sábado, 31 de enero de 2009

Reconociendo familia, emborrachando anocheceres

Para cuando abro el ojo, todavía no soy consciente del día tan atareado que se me venía encima… después de desayunar una ensalada de frutas, como lo llaman aquí, me visto de persona y salgo al jardín… Víctor, el guardés de la finca, ya está preparando el fuego para la barbacoa… hoy es de pescado, pargo para ser exactos… el tipo está interesadísimo en contarme las peculiaridades de esta tierra caliente suya… es autóctono y lleva colgado de la cintura un machete de medio metro… acá los usamos todos, me dice, incluso hay peleas y a un “man” le cortaron un brazo y se lo reinjertaron… por un momento, no me lo quiero imaginar cabreado… el tipo se adentra, jardín abajo, para traerme bastones de rey… una extraña planta tropical de un rojo intenso que es una auténtica maravilla… eso sí, para conseguirlos se mete –literalmente- dentro de la planta… alucino…

Comienza a llegar la gente… el primero, mi tío Jaime con la mujer de otro tío mío que vive en Ecuador y su hija… comenzamos la charla y recuerdo que me había comprometido a hacer tortilla de patatas… me meto en la cocina con Margarita y Marina, la mujer de Víctor… me mira con curiosidad, con miedo… con respeto… no sé definir cómo me mira… es una mujer pequeña que tuvo que ser bonita pero que, ahora, tiene los ojos tristes y los dientes mellados… como no podía ser de otra manera por aquí, me han pelado las patatas… de golpe, me veo impartiendo clase de cocina española… curioso… yo que en Madrid apenas hago tortillas ya, les cuento cómo hacer… sigue llegando gente… mi prima Yeya con Hervé, su chico francés… el tipo es tan peculiar como interesante en su manera de hablar… su castellano es el de aquí y, sinceramente, te descojonas de la risa… por la ventana de la cocina, siguen apareciendo personas… todos interesadísimos con la tortilla… esta vida es curiosa, me digo… para cuando la volteo y la pongo en el plato, más de media familia está metida en la cocina y aplauden… no ha sido la mejor tortilla de mi vida, me digo, pero a ellos les encanta…


Nos sentamos a comer… cada uno va con su plato, con el pescado a la brasa, a una mesa en la que está dispuesta la guarnición… yuca frita, patacones, ensalada… me siento en la mesa que me resulta más interesante… nos ponemos a charlar cada uno de nuestra vida… mi primo Beto me cuenta que ayer presentó la tesina de final de curso… flipo con el tema… la música como instrumento para evitar la violencia… cuando me dice que quiere estudiar Historia o Arqueología, le pregunto que qué le parece si hace una carrera que le dé de comer… llega mi prima Ana con los niños… Nico, esa pequeña garrapata de 24 kilos, se me cuelga del cuello… me encanta, he de reconocerlo… me encanta sentir ese cariño, a ese niño… a lo tonto, llegan los postres y la comida se disuelve… comienzan las fotos… un Audi entra a toda pastilla en la finca, es mi primo Pacho… resulta ser un guapetón cuarentón encantador que se une rápidamente al paseo improvisado… todos los primos caminamos colina abajo mientras los “mayores”, salvo mi tío, se quedan de charla… vamos a ver dos novillos de cebú, la vaca que se usa aquí… por el camino, cortamos un mango de un árbol y nos lo comemos entre todos… después, al llegar a otro árbol, me dicen que tire yo de la guanábana… la fruta pesa unos 4 kilos y es espectacular por su tamaño…

Al llegar al cercado donde están los bichos, flipo… coño con los novillos, tienen el tamaño de una vaca de las de Acevedo y, además, joroba… uno de ellos nos mira con cara de pocos amigos, está a punto de embestir… subo a Nico al cercado y les miramos desde la barrera… mi primo Andrés me llama… esto lo solucionamos con una naranja… cortamos una de un árbol y, efectivamente, el bicho viene como si fuera un perro… noto su lengua rugosa sobre mi mano… le acaricio la joroba, la cabeza… le rasco detrás de las orejas… no deja de ser un toro, pero ahora mismo es una mascota… los primos y tíos allí congregados optan por volver a la casa, y yo me quedo con el bicho y con mi primo… el animal nos sigue a todas partes, hasta que le cerramos la puerta… se queda mirando desconsolado… el cabreado también observa desde lejos… se ha quedado sin naranja… bajamos dando un paseo hasta la “quebrada”, un recodo del río con el agua más turbia que he visto en mi vida… el campo es un espectáculo… flores de todos los colores brotan de todas partes… unas con forma de estrella –que, además, son maleza ni siquiera flores-, otras del naranja más espectacular que he visto en mi vida… mi primo me indica que toque una, se llama dormilona… según pasas el dedo sobre sus hojas, parecidas a las de un helecho pequeño, se cierra… alucino… al llegar al borde del río, alucino más… aquello es un vergel selvático… bambús enormes, de metros y metros de altura, se elevan hacia el cielo y se doblan sobre el río… otro árbol, me indican, tiene unas espinas que parecen puntas de flecha… por lo visto, las usaban los indígenas… ahora entiendo por qué a la guerrilla colombiana no se la puede localizar aquí... sin ser selva del todo, es imposible ver a nadie e incluso caminar... seguimos caminando en dirección a la casa, es un buen paseo cuesta arriba… trepamos a un árbol a coger un limón, me lo como… subimos hacia la casa y mandamos –aquí sin machete es inviable- un racimo de plátanos… para hacerlo, se tumba la rama del platanero… las hojas son increíbles, inmensas… y frágiles…

Cuando volvemos a la casa, vuelvo a salir corriendo… mi primo Andrés y su chica me llevan a Peña Lisa, uno de los clubes de golf más selectos del país donde mi primo tiene derecho a una casita… coño con la casita, me digo… son tres edificios ordenados en torno a una piscina… tengo mi propia casa para mí, con dos camas y su baño… eso sí, en todas partes está el logo de la empresa de mi primo, un koala… de ahí nos vamos dos casas más abajo, donde están otros compañeros de la empresa de farra… sin comerlo ni beberlo, me veo en una fiesta de piscina… cerveza en mano, charlando… todos somos de Marketing, pero nadie habla de curro… cada uno me va contando sus andanzas por España, todos han pasado por ella… con la tercera birra y la conversación, se me olvida que llevo dos horas escuchando reaggeaton y ballenato… unos se retiran del pedo que llevan encima, otros nos quedamos… comienza a llover torrencialmente… 29 grados y llueve… con la quinta cerveza, ya incluso bailo… esto de bailar tan pegado me hace gracia en un país en el que está mal considerado que, en la primera cita, beses a un tío… si esta gente viviera en España, se asustaría me digo para mis adentros… la novia de mi primo lleva un pedo descomunal… y yo, pese a todo, mantengo el tipo…

Optamos por volver a “casa”… empapada, borracha y contenta abro la puerta de mi habitación… no me puedo acostar, no tengo ganas… engancho el móvil, he de informar de mi estado… una de las hamacas, colgadas en uno de los porches, me dice “ven”… me subo y descubro la maravillosa sensación de estar suspendida en el aire… creo que por eso me gustan tanto los monos, me dan envidia... sigue lloviendo como si no fuera a parar nunca… me gusta cómo suena aquí la lluvia, el ruido que hace… la cortina de agua… cuando me quiero dar cuenta, me he quedado dormida… mecerse en la ingravidez es maravilloso…

Esta canción es una de las que escuché y bailé "pegaíto"... he de reconocer que me gusta...

De safari por mi habitación

Si algo tiene el Trópico es que, aquí, todo es a lo bestia… el tamaño de la mariposa me dejó maravillada, pero me quedaba por descubrir el apasionante mundo de los insectos… sí… las arañas son transgénicas, con un cuerpo enorme y unas patas todavía mayores… los escarabajos tienen el tamaño de mi pulgar… pero si una sorpresa me deparaba la noche era, precisamente, uno de mis peores enemigos… la cucaracha… y, cómo era de esperar tenía que toparme con una en algún momento… cómo no podía ser de otra manera, el sino de mi vida…

Metida en la cama ya entrada la noche, me pongo a leer… “Los hombres que no amaban a las mujeres”, libro robado a Iñigo y que es mi compañero de aventuras en estos días… cuando el sueño parecía vencerme, comenzó el combate… algo se mueve sobre mi colcha blanca… parecen unas antenas… al principio creía que mis ojos y gafas no estaban viendo bien, que el sueño me estaba llamando y que me estaba volviendo loca… me quedo quieta, quietísima… y aparece… en el borde de la colcha, en todo su esplendor… de unos cuatro centímetros de largo… uff, pienso, sé lo que eres… y, de un bote, me pongo en pie sobre la cama… parece mentira, me muero de asco con un bichito tan pequeño… de pie sobre la cama, la he perdido de vista… recuerdo que mi tía me había dicho antes de acostarse que, si algún bicho me atacaba, chillara… me parece un despropósito sacarla de la cama y decido que, como tantas otras cosas, he de enfrentar la situación sóla…

Tarde… este arrebato de valentía mío a lo Juana de Arco llega cuando ya no sé dónde está el bichito infernal… escruto la habitación palmo a palmo… debajo de la cama, no… detrás de la cama, tampoco… no ha podido ir más lejos, pienso… ingenua de mí… cuando vuelvo la vista a la cama, tratando de analizar cómo me comportaría yo en caso de ser cucaracha -algo que no quiero volver a imaginar jamás-, descubro que la alienígena está parada y moviendo sus jodidas antenas en el borde de las sábanas… voy a por ella, sandalia en mano, decidida a sacarla de allí para poder –como se dice aquí- “estriparla” en el suelo… pero la había subestimado… la hija de puta corre que se las pela y, cuando nota el primer movimiento, hace lo que menos esperaba… echar a volar… ahora sí que palmo, pienso, encima tiene alas… y no contenta con eso, cuando aterriza hace lo que jamás pensé que haría… meterse dentro de mi cama… me quiero morir… miro la cama como si se tratara de un ser de otro mundo al que no sabes ni cómo tocar ni cómo hablar…

Levanto sábana y colcha… y descubro que estoy definitivamente perdida… las sábanas, con unas flores muy monas, son uno de mis mayores enemigos junto con el bicho mutante que se ha colado en ellas… sí… el estampado es del mismo jodido color que ella… miro la cama, trozo por trozo… pero nada… no sé lo que es flor, no sé lo que es bicho… como una psicópata, le pego a diestro y siniestro con la sandalia… las dos de la mañana… hasta que no la encuentre, no me acuesto… estoy desesperada, he de reconocerlo… me quedan dos opciones, o la invito a un piti o la mato… creo que la segunda es más viable… pero las flores me confunden como a uno que yo me sé la noche, y no se me ocurren más métodos que deshacer la cama entera… dicho y hecho… quita colcha, quita sábana… sacúdelas… no, no está… miro la cama con desesperación… estás ahí y lo sé, me digo… el tema es dónde coño estás entre tanta flor de los mismos tonos que tú…

