jueves, 7 de enero de 2010

Mujeres como nosotras...

“No es la muerte lo que nos iguala con el resto del mundo. Solo nos iguala el amor cuando
surge y desarma”

Elsa Punset, “Inocencia radical”


Cuando he colgado el teléfono, no he podido evitarlo… me he quedado mirando por la ventana ese manto de nieve que parece haber decidido invadir este micro mundo… con la mente igual de blanca que ese paisaje… pensando en las frases dichas, en los consejos… en las lágrimas que había escuchado al otro lado del teléfono… en un dolor que sabía reconocer con apenas un par de pinceladas… que sabía cuánto dolía, a qué olía… lo vacía que te deja, lo jodido que es lidiar con él… esto es como una enfermedad, decía a esa mujer rota por la mitad al otro lado del teléfono, antes o después se cura pero hay que pasarla… suspiro… esta enfermedad que un día pensé terminal ha desaparecido lentamente hasta dejarme, sólo, en una mera convaleciente emocional… seguía mirando la nieve rebobinando sus palabras, su llantina… su manera de descubrir que aquél a quien tanto quería no era como pensaba… recordando cómo es que se te clave en el estómago esa sensación de amarga decepción… esa que no puedes creer porque parece una película ajena a ti… increíble después de años, de recuerdos… de momentos y de sentimientos… pero tan real como el frío que se siente al descubrirlo… el que durante algún tiempo sientes día y noche… el que te hace temblar de una manera que incluso te sorprende por lo incontrolable… cuando hablan de que se te rompe el corazón es real, le dije mientras la escuchaba asentir entre lágrimas… algo se te parte dentro sintiendo un dolor que es físico… una angustia que no sabes controlar y que te posee aunque no quieras… la oía sabiendo que eso era lo que le dolía tanto…  


Veía caer los copos sobre el jardín de la casa de mis padres pensando en el momento en el que, al otro lado del teléfono, oí una voz diferente… la de su madre… la de una mujer que, como la mía, veía sufrir a su hija de una manera que no sabía cómo evitar… con esa impotencia que, quizás, sólo una madre siente de una manera única… la escuchaba decir que no entendía cómo mujeres “como nosotras” habíamos podido permitir muchas cosas… me hizo gracia escucharla decirlo… cuando te enamoras hasta las patas de un ser que está roto, le dije por teléfono, siempre piensas que lo puedes salvar… sonrío… mi amiga también era una Juana de Arco de las mías, una de esas que creyó en alguien por encima de todas las cosas… y para su madre, como para la mía, era inexplicable esa capacidad de dar sin recibir tanto a cambio… te sigue doliendo, me preguntó con un tono maternal que me sonó tremendamente familiar… dolerme no me duele, le contesté con la mayor frialdad que he sentido en mucho tiempo, solamente siento rabia… sonrío pensándolo ahora… rabia, apenas cinco letras… las cinco letras que más me ha costado sentir en mi vida… las que nadie comprendía cómo era posible que no sintiera… rabia, pensé mirando por la ventana con el silencio de esta casa… un sentimiento curioso tratándose de mí y de esa otra vida que viví…




Seguí mirando por la ventana todavía un rato, viendo caer una nevada de esas que vaticinan tremenda y solamente asusta… pensando en esa vida nueva que sé que mi amiga tendrá, sabiendo el camino que le espera hasta llegar a él… me entristeció pensar que sé lo que va a sentir… tú has sido mucho más valiente que yo, le dije un rato antes de colgar, y eso no se te puede olvidar nunca… nos refugiamos durante una conversación de teléfono en algo que nos unía… más allá de los años que hace que nos conocemos, más allá de tantas cartas desde esa luna que es única pero que ha quedado atrás… mujeres como nosotras, pensé tratando de definir eso que se supone que somos y que pese a todo permitió que acabáramos en el mismo lugar… preguntándome cómo era posible que tanto carácter quedara en nada ante alguien… que lo perdiéramos todo creyendo con fe ciega en una quimera que, quizás, solo llegó a existir en un tiempo parcial… dudé, lo reconozco… a veces creo que ni siquiera existió, que tan sólo yo quise que lo hiciera…




Me saltó a la cabeza uno de esos puertos de referencia de este barco pirata… recordé un e-mail recibido el día de Navidad al volver a casa… uno que adjuntaba una canción que, para esa amiga del alma mía, decía muchas cosas… todas esas que no supo cómo decirme durante todo esa recogida de pedacitos de mí misma que hicimos juntas… recordé de golpe esa letra, la de una canción que oí por primera vez en esa noche de Navidad mientras se me resbalaban las lágrimas por la cara… sonrío… lloré de emoción, no de tristeza… quizás por eso recuerdo esas líneas con tanto cariño… extraña alianza esta nuestra, pensé sin dejar de mirar cómo caía la nieve, ahora soy yo quien la prescribe… me encendí un cigarro dándole al play de mi i-Phone –puto i-Phone- con los cascos puestos dejando que cada una de esas palabras se me clavara en los tímpanos… sintiendo en la distancia muchísima cercanía… la que se siente cuando se sabe, cuando se oye… preguntándome cómo era posible que “mujeres como nosotras” lo diéramos todo de esa manera… poniendo el alma en una bandeja, entregándola pese a sentir cómo temblaba el suelo bajo los pies con cada paso… sonreí con tristeza… pensando en eso que tanto le preocupaba a mi amiga… no quiero cambiar, me decía llorando, no quiero dejar de confiar… reconozco que apreté las mandíbulas en ese momento, sintiendo la presión en las muelas… no es cambiar, le dije de una manera tan firme que hasta a mí me sorprendió, sólo volverás a recordar quién eras con un poco menos de inocencia…




Pensé en ese miedo de no volver a ser la misma mientras le daba al pause en mis oídos… miedo, cinco letras difíciles de lidiar… se apoderan de ti, te atrapan en un círculo del que resulta difícil salir… nunca le tengas miedo a nadie, le dije con una rabia que no pude contener, en esta vida sólo se puede tener miedo de no aprender de lo que te pasa… seguí pensando en la soledad de esta casa en la que pasé mi adolescencia… pensando en todas esas cosas que nos mellan, que nos hacen sentirnos pequeñas… todas esas que, en un momento dado de nuestras vidas, nos atrapan de tal manera que no sabemos cómo seguir caminando… suspiro… quizás, simplemente, sucedan para que aprendamos a no olvidarnos de quiénes somos… para no olvidar nunca más qué lugar ocupamos en el mundo, cual es el que nos corresponde… para no volver a permitir que nadie nos haga sentir esa pequeñez… para no volver a sentir, nunca más, ese miedo irracional que tanto angustia…



Para esa amiga que cambió de mar por fe… esa que me dio la receta de esta sopa, la que me inundó de calor una mañana de hace muchos meses… para que recuerde quien era antes de que llegara la tormenta… y, sobre todo, para que nunca se arrepienta por haber decidido tener el valor de enfrentarse a ella…





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