domingo, 31 de enero de 2010

El mundo del parque de mi calle...


Últimamente, estoy haciendo algo que hacía mucho que no hacía, algo tan tonto como bajar de mi casa sin ningún motivo sólo para irme al parque… a uno que tiene poco de parque salvo por los pocos árboles y enredaderas, los matorrales medio raquíticos de los laterales y las zonas de tierra… no tengo la suerte de vivir con una manta de césped en la puerta de casa, pero me conformo con ese mini edén de mi calle porque sólo por tenerlo ya soy una privilegiada… no es el más bonito, sin duda… pero es el mío… uno desde el que se puede ver atardecer, uno desde el que puedo mirar la luna sin hacer contorsionismo… un sitio que me acoge muchos ratitos… siempre es el mismo proceso, nunca el mismo banco… me siento a ver pasar el tiempo, a escuchar música aislándome del mundo sumergiéndome dentro de los cascos del iPhone… a charlar, simplemente, si alguien me llama… pese al frío, me siento a ver pasar los minutos… sintiendo simplemente el paso del tiempo con la punta de nariz congelada… esta rescatada afición mía tiene en jaque a medio barrio… a esa mitad que me conoce y que encuentra un auténtico misterio que haga lo que hago… el otro día te vi pasar con una lechuga, me dijo Ina alucinada y expectante el otro día tomando café, te fuiste al parque… me río… aunque ella piense que estoy como Robinson Crusoe con la pelota, el mecanismo es sencillo… hago los recados que tengo que hacer y me voy con todos ellos a buscar un pedacito de aire… un trocito de esa libertad que sólo se siente cuando tienes el cielo encima sin necesidad de ver tanto cemento… esa que he mamado desde siempre y que, a veces, siento que me quita esta ciudad…

Pese a ser un refugio dentro de este peculiar Madrid, el parque es un lugar digno de estudio… digno de pararse a mirar con calma el extraño submundo que cohabita dentro de él… después de mucho trabajo de campo, he logrado clasificar las pequeñas tribus que cada tarde se dan cita en él… por una parte están los dueños de perros y sus pequeñas mascotas, perros de todos los tipos que se persiguen y juegan en cuanto les quitan la correa… siempre me quedo observando a que eso ocurra para ver la cara del perro cuando se siente libre… cuando no nota la presión en el cuello, cuando sabe que puede hacer lo que le dé la gana… lo malo de tanta emoción ante la libertad es que, en algunos casos, se convierte en un ladrido insoportable e inagotable… uno que, de ser aislado, no sería molesto pero que es secundado habitualmente por cuantos chuchos patada hay en las inmediaciones –y hay unos cuantos-… a partir de ese momento, estoy perdida… la sinfonía de ladridos agudos como alfileres se me clava en las neuronas a pesar de esos auriculares tan modernos que me aíslan prácticamente del mundo… pero la segunda parte de este mundo canino son sus dueños… dueños que, a fuerza de convivir en ese pequeño oasis en mitad del asfalto, se conocen… se saludan, se preguntan por sus familiares respectivos o, incluso, quedan para sacar a sus mascotas a la misma hora… el problema es que cuando se ponen a charlar, a muchos se les olvida que han venido con sus pequeños hijos peludos que parecen aprovechar la coyuntura para campar a sus anchas y ladrar más todavía si es posible… lo más habitual, además, es que alguno se me acerque para chuparme la zapatilla… a veces me pregunto quién saca a pasear a quién, si el hombre al animal o viceversa… cada día tengo más comprobado que es viceversa… me río… ellos ladran sin parar, nosotros aprovechamos para hablar en el mismo ritmo como si nos hubieran dado cuerda… de todos los dueños, las que más me llaman la atención son un grupo de señoras que –religiosamente- a la misma hora aparecen con sus perros… aquello parece una competi de moda canina… ninguna de ellas falta a la cita vestida con su chándal y sus zapatillas de deporte, cigarro en mano… pero lo mejor es que sus pequeñas mascotas cada día van con un modelito distinto… una tarde una de ellas llevaba un jersey de rayas que, si no era igual que el abrigo de su perro, que me aspen… aunque el colmo de todas ellas es la dueña de un cocker que, en días de lluvia, lo saca de paseo con un chubasquero de charol rojo con capucha y, como remate de la estampa, le pone botas de goma –eso sí, rojas también-… cuando lo vi la primera vez me quedé tan alucinada que hasta ella se dio cuenta… aunque no te lo creas, me dijo sin decir yo nada, si no es así no sale cuando llueve… le miro pasar ataviado con semejante despliegue de fashion victim perruna pensando en la cantidad de gilipolleces que podemos llegar a cometer… y, lo que es peor, en qué acabamos convirtiendo a un perro…

Además de este comando mascota que ameniza mis tardes, hay otra tribu curiosa… siempre se ubica en el mismo lugar del parque, en el más oscuro… se trata de una pandilla de adolescentes con pinta de Latin Kings que se congregan para escuchar música –puro “bragatón”, esa música que me persigue- en sus móviles… que se saludan con un extraño choque de manos acompañado de un protocolario enredo de dedos, brazos y palmada en la espalda… ellos todos con gorra de visera, ellas todas enseñando mucha chicha pese a las bajas temperaturas… se sientan alrededor de uno que parece ser el cabecilla, uno que cuando habla todos los demás se callan… se ponen morados de Doritos, de Fantas y Coca-Colas… de vez en cuando, alguna de esas chicas congeladas dentro de una minifalda muy mini viene a pedirme un cigarro… las veo acercarse ateridas, haciéndose más pequeñas dentro de unos plumas cortitos que dejan que se les vea el ombligo… les doy uno y, en un arranque maternal que me recuerda a mi tía Luci, les recomiendo que se tapen la tripa… lo genial de estos pandilleros es que las señoras que atajan por el parque les tienen miedo… he visto a más de una recular al darse cuenta que por ese lateral del parque están ellos… me lo comentan a mí… y yo me río porque pese a los andares cansinos con el vaquero por la mitad del culo –se les tiene que ver el bóxer, está claro- son lo más inofensivo del mundo… tanto que el guarda de seguridad del parque –que chilla a las 21:55 sin pudor alguno “vamos a cerrar”- es íntimo de ellos…

Otra tribu especial son los padres de niños pequeños que los sacan al parque –pese a estas temperaturas gélidas del invierno- para poder fumar –creo que en sus casas no les dejan- mientras el niño de turno trata de subirse al columpio… a veces, veo renacuajos haciendo alpinismo para llegar a ese preciado trozo de madera mientras su padre aspira una primera calada de un cigarro que consume a la mitad… otras, mantienen conversaciones por el móvil mientras empujan a los niños –creo- con la intención de ponerles en órbita… cuando se trata de una madre con su hijo, la cosa alcanza cotas similares a los momentos de ebullición canina… no porque los padres no griten –que lo hacen-, sino porque ellas parecen desenfundar el tono más hiriente que les permiten sus cuerdas vocales… un tono afiladísimo en la voz que, creo, es potestad única  las madres… hay una tal Carlota -80 centímetros de niña dentro de un abrigo rosa con muchos lazos- que, por los alaridos de la madre, es una potencial terrorista internacional… lo mejor es que la cría sólo es un poco trasto pero, en cuando le hace un par de regates, a esa mujer se le saltan los tapones…