Con la montaña de ropa de cama sobre la butaca, quito los elásticos de la bajera… levanto la sábana como si la estuviera sacudiendo… y de golpe, la jodida cucaracha mutante está volando en mitad de mi habitación… viene hacia mí, el colmo… ha decidido joderme la noche… manoteo como si me fuera la vida en ello… me doy a mí misma con la sandalia en la cara… tengo que reconocer que, de haberla dado a ella, la habría pulverizado… veo estrellitas alrededor de mi cabeza… y, lo peor, a ella la sigo viendo volando… se para en la pared, a más de dos metros del suelo… me muero… ahí no llego ni siendo medio pulpo como soy con estos brazos que la naturaleza y mi santa madre me han dado… lo intento… nada… me subo a la butaca… nada… recorro la casa buscando una escalera hasta que la encuentro… parezco un yonkie buscando la dosis… cuando llego con la escalera, mi amiga voladora ha cambiado de sitio… ahora sí que estoy perdida… me voy al salón, me siento, me tranquilizo… coloco la escalera en su sitio… y vuelvo a la carga…

Esto es como una batalla, me digo… la europea de piel blanca contra el bicho mutante del trópico, se admiten apuestas… espero paciente, pienso que en algún momento se tiene que mover de dónde esté… pero el tiempo pasa y ella sigue perdida… empiezo a mover todas las cosas de la habitación hasta que aparece… plácida, a huevo… al lado de mis pies… sonrío diabólicamente, te tengo… error… empieza a correr y yo detrás de ella… obviamente, ella no sólo corre más rápido sino que además puede esconderse… y, lo que es peor, volar… ella sigue teniendo batería para un rato, yo ya estoy agotada… cuando menos me lo espero, se acaba la habitación… no tiene salida… mi mano no sigue a mi cerebro, sin ser consciente de ello la estoy aplastando con rabia contra el suelo… sí, la maté me digo… nunca antes me había sentido tan orgullosa de una hazaña… después de la tabla de ejercicios, me toca recomponer la cama y el cristo de habitación que había formado… y lo peor… me había desvelado completamente…

viernes, 30 de enero de 2009

Frijoles, recuerdos y un pedazo de “tierra caliente”

Raptada por mi tío Jaime desde primera hora de la mañana, nos dedicamos a correr por Bogotá… el destino es el Monasterio de Monserrate… no, no pensaba ir a rezar ni muchísimo menos… pero semejante maravilla está situado a 3250 metros de altura en lo alto de una de las montañas que envuelven la ciudad… al llegar, la primera en la frente… un señor con bastantes años y rasgos indígenas me enseña a su yama… no puedo evitarlo, necesito tocar al bicho en cuestión… al principio, parece que le gusta… pero mientras intentan sacarme una foto, el animalito –vestido con su mantita de artesanía indígena y todo- empieza a incomodarse… como me escupa me cago, pienso… y recuerdo esa viñeta de los cómics del Pato Donnald en el Lago Titicaca… al final, se comporta… nos sacamos la foto ambas y la cosa parece quedarse en eso…

Encaminamos hacia el teleférico que nos sube a ese risco… mirando por la ventana, alucino… comienza a verse la ciudad entera… es una mancha inmensa de tejados… pero al culminar, descubro que la vista es absolutamente increíble… hasta dónde se pierde la vista, se tumba una ciudad inmensa con 10 millones de habitantes… sobre ese tendido de tejados, construcciones y la retícula de sus calles se ve la nube… mi primo José Manuel me informa que es la polución… recuerdo las palabras de mi padre… a 3000 metros de altura, la gasolina no quema bien… después de dar una vuelta, comentar las batallitas múltiples de mi tío y sacar mis fotos –como no- volvemos a bajar en el mismo medio de transporte… al llegar al parking, la yama sigue allí y se está sacando una foto con una niña… me temo que la va a morder, pienso… y nos vamos antes de comprobar que es así… hace calor, el sol pica… me siento un pequeño lagarto con el cuellito estirado para que me dé bien ese lorenzo tropical… nos sumergimos en Bogotá… mi tío me lleva al barrio Perseverancia, uno de los más chic en tiempos que ahora mismo es uno de los marginales de Bogotá… en las calles, el asfalto brilla por su ausencia… utilizar el término socavón es un eufemismo… las casitas bajas pintadas de colores dan aspecto de tener todos los años del Universo… se caen a pedazos… perros en las aceras, gente sentada en la puerta de las casas… calles cortadas y caballos del siglo pasado tirando de carros cargados de chatarra… por algún motivo, me asusta y me gusta… de golpe, estamos en una avenida y veo la plaza de toros… recuerdo a Morante, espero que le haya ido bien por estas tierras tan peculiares…

Mi tío está empeñado en llevarme a comer frijoles… acabamos plantando nuestro culo en un restaurante antioqueño en el que los camareros están vestido con sombrero de paja, camisa blanca, pantalón negro y un pañuelito rojo al cuello… en las paredes, carteles llenos de faltas de ortografía que me saturan el sistema nada más verlos… después, mi tía me explicaría que son frases típicas de los paisas –los originarios de Antioquia- y que están escritas así a propósito… respiro tranquila, aunque sea muchas horas después… mi tío le dice muy orgulloso que soy su sobrina, que vengo de España… el camarero sonríe… un país tan lindo como usted, me suelta con ese acento que tanta gracia me hace… no si me voy a tener que quedar a vivir aquí, pienso… coño, si es que triunfo como los chichos… mi piel azul, como dice mi tía, aquí pega fuerte… me traen una cerveza, qué ganas tenía ya de tomarme una… mi tío me hace probar el aguardiente y me lo acabo tomando entero… ya voy medio entonada y todo me hace muchísima gracia… cuando el camarero me trae los frijoles, estoy a punto de infartarme… sí, no se trata sólo de una cazuelita con la bendita legumbre sino, además, un plato del tamaño de una fuente con arroz, patacones –una tortilla de plátano-, aguacate y chicharrones de cerdo… con esto como una semana, pienso para mis adentros… cómo sería mi cara de agobio que el pintoresco camarero me dice “tranquila señora, cerramos a la 1 de la mañana… y si cree que le hace falta más tiempo, le damos media horita más”… me río por no llorar… menos mal que mi primo es un saco sin fondo y le enchufo todo lo que se me ocurre…

Hablamos del pasado… de mi abuelo… de mi padre… de esa Uno… de las zancadillas de la vida… los pequeños dolores que todos guardamos dentro de nosotros y que, a veces, hay que sacar… siento que a mi tío le hace falta… con el segundo aguardiente, nos reímos… de todo, sí… de nada… el paisa –que es como se denomina a la gente de Antioquia- vuelve y me dice que cómo voy, yo me quiero morir… tráigame la botella de aguardiente viejito, le digo, y seguro que los frijoles pasan sin problemas… cuando miramos el reloj, es la hora a la que debería estar en casa de mi tía… nos vamos a La Mesa, una finca en tierra caliente… volamos por esas calles desafiando las leyes del tráfico –que aquí no existen-, la gravedad y hasta la velocidad de la luz… nos hacemos íntimos de un vendedor de bolígrafos –esferos, aquí- que acaba enseñándonos como credenciales la foto de familia que lleva en la cartera… mi tío le compra un boli, 2000 pesos… me lo regala… le da la mano… tiene manos y no es bruto, le dice, así que aproveche para salir adelante… nos desea que estemos muy bien y arrancamos casi a la par que su brazo sale milagrosamente de la ventanilla… el coche de atrás ya nos está pitando y eso que el semáforo acaba de abrirse… para cuando entramos por la puerta, mi tía ya está preparada para salir… me despido de mi tío con un abrazo y me subo al coche con Don Cris y Margarita… se ha quitado el gorro, tiene una melena negra espectacular que le llega casi por la cintura…

A medida que dejamos atrás Bogotá y su tráfico infernal, se abre paso la sabana bogotana… la tierra de campos de cultivo, las vacas… una amplitud más bestia todavía que la de Castilla… de pronto, el paisaje comienza a cambiar… arena roja en las montañas, un paisaje casi lunar… el sol es el más grande que haya visto jamás… unos kilómetros más adelante, y después de haber pagado el peaje de 14.000 pesos –4 euros por espectacular que suene-, el paisaje refleja que nos adentramos en tierra caliente… en la antesala de la selva, hablando en plata… 23 grados en pleno enero, una maravilla para una europea como yo y para la naturaleza… helechos de metros de altura se ciernen sobre la carretera… bruma en los campos… verde y más verde por todas partes… y, en el cielo, un auténtico espectáculo… ese sol enorme que había visto más atrás es ahora rojo y tiñe todo lo que ilumina… la bruma de los valles es rosa… no puedo quitarle un ojo pese a la conversación, es espectacular… absolutamente espectacular… de un minuto para otro, el sol desaparece… se hace de noche… seguimos bajando hacia la finca por una carretera llena de curvas… a los lados, desde chiringuitos para comer –con slogans tan peculiares como “Me importa un chorizo” o “Remedio espiritual paisa” hasta casas… los niños corren medio vestidos medio desnudos sobre la tierra de los lados de la carretera… están descalzos, juegan con un perro… con qué poco se conforma la infancia en algunos lugares… cuánto pedimos los demás para ser felices, pienso…

Cuando llegamos a la casa, alucino con el jardín… flores maravillosas que jamás había visto… una orquídea rarísima, zapaticos la llama mi tía… recuerdo la cara que pondría Pons si viera este vergel… nos sentamos en el porche mientras me fumo un cigarro… oigo un búho a lo lejos y otro pájaro que no sé identificar… es un chouí mijita, me dice mi tía… un pájaro que, según cuenta la leyenda, es un niño guaraní que al caer de un árbol se transformó en pájaro… no logro verlo, la oscuridad me lo impide… hay 19 grados y estoy encantada pese a ese puntito de humedad… una mariposa roja se cuela en el salón… con las alas cerradas, parece un trozo de corteza de un árbol… pero, cuando las despliega, el espectáculo de colores es increíble… la persigo para lograr hacerle una foto, pero la tía ha encontrado un sitio en el que está cómoda y no abre las alas ni a tiros…

Mis tíos se acuestan, Margarita también… me siento en el porche a escuchar la música de esta extraña naturaleza… comienza a llover… y, mientras miro una luna creciente de un tamaño que nunca había visto, simplemente cierro los ojos y disfruto…

jueves, 29 de enero de 2009

Fiebre amarilla, secretos y duras realidades

Desperté un poco más tarde de la cuenta… sí, a las 9.30… para cuando decido sumarme al desayuno, mis tíos ya han terminado… Margarita me ha preparado mi tinto, mi vaso de agua y hasta el cenicero… no sé cómo hacer para que me deje sacar una botella de agua mineral de la nevera, la tía se niega… es mi trabajo niña Fátima, si no ¿qué voy a hacer?… no me la imagino sin el gorro que lleva cubriéndole el pelo… le pido disculpas por la charla prolongada de la noche anterior, su habitación da a la cocina… muy orgullosa, me la enseña… me dice que mi tía, incluso, le regaló una tele para su habitación… tiene sobre la cama un muñeco… a sus 47 años –edad que no aparenta- me enseña encantada que el simil de bebé cierra los ojos, los abre, llora si le aprietas en un pie y dice papá o mamá según dónde se te ocurra tocarle… cometo el fatídico error de preguntarle si ella tiene niños… no niña Fátima, me contesta… me violaron con 7 años, y ya de mayor decidí que nunca traería un niño a este mundo para sufrir… un escalofrío me recorre la espalda… le pido disculpas por haber sido tan indiscreta… me cuenta su historia… la violaron, sí… en un país machista, en un país en el que eso no podía denunciarse porque corría el riesgo de que le echaran de su casa… ella es del Llano, una zona rural relativamente próxima a Bogotá… me dice que, hasta que no cumplió los 18 años, no sabía qué era lo que le habían hecho esos hombres cuando era chiquita… hombres, plural... me aterro más todavía... la miro, me lo cuenta entre avergonzada y aliviada… la realidad es mucho más dura de lo que imaginaba… ella me sonríe… estoy bien, me dice, eso ya pasó…

