
Llegamos a la 22, brilla un sol maravilloso… Yeya está lista para irnos, en la acera de enfrente los primeros travestis –madrugadores- ya están haciendo la calle… encaminamos hacia el centro bordeando los 2.000 baches de la ciudad… el asfalto brilla por su ausencia… mi tía dice que no me queje, que es un paseo con masaje incluido… aquí la gente se lanza sobre los coches para cruzar… son valientes, sin duda… sobre todo porque los coches aquí directamente no paran… en la 5ª con la 16, llegamos a la plaza Santander… después de pagar 2.800 pesos para entrar –menos de 1 euro- comienzo a descubrir las maravillas indígenas… cómo deshacían el oro de la manera más rudimentaria de todas, cómo se las ingeniaron para darle formas y lograr hacer incluso filigranas… vitrina tras vitrina, no sólo ves joyas sino una auténtica manera de vivir… los indígenas no sabían el valor del oro y simplemente lo utilizaban porque, como buenos adoradores del sol, para ellos era una representación de su brillo… la guía –sí, nos pegamos echándole mucho morro a una excursión y mi tía incluso comenta las cosas con la niña que la lleva- nos explica que, para los indígenas precolombinos, el caracol era una expresión del paso del tiempo… el tiempo no es lineal sino una espiral… curioso, coño… vivir en un bucle tiene algo de indígena… me río, me acuerdo de la rubia y de España… llegamos a una sala muy especial, una en la que hay una sóla pieza dentro de una vitrina… El Dorado, el mito y leyenda que hace que todavía hoy se sumerjan buscadores de oro en las lagunas… majestuosa, pequeña y currada hasta el último detalle… me quedo fascinada… los caciques indígenas se bañaban en las lagunas completamente cubiertos de oro… y, según cuenta la leyenda, cuando los españoles trataban de adentrarse en esas lagunas marcadas se desataba una tormenta… me fijo en los detalles, alucino… no somos tan adelantados, me digo… esta gente trabajaba en oro a golpe de piedra y representaba sus inquietudes espirituales y vitales sin necesidad de nada más… entramos en la sala donde reposan los mayores tesoros del museo… me quedo loca, la puerta es la de una cámara blindada… más que una compilación de piezas de oro, el museo es una radiografía de las razas y pueblos que habitaron Colombia… de sus maneras de pelear por sus territorios… de su manera de sentir… e, incluso, de su manera de vivir el sexo… la sala de los chamanes me deja completamente aturdida… todos los rituales comenzaban con agua y seguían con fuego… ellos creían transformarse en jaguares… y, sin duda, algo duro tenían que tomar para poder pelear y vivir con semejante cantidad de oro colgado en el cuerpo…
Al salir a la calle, Don Cris nos informa de que está algo lejos y que tenemos que caminar… por fin, me digo, qué ganas tenía de poder sentir ese circo que había visto a la venida a través de la ventanilla del coche… la calle es ruidosa, la música la inunda… de cada comercio sale una diferente… y descubro que aquí buscarse la vida es una cuestión de creatividad… están los que venden sombreros hechos de caña… los que apuestan con los transeúntes que son capaces de hacer las multiplicaciones más imposibles en un tiempo récord… los puestos de fruta en cada esquina, perfectamente colocados… la calle huele a una extraña mezcla dulzona que se mezcla con la gasolina… y descubro a mi comercio estrella… sí… un individuo que vende “minutos de móvil”… tal cual… el tipo, cartel en mano, anuncia su servicio… y lo que es mejor, del cinturón del pantalón le salen dos cadenas que en sus extremos tienen un móvil… la cosa está complicada, tiene incluso una cola… los dos usuarios ocasionales se dan la espalda entre sí y con el dueño del business… supongo que, así, creerán tener más intimidad…
Encontramos a Don Cris, seguimos callejeando por el centro… lo cosa se complica de calle en calle… veo gente tirada en el suelo… niños sucios sentados sobre la acera… hombres sin dientes rebuscando entre la basura… niñas de apenas 12 años vendiendo su cuerpito en la calle… mujeres que me miran a través de las ventanillas como quien mira a un ser extraño… no es común ver europeos en el centro de Bogotá, por lo visto… estamos llegando a la 22 y los travestis habituales ya están en la acera de enfrente… pasa una bicicleta que tiene instalado en la parte trasera un horno para hacer perritos calientes… aquí, descubro en ese momento, está prohibido que dos personas vayan en una moto… así pretendían evitar esa época en la que uno la llevaba y el de detrás disparaba… más extremos, me digo…
Vamos a Carulla, el supermercado de cerca de casa de mi tía… el paisaje vuelve a cambiar completamente… antes de entrar, me dice que quiere llevarme a un sitio… Huerta de Cajicá… no entiendo nada… hasta que, a través del cristal, veo una lata de fabada… una tienda española regentada por un viejito, Don Pedro, también español… de dónde es usted, le pregunto… de Alcolea del Pinar, provincia de Guadalajara… alucino… conocía a mi abuelo… tiene toda clase de productos españoles y un cartel bien grande que dice “Ha llegado chorizo”… me regala unos mazapanes, me dice que disfrute la experiencia… acabo de sentirme en casa de golpe pese a su extraño acento a caballo entre aquí y allí… a caballo de ninguna parte, supongo… volvemos al súper… al entrar a mi tía la reciben que casi le hacen la ola… el carnicero vuela para saludarla, el pescadero le enseña todos los dientes que tiene… la tía es una institución aquí… por lo visto, si una cajera no tiene dinero para las gafas de su hijo ella se lo presta… historias así, mil… y todo sin salir de un espacio tan pequeño… un chico de unos 20 años, cuyo oficio es llevar las bolsas al coche, viene corriendo mientras pagamos a darle un taburete para que se siente… cuando estaba yo con mis quimios, me dice, este chino –niño- iba detrás de mí por todo el supermercado con una silla para que hiciera el mercado cómoda… me doy cuenta de que le encanta mimar y que la mimen… le da 20.000 pesos en la puerta del coche y él la mira con ternura…
Mi primo Carlos nos espera en casa… después de cenar, nos atrincheramos en la cocina… hablamos de todo… de nada… nos reímos… me cuenta su vida en Bucaramanga, me habla de sus tres niños, me pone a escurrir a su suegra española… tres cigarros después, nos vamos a dormir… vuelvo a mirar por la ventana y veo esta peculiar ciudad iluminada… tiene varios mundos dentro de sí… y, mal que me pese, creo que me va a faltar tiempo para descubrirlos todos…
1 comentario:
Potxoli!! Me cago en el puto caracol y en su rollo indígena...Pues esta+mos aviaos neni!!!
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