Y, por último, estamos los solitarios… los que, sin motivo ni excusa, bajamos para sentarnos sólos en un banco… a ser posible lejos de las demás tribus… habitualmente, todos seguimos la misma rutina… manos en los bolsillos, algún que otro cigarro… a algunos ya les tengo identificados aunque lo cierto es que son mucho menos rutinarios que el resto de tribus… sonrío… como yo, supongo, que no tengo momento fijo para bajar… como yo, ven pasar el tiempo… como yo, miran el pedacito de horizonte atrapado entre edificios que parece una pantalla de cielo… como yo, esquivan a las señoras… a los perros chillones, a las madres histéricas, a los padres al teléfono… los solitarios somos una tribu escasísima pero particular sin duda… supongo que, al igual que para nosotros, todas las demás tribus nos observarán con curiosidad… preguntándose qué hacemos allí solos sin hacer nada… sin un motivo real… sólo, tal vez, porque pese al atrezzo que nos rodea buscamos un poquito de paz… 

sábado, 30 de enero de 2010

Ni sí ni no...


Queriendo no encontrar, perdí un zapato…
Una cola de ratón, un tejado…
Me perdí en un reloj, me sumergí en un dedal…
Llenándome los bolsillos con viento…
Comiendo en un cajón restos de aire…
Atrapada dentro de una gota de lluvia…
Respirando bajo el agua con un fósforo encendido en la mano…
Con un pedazo de hielo ardiendo…
Hablé con un dedo que no oía…
Deshilachando palabras enredadas en una línea recta…
Callando un ruidoso silencio…
Le puse un candado a los segundos…
Ahorcando con una soga de humo cada pregunta…
Sacándole sabor a un insípido mordisco de luna llena…
Soñé despierta la pesadilla de no soñar…
La de haber peinado un desierto de gominolas…
Tejiendo un retal de secretos a voces…
Sé que no sé, un buen punto de llegada…
Fumo una taza de sábado que ya huele a lunes…
Notando la insensibilidad del peso de una pluma…
Recorro un bostezo de tiempo…
Arrancándole a la memoria los olvidos…
Clavándole un bisturí a un muñeco de polvo…
Ironizando las frases deshechas…
Las palabras no oídas…
Mirando en una brújula de cartón…
Declarándome culpable de un delito de suspiros…
Esclavizando un pájaro de papel que volaba…
Arañándole a cada rayo de sol una pizca de oscuridad…
Ni sí ni no…
Tampoco todo lo contrario…
Recorro un camino en espiral pintado sobre la nada…
Notando sin hacerlo cómo se vence un suelo de miradas bajo mis pies…
Abrigándome con una chaqueta de tiempo…
Desnudándome a la luz de una vela muerta…
Calentándome el corazón con un pedazo de escarcha…
Cruzando la línea de meta sin haber dado el paso de la salida…
Ayer, hoy…
Mañana…
Con los bolsillos cargados de pompas de jabón…
Separando de un recortable un alma de felpa…
Pellizcándole a un destino trazado en un cuaderno de dibujo…
Sin lágrimas…
Nadando entre algodones a la deriva…
Sabiendo sin saber que el aire puede cortarse…
Perdiendo la cuenta del peso de los minutos…
Dejándome deslumbrar por la oscuridad…

viernes, 29 de enero de 2010

El diván de Isa...


A veces hay que permitirse llorar, me dijo con esa voz que a veces suena a susurro y otras a rugido… apreté las muelas sintiendo que estaba a punto de que se escapara una lágrima… no nena, le contesté tajante, ya he llorado todo lo que tenía que llorar… la veía sonreír de medio lado al revés… con esa extraña perspectiva que te da estar tumbada en una camilla mientras ella trataba de hacer que mi cuello volviera a su lugar… notando cómo me clavaba los dedos en las múltiples contracturas que sentía saltar al paso de sus manos… tratando como trataba de hacer que sintiera menos tensión, alucinada porque fuera capaz de soportar tantos nudos musculares en este cuerpo en huelga sin poner el grito en el cielo… estirándome un brazo, clavándome un dedo en la base de la mandíbula sabiendo como sabía que me dolería… sonreí… si algo tiene Isa es que, en apenas un par de años, ha aprendido a conocerme como alumna aventajada… no sólo porque tenga un mapa de mi cuerpo sino porque, además, ha aprendido a interpretar esas coordenadas que sólo tengo dentro y que sólo conocen algunos…

Me dejaba tocar mientras pensaba en lo curioso de ese lugar en el que sólo la recuerdo a ella, en esa cabina suya que es mucho más que su espacio de trabajo… si las paredes hablaran, pensaba mientras me regañaba por ser incapaz de dejar el brazo muerto, estas podrían sobornarnos… si algo tiene ese pequeño espacio es que es su reino absoluto… uno en el que, más allá de –como digo yo con mucho cachondeo- convertirme en mujer, se cocinó una amistad distinta… una que surgió de la manera más tonta y que, a día de hoy, la ha convertido en una de las piezas imprescindibles de mi puzzle vital… tumbada en esa camilla mientras ella deslizaba sus manos en la base de mi nuca, pensé en esas extrañas alianzas que se crean sin apenas darte cuenta… en cómo un espacio puede convertirse en refugio… para mí esa camilla es un diván… uno en el que puedo tumbarme a diseccionar penas, alegrías, noticias y problemas… uno en el que he fondeado muchas veces sin pedir hora, sin necesidad de tener que ir a hacerme nada… tan sólo por el hecho de verla a ella, de contarle lo que me pasaba… de compartir la angustia, la alegría… la sorpresa o la tristeza más profunda… si algo tiene esa camilla suya es que sabe más de la mitad de mis miserias… más de la mitad de esta nueva vida de gata…

Siempre es el mismo proceso… llego abrigada con esa sonrisa que me pone al verme a través del cristal de la puerta… pese a habernos visto por la mañana tomando café o después de comer cafeteando en ese Manolo sin el que no seríamos las mismas… entro, me quito la ropa que corresponde, me tumbo… y, pese a que muchas veces no lo esté, me siento completamente desnuda ante ella… sin poder negarle lo que me pasa, sin poder rebatirle en el segundo intento ese “nada” que no funciona con ella… escucha, suspira, asiente… gesticula en silencio abriendo mucho los ojos… y, para cuando he terminado de escupir lo que sea que me quema, habla… es curioso… siempre lo hace con una rotundidad absoluta, como si cada una de las palabras que salieran de su boca fueran el resultado de un largo proceso de reflexión… la escucho callada, sopesando cada una de sus palabras como guías… acariciando aquéllas que me gusta escuchar, acariciando esas verdades que sé que necesito escuchar… a veces me pregunto cómo cabe tanta fuerza en un cuerpo tan minúsculo… otras cómo es posible que tanto carácter encierre dentro de sí tantos miedos… sonrío… supongo que la misma cantidad que tenemos todos… a veces es ella la que se desnuda pese a no hacerlo… contándome esas heridas que le duelen tanto por dentro… esas que están en el mapa de su cuerpo también, esas que conozco… somos dos mundos… ella absolutamente rutinaria y cuadriculada, yo completamente anárquica y visceral… sonrío mientras ella me regaña llamándome “nena” por no saber relajarme… sabe que no sé, que no puedo… sobra que le cuente que me comen por dentro las emociones porque lo sabe, porque sabe que esa tensión que se me agarra a la mandíbula es una defensa contra el mundo… esa que ella también practica…

Ese diván de Isa es uno de mis rincones favoritos de Madrid porque me da un calor inimaginable en el alma… porque, pese a que nos contemos la cosa más triste del mundo, siempre que me despido de ella tengo esa sensación de placidez que sólo se tiene con una buena amiga… con esa a la que empecé confiándole mi cuerpo y acabé confiándole mi vida… 

jueves, 28 de enero de 2010

Revolviendo...