Mi tía entra en la cocina, me está gestionando el billete para irme a Panamá… me tengo que poner la vacuna de la fiebre amarilla… flipo… eso existe todavía??… si no, me dice mi tía muy seria, no la dejan entrar al país… hablamos de ir a Cartagena de Indias también coincidiendo con su cumpleaños… pues menos mal que no me gusta volar, pienso… me voy a meter una jupa de colores en estos días… pero merece la pena… nos tomamos la mañana con calma… mi tío se ha ido a la peluquería y aprovechamos para hablar… de todo… de las decepciones, de las cosas de la vida… de los dolores que uno guarda, de su cáncer… de los problemas con mis primos… de esa pizca de tristeza que tiene de vez en cuando pese a ser tan positiva… me doy cuenta de lo mucho que nos parecemos… de sus ganas de vivir… me gusta su risa… llamamos a mi hermana, es su cumpleaños… me dice que lee este micromundo cada noche, que se emociona con mis historias… la echo de menos, no sé por qué, pero me gustaría estar viviendo esta aventura con ella… en otro momento, me digo, seguro que lo habrá… mientras mi tía se cambia, yo vuelvo a la cocina… me encanta esta cocina… le doy a Don Cris y a Weimar –el otro chófer de la casa- mi detalle traído de España… un paquete de jamón y un pan de Cádiz –dichoso pan-… su cara se transforma en felicidad… no saben cómo agradecérmelo… es curioso, pienso, algo tan normal para ellos es una fiesta… se lo comento a mi tía y me cuenta la historia de Weimar… era uno de los albañiles de la casa que se construyeron en Cota, en las afueras de Bogotá, hace algunos años… ayudaba a mi tía con el jardín y ella decidió pagarle la licencia de conducir… era tan querido –encantador aquí-, me dice, que había que darle una oportunidad… la miro… ella, en cierta manera, se siente de la calle…


Después de comer, nos vamos las dos con Don Cris a que me inyecten bichitos extraños en el brazo… el puesto de la Cruz Roja –que es dónde se dispensan estas vacunas raras- está en la entrada de uno de los centros comerciales más selectos y antiguos de Bogotá… la vacuna es gratuita para los colombianos, a mí me toca pagar 22.000 pesos… me hacen la ficha y la cartilla de vacunación… me advierten que no me la pueden poner si creo que puedo estar embarazada… les digo al borde la carcajada que no se preocupen, que a menos que me haya inseminado el espíritu santo y sea la próxima virgen María no hay problema… Cristóbal se descojona… me dicen que tampoco puedo preñarme en los próximos 3 meses… tranquila, le digo, creo que ni en los próximos tres años… me hacen pasar a la parte de atrás de la casetilla… mientras me explica las contraindicaciones, la duración de la vacuna y demás me sonríe... discúlpeme señora, me dice, pero qué ojos y qué piel tan linda tiene... los tuyos sí que son bonitos... no friegue, me dice... un equivalente a "no jodas" en fino... los suyos tienen mucha vida... entre cumplidos y sin sentir siquiera la aguja en el brazo, esa colombiana tan bonita ya me ha inoculado los bichitos… se va al Amazonas, señora?, me pregunta… no, a Panamá… se le iluminan los ojos y me cuenta que su hermana vive allí, que “hace rato” que no la ve y que disfrute de Colombia…


Después de pasear por Unicentro, volvemos al coche con Don Cris -los niños le llaman así, y a mí me mata de la risa... calculo que de mí se pueden sacar 3 Cristóbal-… mientras echamos gasolina, mi tía le manda comprar tres panes de yuca… calentitos, crujientes por fuera y tiernos por dentro… no sabría explicar el sabor, pero estaba riquísimo… Cristóbal come el suyo mientras conduce de camino a Jacques, un bistrot francés que parece sacado de la época de Versalles… Edite Piaf pega alaridos por los altavoces mientras elegimos qué pan llevar a casa… la encargada saluda a mi tía, dice que ya la echaba de menos… mientras yo flipo con la decoración… entre la lámpara de araña y la cantidad de dorados de las paredes no sé con qué quedarme… al salir, un vendedor ambulante de fruta espera en la puerta… qué hubo señora Adelita, cómo está usted… flipo más, hasta él la conoce… le enseña las picotas, nos las da a probar… hoy no mijito, le dice, ayer ya compré… le pregunta que dónde está ubicado para comprarle otro día… el tipo se hace el remolón y agarra su cesto de frutas… bueno “heñora”, la espero otro día…


Hablo con mi padre largo y tendido... qué ganas de charlar, de contarle impresiones, de confesarle pequeñas preocupaciones... cenamos y me siento a fumar un cigarro en la cocina… Margarita está acabando de recoger la cena… imposible, no me deja ayudarla… me informa de que me ha dejado un cuenco de picotas en la mesilla, “por si de pronto se me antojan”, y una botella de agua… fuma a "escondidas" de mi tía, “uno cada ocho días solo niña Fátima”… le ofrezco un cigarro, lo rechaza y se sienta a charlar conmigo… me pregunta por ese hombre de la foto… le digo, simplemente, que ya no está… me cuenta su historia de amor y desamor con un hombre 17 años más joven que ella… de lo mucho que sufrió, de lo mal que lo pasó… de las infidelidades, las llamadas todavía tres años después, de lo bien que está sóla… ahora he podido recuperarme yo, me dice, ahora ya no tengo que pensar en nadie… yo se lo di todo, niña Fátima… y no merecía que me tratara así… eres sabia Margarita, le digo… ella se sonroja y se ríe… ay niña Fátima… seguimos charlando, se ríe conmigo y con todos los tacos que soy capaz de soltar… me regala un cigarro?, me dice… creo que le está gustando la charla tanto como a mí… decidimos que ya es hora de irse a dormir… ella se levanta a las 5 para prepararle a mi primo el desayuno… ella es así…


Sigo mirando por esta ventana de este piso 11… veo las luces, la ciudad… y pienso en cuántas historias esconderá como la de Margarita… cuántas como la de Weimar… cuántas como la de mi tía con ese corazón que dice que a los hijos hay que ayudarles a volar y a la gente hay que darle siempre una oportunidad… aquí los problemas, los dolores, son reales… duelen de verdad… te marcan para siempre… y, lo que es todavía más increíble, todavía eres capaz no sólo de vivir con ellos sino, además, de contarlos con una sonrisa… una como la de Margarita… pese a todo…

miércoles, 28 de enero de 2009

De El Dorado al "minuto a 200"

Después de desayunar lengua con mi tía, arreglar el mundo y hablar –cómo no- sobre España, tenemos prisa… mi prima Yeya nos espera en la Uno… hoy vamos a conocer el Museo del Oro… el tráfico bogotano está insoportable y son apenas las 11 de la mañana… la nube de humo negro ya cubre Monserrate, un monasterio situado en una montaña a más de 3300 metros de altura que domina la ciudad… esta ciudad huele a gasolina sin quemar… los peculiares autobuses, que deben ser del pleistoceno y pasan abarrotados de gente, escupen unas enormes nubes de humo blanco… Don Cris decide tomar una variante de la ciudad para llegar al centro sin sufrir semejante “trancón”… veo lo que es Bogotá más de cerca, una ciudad de inmensos contrastes… a los enormes bloques de pisos elegantes le suceden zonas de casas humildes, abigarradas… pegadas entre sí, desafiando las leyes de la gravedad… colgadas de la montaña a duras penas… en los arcenes inexistentes, policías… son bachilleres, me informa mi tía, cuando acaban la escuela pasan 18 meses ordenando el tráfico y haciendo labores de “orden público”… Colombia lleva 40 años tratando de mantener el orden público… en los no arcenes pasan niños, pequeños la mayoría de ellos… vestidos con sus uniformes… van caminando al colegio, vuelven caminando de él… me imagino a mi padre cuando tenía esa edad haciendo lo mismo… el tráfico se combina entre coches y carros tirados por burros… al parar en un semáforo, un negro entrado en años canta algo sentado en un bolardo de piedra… se le ve en la cara lo dura que es la vida en la calle…

Llegamos a la 22, brilla un sol maravilloso… Yeya está lista para irnos, en la acera de enfrente los primeros travestis –madrugadores- ya están haciendo la calle… encaminamos hacia el centro bordeando los 2.000 baches de la ciudad… el asfalto brilla por su ausencia… mi tía dice que no me queje, que es un paseo con masaje incluido… aquí la gente se lanza sobre los coches para cruzar… son valientes, sin duda… sobre todo porque los coches aquí directamente no paran… en la 5ª con la 16, llegamos a la plaza Santander… después de pagar 2.800 pesos para entrar –menos de 1 euro- comienzo a descubrir las maravillas indígenas… cómo deshacían el oro de la manera más rudimentaria de todas, cómo se las ingeniaron para darle formas y lograr hacer incluso filigranas… vitrina tras vitrina, no sólo ves joyas sino una auténtica manera de vivir… los indígenas no sabían el valor del oro y simplemente lo utilizaban porque, como buenos adoradores del sol, para ellos era una representación de su brillo… la guía –sí, nos pegamos echándole mucho morro a una excursión y mi tía incluso comenta las cosas con la niña que la lleva- nos explica que, para los indígenas precolombinos, el caracol era una expresión del paso del tiempo… el tiempo no es lineal sino una espiral… curioso, coño… vivir en un bucle tiene algo de indígena… me río, me acuerdo de la rubia y de España… llegamos a una sala muy especial, una en la que hay una sóla pieza dentro de una vitrina… El Dorado, el mito y leyenda que hace que todavía hoy se sumerjan buscadores de oro en las lagunas… majestuosa, pequeña y currada hasta el último detalle… me quedo fascinada… los caciques indígenas se bañaban en las lagunas completamente cubiertos de oro… y, según cuenta la leyenda, cuando los españoles trataban de adentrarse en esas lagunas marcadas se desataba una tormenta… me fijo en los detalles, alucino… no somos tan adelantados, me digo… esta gente trabajaba en oro a golpe de piedra y representaba sus inquietudes espirituales y vitales sin necesidad de nada más… entramos en la sala donde reposan los mayores tesoros del museo… me quedo loca, la puerta es la de una cámara blindada… más que una compilación de piezas de oro, el museo es una radiografía de las razas y pueblos que habitaron Colombia… de sus maneras de pelear por sus territorios… de su manera de sentir… e, incluso, de su manera de vivir el sexo… la sala de los chamanes me deja completamente aturdida… todos los rituales comenzaban con agua y seguían con fuego… ellos creían transformarse en jaguares… y, sin duda, algo duro tenían que tomar para poder pelear y vivir con semejante cantidad de oro colgado en el cuerpo…

