Últimamente,
estoy haciendo algo que hacía mucho que no hacía, algo tan tonto como bajar de
mi casa sin ningún motivo sólo para irme al parque… a uno que tiene poco de
parque salvo por los pocos árboles y enredaderas, los matorrales medio
raquíticos de los laterales y las zonas de tierra… no tengo la suerte de vivir
con una manta de césped en la puerta de casa, pero me conformo con ese mini
edén de mi calle porque sólo por tenerlo ya soy una privilegiada… no es el más
bonito, sin duda… pero es el mío… uno desde el que se puede ver atardecer, uno
desde el que puedo mirar la luna sin hacer contorsionismo… un sitio que me
acoge muchos ratitos… siempre es el mismo proceso, nunca el mismo banco… me
siento a ver pasar el tiempo, a escuchar música aislándome del mundo
sumergiéndome dentro de los cascos del iPhone… a charlar, simplemente, si
alguien me llama… pese al frío, me siento a ver pasar los minutos… sintiendo
simplemente el paso del tiempo con la punta de nariz congelada… esta rescatada
afición mía tiene en jaque a medio barrio… a esa mitad que me conoce y que
encuentra un auténtico misterio que haga lo que hago… el otro día te vi pasar
con una lechuga, me dijo Ina alucinada y expectante el otro día tomando café,
te fuiste al parque… me río… aunque ella piense que estoy como Robinson Crusoe
con la pelota, el mecanismo es sencillo… hago los recados que tengo que hacer y
me voy con todos ellos a buscar un pedacito de aire… un trocito de esa libertad
que sólo se siente cuando tienes el cielo encima sin necesidad de ver tanto
cemento… esa que he mamado desde siempre y que, a veces, siento que me quita
esta ciudad…
Pese
a ser un refugio dentro de este peculiar Madrid, el parque es un lugar digno de
estudio… digno de pararse a mirar con calma el extraño submundo que cohabita
dentro de él… después de mucho trabajo de campo, he logrado clasificar las
pequeñas tribus que cada tarde se dan cita en él… por una parte están los
dueños de perros y sus pequeñas mascotas, perros de todos los tipos que se
persiguen y juegan en cuanto les quitan la correa… siempre me quedo observando
a que eso ocurra para ver la cara del perro cuando se siente libre… cuando no
nota la presión en el cuello, cuando sabe que puede hacer lo que le dé la gana…
lo malo de tanta emoción ante la libertad es que, en algunos casos, se
convierte en un ladrido insoportable e inagotable… uno que, de ser aislado, no
sería molesto pero que es secundado habitualmente por cuantos chuchos patada
hay en las inmediaciones –y hay unos cuantos-… a partir de ese momento, estoy
perdida… la sinfonía de ladridos agudos como alfileres se me clava en las
neuronas a pesar de esos auriculares tan modernos que me aíslan prácticamente
del mundo… pero la segunda parte de este mundo canino son sus dueños… dueños
que, a fuerza de convivir en ese pequeño oasis en mitad del asfalto, se
conocen… se saludan, se preguntan por sus familiares respectivos o, incluso,
quedan para sacar a sus mascotas a la misma hora… el problema es que cuando se
ponen a charlar, a muchos se les olvida que han venido con sus pequeños hijos
peludos que parecen aprovechar la coyuntura para campar a sus anchas y ladrar
más todavía si es posible… lo más habitual, además, es que alguno se me acerque
para chuparme la zapatilla… a veces me pregunto quién saca a pasear a quién, si
el hombre al animal o viceversa… cada día tengo más comprobado que es
viceversa… me río… ellos ladran sin parar, nosotros aprovechamos para hablar en
el mismo ritmo como si nos hubieran dado cuerda… de todos los dueños, las que
más me llaman la atención son un grupo de señoras que –religiosamente- a la
misma hora aparecen con sus perros… aquello parece una competi de moda canina…
ninguna de ellas falta a la cita vestida con su chándal y sus zapatillas de
deporte, cigarro en mano… pero lo mejor es que sus pequeñas mascotas cada día
van con un modelito distinto… una tarde una de ellas llevaba un jersey de rayas
que, si no era igual que el abrigo de su perro, que me aspen… aunque el colmo
de todas ellas es la dueña de un cocker que, en días de lluvia, lo saca de