Recogí, tiré…
Hacia dónde vas, me preguntó… hacia ninguna parte, contesté…
Revolví en los bolsillos para encontrar un caramelo…
Acortándole cuerda a una soga que no me pertenecía…
Sintiendo la presión de la cuerda en el cuello…
Poco aire…
Me perdí en mitad de la nada para buscar ese todo que no existe…
Para acabar de medir los centímetros de ausencia…
De domingos de silencio…
Sintiendo la falta de libertad…
Cojonudo, me digo…
Tanta lucha para lograrla y ahora soy más esclava me nunca, me pregunto asintiendo…
Miro a un mar que quizás no me pertenezca ni en un vistazo…
Etiquetado de manera distinta…
Respiro…
Un café demasiado dulce...
Un café demasiado amargo…
Paladeo, cabeceo…
Sonrío…
Me estaré volviendo loca, me pregunto…
Supongo que simplemente me van los retos…
Lo pienso sin parar de no hacerlo, tratando de juntar el puzzle para encontrarle un sentido…
Cosiendo sueños que, quizás, nunca serán…
Sintiendo esa frustración absurda en la boca del estómago…
Sabiendo como sé con qué cartas juego…
Creyéndome un simple utillero mientras los demás saltan al campo bajo el aplauso…
Estiré para sentir que podía… que puedo… que podré…
Para echarme un pulso a mí misma… a esa fuerza que llevo tatuada en la piel porque así me catalogan todos…
Me escondí detrás de esa comprensión siempre en stock que tengo…
Quizás creyendo en un imposible… quizás sabiendo que nunca será…
Tratando de convencerme de ello para evitar un verbo de cuatro letras que me da vértigo…
Silencio…
De ese que se te clava como una astilla bajo la uña… sin poder sacártelo, sin poder encontrar cómo dejar de sentirlo…
Miro por la ventana…
Imploto… exploto…
Saboreando ese agridulce desasosiego de estos días de derrota…
De esos días en los que se me juntan la base y el neutro para hacer saltar la chispa…
Para detonar una mente que no sabe estar quieta porque se ha despertado…
Sigo revolviendo sentimientos…
Sensaciones…
Recuerdos…
Los pico fino para tratar de hacerlos más pequeños, más insignificantes…
Con menos peso en esa balanza que hoy no sabe hacia dónde se inclina…
A veces quiere rendirse… otras partirse la boca en el trayecto…
Preguntándome si lo harían por mí…
Si en los manuales de instrucciones hay cabida para dejarse vencer…
Suspiro…
Demasiado contenido en la coctelera…
Demasiado para tratar de revolverlo sin salpicarme…
Hacia dónde vas, me pregunto a mí misma…
Sonrío de medio lado…
Revuelvo entre todas esas neuronas que a veces viven y otras mueren...
Ni puta idea, me contesto…
Quizás la única respuesta que no puedo contemplar en mi diccionario de vida…
Quizás la única respuesta que pueda tener en este momento…

En clave de Fa...



Do-Re-Mi leí…
Escribo en clave de Fa porque sí… porque quizás así se oirá lo mismo pero de diferente manera… con unas mismas notas que, simplemente, suenan distinto… a veces creo que sólo yo entiendo la partitura, quizás ahí radica la gracia… sonrío… porque sí, porque me da la gana… porque lo siento así sin necesidad de más explicaciones… sin necesidad de buscarle palabras a lo que no lo tiene… sonrío porque me nace, y punto…

Escribo en clave de Fa para contar lo que no se puede… lo que, quizás, a nadie más le interese de verdad porque es mi día a día… ese que hace que escriba como lo hago, que cuente pequeñas historias que para mí son grandes momentos… a veces cualquiera puede tocar la melodía… otras sólo está compuesta para talentos… para aquéllos con los que comparto mi vida, mis locuras y mis secretos… esos que, pese a escribir como lo hago a veces, me entienden…

Escribo en clave de Fa porque no sé hacerlo de otra manera… porque quizás es cierto eso que me dijeron hace poco de que lo que escribo es lo que soy… cómo soy… sonrío… supongo que si no fuera así no tendría misterio, sólo serían palabras seguidas en una línea de pantalla… escribo en esa clave porque sólo así reivindico que son mucho más... que hacen sentir, pensar, sonreír… que emocionan hasta hacer llorar, suspirar… es mi clave, es mi idioma… curioso… no sé hablar otro y, en ocasiones, cuando tengo que usarlo me quedo muda…

Escribo así porque, aunque a veces no lo consiga, busco regalar un ratito al que osa asomarse a la popa de este barco pirata… un poquito de lo que soy, de lo que pasa a mi alrededor… de ese torbellino que tengo dentro como asegura ese amigo venezolano que conocí aquí… utilizo esta manera de escribir para apaciguarlo, para tratar de permitir que se lleve por delante lo que tenga que hacer con tal de no coger más velocidad… muchas madrugadas componiendo partituras para esta melodía… muchas buscando cómo contar lo incontable o cómo contagiar de esa pueril emoción que siento tantas veces por las cosas que me pasan… las disfruto de tal manera que, lo siento, no quiero salir de esa nube de algodón en la que vivo…

Escribo en clave de Fa porque así me río del mundo… porque sólo así cuento esas extrañas cosas que me suceden, esas que arrancan una carcajada por lo peculiar de la historia… me encanta que me pasen cosas curiosas, mentiría si dijera lo contrario… tal vez porque sienta más eso de estar viva, probablemente porque sin este circo vital mío mi vida sería mucho más aburrida… quizás porque cuando las cuento consigo, incluso, que los demás se rían… sonrío… soy una contadora de historias, no puedo negarlo… sufro ese síndrome como enfermedad crónica y me fascina tenerla… tal vez porque, sólo así, tengo de qué escribir… quizás porque, de alguna manera, le dan cuerda a este reloj que marca el tempo de mi clave… a ese que hace que los minutos se estiren como chicles o pasen en apenas décimas de segundo… sonrío…

Escribo en clave de Fa porque tengo un saquito lleno de sensaciones… de sentimientos, de suspiros y de sonrisas… de nostalgias, ilusiones y sueños dentro de pompas de jabón… de recuerdos, de melodías… porque tener mi propio idioma es una de las pocas maneras que conozco de aislarme del mundo… de protegerme de él y de lo que conlleva… de decir sin hacerlo, de contar sin contarlo… de desaparecer del mundo que me rodea cuando se me rajan las velas y se me parten los mástiles… de encontrar, incluso sin buscarlo, un puerto que es únicamente mío para poder fondear sin mirar al horizonte…

martes, 26 de enero de 2010

He vuelto!