Al salir a la calle, Don Cris nos informa de que está algo lejos y que tenemos que caminar… por fin, me digo, qué ganas tenía de poder sentir ese circo que había visto a la venida a través de la ventanilla del coche… la calle es ruidosa, la música la inunda… de cada comercio sale una diferente… y descubro que aquí buscarse la vida es una cuestión de creatividad… están los que venden sombreros hechos de caña… los que apuestan con los transeúntes que son capaces de hacer las multiplicaciones más imposibles en un tiempo récord… los puestos de fruta en cada esquina, perfectamente colocados… la calle huele a una extraña mezcla dulzona que se mezcla con la gasolina… y descubro a mi comercio estrella… sí… un individuo que vende “minutos de móvil”… tal cual… el tipo, cartel en mano, anuncia su servicio… y lo que es mejor, del cinturón del pantalón le salen dos cadenas que en sus extremos tienen un móvil… la cosa está complicada, tiene incluso una cola… los dos usuarios ocasionales se dan la espalda entre sí y con el dueño del business… supongo que, así, creerán tener más intimidad…

Encontramos a Don Cris, seguimos callejeando por el centro… lo cosa se complica de calle en calle… veo gente tirada en el suelo… niños sucios sentados sobre la acera… hombres sin dientes rebuscando entre la basura… niñas de apenas 12 años vendiendo su cuerpito en la calle… mujeres que me miran a través de las ventanillas como quien mira a un ser extraño… no es común ver europeos en el centro de Bogotá, por lo visto… estamos llegando a la 22 y los travestis habituales ya están en la acera de enfrente… pasa una bicicleta que tiene instalado en la parte trasera un horno para hacer perritos calientes… aquí, descubro en ese momento, está prohibido que dos personas vayan en una moto… así pretendían evitar esa época en la que uno la llevaba y el de detrás disparaba… más extremos, me digo…

Vamos a Carulla, el supermercado de cerca de casa de mi tía… el paisaje vuelve a cambiar completamente… antes de entrar, me dice que quiere llevarme a un sitio… Huerta de Cajicá… no entiendo nada… hasta que, a través del cristal, veo una lata de fabada… una tienda española regentada por un viejito, Don Pedro, también español… de dónde es usted, le pregunto… de Alcolea del Pinar, provincia de Guadalajara… alucino… conocía a mi abuelo… tiene toda clase de productos españoles y un cartel bien grande que dice “Ha llegado chorizo”… me regala unos mazapanes, me dice que disfrute la experiencia… acabo de sentirme en casa de golpe pese a su extraño acento a caballo entre aquí y allí… a caballo de ninguna parte, supongo… volvemos al súper… al entrar a mi tía la reciben que casi le hacen la ola… el carnicero vuela para saludarla, el pescadero le enseña todos los dientes que tiene… la tía es una institución aquí… por lo visto, si una cajera no tiene dinero para las gafas de su hijo ella se lo presta… historias así, mil… y todo sin salir de un espacio tan pequeño… un chico de unos 20 años, cuyo oficio es llevar las bolsas al coche, viene corriendo mientras pagamos a darle un taburete para que se siente… cuando estaba yo con mis quimios, me dice, este chino –niño- iba detrás de mí por todo el supermercado con una silla para que hiciera el mercado cómoda… me doy cuenta de que le encanta mimar y que la mimen… le da 20.000 pesos en la puerta del coche y él la mira con ternura…

Mi primo Carlos nos espera en casa… después de cenar, nos atrincheramos en la cocina… hablamos de todo… de nada… nos reímos… me cuenta su vida en Bucaramanga, me habla de sus tres niños, me pone a escurrir a su suegra española… tres cigarros después, nos vamos a dormir… vuelvo a mirar por la ventana y veo esta peculiar ciudad iluminada… tiene varios mundos dentro de sí… y, mal que me pese, creo que me va a faltar tiempo para descubrirlos todos…

martes, 27 de enero de 2009

Entre la mina y el cielo

Tocaba madrugar, la excursión lo merecía… siguiendo los consejos de otros viajeros españoles, tenía que ir a conocer lo que llaman las Salinas… una amiga de mi tía, Carolina, se une al plan… es una señora encantadora… Don Cris nos espera con el coche preparado… la dirección es un pueblo llamado Zipaquirá, a unos 30 kilómetros de Bogotá… cuando salimos del garaje, me quiero morir del sol tan maravilloso que hace… pica… mi piel blanca, un plus de belleza por estos lares, está preparada para el momentazo… me he bañado en crema antes de salir por si las moscas… a medida que dejamos atrás Bogotá, reconozco la carretera… es la misma de Chía, nos adentramos en la sabana… a mi alrededor, pastos con vacas… terneros… coño, por un momento pienso en Acevedo… a más de 8000 kilómetros de distancia y me acabo de dar cuenta que echo de menos pegarme una de esas escapadas mías…

Cuando llegamos al pueblo, descubro que es el típico que vemos en Europa en cualquier documental… vuelvo a parecer un japonés, cámara en mano, sacando fotos… tiendas de artesanía, niños corriendo por las aceras, coches del año de Maricastaña… tengo que reconocer que me gusta este extraño sabor a viejo nuevo… mi tía me explica que bajo ese manto verde de eucaliptos que veo a mi alrededor, hay una enorme salina… el coche comienza a subir por la cuesta hacia las salinas… aquí todo es en cuesta, sí… la mitad de esta demografía vive colgada de un risco, como las cabras… pero no queda otra… Bogotá está completamente rodeada de montañas… compramos la entrada y me veo en la puerta de una mina… tal cual… la maravilla de esta visita es que alguien –no sé qué extraña conexión neuronal te tiene que pegar en la cabeza para que se te ocurra algo así- consideró que era una idea bomba construir una catedral dentro de una mina… al llegar a la boca, noto ese aire fresquito y húmedo… pasamos por el torno, me hacen pasar por el de niños… lógico, soy la más joven de la excursión… nuestro guía, un chico muy guapo con un puntito de sangre precolombina corriéndole por las venas, nos explica que el techo de la entrada está recubierto de madera para darle solidez… las paredes son una pura mancha blanca… es sal, la tierra la escupe… el guía dice que podemos chupar… yo me descojono recordando a las vacas de Acevedo y opto por imitarlas…

En el primer nivel nos recomiendan que no hagamos fotos… está completamente magnetizado y consume la batería a la velocidad del rayo… aquello es un entramado de túneles oscuros en los que, de una manera o de otra, se han ido tallando en las paredes y aprovechando las piedras diferentes momentos de un rosario… llegamos a la cúpula, iluminada con luz morada… me parece estar viendo la luna, es una maravilla… el guía nos explica, al llegar a una pila bautismal excavada en la pared, que el agua por su alta concentración en sal es tan densa que si nos metiéramos flotaríamos… coño, pienso, de coña… no me deja meterme, no lo consigo… pese a que el guía va vestido de minero, aquello no deja de ser una iglesia… en otra zona, comienza a explicarnos que lo que vemos que brilla en las paredes es pirita… el “oro de los tontos”, lo llama… y alude a que en épocas de la conquista española –ya me veo venir la historia- los indígenas creían que era oro y se lo aceptaban a los españoles a cambio de cosas mucho más valiosas… mijito, dice mi tía con ese garbo que la caracteriza, tenga cuidado con lo que dice que aquí tenemos una española… todo el mundo se ríe, él se pone colorado… a mí me da por cantar el soy minero para hacer patria… me descojono…

En el segundo nivel, directamente flipo… la mina se ha excavado con la misma estructura que una catedral gótica… con una nave central y dos más pequeños a los lados… tiene capacidad para 5500 personas y tan sólo una vez se ha llenado… incluso hacen conciertos, flipo más todavía… el guía, que no tendrá más de 25 años, comienza a charlar conmigo… me pregunta que si es mi primera visita, que si me está gustando Bogotá… sonríe y se le ilumina la cara… dice que le gustaría conocer España… avanzamos por esos túneles… huele a azufre… me cuenta que la mina sigue funcionando, pero que únicamente por las noches… bromea sobre un posible derrumbe, estamos 200 metros por debajo de la tierra… le pregunto por el nombre del pueblo… me dice que proviene de la lengua indígena y que significa “la diosa del jefe”… me gusta la traducción… kilómetro y medio después de recorrido, se despide… mi tía le da 20.000 pesos, él me sonríe… que la pase bien en nuestro país señora, me dice, espero volver a verla…

Volvemos a casa… descubro que he empezado a coger color… acompaño a mi tía a comprar el uniforme del colegio de Nico… cuando sale del portal, se me tira para que le coja en brazos… me encanta este ratón, menos mal que sólo pesa 24 kilos pese a tener 10 años… después de desnudarle 20 veces para probarle otras tantas cosas, Don Cris nos espera en el coche… al subirme, vuelvo a mirar al cielo… qué espectáculo… de lado a lado, se suceden los colores… negro, rojo, naranja, rosa y azul… me da la sensación de que el cielo aquí es más amplio… claro mijita, me dice mi tía, estamos a un puro pasico del Ecuador y la bóveda celeste es más grande… sólo puedo alucinar… es un auténtico espectáculo a 3000 metros de altura…

Al entrar en casa, Margarita nos informa de que han puesto una bomba en la 82… decido irme con mi primo Carlos a descubrir la noche de Bogotá… la ciudad está llena de gente pese a ser madrugada de un día entre semana… si la DGT estuviera aquí, se iba a poner morada… no paramos en un puto semáforo… giramos donde no se puede… Carlos me comenta que, en Bogotá, de noche es mejor no parar en ningún semáforo… tengo que confesar que de golpe sentí emocionante la aventura… el hecho de andar como dos desquiciados sobre el asfalto… sin respetar nada, contemplando la extraña vida que se vive en esta ciudad cuando cae la noche…

Desvelada, me fumo un cigarro pegada a esa ventana de la cocina que ya tiene mi nombre… estoy fumando poco, la verdad, pero hoy ha sido intenso… mientras pensaba en ese cielo, en que estoy en mitad del mundo, apenas un ruido en la calle… eso sí, descubrí que los gatos en celo maúllan igual a ambos lados del Atlántico…

lunes, 26 de enero de 2009

La "Uno", los travestis y el barrio de Candelaria

Este lunes tenía un sabor particular… comencé temprano, más incluso que mis tíos… la noche no me había acompañado… a las 8 ya estaba sentada en la cocina con esa maravillosa Margarita preparándome café… charlamos, me llama “niña Fátima” o señora… no se le quita nunca la sonrisa de la cara… Don Cris –léase Cristóbal- hace acto de presencia… trae el periódico y el pan francés –léase una barra de pan de toda la vida-… desayunamos y nos vestimos… hoy sí tenemos un poco más de prisa… después de tantos años, tantas historias y tantos recuerdos ajenos, voy a estar allí…

