para leerla disfrutándola… con calma… para guardarla en una caja junto con las demás, selladas tan atrás en el tiempo que resultan ajenas y te despiertan una sonrisa…

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