Sí, lo siento... he estado un pelín perdida de esta sopa... un pelín desconectada de este espacio en el que trato de escupir y de contar... me ha sorprendido la cantidad de comentarios al respecto... la cantidad de mensajes y llamadas en las que he oído mencionar con extrañeza que no estaba escribiendo... sonrío... sí que lo hacía, pero no he tenido oportunidad de publicar...


Tan sólo quería tranquilizaros -por dios, jamás pensé yo que esta receta mía tuviera tantos adeptos ni con tal nivel de fidelidad... como ni dios me deja el mínimo comentario! manifestaros, malditos!- para que sepáis que estoy en ello... que siguen quedando cosas por contar... pajas mentales por compartir... tan sólo necesitaba echar el ancla para poder releer... para poder escribir sin que sólo se trate de juntar palabras... si queréis leerlo todo, tendréis que rebobinar hasta diciembre de ese año que ya es pasado... 


Gracias a todos por leer... por esperar... por seguir estas extrañas travesías mías... por echarme de menos... y, sobre todo, por volver... 


Besos desde este barco pirata...

miércoles, 20 de enero de 2010

Pasos...



Salí a caminar con el corazón enredado de sensaciones, de sentimientos... de esa extraña angustia vital que a veces me atrapa sin querer... tú eres corazón, me dijo una vez una buena amiga, sólo por eso para ti la vida tiene la misma intensidad en la alegría que en la tristeza... sonrío... corazón… eso que perdí, recompuse y que hace que sea como soy... pasee en esta noche de lunes por un Madrid que llevaba tiempo sin ver... con la banda sonora de "El piano" chillándome en los oídos... sintiendo cada paso sin darme cuenta... en una extraña noche cálida de enero... caminaba permitiendo que ese extraño amo que tengo el día de hoy me dejara ser menos esclava, algo más libre... tratando de respirar hondo para sentir que podía, para notar cómo se me hinchaban los pulmones... imposible... no lograba que el aire me inundara por dentro... creo que hoy ha sido uno de esos días en los que la realidad me ha superado... uno de esos en los que necesito cerrar un instante los ojos y dejar que mi mente se escape... siempre es la misma imagen, siempre vuela al mismo lugar... sin moverme de esta ciudad con la que mantengo mi lucha de amor-odio, estoy sentada en ese suelo húmedo... bajo esa torre donde, sin entender por qué, siento tanta paz... paz, tres letras... un bien increíblemente precioso pese a lo pequeña que parece escrita...


Caminaba sin pensar hacia dónde... vagabundeando por mi ciudad, algo que me encanta hacer... con la mente a mil por hora pero en blanco a la vez... saltando de cromo en cromo... tratando de lidiar con el desasosiego de la pregunta sin respuesta, con el que se te queda cuando no haces aquéllas que quieres por falta de valor... maldita lengua esta mía que a veces se pone el escudo ante el mundo... caminaba sintiendo cada paso... saboreando algo tan aparentemente mecánico como es caminar, con una sensación agridulce en cada zancada... hoy la reina del silencio ha vuelto a mandar sobre este barco pirata... haciéndome, quizás, ser más consciente de que, aunque yo no quiera, siento en todos los aspectos... quizás hoy este borracha de sentimientos, puede ser... nostalgia, tristeza... melancolía... creo que hoy se me ha quemado un poquito el alma de esta sopa... pensando en lo injusta que puede llegar a ser la vida, en esas hostias que te pega y que te hacen cambiar completamente tu mundo... “Aquellos maravillosos años” leí con una sonrisa... un pasado, una cara con una cicatriz... una sonrisa que, no sé por qué, recordaba perfectamente... un recuerdo que de golpe me hablaba desde el otro lado de la pantalla contándome lo que me supo a escalofrío... a lo jodidamente cabrona que puede llegar a ser esta vida... a algo que me impactó tanto como para haberse adueñado de gran parte de mí durante todo este día… a esas ganas de vivir pese a hacerlo de otra manera... a esa curiosidad que no mata la falta de movilidad...


Caminaba sintiendo ese paso... sintiendo pánico al meterme en su piel, sintiendo un respeto increíble por ese pasado que de golpe tenía tan presente... Bebe empezó a decirme todas esas cosas que ya sé recordándome eso que quedó atrás, eso que es ahora… pensé en mis pasos de los últimos días... esos que di sin ser consciente, los que di siéndolo… recuerdo algunos con infinita nitidez… pasos disfrutados, vividos y sentidos… sonreídos… los recuerdo para tratar de volver a sentir cómo fueron… para tratar de sonreírlos como lo hice en su momento… volví a respirar hondo sin lograr sentir cómo se llenaba eso que permite que viva… sin lograr sentir esa calma en mitad de la tormenta en la que parece haberme envuelto este día… sintiendo esa extraña nostalgia que se me apoyó en el hombro nada más abrir los ojos esta mañana… no se puede extrañar lo que nunca se ha tenido aunque se eche de menos, me dije a mí misma mientras me sentaba en un banco de San Bernardo, pero sí se extraña con derecho lo que se tuvo… me senté allí sóla en mitad de la noche de Madrid para no hacer nada… tan sólo disfrutar un cigarro escuchando música por un oído y el tráfico en el otro en el rincón que más me gusta de la plaza… respirando ese frío casi cálido de esta ciudad, recordando una temperatura parecida con olor a sal…


Volví a casa pensando en los pasos imaginados que se hacen realidad… en aquéllos que quizás soñemos pero que jamás se cumplirán… en todos esos que damos sin ser conscientes de ello… en la increíble libertad que cada uno de ellos nos dan, en lo jodidamente esclavos que pueden llegar a convertirnos si no los tenemos o, incluso, si los damos… pensé en todos esos que muchas veces no damos por miedo… en todos los que damos dando el salto al vacío sin medir el impacto… en todos los que, quizás, quedarán pendientes de caminar queramos o no...


Por esos reencuentros que procura el Facebook para darte una ración de lección de vida... por ese amigo del pasado que tengo más presente que nunca, por haberme hecho medir mis pasos y plantearme no temer tanto el hecho de sentirlos... porque él mencionó esta canción mientras hablábamos y ahora la escucho pensando lo que le dije a él a través de una pantalla... algo tan simple como que, en el fondo, somos los mismos aunque nos hayan pasado cosas... 




martes, 19 de enero de 2010

Un viernes por la noche con mi padre...