Nos subimos al coche… entre Don Cris y mi tía me van explicando todo lo que me rodea… mi tío, el pobre, me dice las mismas cosas… es lo que tiene estar sordo… primero el hotel La Fontana… después las instalaciones del Ejército que, como buen coronel del Ejército Colombiano, le enorgullecen… después encaminamos por una zona en la que casas bajas con aspecto inglés dan paso a rascacielos… mi tía me informa de que estamos en la “Séptima” y que ese tipo de construcciones eran las que plagaban antes Bogotá… ladrillo rojizo, tejados a dos aguas… en un momento, me imagino esta ciudad así… el tráfico infernal nos rodea… la gente cruza por donde considera, se lanza a los coches… mi broma de “son mil puntos” aquí no tiene gracia… podríamos haber reventado el marcador en apenas 100 metros… pasamos por delante del Club del Nogal, trágicamente famoso por un atentado… el hotel Tequendama, famoso en el mundo entero porque todos los años se organiza una carrera que consiste en subir sus enemil pisos corriendo por las escaleras… la torre del Santander, la del BBVA… vaya, pienso, resulta que nuevamente estamos colonizando América de alguna manera…

Un poco más adelante, la ciudad comienza a cambiar… cuando cogemos la novena, estamos ya en el centro de la ciudad… el paisaje cambia muchísimo… aunque el tráfico es el mismo los alrededores cambian… de golpe, muchísima gente por la calle muy distinta a la que se veía a los pies de las torres financieras… el denominado “comercio informal” de los semáforos se intensifica… las avenidas son cada vez más estrechas, pasan de tener tres carriles a tener sólo dos… Don Cris coge la calle 22… nada más girar en la calle, veo a cuatro mujeres medio desnudas en un portal… sólo unos metros más adelante, nos paramos… hemos llegado, me dice él sonriendo, que lo disfrute… cuando me bajo, todavía no soy consciente… y sí, de pronto veo el cartel… estoy, he llegado… leo “Surtidora de Aves” y sé que ahí empieza esa historia que no conozco… la de mi abuelo, la de mi padre… la de una familia completa… al entrar, parece que se hace de día… todo el mundo nos sonríe y saluda a mis tíos… mi prima Yeya, que es la gerente, sale a recibirnos y abrazarnos… los curritos del restaurante sólo me sonríen… esta es la hija de Jose, dice mi tía… y ellos tan sólo me tienden la mano, extreman más su sonrisa y me dicen “qué gusto que haya venido a vernos”…

Nos sentamos a comer y, como no sé pedir, de pronto me encuentro con medio pollo adobado, tres papas saladas, guacamole y mil cosas más… me hablan de una cocinera que no faltó ni un sólo día al trabajo en 30 años, de que los empleados de esa surtidora son los más antiguos de toda la empresa... el encargado no para de servirme cosas, por él lo probaría todo... al terminar de comer, mi tío me da un tour por el restaurante… primero las cocinas, después me explica cómo era el restaurante originario… apenas 10 mesas, la cola para comprar pollos daba la vuelta a la esquina… cuando esa marea de sensaciones y recuerdos que no son míos está a punto de asfixiarme, decido salir a fumarme un piti a la puerta… observo cómo funciona la calle… en la acera de enfrente, cuatro travestis… los mismos que vi en el portal nada más llegar… uno de ellos enseña alegremente sus tetas de silicona a los clientes, increpa a quien considera… de pronto, aparece otro que me hace renegar de ser mujer… las mejores piernas que he visto jamás… persigue a un pobre hombre que, en apenas 20 metros de calle, ya ha sido acosado por todas… me fijo, los edificios dan aspecto de viejo… sordidez, sexo, dinero, miseria colorida… por algún motivo, sonrío… me mola ese ambiente, esa “zona de tolerancia” –como se llama aquí-… pienso en mi pobre abuelo, no sé qué tal se tomaría tener dos tetas de goma y un culo al aire en la acera de enfrente de su querida surtidora… pero me río… este sol del Caribe me está dando en la cara… me gusta la sensación… mi tía, con ese humor tan inteligente y afilado, le saca punta al repertorio de la calle…

Decidimos ir a Candelaria, el barrio colonial de Bogotá… estamos en el centro, y el paisaje cambia… pasamos por delante de los esmeralderos, esa es su zona… los puestos de fruta se suceden en cada esquina… las calles comienzan a estrecharse hasta convertirse en auténticas ratoneras… suelo empedrado… calles empinadas… ya estamos en Candelaria… el barrio trepa por la ladera de la montaña… las casas, encaladas en blanco y con detalles cada una de un color, conforman un decorado que me recuerda de golpe a las imágenes que he visto de La Habana… los coches, alguno que otro antiguo de verdad, suben a duras penas por las cuestas… estoy alucinada con los establecimientos, en uno incluso decía “Desayunos, Almuerzos y de todo”… pasamos por delante de la Universidad del Rosario, la más antigua de América Latina me informa mi tía… después, por el Palacio Presidencial donde vive el excelentísimo Presidente de Colombia… en una intersección, nos encontramos un carro tirado por un caballo… va cargado de plátano… comienza a jarrear, el sol me ha abandonado… pero incluso esta lluvia se agradece… vamos a recoger a mi primo Carlos, el único al que no conozco… se las ha ingeniado para estar currando en Bogotá para conocerme… llamo a España, a mi padre... tengo que contarle mi día... se le ilumina la cara, lo sé, cuando le cuento dónde he estado... cuando le cuento qué he comido... ¿a que es el mejor pollo del mundo?, me pregunta muy orgulloso... y, realmente, para mí lo es... en parte por su sabor y en parte por esa ilusión inmensa que está sintiendo mi padre a más 8.000 kilómetros de distancia...

Hoy he descubierto que mi historia, en parte, comienza a escribirse en la calle 22... entre recuerdos, pollos, putas, travestis y suciedad... quizás para todos ellos esas aceras también sean un principio... un comienzo como lo fue para mi abuelo hace casi 50 años... quién sabe si un comienzo también para mí...

domingo, 25 de enero de 2009

Chia y "Andrés carne de res"

La tradición dominguera de salir a comer en familia el domingo no es únicamente patente española… no… por lo visto, aquí en Colombia también se estila… la promesa de este domingo era llevarme a un lugar que, en palabras de mi tía, es “excéntrico”… sí… un sitio al que acuden desde las personalidades más reputadas –ministros de la nación incluídos- hasta gente normal… eso sí, con un determinado poder adquisitivo… en Colombia, la diferencia la marca la cantidad de "plata" que se lleva en el bolsillo...

Después del desayuno, largo y conversado como cualquier momento en esta casa, optamos por arreglarnos para ir a ese peculiar lugar que, cuando algún colombiano lo menciona, se despierta una sonrisa…
mi prima y sus pequeños vástagos vienen a buscarnos… el primer asalto del día comienza con su ex marido… el pequeño de sus hijos insiste en que quiere que su papá venga a comer también… después de 10 minutos de conversación entre la que fuera pareja, y en unos términos muy yankees, nos vamos todos… mi prima conduce… es un disloque… si al tráfico de Bogotá le sumas que ella habla por teléfono, te mira, se gira para hablar con mi tío y se cambia de carril todo en uno sin poner un sólo intermitente no sabes qué hacer… o bien lanzarte por la ventanilla en plan “sálvese quién pueda” u optar por el “relájate, Fátima, y disfruta”… y eso fue lo que hice… al salir a la autovía, me explica en funcionamiento del Transmilenio… un sistema de autobuses que se ideó para evitar taladrar la ciudad construyendo un metro, pero que funciona exactamente igual… de la que vamos saliendo de la ciudad, el tráfico se intensifica…

Nos dirigimos hacia Chía, que en la lengua indígena significa “Luna”… ni al pelo me viene, me digo… mientras avanzamos, comienzo a ver mejor todavía las montañas que envuelven la ciudad en uno de sus flancos… gentes en mitad de la nada aguardando al autobús… vacas pastando… sí, esta ciudad es peculiar… a medida que avanzamos, y después de pagar el peaje –6.500 pesos colombianos, algo así como 3 euros- el paisaje comienza a cambiar… la sabana colombiana se abre paso entre una carretera llena de socavones y un pueblito peculiar… construido con casitas bajas, repleto de coches antiguos donde los haya… con una marea humana rodeando al tráfico, cruzando sin pudor… una puta locura en términos europeos… y una auténtica gozada para mis ojos…


Me parecía mentira pensar que nos estábamos dirigiendo al restaurante más cool de Bogotá… uno que incluso salió en el Discovery Channel y cuya fórmula está a cero coma dos de exportarse a Europa… cuando llego, simplemente, empiezo a flipar… el lugar, llamado “Andrés carne de res”, es un peculiar restaurante regentado por un tipo que está como una auténtica regadera… toda la decoración –curradísima y cachondísima hasta límites extremos- está hecha a mano por él… hablamos de un restaurante que tiene capacidad para 800 personas comiendo… sí, un disloque en el que la música está a todo trapo y charlar se convierte en una aventura realmente jodida… nada más entrar, suena Antonio Vega… no me lo puedo creer… “se dejaba llevar” suena en mis oídos mientras pienso en ese concierto que me perderé… entre el Caribe y Antonio, amiga, no hay discusión… empiezo a flipar con las cosas… con un aspecto rústico, con bancos de madera corridos, todo lo que cuelga de las paredes lo convierte en especial… sobre cada mesa, hay un cartel en forma de corazón del que cuelga una campana… en la nuestra, estaba hecha con cables de un ordenador… en la de al lado, con alambre de espinos… en cada mesa es distinto… el colmo es que el peculiar dueño habla de cuando en cuando por los altavoces… primero convoca un concurso de baile… la peña se levanta al lado de sus mesas y empieza a bailar… se traslada a la calle… me sigo fijando en la decoración… botellas pintadas, chapas de todo tipo de refrescos haciendo collage… la de dios… el tío se ha tomado la molestia de reciclar todo lo que ha encontrado a su paso…


Mi prima me pide un Coco Loco… y cuando llega, me quiero morir con el medio litro que me han traído en una especie de cuenco gigante de madera… para cuando vamos por la mitad, las dos estamos medio pedo… Colombia está jugando en la tele y, cada vez que marca un gol, el restaurante enloquece… a la vez, pasa un comparsa de peña disfrazada de chinos… mi tío se empeña en decir que es mi cumpleaños para que me formen la fiesta, y yo no sé si esconderme debajo de la mesa o salir corriendo… me fijo que no hay un solo camarero feo… alucinante… y mi prima me cuenta que pasan, como quien dice, un casting para trabajar allí… comenzamos a bromear, “me pone dos para llevar a casa”… para cuando Colombia marca el segundo gol, se acaba el partido… se monta un fiestón… los camareros recorren todo el restaurante con una bandera de metros y metros de tela de Colombia y la gente se une… en nada, hay más gente cantando y brincando que comiendo…