paseo con un chubasquero de charol rojo con capucha y, como remate de la
estampa, le pone botas de goma –eso sí, rojas también-… cuando lo vi la primera
vez me quedé tan alucinada que hasta ella se dio cuenta… aunque no te lo creas,
me dijo sin decir yo nada, si no es así no sale cuando llueve… le miro pasar
ataviado con semejante despliegue de fashion victim perruna pensando en la
cantidad de gilipolleces que podemos llegar a cometer… y, lo que es peor, en
qué acabamos convirtiendo a un perro…
Además
de este comando mascota que ameniza mis tardes, hay otra tribu curiosa… siempre
se ubica en el mismo lugar del parque, en el más oscuro… se trata de una
pandilla de adolescentes con pinta de Latin Kings que se congregan para
escuchar música –puro “bragatón”, esa música que me persigue- en sus móviles…
que se saludan con un extraño choque de manos acompañado de un protocolario
enredo de dedos, brazos y palmada en la espalda… ellos todos con gorra de
visera, ellas todas enseñando mucha chicha pese a las bajas temperaturas… se
sientan alrededor de uno que parece ser el cabecilla, uno que cuando habla
todos los demás se callan… se ponen morados de Doritos, de Fantas y Coca-Colas…
de vez en cuando, alguna de esas chicas congeladas dentro de una minifalda muy
mini viene a pedirme un cigarro… las veo acercarse ateridas, haciéndose más
pequeñas dentro de unos plumas cortitos que dejan que se les vea el ombligo…
les doy uno y, en un arranque maternal que me recuerda a mi tía Luci, les
recomiendo que se tapen la tripa… lo genial de estos pandilleros es que las
señoras que atajan por el parque les tienen miedo… he visto a más de una
recular al darse cuenta que por ese lateral del parque están ellos… me lo
comentan a mí… y yo me río porque pese a los andares cansinos con el vaquero
por la mitad del culo –se les tiene que ver el bóxer, está claro- son lo más
inofensivo del mundo… tanto que el guarda de seguridad del parque –que chilla a
las 21:55 sin pudor alguno “vamos a cerrar”- es íntimo de ellos…
Otra
tribu especial son los padres de niños pequeños que los sacan al parque –pese a
estas temperaturas gélidas del invierno- para poder fumar –creo que en sus
casas no les dejan- mientras el niño de turno trata de subirse al columpio… a
veces, veo renacuajos haciendo alpinismo para llegar a ese preciado trozo de
madera mientras su padre aspira una primera calada de un cigarro que consume a
la mitad… otras, mantienen conversaciones por el móvil mientras empujan a los
niños –creo- con la intención de ponerles en órbita… cuando se trata de una
madre con su hijo, la cosa alcanza cotas similares a los momentos de ebullición
canina… no porque los padres no griten –que lo hacen-, sino porque ellas
parecen desenfundar el tono más hiriente que les permiten sus cuerdas vocales…
un tono afiladísimo en la voz que, creo, es potestad única las madres… hay una tal Carlota -80
centímetros de niña dentro de un abrigo rosa con muchos lazos- que, por los
alaridos de la madre, es una potencial terrorista internacional… lo mejor es
que la cría sólo es un poco trasto pero, en cuando le hace un par de regates, a
esa mujer se le saltan los tapones…
Y,
por último, estamos los solitarios… los que, sin motivo ni excusa, bajamos para
sentarnos sólos en un banco… a ser posible lejos de las demás tribus…
habitualmente, todos seguimos la misma rutina… manos en los bolsillos, algún
que otro cigarro… a algunos ya les tengo identificados aunque lo cierto es que
son mucho menos rutinarios que el resto de tribus… sonrío… como yo, supongo,
que no tengo momento fijo para bajar… como yo, ven pasar el tiempo… como yo,
miran el pedacito de horizonte atrapado entre edificios que parece una pantalla
de cielo… como yo, esquivan a las señoras… a los perros chillones, a las madres
histéricas, a los padres al teléfono… los solitarios somos una tribu escasísima
pero particular sin duda… supongo que, al igual que para nosotros, todas las
demás tribus nos observarán con curiosidad… preguntándose qué hacemos allí
solos sin hacer nada… sin un motivo real… sólo, tal vez, porque pese al atrezzo
que nos rodea buscamos un poquito de paz…