"No importa quien es mi padre, lo que interesa es quien recuerdo que es"
Anne Sexton


Fíjate, me decía con una mezcla de asombro y nostalgia, dos pesetas el cine… mirábamos los collage de aquélla pared embobados… leyendo nombres de cines que hace más de cuatro décadas que no existen, programas de mano de películas de las que ni siquiera podía resultarme familiar el nombre… aquéllos paneles en la pared eran un pedacito de algún baúl de los recuerdos de una época que no viví pero que, sin embargo, alguien me contó… charlábamos entre una tosta de lomo y otra de jamón con dos cervezas… para mi padre clara, para mí un tercio de Mahou que me supo a gloria después de mucho tiempo sin tomarme uno… hablábamos del sitio dónde habíamos ido a parar en ese “barrio Romántico” que tanto les gusta a mis padres… y allí estaba yo, compartiendo esa nocturnidad con él… vámonos antes de que se te caiga la casa encima, me había dicho con mucho cachondeo media hora antes… durante un instante, lo dudé… viernes por la noche después de un día entero atrincherada en casa, después de un día entero pegada al ordenador como en mis buenos tiempos de agencia… después de un día entero viendo nevar sin parar, sopesando susurros y suspirando las ganas… las once de la noche y yo arreglándome para salir con diez grados por debajo de cero… miré por la ventana y vi que la calle se había convertido en una pista de patinaje… tú crees que no es una locura, le pregunté muy seria… vístete que nos vamos, me contestó mi padre con mucho cachondeo… diez minutos después, salíamos por la puerta dispuestos a llegar a León para tomar algo si el hielo lo permitía y aquéllas cadenas líquidas que había comprado en forma de spray funcionaban…


Sólo media hora después, estábamos sentados al calor de uno de esos bares que te calientan la mente a base de recuerdos… y, quizás porque el lugar era el idóneo, a mi padre le entró esa nostalgia tan suya de una época que quedó muy atrás pero que, quizás, le marcó para siempre… comenzó a hablarme de ese viaje a Colombia cuando apenas tenía seis años… imagínate un niño como yo que sólo había visto pasar el coche de línea, me decía con una ironía inocente, cuando llegó a América… sonreía, se reía… vi en su mirada un pedacito de ese niño que dejó de ser con tan pocos años… contándome cómo se enroló de la mano de mis abuelos en una aventura vital que les llevó a ser emigrantes como tantos otros españoles en esa época… me habló de cuando llegó a Vigo, de cómo fue subir a ese barco en el que estuvo durante semanas… tu abuela decía que no se subía, me contaba descojonado, no le daba confianza la pasarela que habían montado… entre mordiscos y cerveza, me habló de cómo hizo ese viaje en un camarote de tercera categoría… con un ojo de buey que quedaba por debajo de la línea del agua, viendo el mar… me hablaba impresionado de esos delfines que acompañaban al barco en la travesía… de cómo en unas islas que no sabe localizar en el mapa, la gente tiraba monedas desde la cubierta y unos niños buceaban en alta mar para rescatarlas… sentí cómo ese álbum suyo de fotos se le había quedado grabado a fuego… cómo esa aventura suya de la niñez marcaba todavía hoy lo que era… me habló de ese avión de dos hélices que atravesó los Andes en mitad de una tormenta, de su recuerdo al olor dulzón que impregna Bogotá por la gasolina que jamás quemará bien a esa altura… le veía sonreír contándome lo que le impresionó ver tantos coches, lo que significó dormir por primera vez en un colchón que no fuera de lana… me pegué un guarrazo contra el suelo, me decía muerto de risa, que sangraba como un gocho… me reí… le veía contar con esa nostalgia sana que te dan las décadas de distancia… esas que te hacen olvidarte que, de no faltarte nada en el pueblo, cruzaste un océano para pasar hambre y frío… para saber lo que era hacer 15 kilómetros descalzo para ir y volver a la escuela… le miraba sintiéndole un héroe anónimo… quizás porque es mi padre o quizás porque siento un enorme respeto por su aventura…


Con el último mordisco de mi tosta, apuró el caldo que se tomaba… vámonos al Madrid, me dijo… Madrid, pensé sonriendo, me persigue incluso cuando no estoy en él… me agarré de su brazo para caminar hasta ese lugar lleno de carteles de faenas añejas, de anuncios de “tenemos latería fina” con una decoración minimalista y moderna que partía tanto espíritu torero… repetimos la misma consumición, cerveza… he pensado escribir al padre Rafael, le dije mientras se encendía un cigarro… no me hizo falta explicar más para ver su cara de preocupación y de sorpresa… ni lo pienses, me dijo sentenciando… sonreí… sobraba decirle que quería ir al Sáhara… que quería saber qué era un océano de arena, cómo eran esos saharauis que tanto defiendo ideológicamente por una mera cuestión de genética… con quién mejor que con un cura, le contesté… puso los ojos en blanco aterrorizado por mi ocurrencia… supongo que sabiendo, en el fondo, que escribiré a ese cura que lidia desde hace décadas en mitad de la nada para proponerle mi locura… ese mismo que un día de este verano le dijo que le gustaba leerme y que quería que siguiera escribiendo… uno al que, sin apenas conocerle, le tengo un profundo respeto por eso a lo que ha dedicado su vida…


Entre misterios mayas, pirámides egipcias y esa Isla de Pascua que tanto me llama la atención, nos terminamos la segunda consumición y descubrimos un peliculón en la tele… agarrada a su brazo, salimos de ese Madrid que parecía Sevilla para caminar calle Ancha abajo sin parar de hablar de cualquier cosa mientras la gente subía en dirección contraria hacia el Húmedo… para volver a casa a veinte por hora y sentarnos a ver una película que ya había visto, metida debajo de esa manta roja y negra de lana que conozco desde siempre… pensando en esa extraña noche de viernes con pasado, historia, sueños, misterios y cine que estaba compartiendo con mi padre de la manera más improvisada… sintiendo un pedacito de esa propiedad que me siento con él y que siento hacia él… quizás porque, a veces, necesito una dosis de esos ratos que sólo pasamos los dos solos…

lunes, 18 de enero de 2010

Una mañana de bruma...



Como siempre que vengo a esta ciudad, cumplí con ese extraño protocolo que yo misma me marco… dejar el coche en el mismo parking, salir siempre por el mismo lugar… cruzar la avenida y, simplemente, dejar pasar el tiempo mirando el mar… ese mar del que tengo grandes recuerdos… algunos más antiguos, otros mucho más recientes… me gusta mirarlo sin pensar en nada, a pesar de esa fría humedad del invierno del norte… la marea estaba baja, tan sólo era mediodía… de golpe sentí muchísimas ganas de hacer eso que siempre hago, incluso en invierno… bajar hasta la orilla, caminar sobre la arena empapada… notar ese suelo esponjado bajo mis pies, su frío… durante unos segundos, pensé en descalzarme como he hecho tantas otras veces… con la playa prácticamente vacía, llegué hasta el agua… sólo para tocarla, para sentir su temperatura… para disfrutar del escalofrío… caminé hasta la iglesia de San Pedro, hasta ese comienzo mental mío del barrio de Cimadevilla, sólo para seguir mirando el agua romper en la arena… sólo para rellenarme el saquito de esas ausencias que uno siente cuando vive rodeado de hormigón…