Después de 3 horas de espectáculo, porque eso no puede calificarse de otra manera, mis pobres tíos tienen el culo cuadrado de ese banco de madera… si es que este rústico extraño no está hecho para gente mayor, me digo… curioso que mi culo todavía no me esté matando… al salir a la calle, el suelo está lleno de papelitos amarillos en forma de mariposa… mi tía me dice que es el símbolo de “Cien años de soledad”… cómo no… y que en Colombia, cuando se celebra algo patrio, se lanzan al aire... nos encaminamos hacia el coche, que hemos aparcado en un sitio que en el cartel pone “Se lo cuidamos como si fuera nuestro” y que a mí me suena a “Se lo robamos y lo hacemos nuestro”… cuando nos dirigimos a la autovía, está anocheciendo… mi tía me indica que mire por la ventanilla, que se ve el atardecer sabanero… y reconozco que es un auténtico espectáculo… nunca antes había visto un atardecer así…

sábado, 24 de enero de 2009

Mi primer día en Bogotá

Despierto sin saber muy bien dónde estoy… sólo huelo el centro de flores –maravillosas, por cierto- que mi tía tenía preparado en mi habitación… la rubia me da los buenos días con un sms enviado muchas horas antes… la diferencia horaria es notable… me siento a desayunar con mis tíos… Margarita, la señora que trabaja en la casa, ya se sabe todas mis manías… me prepara un “tinto” –léase un café- y me lo trae acompañado de un vaso de agua… el cenicero llega cinco minutos después… me preguntan si he descansado, he de reconocer que he dormido como un bebé… aparece Pipe, uno de mis primos… con 14 años, el tío es un auténtico analista político con una mente prodigiosa en el cuerpo de un niño… debe pesar 40 kilos, no más… pero se mete entre pecho y espalda, para desayunar, un filete y una arepa… nos ponemos a charlar y, para cuando me doy cuenta, son las 2 de la tarde… Margarita es una mujer con carácter, se nota… ya tiene preparada la comida y casi nos obliga a arreglarnos… mi tía se mete a remojo, yo llamo a mi madre… me informa de que ha bajado a informar a Manolo de que he llegado bien, por lo visto estaba preocupado...

Me siento a fumar en la ventana de la cocina… increíble… es la hora de comer y sólo he fumado dos cigarros… descubro que estar a 3000 metros de altura no me afecta… debe ser el gen cabra de mi padre… miro por la ventana y me sorprende pensar que bien podría ser un barrio cualquiera de Madrid… pruebo la comida colombiana que, como no, está siempre acompañada de arroz… mi tío, que cada día está más sordo, me mira las manos… le fascina mi piel tan blanca… “son bien lindas” me dice… mi tía me llama ranita platanera -una especie autóctona colombiana de rana que es, por lo visto, tan blanca como yo-... arreglamos el mundo en un momento, seguimos conversando… Cristóbal, el chófer de mis tíos, hace acto de presencia… es un señor de Boyacá, el mismo departamento de mi tío… chiquitito, moreno y peculiar, “como buen boyacense” dice mi tía… nos metemos los cuatro en el Renault y salimos a conocer la ciudad desde el coche… más que nada, porque está lloviendo a saco… curioso, aquí la lluvia no suena pero no para… primero me llevan a conocer un barrio de Bogotá que respira bohemia… me encanta el ambiente, mi tía me advierte de que mis primos me traerán por aquí de copas… de ahí a un centro comercial que se llama Hacienda Santa Bárbara, construido en torno a una antigua hacienda colonial que han conservado… alucino… elegimos unas frutas y nos hacen un helado… mi tía me lleva hasta un extremo del centro comercial y me enseña algo especial para mí… una tienda de Surtidora de Aves… sigo alucinando con no estar cansada y no estar sufriendo el “coroche” –mal de altura-…

Volvemos al coche tras el paseo y seguimos descubriendo esta ciudad… es un auténtico vergel, crecen árboles por todas partes… y, añadido, descubro que la ciudad está rodeada de montañas… pregunto si podrían llevarme al lugar dónde llegó mi padre… a esa hacienda donde vivían como criados… y la veo con mis propios ojos… allí está, ahora es una clínica geriátrica… “ve ese cartel, mijita?”, me dice mi tía… “justo ahí estaba la casita dónde vivía su papá”… descubro que esa zona de Bogotá es una de las más pobres… la ladera de la montaña es de colores… casas pegadas entre sí, abigarrando el terreno… pasa un camión y, tras de la lona trasera, asoma una cabeza… un transporte no autorizado pero lleno de personas… los buses que circulan alrededor son de risa… tengo que pedirle a mi tía que me deje subir en uno… vivir la ciudad desde abajo, de verdad… al parar en un semáforo, se nos acerca un vendedor de flores… alucino… aquí te pueden vender en lo que cambia de rojo a verde desde comida a flores, pasando por fundas para el móvil o una faja para la celulitis…

Mi fascinación con las frutas del desayuno desemboca en un carnaval de colores… me llevan a una tienda donde, simplemente, flipo… olores, colores… formas desconocidas… frutas que jamás había visto ni había oído mencionar, todas ellas con nombres jodidamente complicados… como una niña pequeña, lo toco todo… lo huelo todo… el mango huele a mango, la papaya tiene el tamaño de un melón… mi tío me enseña unas papas moradas, las “paisas”… proceden de Antioquia y son las mejores, las que se usan en Surtidora… me siento como esos japoneses que pasean por Madrid, le saco fotos a todo… el chico que coloca la yuca posa incluso para mí… compramos una extraña fruta con forma de estrella… de regreso a la casa, descubro que los baches de esta ciudad son auténticos socavones… paramos en una panadería… compramos unas almojábanas, una especie de pan que cuando lo calientas parece tener queso dentro… nos sentamos a merendar y seguimos de conversación… me muero de la risa con mi tía… incluso a su cáncer es capaz de sacarle un chiste… descubro que no sólo está orgullosa de sus raíces españolas sino que, además, media alma está al otro lado del mar…

Deshago la maleta y, con ella, me deshago de todo el material comestible traído de España… cenamos, charlamos, nos reímos… mañana tenemos un programa completo de actos… mis primos se rifan para decidir quién me secuestra… por lo visto, ya me han preparado incluso viajes para estos días… después de un momento teatral completo entre mis tíos –son fascinantes, sólo fueron 10 meses novios y llevan 50 años juntos-, entro en el despacho de mi tío y veo Bogotá iluminada… es fascinante… se ve prácticamente toda la ciudad desde este piso 11… estás en América amiga, me digo para mí misma… a 3000 metros de altura… y, lo más curioso, veo "mi Madrid" con otros ojos desde aquí…

Aviones, toreros, el sargento Romero y América

Llegó el momento, era el día… 23 de enero… el cumpleaños de mi madre, sí… y el día en el que, por fin, cruzaría el Atlántico… pese a mis nervios de esta semana, hoy estaba tranquila… quizás porque estaba tan zumbada de no haber dormido que no tenía capacidad de atacarme… salí de casa dispuesta a tomar café… error… el taxista ya estaba en la puerta… creo que es la primera vez que el Teletaxi cumple con sus plazos… fui incapaz de mirar Madrid antes de irme… sí, parecía que me había tomado 4 copas… el taxista se descojonaba con la conversación entre mi madre y yo… ya estamos en la T4, es inminente… me voy…

La de embarque de Iberia me cuela los 3 kilos de más del equipaje… si ella supiera que son sobaos, chorizo y jamón… me tomo un café en esa cafetería que descubrí con mi padre el año pasado en enero… curioso, la vida cambia en un instante, pensé… llega el momento de embarcar y, contra todo pronóstico, mi madre no me llora… se lo agradezco… cuando por fin logro encontrar la puerta que me corresponde, allí no hay ni dios… me da tiempo a ir al baño, al Duty Free a buscar botellas de mosto para mi tía Adelia… vuelvo y descubro que Iberia nos ha cambiado la puerta, todos corriendo con los bártulos… cuando estoy allí, nos vuelven a cambiar la puerta… me quiero morir, pero el esperpento era una madre con dos niños muy pequeños y sus correspondientes bártulos… en un momento dado, me ofrezco a echarle una mano… acabo con una niña de dos años en brazos…

Después del retraso, logro poner mi culo en el asiento que me corresponde… estaba decidida a dormir… a mi alrededor, lo que menos me esperaba pero que, como no podía ser de otra manera, me tenía que tocar… cinco tíos se sientan a mi alrededor… cuando empiezo a escucharles hablar, cierro los ojos… sí, me ha tocado la china… ese acento pegadizo lo conozco… y, cuando el avión lleva media hora en el aire, ya no hay marcha atrás… a uno de ellos lo conozco de cuando estudiaba… pero lo mejor de todo es que estoy, nada más y nada menos, con el torero Morante y toda su cuadrilla… vienen a Bogotá a torear… sirven la comida, y comienza el show… el banderillero abre su bolsa y comienza a sacar jamón serrano, salchichón y todo tipo de embutidos… el cúlmen llega cuando saca un tupper con tortilla de patata… le pide a la azafata que le abra una botella de vino y comienza a servirnos a todos, yo incluida… no acepta un no… me dice que viaja más que Marco Polo, que se las sabe todas, que la comida del avión es muy mala… y me ofrece una anchoa… el apoderado insiste en que vaya a ver torear a Morante, que me grita desde su asiento que cuenta conmigo… van a salir de copas, que me anime… me río, no me queda otra… después de sentarme con ellos, tomarme un cubata –no sé de dónde lo sacaron- y “enamorar” perdidamente al apoderado –que me saca algo así como 20 años, dice que nunca ha visto unos ojos tan bonitos como los míos y que tengo pinta de ser una mujer interesante- decido dormir… coloco las almohadas, bajo la persiana… me tumbo –no tengo compañero-, me pongo el iPod… y cuando he logrado encontrar postura, esa niña que había llevado en brazos me encuentra… empieza a hablar en su extraño idioma… su madre viene, se la lleva… cuando repetimos tres veces el mismo episodio, le digo que si se quiere quedar conmigo… y la niña, sin pensárselo, se sube a mi asiento y se hace un ovillo… le digo a la madre que no se preocupe… nos quedamos las dos sobadas…

Cuando me despierto, la niña sigue sopa… lo mejor de todo… al banderillero le ha dado tanta penita “la shica” que nos ha tapado a las dos con una manta… sin poder moverme, me quedo en mi asiento sintiendo a esa cría dormida… es tan bonita… el apoderado de Morente asoma la cabeza por encima del asiento, me dice que parece mía… sonrío, descubro que me acaba de gustar pensarlo… me informa de que quedan dos horas de vuelo… insiste en salir de copas, me da su tarjeta… el utillero de Morante se une a la charla… la niña se despierta y buscamos a su madre… cuando vuelvo a mi sitio, me veo cantando a Camarón… es mi sino, qué le vamos a hacer…

