viernes, 29 de enero de 2010

El diván de Isa...


A veces hay que permitirse llorar, me dijo con esa voz que a veces suena a susurro y otras a rugido… apreté las muelas sintiendo que estaba a punto de que se escapara una lágrima… no nena, le contesté tajante, ya he llorado todo lo que tenía que llorar… la veía sonreír de medio lado al revés… con esa extraña perspectiva que te da estar tumbada en una camilla mientras ella trataba de hacer que mi cuello volviera a su lugar… notando cómo me clavaba los dedos en las múltiples contracturas que sentía saltar al paso de sus manos… tratando como trataba de hacer que sintiera menos tensión, alucinada porque fuera capaz de soportar tantos nudos musculares en este cuerpo en huelga sin poner el grito en el cielo… estirándome un brazo, clavándome un dedo en la base de la mandíbula sabiendo como sabía que me dolería… sonreí… si algo tiene Isa es que, en apenas un par de años, ha aprendido a conocerme como alumna aventajada… no sólo porque tenga un mapa de mi cuerpo sino porque, además, ha aprendido a interpretar esas coordenadas que sólo tengo dentro y que sólo conocen algunos…

Me dejaba tocar mientras pensaba en lo curioso de ese lugar en el que sólo la recuerdo a ella, en esa cabina suya que es mucho más que su espacio de trabajo… si las paredes hablaran, pensaba mientras me regañaba por ser incapaz de dejar el brazo muerto, estas podrían sobornarnos… si algo tiene ese pequeño espacio es que es su reino absoluto… uno en el que, más allá de –como digo yo con mucho cachondeo- convertirme en mujer, se cocinó una amistad distinta… una que surgió de la manera más tonta y que, a día de hoy, la ha convertido en una de las piezas imprescindibles de mi puzzle vital… tumbada en esa camilla mientras ella deslizaba sus manos en la base de mi nuca, pensé en esas extrañas alianzas que se crean sin apenas darte cuenta… en cómo un espacio puede convertirse en refugio… para mí esa camilla es un diván… uno en el que puedo tumbarme a diseccionar penas, alegrías, noticias y problemas… uno en el que he fondeado muchas veces sin pedir hora, sin necesidad de tener que ir a hacerme nada… tan sólo por el hecho de verla a ella, de contarle lo que me pasaba… de compartir la angustia, la alegría… la sorpresa o la tristeza más profunda… si algo tiene esa camilla suya es que sabe más de la mitad de mis miserias… más de la mitad de esta nueva vida de gata…

Siempre es el mismo proceso… llego abrigada con esa sonrisa que me pone al verme a través del cristal de la puerta… pese a habernos visto por la mañana tomando café o después de comer cafeteando en ese Manolo sin el que no seríamos las mismas… entro, me quito la ropa que corresponde, me tumbo… y, pese a que muchas veces no lo esté, me siento completamente desnuda ante ella… sin poder negarle lo que me pasa, sin poder rebatirle en el segundo intento ese “nada” que no funciona con ella… escucha, suspira, asiente… gesticula en silencio abriendo mucho los ojos… y, para cuando he terminado de escupir lo que sea que me quema, habla… es curioso… siempre lo hace con una rotundidad absoluta, como si cada una de las palabras que salieran de su boca fueran el resultado de un largo proceso de reflexión… la escucho callada, sopesando cada una de sus palabras como guías… acariciando aquéllas que me gusta escuchar, acariciando esas verdades que sé que necesito escuchar… a veces me pregunto cómo cabe tanta fuerza en un cuerpo tan minúsculo… otras cómo es posible que tanto carácter encierre dentro de sí tantos miedos… sonrío… supongo que la misma cantidad que tenemos todos… a veces es ella la que se desnuda pese a no hacerlo… contándome esas heridas que le duelen tanto por dentro… esas que están en el mapa de su cuerpo también, esas que conozco… somos dos mundos… ella absolutamente rutinaria y cuadriculada, yo completamente anárquica y visceral… sonrío mientras ella me regaña llamándome “nena” por no saber relajarme… sabe que no sé, que no puedo… sobra que le cuente que me comen por dentro las emociones porque lo sabe, porque sabe que esa tensión que se me agarra a la mandíbula es una defensa contra el mundo… esa que ella también practica…

Ese diván de Isa es uno de mis rincones favoritos de Madrid porque me da un calor inimaginable en el alma… porque, pese a que nos contemos la cosa más triste del mundo, siempre que me despido de ella tengo esa sensación de placidez que sólo se tiene con una buena amiga… con esa a la que empecé confiándole mi cuerpo y acabé confiándole mi vida… 

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