Como hago siempre, busqué una cafetín desde el que poder seguir mirando el mar bajo ese orbayo incesante que parecía teñir el día de una bruma extrañamente luminosa… para sentarme a escribir, a pensar… a procesar… a seguir mirando esa masa de agua que tanto me gusta en invierno permitiendo que la mente se marchara a alguna parte del pasado más reciente, de apenas horas… permitiéndome a mí misma rebobinar esas fotos mentales que saco sin necesidad de película… para pensar en ese mismo mar visto en mitad de la noche… en ese montoncito de recuerdos sonreídos de los que sólo se viven una vez… sin capacidad de repetición, simplemente, porque nunca más serán iguales… olía el salitre sintiéndolo impregnado en todas partes… en el pelo, sobre la piel… en cada media sonrisa que se me pintaba en la cara… con el segundo café con leche, el cielo se convirtió en una masa de algodón que lo inundó todo de una luz acerada que sólo identifico con esta ciudad… supongo que porque creo que cada ciudad tiene su propia luz, su tonalidad única… esa que la hace diferente… esa que le da a cada lugar un sabor diferente que, pese a parecerse, nunca es el mismo…

Seguí mirando por la ventana mientras todo se envolvía en esa bruma que puede cortarse con tijera a veces en esta ciudad… pensando en mis cromos, en mis apuestas… en esos riesgos vitales que corro empujada por una tormenta de vísceras que rige el destino de este barco pirata… sonrío… cómo si no, pensé, no conozco otra manera de orientar la brújula… quizás porque sólo sé pensar con el corazón y sentir con la cabeza… tal vez porque, desde hace algún tiempo, llevo apretado dentro de un puño ese mapa del tesoro que se me empapó… ese que se emborronó de tinta y de agua salada tiempo atrás sin permitirme seguir la ruta… quizás ahora tampoco la siga, me dije a mí misma encendiendo un cigarro sin poder quitar la vista de toda esa gente que pasea pese a que el cielo se rompa, pero al menos sé que vire hacia donde lo haga soy yo quien lo decide… me río, me hace gracia… en esta mañana de acero al borde del mar, me siento más barco pirata que nunca… quizás porque ahora, además de serlo, tengo uno… un barco atracado en una sorpresa que no estaba entre mis cartas de navegación… un puerto distinto del que, probablemente, tenga que levar anclas antes o después empujada por unas olas que yo no gobierno… sonrío… qué es una tormenta más para un pirata como yo, me dije a mí misma descojonándome con una risa agridulce… masqué esa premonición cantada por sirenas mientras veía cómo el cielo daba una tregua… sonreí… antes o después, pensé guardando todo en el bolso, siempre sale el sol…

domingo, 17 de enero de 2010

Descubriendo a Sofía...


"De todos los derechos de la mujer, el más grande es el de ser madre"
Lin Yutang

La miraba embobada… atada a su madre de esa manera tan única que sólo les pertenece a ellas… Sofía, pensaba, por fin has llegado… en mitad de ese salón con tanta gente, durante un instante, para mí sólo estaban las dos… esa pequeña vida que a la vez es tan grande… esa otra que he compartido pese a los giros vitales, la distancia y los silencios… sonrío… si hay algo maravilloso en esta amistad tan sincera, pensaba, es que a pesar de tener vidas dispares nunca perdemos la magia… miraba a Sofía mamar como si nunca hubiera visto a un bebé hacerlo… como si, de golpe, tan sólo deseara comprobar que era una realidad que había llegado por fin… pese a la espera, pese al retraso… pese a todo ese tiempo que esa amiga mía tan especial la había llevado dentro hasta no poder más con su cuerpo de muñeca… con ese cuerpo que ya sabe lo que es regalarle la vida a tres personitas… cuando llegué a la casa, sentí la misma ilusión que siento siempre al volver a ver a Sandra… quizás sea por esa sonrisa tan sólo suya que veo en su cara cuando nos reencontramos, por ese calor que nos damos pese a las distancias y los silencios… por algún extraño motivo, volver a verla siempre es como si la hubiera visto ayer… sonreía mirándola con su niña enganchada a la teta… pensando en ese regalo que era para ella una nueva vida… en esa “nena” tan deseada que se había convertido en la protagonista de una casa… qué te parece Sofía, recuerdo que me dijo una tarde de agosto… sonreí… era el nombre de su abuela… un nombre que empezaba con “s” y que perpetuaba esa tradición no escrita para las mujeres de su familia… me gusta, le contesté tocándole la tripa en ese porche de su casa de Acevedo… el mismo en el que, muchos años atrás, la había acariciado cuando estaba en camino su primer hijo… recuerdo que me sonrió como sólo Sandra lo hace… con esa maravillosa inocencia que tiene en su manera de mirar… con esa ternura increíble que sólo ella rezuma sin poder evitarlo…



Seguí observándolas desde ese faro mío que me aísla del mundo… viéndolas unidas de esa manera tan jodidamente exclusiva que sólo sienten y tienen aquéllas que cuentan con el título oficial de madres… las miraba sintiendo una placentera alegría que me cosquilleaba en el estómago… tratando de imaginarme por un momento lo que debía ser sentir esa alianza única que es dar la vida… tienes la misma cara de niña que siempre, pensé mirando a esa amiga que llevo en el bolsillo del corazón… sin querer, mi mente comenzó a rebobinar recuerdos de lo que me pareció toda una vida… revolví en mitad de las conversaciones las noches compartidas… las charlas sólo de dos, las lágrimas que nunca hemos querido que la otra viera… su manera de reírse, ese acento suyo tan asturiano sin el que simplemente no sería la misma… la miraba sintiéndola una niña pese a no serlo… recordando cómo buscó un momento sólo para nosotras para contarme que volvía a estar embarazada… recuerdo que la abracé como hacía mucho tiempo que no tenía oportunidad… sintiendo ese cuerpo tan pequeño que encierra dentro de sí a una gran mujer… la que tuvo el coraje de plantarle cara a su propia vida con un valor que  me pareció descomunal y que respeto profundamente…


Al cabo de un rato, las visitas comenzaron a desaparecer… me quedé a solas con esa familia que, sin serlo, siento en gran medida mía… nun te vas sin cenar, me dijo su padre sin capacidad de negarme, luego ya pa dormir faes lo que quieras… nos quedamos a solas las dos durante unos minutos… mirando a esa pequeña vida que tanto se había hecho esperar dentro de la cuna… cuando quise darme cuenta, su madre se escurrió a la cocina y me dejó a cargo de que su retoño se durmiera… para que vayas practicando, me dijo con mucho cachondeo mientras salía del salón… el abuelo de la criatura decidió acompañarme en semejante encargo con esas conversaciones que tanto disfrutamos los dos, esas en las que pasamos un tiempo precioso y preciado que a los dos nos encanta… la miraba metida en esa cuna sin poder despegar la mirada de ella… acariciándole la cabeza con la punta de los dedos… sintiendo ese tacto tan increíble que sólo tiene la piel de un bebé… la miraba sin poder parar de preguntarme qué será lo que se siente dando vida… qué será lo que se siente sabiendo que esa personita que duerme intermitentemente, llora y sonríe es parte de lo que tú eres… un pedacito de ti que despierta el amor más incondicional que existe… la acariciaba como si se fuera a romper… notando ese tacto único en los dedos… no sé si el más suave de todos, pero a mí me lo parece… me vi a mí misma sonriéndola mientras le tocaba esos dedos minúsculos que me producen siempre tanta ternura… por su pequeñez, por su fragilidad… por eso que siento siempre al ver un bebé al que, pese a no conocer, quiero por defecto…