Aterrizamos en Bogotá… la bruma cubre la ciudad… cuando por fin salen mis maletas, me quedaba por vivir el control de inmigración… primero me cachean… y después aparece el sargento Romero… un individuo gordito que, como buen policía militar, da mucho miedo… sonreír y pestañear no sirve, el consejo de mi padre se queda en nada… decide abrir todas mis maletas… yo sigo sonriendo mientras él trata de darme conversación de una manera muy poco amigable… cuando me quiero dar cuenta, la cinta está llena de calcetines… tangas, camisetas… de todo… me pregunta qué hay en los paquetes... y, durante un segundo, tengo ganas de decirle que a mi abuela descuartizada pero recuerdo que no me la puedo jugar con la policía militar colombiana... le tengo que abrir, uno a uno, cada uno de los paquetes que llevo… el torero y su comparsa le dicen que me deje tranquila, que soy buena gente… pero a él le da lo mismo… la sargento del principio vuelve a cachearme… me hacen quitarme las zapatillas… los calcetines… el sargento Romero sigue violando mis pertenencias… y cuando cree que es momento, me deja recomponer todo dentro de mi maleta… “bienvenida a Bogotá, señora” me dice con toda la ironía del mundo… ni sonrío ni pestañeo, tengo un cabreo de colores…

Cuando salgo, mi tía está a punto de infartarse… he sido la última en salir… le cuento mi aventura… no sabe si reír o llorar… al menos no me han quitado nada… ya es de noche y el tráfico infernal de Bogotá nos rodea… mi tía me mira, me sonríe… y de golpe me dice “mi ranita, ya está usted mucho más cerca de las estrellas”…

viernes, 23 de enero de 2009

Maletas, sobaos y un incendio: esperpento de mi jueves

Como una premonición… me meto en la ducha, pongo el aleatorio del iPhone… y comienza a sonar esa letra de Lagarto Amarillo que parece ser la banda sonora oficial de mi vida… esa canción, de entre las más de 600 que tengo en el aparatito del infierno, describía el momento que estoy viviendo… mañana me voy, me dije para mí… estoy muy nerviosa, lo reconozco… no acierto a encontrar el motivo, pero es como estoy… mañana me voy, me repetí mientras me lavaba el pelo… Colombia… Panamá… una huída hacia delante… como me dijo mi amigo del alma, mi primer sello del pasaporte… por fin… ha llegado ese momento en el que cruzaré el Atlántico… lo he cruzado tantas veces con la mente…

Bajo, como no, a ver a Manolo… ahí está ese caballero que tiene todos los años posibles y que siempre habla conmigo… elegante, educadísimo… no sabe que me voy, Manolo se lo dice… ¿qué vamos a hacer sin el “bebé” un mes, Manolo?... me río… el extraño submundo de este barrio que es mi casa me ha adoptado, soy su mascota… voy a ver a Isa… tengo que volver por la tarde… al volver a mi casa, mi santa –nunca tanto antes como hoy- madre había puesto orden en mitad del infierno… Beatriz planchaba en la cocina… mañana se va señorita Fátima, me dijo sonriendo… mañana… vamos a comer algo donde Manolo… Beatriz me despide con un abrazo… me dice que lo disfrute, que coja fuerzas, que se queden allá las penas… me hace pucheros… tranquila Beatriz, le digo, a menos que me rapte el guerrillero más guapo de las FARC volveré… se ríe, me dice “aaay no!”… es como una madre mi pequeña mujer cuadrada…

Café y bocata después, volvemos a casa… sigo con mis listas, mi madre se descojona… debo estar graciosísima porque hoy todo el mundo se ríe conmigo… y más cuando abre la maleta que ha traído preparada de León y ve mi cara… sí … llevo la friolera de 21 kilos en alimentos peculiares de este país… nada más y nada menos que 20 paquetes de sobaos… tal cual… pastillas de turrón, pan de Cádiz –debe ser que no hay otro puto pan en España, venganza de mi abuela-, pimentón… y, cómo no, los habituales jamón y chorizo… no tengo palabras para describir la cara de póker que se me ha quedado… añadido, se me dictan las instrucciones para superar al control de aduanas cuando aterrice en Bogotá… vaya tela, que me veo sobornando a un madero de los de allí con un paquete de chorizo…

Atónita y perpleja, vuelvo a ver a Isa… me llama Silvia, la mujer de Jesús… me encanta esa mujer, quedamos en vernos a la vuelta… Dani me coloca el cuerpo y la mente… le basta con ponerme las manos en la tripa para decirme muy serio “Fátima, cómprate un punching ball”… Isa vuelve a vestirse de persona … nos vamos a Princesa a rematar mis compras y el regalo de su sobrina… media hora después, está a punto de ponerse a llorar en la boca de metro de Argüelles… te voy a echar de menos, me dice… y yo mucho, le contesto… cuánta ternura hay dentro de un cuerpo tan delgado… acabando de hacer mis compras y con la maleta por hacer, me llama la rubia… le cuento mi día, mis nervios… y, al entrar en Galileo, tengo que colgarle de mala manera… la puerta de mi casa está acordonada y hay dos coches de bomberos y un Samur… flipo... Pons me dice vía sms “estamos tu madre, Iñigo y yo en el Manolo”… flipo más… entro como las locas, con el consiguiente descojono de los tres… los cuadros de la luz se han achicharrado… no hay energía en el edificio… de puta madre, contesto, vamos a hacer la maleta con velas… mi madre me recomienda que me pida un cubata, opto por la birra… el colmo es cuando mi todavía más santa madre me dice que ha cogido mi billete de avión y mi tarjeta de Sanitas, “por si acaso”… es genial… que arda la casa pero yo mañana me tengo que ir… aunque sea sin ropa… y sin sobaos!...

Nos pegamos con la tele de Manolo, que sí tiene luz, para que Iñigo pueda acabar de ver el partido del Athletic de Bilbao… tres botellines después, decidimos ir a hablar con los bomberos… Iñigo se empeña en acompañarme… pero, eso sí, me deja elegir al bombero que más me guste para preguntarle… el más apañao a la vista, a por él que vamos… su recomendación fue que “os déis un rulo, os toméis una cervecita y en una hora volvéis”… increíble, si es que tengo un ojo… y, por si fuera escasa su intervención, apunta que está hasta los cojones de que la gente esté venga a subir y venga a bajar por el edificio… Pons da fe del trasiego de gente durante el fuego… al subir los 6 pisos a pata, ha visto una conversación de un tío en albornoz y otro en gayumbos a la altura del cuarto… increíble…

Nos damos una vuelta… y volvemos a casa… el individuo del albornoz está en el portal de charleta… eso sí, el tío digno no se ha olvidado de ponerse el gato muerto que tiene por peluquín… pedimos unas pizzas, acabamos los cuatro viendo Gran Hermano… la primera vez que mi madre lo visiona, y flipa… discutimos si esa mujer es enana o pequeña… me llama la rubia… me saca de dudas, es enana… a los 25 minutos, mi madre me da el alto… hay que terminar de meter las cosas… entre sobao y sobao, Pons se soba… la acompaño al ascensor y comprueba que los pasillos siguen oliendo a ahumado… la abrazo… este microcosmos me hace sentir bien…

Esta noche no la voy a dormir… quiero recordar este día, incluso el incendio… cada pequeña cosa que lo ha hecho histéricamente especial… extrañamente ajeno… con tareas cada vez menos pendientes que quiero posponer…

A mi vuelta, el trío “cu cu” –Pons, Iñigo y yo- nos vamos a verles en directo… contagian el buen rollo…


jueves, 22 de enero de 2009

Gatas de un miércoles

Sí… así me he sentido hoy… como una gata que necesita a toda costa escapar de los tejados… saltar de uno a otro… volar, sentir el vacío bajo su tripa… algo así debe sentir un gato… algo parecido a lo que he sentido hoy… he vuelto a sentir esta ciudad de una manera única con mi madre como compañera… sí… hoy he sentido esta ciudad de su brazo… la he vivido con ella, desde su propio pasado… y me ha encantado hacerlo…

La recogí a pie en Princesa… nos fuimos a comer… me metí en el bolsillo al camarero regalándole mi bolígrafo… de ahí a Princesa… entramos en Coronel Tapioca y la dependienta resulta ser la tía más encantadora y con más ganas de hablar del planeta… todo comenzó con un repelente de mosquitos y acabó con dos besos como despedida... vámonos a Callao, cogemos el 44… nos reímos, nos ponemos tristes… atacamos el H&M mientras no paramos de rajar saltando de un tema a otro… un vestido fuxia… estás guapísima, me dice… ¿quién si no una madre puede decirte eso con tanta ternura y devoción?... los ojos de mi madre hablan, son de gata también… estoy cansada de Madrid mamá, le digo mientras cruzamos al otro lado de la Gran Vía… y eso que vivo en Argüelles que es como vivir en un pueblo… pues yo no me he cansado nunca de Madrid, pero también vivía en Argüelles… nos reímos… es curioso, para ella ese Madrid del que no se ha cansado es el de su época de estudiante… de cuando conoció a mi padre… de cuando vivía en Argüelles… supongo que, en gran parte, es el mismo Madrid que el mío…

Entramos en Zahara, cuántas veces quedábamos ahí con mi abuela… pedimos dos botellas de agua… sus ojos de gata enamoran a un vagabundo con cara de pirado… el tío se aposta contra el cristal y sonríe a mi madre… eres irresistible chata, le digo con mucho cachondeo… calla, calla… está asustada… parece que se va… salgo como avanzadilla, miro a derecha e izquierda… se ha ido… encaminamos hacia la calle del Carmen… pasamos por delante de la iglesia en la que mi bisabuela descubrió que su hijo se casaba al ver las amonestaciones en la puerta… por lo visto, a mi abuelo se le había olvidado comentárselo… mis abuelos vivían cada uno a un lado de la Gran Vía que antes era como vivir en dos mundos distintos… algo que descubro por lo que me cuenta mi madre… pasamos por la casa en la que creció mi abuelo… me cuenta su historia… en esta plaza le pegó un tortazo a su hermana que nunca le perdonó, me dice… al llegar a la esquina de Alcalá con Santo Domingo, un sol anaranjado cae sobre el final de Gran Vía… qué edificios tan maravillosos tiene Madrid, suspira… al llegar a Canalejas, se acuerda de las violetas… unos caramelos con solera de Madrid que sólo se venden ahí, en una minúscula tienda de siempre… a tu abuela le encantan… un pedacito más de mi rubia… entramos en la tienda Lomo, ahí está Tato… cuando levanta la vista, lo primero que dice es “es tu madre verdad? es que son iguales”… nos reímos… le cuento mi aventura… me regala tres carretes… me explica las movidas de mi cámara para sacarle provecho… me cuenta que es pintor, que por eso vino a España… le prometo ir a ver su exposición a mi vuelta… este chico es encantador, me dice mi madre al salir… argentino pero encantador… me descojono, lo dice con una ironía total…qué bien me conoce…

Al volver hacia Gran Vía para coger el autobús, mi madre se queja de los cambios de la ciudad… de esos edificios antiguos que han desaparecido para dejar paso a edificios de cristal… cristal en esta zona, dice muy indignada… cuando ve el cartel del Chicote, sonríe y recuerda que hoy sería el cumpleaños de su abuelo… una persona de la que nunca habla pero que siempre la relaciona con ese pub que antes era para señores de pasta, artistas y putas… mientras esperamos el autobús me peina, me resulta curioso el gesto… llegamos a casa y seguimos de charla con Iñigo… de risas… habla de mi abuelo, de su acento típico de Lavapies… le echa de menos, lo sé… creo que pese a todo no se resigna a que no esté… me meto con ella, se ríe de mí… se va a Roma, me encanta verla viajar… la dejo metida en la cama mientras me pongo el pijama y bajo a cenar…

