miércoles, 9 de mayo de 2018

Mi otra madre...


"Los brazos de una madre están hechos de ternura, y los niños duermen profundamente en ellos"
Victor Hugo

Anoche, tapándole la tripa a Tristán en su cuna, volví a recordar ese gesto tan suyo... es lo único importante, decía mi otra madre cuando te atravesaba una manta de lado a lado en la cama inmovilizándote, que te tapes la tripa... algo que repitió cada una de las noches que dormí bajo su mismo techo durante mi infancia... un gesto que suponía su particular manera de decirte hasta mañana, uno que precedía a ese beso apretado en la frente al que seguía uno más rápido... una práctica, lo de la manta atravesada, que a mí me parecía un auténtico castigo pero que cumplía a rajatabla porque lo hacía ella... sonrío... ahora soy yo quien atraviesa a su hijo una manta para dormir... ahora entiendo el mucho amor que ella le ponía a ese momento...

Mi otra madre se fue hace unas semanas haciendo de este mundo uno un poco más oscuro... se fue para atarme un nudo en la garganta y hacerme recordar esa infancia maravillosa que compartí con ella... esa en la que la Judi, su perra querida y mi objeto de mordiscos cuando me estaban saliendo los dientes, no se había muerto sino que había encontrado un novio y se había ido a vivir con él... esa en la que si a mi primo y a mí se nos ocurría sentarnos en los cactus de mi abuelo y desgraciarnos el culo con sus pinchos, ella resolvía terminar con las plantas regándolas con lejía... una infancia que viví agarrada de su mano, sentada en su regazo... escuchándola llamarme "mi sol", regalándonos besos a todas horas... acompañándola a Don Antonio, un podólogo que no solo nos arreglaba las uñas sino que además a ella le daba la vida... visitarle era la excusa perfecta para volver a caminar por su adorado Madrid, para que sus ojos inquietos lo miraran todo como si no lo hubieran visto nunca... para merendar una tostada en esa cafetería Zahara de la Gran Vía que, como ella, ya no está... 

Mi otra madre sonreía y el mundo se convertía en un lugar diferente... ella te contagiaba de esa increíble paz que parecía vivir con ella, de esa increíble alegría que formaba parte de lo que era... era capaz de hacerte sentir una caricia con esa mirada que solo ella tenía, con esos ojos azules que tanto la obsesionaban... tienes que tener un novio con los ojos azules, me decía con firme convicción... estaba segura de que, de ser así, ese color suyo tan especial se perpetuaría en el tiempo... uno que nadie en la familia, salvo ella, tenía... sonrío... quizás se fue sin saber que, como tantas otras veces, tenía razón... algo que me hace sonreír con cierta tristeza cuando miro los ojos de Tristán y la recuerdo a ella... cuando me doy cuenta de que su deseo se cumplió... es un chico, me dijo convencida la última vez que la vi mientras me tocaba la tripa... sí mami, le contesté acariciándole la mano... me sonrió... y sabes una cosa, le dije mirándola fijamente como si ese gesto le hiciera entenderme mejor, que su padre tiene los ojos azules...

Mi otra madre era muchas cosas... era una niña de la guerra a la que el fantasma del hambre, la miseria y el miedo le acompañó durante toda una vida sin robarle la alegría... era una mujer que partía de la premisa de que todo el mundo era bueno a menos que demostrara lo contrario... que defendía a sus cachorros con uñas y dientes... que quería como poca gente conozco, con todo el corazón... con todo lo que era... y es que mi otra madre era, precisamente, amor... de ese tan auténtico y tan generoso que no había vez que hablaras con ella que no te dijera un "te quiero"... un amor que sentías desde el momento en el que, al volver a verla, te decía "chati" alargando mucho la "i" bañando el mundo de luz con una de sus preciosas sonrisas... era esa abuela que te llamaba con la regularidad de una madre, esa otra madre a la que era sencillo contarle tus intimidades... la misma que me mandaba postales cuando me iba de campamento... una mujer de firmes convicciones que, a pesar de ellas, te animaba para que te fueras a vivir con tu novio... una mujer que se pirraba por una hamburguesa del McDonalds, la misma que para mí es dueña absoluta de una receta de pollo en pepitoria que solo en su casa sabía a gloria... una dama coqueta que, incluso cuando la memoria le empezó a jugar una mala pasada, recordaba perfectamente el color de esmalte de uñas que utilizó toda la vida... sonrío... me miro las manos, de un increíble parecido a las suyas... incluso en eso sigue estando conmigo...

Mi otra madre empezó a irse hace mucho tiempo... cuando su memoria empezó a desvanecerse y creía estar en un hotel a pesar de que se trataba de una residencia... no se han gastado un duro en decoración, me decía con vehemencia... algo que a mí me obligaba a disimular la carcajada, algo que me consolaba al saber que parte de ese genio y figura que era antes seguía escondido en alguna parte de su cabeza... mi otra madre se fue distanciando del mundo como vivió... alegre, cantando... entornando los ojos cuando la besabas, sonriendo con un punto de coquetería cuando le decías el pelo tan bonito que llevaba... manteniendo, a pesar de las arrugas y de los muchos menos kilos, esa belleza que hacía que fuera inevitable mirarla... esa que tenía prendado a mi abuelo desde que la conoció cuando ella apenas era una adolescente...

Mi otra madre se fue de este mundo como vivió su vida... sonriendo... un gesto que me ha hecho pensar, a pesar de mi descreimiento, que quizás había alguien esperándola en esa marcha que supone la única certeza que tenemos en esta vida... que, quizás, sonaba ese atronador disco de Raphael con ese "El camino que lleva a Belén" que ponía en casa cada mañana de Navidad... que, quizás, en ese último momento los dos hombres de su vida vinieron a buscarla... sonrío... ahora están los tres juntos en la salita, me dijo mi primo por whatsapp cuando le escribí para ver cómo estaba... esa última sonrisa suya me hace creer que, incluso al marcharse, me ha dejado una duda en herencia como si fuera un pedazo de esperanza... como si, a pesar de respetar como lo hacía que yo no creyera en nada, quisiera que volviera a pensarlo...

En el fondo, no puedo despedirme de ella... no puedo hacerlo porque mucho de quien soy se lo debo a ella, porque mucho de quien era sigue estando conmigo... porque le debo el inmenso regalo de haberle dado vida a mi madre, a esa madre mía que renunció a que la llamáramos "mami" porque así era como nos referíamos a la suya... porque me bañó en ternura, demostrándome que ser feliz era posible a pesar de las circunstancias... porque hizo de su generosidad un nido donde criarte, porque ella era un hogar con tejado y ventanas... 

Mi otra madre deja un enorme y sereno agujero en mi vida, en las nuestras... uno que consuelo asomándome a los ojos de Tristán... unos ojos que no son los suyos pero en los que, de alguna manera, ella sigue viva...