En mitad de tantas sensaciones, llegó la hora de cenar… de dejar a esa bebé dormir, de sentarme a compartir un rato delante de un plato con esa familia ajena que es mía… entre el cachondeo del padre de mi amiga, el ataque de timidez de su madre… con la carilla de Jorge sonriéndome cuando le miraba apartar el empanado del filete, cuando se lo comía obligado bajo la premisa paterna de impresionarme y que pensara que era un niño educado… con las caras de Jesús enseñándome ese testamento en el que su abuelo le lega el tractor, el hacha y una garrafa de cincuenta litros de gasoil… sintiendo el orgullo de esa criatura porque constaba en semejante documento como “ayudante especial de primera”… acariciando la rodilla de esa amiga sentada a mi lado que miraba con ternura a su marido… con ese marido que me explicaba las tradiciones de la Cuenca minera ante una boda, que me hablaba de la tradición de la “pegarata” –una tarta de almendras que tu madrina ha de regalarte una vez al año-… durante un rato, les escuché charlar entre sí sin participar… mirándoles, viéndoles… sintiendo ese hogar que se cocía en esa cocina… sabiendo que, pese a venir a conocer a Sofía, tenía las mismas ganas de volver a verles a todos ellos...

Con la media noche, esta Cenicienta decidió reemprender el camino de vuelta a casa… empecé despidiéndome en la cocina de los abuelos de esa pequeña vida que había ido a conocer… cuando salí de ella, sólo pude sonreír… viendo a mi amiga dar de mamar a su hija, con ese padre al lado mirándola… sonreí pensando en lo increíble que puede ser a veces la vida, en la magia de esos momentos que sólo viven dos… la despedí dándole un beso en la frente para no molestarla… le despedí a él con un abrazo mirando por el rabillo del ojo la cara de una de mis madres preferidas… me miraba sonriendo con su cara de niña, con esa mirada única que tanto me gusta… les dije adiós sin ganas de irme, sintiendo una sobredosis tal de calor en el alma que no quería despegarme de ellos… para cuando me incorporé en Mieres a la autopista, sólo podía sonreír… Pablo Moro hablaba de un mundo en el llueve hacia arriba y decía un viva la vida que me parecía banda sonora perfecta… sonreía… por esa amiga que siento de una manera tan especial… por todo ese mundo que le rodea, le acompaña y le alimenta cada día… Sofía, pensaba mientras salía del túnel de El Negrón dejando atrás Asturias, no sabes las ganas que tenía de descubrirte…

jueves, 7 de enero de 2010

Mujeres como nosotras...

“No es la muerte lo que nos iguala con el resto del mundo. Solo nos iguala el amor cuando
surge y desarma”

Elsa Punset, “Inocencia radical”


Cuando he colgado el teléfono, no he podido evitarlo… me he quedado mirando por la ventana ese manto de nieve que parece haber decidido invadir este micro mundo… con la mente igual de blanca que ese paisaje… pensando en las frases dichas, en los consejos… en las lágrimas que había escuchado al otro lado del teléfono… en un dolor que sabía reconocer con apenas un par de pinceladas… que sabía cuánto dolía, a qué olía… lo vacía que te deja, lo jodido que es lidiar con él… esto es como una enfermedad, decía a esa mujer rota por la mitad al otro lado del teléfono, antes o después se cura pero hay que pasarla… suspiro… esta enfermedad que un día pensé terminal ha desaparecido lentamente hasta dejarme, sólo, en una mera convaleciente emocional… seguía mirando la nieve rebobinando sus palabras, su llantina… su manera de descubrir que aquél a quien tanto quería no era como pensaba… recordando cómo es que se te clave en el estómago esa sensación de amarga decepción… esa que no puedes creer porque parece una película ajena a ti… increíble después de años, de recuerdos… de momentos y de sentimientos… pero tan real como el frío que se siente al descubrirlo… el que durante algún tiempo sientes día y noche… el que te hace temblar de una manera que incluso te sorprende por lo incontrolable… cuando hablan de que se te rompe el corazón es real, le dije mientras la escuchaba asentir entre lágrimas… algo se te parte dentro sintiendo un dolor que es físico… una angustia que no sabes controlar y que te posee aunque no quieras… la oía sabiendo que eso era lo que le dolía tanto…  


Veía caer los copos sobre el jardín de la casa de mis padres pensando en el momento en el que, al otro lado del teléfono, oí una voz diferente… la de su madre… la de una mujer que, como la mía, veía sufrir a su hija de una manera que no sabía cómo evitar… con esa impotencia que, quizás, sólo una madre siente de una manera única… la escuchaba decir que no entendía cómo mujeres “como nosotras” habíamos podido permitir muchas cosas… me hizo gracia escucharla decirlo… cuando te enamoras hasta las patas de un ser que está roto, le dije por teléfono, siempre piensas que lo puedes salvar… sonrío… mi amiga también era una Juana de Arco de las mías, una de esas que creyó en alguien por encima de todas las cosas… y para su madre, como para la mía, era inexplicable esa capacidad de dar sin recibir tanto a cambio… te sigue doliendo, me preguntó con un tono maternal que me sonó tremendamente familiar… dolerme no me duele, le contesté con la mayor frialdad que he sentido en mucho tiempo, solamente siento rabia… sonrío pensándolo ahora… rabia, apenas cinco letras… las cinco letras que más me ha costado sentir en mi vida… las que nadie comprendía cómo era posible que no sintiera… rabia, pensé mirando por la ventana con el silencio de esta casa… un sentimiento curioso tratándose de mí y de esa otra vida que viví…




Seguí mirando por la ventana todavía un rato, viendo caer una nevada de esas que vaticinan tremenda y solamente asusta… pensando en esa vida nueva que sé que mi amiga tendrá, sabiendo el camino que le espera hasta llegar a él… me entristeció pensar que sé lo que va a sentir… tú has sido mucho más valiente que yo, le dije un rato antes de colgar, y eso no se te puede olvidar nunca… nos refugiamos durante una conversación de teléfono en algo que nos unía… más allá de los años que hace que nos conocemos, más allá de tantas cartas desde esa luna que es única pero que ha quedado atrás… mujeres como nosotras, pensé tratando de definir eso que se supone que somos y que pese a todo permitió que acabáramos en el mismo lugar… preguntándome cómo era posible que tanto carácter quedara en nada ante alguien… que lo perdiéramos todo creyendo con fe ciega en una quimera que, quizás, solo llegó a existir en un tiempo parcial… dudé, lo reconozco… a veces creo que ni siquiera existió, que tan sólo yo quise que lo hiciera…