Sentada en el sillón… pensaba en esta histérica tarde de Madrid que había vivido con ella… me había metido en un pasado que no conozco… una historia de familia que tiene a la Gran Vía como escenario… pedacitos de todos… pedacitos de mí también en gran medida… para mí también ha sido escenario de muchas cosas… nos sentíamos gatas pese a no serlo del todo ninguna de las dos… disfrutábamos con el paseo pese al frío… pese a mis nervios… pese a su cansancio… es curioso, hoy he vuelto a sentirme sentada en sus rodillas de alguna manera… me gusta que haya venido a ayudarme con mi viaje… me ha dado paz, mucha paz… y me ha regalado recuerdos desconocidos que quizás justifican por qué para mí el corazón de Madrid late en la Gran Vía…

miércoles, 21 de enero de 2009

La cita

La verdad, no lo había visto así… para mí era algo tan sencillo como quedar con un colega para tomar una copa… sí, un martes… pero no había otra alternativa… después de agotar las excusas de manual masculino, se rindió… es más, no sólo eso sino que además se lo propuso… tiene que ser antes de que te marches, dijo muy solemne, es una cuestión de fuerza mayor… tal cual… único día el martes… yo me reía esperando que, cuando fueran las 6, se hubiera inventado un buen motivo para no dar señales de vida… y, cuando una hora más tarde las dio, me entró un ataque de risa… cuéntame el cataclismo de esta semana, le dije con mucho cachondeo… habías quedado en llamarme tú, contestó alegremente… y, sin darme cuenta ya estaba haciendo lo que mejor se me daba hacer con él… discutir y llevarnos la contraria…

Logramos comprender que todo se trataba de un simple problema de comunicación… que si habías quedado en que tú me llamabas, que no que eras tú… 40 minutos más tarde aquí estaba dispuesto a cumplir con su palabra… no dejarme tirada una vez más… sobre todo, porque se lo recordaría tantas veces para mortificarle que no quería pasar por ello… cuando me llama para que baje, recuerdo que en alguna parte de la tarde me pareció que la palabra “cita” me arañaba los oídos… ¿cita?... no lo había visto así… tengo que reconocer que, lo primero que pasó por mi cabeza, fue un flashback… un déjà vue tan familiar como real que ahora recuerdo con rabia, con mucha rabia… y después procesé el extraño significado de esa palabra de cuatro letras… ci-ta… me puse nerviosa, lo reconozco… hasta ese preciso instante, hasta que alguien me lo dijo, no me di cuenta de que podía serlo…

Después de diez minutos, conseguimos aparcar el tanque que tiene por coche… me meto con su vinilado, con su pirulada para aparcar… con todo lo que puedo… me relaja y, a la vez, me divierte qué le vamos a hacer… mientras yo buscaba un parquímetro, él compraba una rosa para la guardesa de la finca donde mañana va a cazar… es su cumpleaños, me dice sonriendo, y no sabes la ilusión que le va a hacer… se hace un stop en mi mente… sí... acabo de verte como un tierno y eso me descoloca… entramos en el Locandita, en Fuencarral, después de discutir sobre quién pasaba primero por la puerta... desesperada, entro... no voy a ganar aunque no intente este lado feminista mío… codo en la barra… ¿cubata, no?... claro, respondo, total me vas a volver a llevar a mi casa… hablamos de curro… del encuentro brujil del domingo por la tarde… de lo chungo que es ser motorista en Madrid… de su barca, de Manilva… de esa casa que tiene en León… de lo maravilloso de los pueblos… eres más de campo que las amapolas pese al traje chato, pensé… el gin-tonic va bajando y seguimos charlando… discutiendo, más bien… creo que a ambos nos hace gracia este extraño juego de palabras…

Dos cubatas después, Ceniciento tenía que ir a preparar sus pistolitas y el disfraz para matar bambis… y, como un caballero, me trajo a mi casa… menos mal, creo que el asfalto de Madrid se movía un poco más allá de ese temblor habitual cuando pasa el metro… seguimos, como no comentando situaciones peculiares de la vida… y, a cambio de un regalo de allende los mares, le hago el lío para que me recoja a mi vuelta… sonríe… no me digas lo que es, tú sólo tráeme algo… de pronto, esa sonrisa me acaba de dar muy buen rollo… no sé si es la ginebra o ese cambio de viento… pero sonrío… sin motivo, sin por qué... y eso, tengo que reconocerlo, me gusta...

martes, 20 de enero de 2009

Fábula de la princesa del País de las Bragas

Había una vez una princesa que vivía en el País de las Bragas… como heredera del trono, ella misma llevaba unas… eran su mayor símbolo de distinción… su estandarte… completamente distintas a las del resto de sus súbditas… llevaban cosidas unas perlas prácticamente únicas en el mundo… buscadas y traídas de todos los mares del mundo para honrarla… cada una de ellas, contaba una historia… cada una de ellas, le daba a la princesa una cualidad… del mar Mediterráneo tenía el alma… del Muerto su razón… del Egeo el coraje… del Rojo el corazón… del Arábigo la valentía… y así hasta completar las bragas más destacadas de su particular País… eran la envidia de todos sus súbditos y, como no, de los hombres de la corte…

Las virtudes de la princesa del País de las Bragas eran obvias… su risa alegre y su carcajada la convertían en la dama más irresistible del reino… pese a todos los intentos fallidos, toda su atención se centraba en dos individuos tan distintos como peculiares… por una parte, uno de los lacayos de su reino encargado de velar por el funcionamiento del castillo… por el correcto descanso de la princesa… un descarado que no dudaba en llamar a deshoras a la puerta de la princesa… por otra, un peculiar súbdito… ese que siempre la llevaba de incógnito por la ciudad para no desvelar su identidad… aquél que le daba conversación agradable y dulce… ese que inspira tanta ternura que, simplemente, perdía el morbo que otorga la pizca de maldad…

Bautizados respectivamente como El Pollero y El Oso Amoroso, la princesa comenzó a plantearse la incompatibilidad de aquél triángulo… en sí no lo era, pero ella lo sentía… mientras El Pollero hacía de las suyas, la princesa del País de las Bragas compartía tardes de paseo romántico con el Oso Amoroso… el que no corre vuela, pensó El Pollero… quizás haya que poner un par de zancadillas… pero era demasiado tarde… el encantamiento se había roto… y la princesa del País de las Bragas había elegido correctamente… el Oso Amoroso guardaba dentro de sí al Príncipe Gimnasta… corona de un reino rico en sudor, fuerza y pasión… en sí escondía esos dos peculiares personajes… ternura y vigor… cariño e imaginación… todo en uno, pensó la princesa del País de las Bragas, es el hombre perfecto…

Sin embargo, ahí comenzó el problema… la princesa del País de las Bragas fue consciente del terrible peligro que estaba corriendo… sí, fatídico… enamorarse… hacerlo de un rey de un reino distinto al suyo… caer en las redes del compromiso… de una cierta dependencia… del miedo de que te hagan daño… y de hacerlo… era todo lo que esperaba, y sin embargo no podía afrontarlo... ¿más dolor?... ¿más sufrimiento?... presa del pánico, se agarró la falda para poder correr más deprisa… iba tan rápido que las perlas de sus bragas únicas en el mundo comenzaron a caer golpeando contra el suelo… y, mientras avanzaba en esa carrera desbocada, iba dejando de ser todo lo que la hacía especial… ¿por qué?, se preguntó ella… por eso que siempre he odiado, se contestó, la cobardía… se paralizó… respiró, inspiró… tenía que desandar el camino… tenía que volver a encontrar todas y cada una de las perlas que hacían de sus bragas las únicas del mundo… encontrarlas para no tener miedo de sentir… sino, únicamente, tener miedo de caer en el hechizo de no hacerlo…

Moraleja: en la vida, quien no arriesga no gana… y, a veces, hay que apostar aunque puedan hacernos daño… quizás, incluso cuando todo termina, haya merecido la pena... vivir es sentir y, renunciar a eso, es precisamente renunciar a vivir...

Olivia Ruiz y su “Petite fable” –“Péqueña fábula”… también habla de una princesa que escapa de su propio cuento…


Ramos de novia, despedidas y otras perversiones

Mentalizada estoy y, aún así, todavía me sigo sorprendiendo… el mundo que me rodea va a un ritmo distinto al mío… sin duda… y pese a cumplir años y saber que estas cosas pasan, me sigo resistiendo… sí… el “mundo boda” que me rodea me satura de la manera más absoluta… no puedo generalizar, claro que no… pero es cierto que, últimamente, es uno de los temas favoritos de mi entorno… y mientras ellas se vuelven locas comentando yo, simplemente, hago la compra de manera mental… si algo creo que jamás organizaré será una boda… ya estoy cansada sólo de escucharlo… a los nervios de la novia, que es habitualmente quien comenta estas cosas, se suman las 15.000 gilipolleces que de golpe se han impuesto… que si las flores no sé cómo… que si el sitio no, que tal restaurante que está muy visto… sí, lo admito… en un momento dado de mi vida yo también me quise casar… pero os juro que sin tanta parafernalia…

El domingo por la tarde tuve una puesta al día de estos temas… iba concentrada en no perder el horizonte, pero lo perdí… lo perdí cuando se inició una discusión sobre si eran mejor las calas o las orquídeas para el ramo… seguí perdiéndome cuando se hablaba de si tal tela quedaba más elegante que tal otra… me concentré en ver aquello como la tele… observando, analizando… flipando… más todavía con las astronómicas cantidades de invitados… póngame 20 autobuses de excursión del Imserso, por favor… mi mundo acabó de girar hacia un agujero negro cuando apareció en acción el tema dieta para el vestido… haced como yo, dije con mucha coña, divorciaros… error Fátima, estás en el selecto club de té de mujeres del domingo por la tarde… de esas que consideran imprescindible pasarse una tarde entera hablando sobre algo tan efímero… sí, no dudo que les haga ilusión… pero como para convertirlo en un tema de discusión tan intenso y tan acalorado… demasiadas bodas, Fátima… estás perdida…

Y en medio de ese mogollón de seseos, risitas y comentarios me acordé de la cara A de toda esta historia… las famosas despedidas de soltera… recordé el marrón que me habían enchufado… Sevilla, a saber… sólo estuve dos veces y en la estación del AVE… por un momento, mi maldad me hizo imaginarme las despedidas de solteras de ese selecto club de café, cotilleos y brujerías de ese domingo tarde… y me descojoné… sí, quedó genial… porque ellas se reían por algún ingenioso comentario de uno de los ya sufridores maridos… si algún día me casara, pensé, a estas no las invitaba yo a mi despedida… o sí, podrían ser la bomba sus reacciones…

Sin saber por qué, me seguí riendo… me acordé de un vídeo de Melendi, el de novia a la fuga... un clip en el que él no paraba de dar por culo bailoteando desde el altar a los futuros novios… uno así podía aparecer en cualquiera de estos bodorrios, pensé… y, sin duda, lo más divertido sería la cara de la novia…