Me saltó a la cabeza uno de esos puertos de referencia de este barco pirata… recordé un e-mail recibido el día de Navidad al volver a casa… uno que adjuntaba una canción que, para esa amiga del alma mía, decía muchas cosas… todas esas que no supo cómo decirme durante todo esa recogida de pedacitos de mí misma que hicimos juntas… recordé de golpe esa letra, la de una canción que oí por primera vez en esa noche de Navidad mientras se me resbalaban las lágrimas por la cara… sonrío… lloré de emoción, no de tristeza… quizás por eso recuerdo esas líneas con tanto cariño… extraña alianza esta nuestra, pensé sin dejar de mirar cómo caía la nieve, ahora soy yo quien la prescribe… me encendí un cigarro dándole al play de mi i-Phone –puto i-Phone- con los cascos puestos dejando que cada una de esas palabras se me clavara en los tímpanos… sintiendo en la distancia muchísima cercanía… la que se siente cuando se sabe, cuando se oye… preguntándome cómo era posible que “mujeres como nosotras” lo diéramos todo de esa manera… poniendo el alma en una bandeja, entregándola pese a sentir cómo temblaba el suelo bajo los pies con cada paso… sonreí con tristeza… pensando en eso que tanto le preocupaba a mi amiga… no quiero cambiar, me decía llorando, no quiero dejar de confiar… reconozco que apreté las mandíbulas en ese momento, sintiendo la presión en las muelas… no es cambiar, le dije de una manera tan firme que hasta a mí me sorprendió, sólo volverás a recordar quién eras con un poco menos de inocencia…




Pensé en ese miedo de no volver a ser la misma mientras le daba al pause en mis oídos… miedo, cinco letras difíciles de lidiar… se apoderan de ti, te atrapan en un círculo del que resulta difícil salir… nunca le tengas miedo a nadie, le dije con una rabia que no pude contener, en esta vida sólo se puede tener miedo de no aprender de lo que te pasa… seguí pensando en la soledad de esta casa en la que pasé mi adolescencia… pensando en todas esas cosas que nos mellan, que nos hacen sentirnos pequeñas… todas esas que, en un momento dado de nuestras vidas, nos atrapan de tal manera que no sabemos cómo seguir caminando… suspiro… quizás, simplemente, sucedan para que aprendamos a no olvidarnos de quiénes somos… para no olvidar nunca más qué lugar ocupamos en el mundo, cual es el que nos corresponde… para no volver a permitir que nadie nos haga sentir esa pequeñez… para no volver a sentir, nunca más, ese miedo irracional que tanto angustia…



Para esa amiga que cambió de mar por fe… esa que me dio la receta de esta sopa, la que me inundó de calor una mañana de hace muchos meses… para que recuerde quien era antes de que llegara la tormenta… y, sobre todo, para que nunca se arrepienta por haber decidido tener el valor de enfrentarse a ella…





domingo, 3 de enero de 2010

El frasco de botones


"Yo tenía un botón sin ojal, un gusano de seda
medio par de zapatos de clown y un alma en almoneda
una hispano olivetti con caries, un tren con retraso"


Joaquín Sabina, "La canción más hermosa del mundo"


Lo sujeto entre las manos… girándolo lentamente…
Verde… naranja… rojo… azul…
Lo agito… sonrío…
Me gusta cómo suena…
Me pregunto cuántos botones tendrá…
Cuántos de cada color…
De cada tamaño… de cada material…
Pequeños trocitos de plástico agujereados…
Sonrío…
Sorprendida como una niña pequeña…
Un frasco de botones…
Algo tan simple como eso…
Un regalo de esos que te desconciertan porque, quizás, nunca te lo esperas…
Algo tan simple como un botón…
De esas cosas en las que uno no repara… de esas que, a la hora de la verdad, son imprescindibles…
Me río…
Un montón de piecitas distintas que forman parte de un conjunto…
Vuelvo a girar el frasco…
Oyendo cómo se deslizan suavemente los botones…
Con ese sonido tan mínimo como es una marea de plástico atrapada en un cristal…
Con un leve cambio de lugar…
Casi imperceptible… mínimo…
Los miro atontada…
Botones, muchos…
Míos…
Sonrío…
Un carnaval de colores con forma redonda…
Para mí, un montón de historias atrapadas…
Quizás por ese lugar del que proceden…
Por ese montón de orígenes distintos dentro de un mismo espacio…
Giro de nuevo el frasco…
Cerrando los ojos…
Oyendo ese tintineo tan leve que, quizás, sólo yo oigo…
Sonriéndole a esta extraña fortuna de sentir felicidad con cosas tan pequeñas…
Con momentos tan efímeros…
Un leve sonido…
La ilusión de la sorpresa…
Ronroneo…
No lo puedo evitar, no quiero disimularlo…
Me encantan las sorpresas…

sábado, 2 de enero de 2010

Qué se hace cuando...


Qué se hace cuando no quieres parar de mirar… cuando no quieres que un plazo termine…
Escurriendo horas a contrarreloj…
Sin dejar de sonreír… sin dejar de respirar…
Echándole un pulso a la suerte y al destino…

Qué se hace cuando querrías seguir sintiendo calor…
Cuando miras… escuchas… intuyes… sabes…
Cuando te preguntas a la vez un montón de cosas…
Cuando la noche te abraza de una manera que habías olvidado…
De una que querrías guardar en un frasco de cristal para poder mirarla cuando quisieras… para poder tocarla…
Para tenerla a capricho… en cada momento en el que lo desees…

Qué se hace cuando en mitad de la soledad sólo puedes mirar el fuego…
Recordando cada una de sus chispas… cada una de esas llamas que tienes brillando en la retina…
Dejándote acariciar por una madrugada que tiene hora límite…
Con una enorme luna llena que hace olvidar la oscuridad…
Con esa luz tan única que huele a pregunta, a silencio…

Qué se hace cuando estás en el único lugar del mundo en el que quieres estar…
Con el resplandor de la nieve en las pupilas…
Con su reflejo en unos ojos que callan y hablan…
Saboreando un presentimiento en el paladar…

Qué se hace cuando sientes ese murmullo como si le hubieran prendido la mecha a un cartucho de dinamita…
Cuando conoces su melodía… su efecto secundario…
Con una partitura que adormece la razón y te despierta los sentidos…
Con palabras que te hacen sonreír…

Qué se hace cuando se desata una tormenta…
Cuando la mente se convierte en una centrifugadora…
Con demasiado jabón empapándolo todo…
Buscando un cascabel que, de pronto, se queda mudo…
Perdiendo cada gesto antes de cerrar una puerta…
Oliendo un abrigo de silencio al que le cuelga una etiqueta que evitas leer…

Qué se hace cuando le echas la llave al cajón…
Cuando sabes que así tiene que ser para evitar que se te caiga sobre los pies…
Cuando haces malabares para evitar que esa llave que sostenías con fuerza se acabe cayendo al suelo…
Sabiendo que ha llegado el momento de juntar cada letra…