sábado, 28 de febrero de 2009

Mi pequeño lugar en el mundo...

Es curioso, esta ciudad me parece la misma y distinta a la vez… ayer, volviendo en bus a casa, recorría Gran Vía de otra manera… miraba, no observaba… tan sólo dejaba correr la sangre en el corazón de Madrid a mi alrededor… el lugar en el que vives está en ti no en los edificios que conforman una ciudad… quizás ahora lo sé, quizás ahora lo siento así… y lo mejor es que me gusta esa sensación de paz… de calma… de haber recuperado ese rincón del mundo que es sólo mío…

Nunca he creído que un viaje sea la solución a los problemas, porque se vienen contigo siempre en la maleta… como dice la rubia, entonces la gente se pasaría la vida viajando… pero, de alguna manera, esta aventura del último mes de vida me ha cambiado… me ha abierto los ojos a una realidad desconocida… ha despertado el sentido del olfato hasta límites insospechados… sí, ha motivado todavía más esa curiosidad innata en mí que me hace querer conocer, aunque sólo sea un poquito, a cualquier persona… esa misma curiosidad que me ha empujado a preguntar siempre… ahora he logrado recuperarla, vivirla… pero, sobre todo, sentirla… me ha hecho sentirme querida… valorada… supongo que simplemente, me ha hecho sonreír sin pensar en nada más allá… sí, un viaje no termina con tus problemas pero a veces es la mejor terapia para encontrarles una solución… ahora sé que, en esta última época de mi vida, fui una persona gris… ahora sé todo lo que me estaba perdiendo al permitirme serlo… no puedo –ni quiero- arrepentirme del camino que ya he recorrido, pero tengo que escribir mi propio guión a partir de este momento… y pensarlo, simplemente, me ilusiona…

Percibo mi espíritu… está curado de alguna manera… lo noto, lo añoraba… dudo que exista como parte de una religión, pero sí creo que cada ser humano tiene el suyo… por eso cada persona es excepcional… y eso que me hacía a mí ser lo que soy… la esencia de lo que soy… eso ha vuelto a vivir conmigo… me pregunto dónde ha estado metido todo este tiempo de atrás… quizás, simplemente, no le tuve lo suficiente en cuenta… mis oídos han vuelto a escuchar en vez de oír… y yo he logrado entender ese ruido que me zumbaba alrededor todo este tiempo de atrás… eran palabras, consejos… sí, ahora lo sé… ahora mi mente ha logrado quitarse el cerrojo y ha logrado entenderlas… y eso me da una calma que, a veces, ni siquiera yo misma soy capaz de creerme… llegó ese momento?, me digo muchas veces… una parte de mí sabe que sí… otra parte de mí teme que pueda cambiar de opinión… pero hoy por hoy, antes de ir al 30 cumpleaños de una amiga de toda la vida… de una compañera de fatiga de esta muerte en vida de los últimos meses… en este preciso instante de mi vida sé que he logrado lamerme las heridas… curar esa alma que se me rompió hace ya demasiado tiempo… ahora, simplemente, sé que la cicatriz comienza a endurecerse… quizás sea cierto que lo que no te mata te hace más fuerte…

La vida tiene un plan, ahora sí estoy segura… ahora que he vivido esta “aventura americana” que me ha dado tanta paz… este encontrarme a mí misma a 8.000 kilómetros de mi vida, de donde nací… ahora sé que la vida tiene tantas, tantas páginas pendientes de escribir… ríos y ríos de tinta… millones de letras en una pantalla del ordenador… y por algún extraño motivo, en mi vida las casualidades y episodios peculiares son habituales… sí, es un hecho… pero he llegado a la conclusión de que, cada uno de ellos en su momento, es una señal de la vida… para algo, por algo… porque de todas ellas he aprendido algo… o, si no aprendí, al menos sí me hicieron pensar mucho… Colombia llegó a mi vida en el momento justo, ni antes ni después… y ahora, quizás, he entendido el motivo… ese otro lado del mundo es, casi, una aventura mística… reiros, sí… pero os aseguro que así es como lo siento…

Quizás en parte he redescubierto cosas de mí que había dejado escondidas en un cajón… tengo paz, calma… la siento dentro de mí… y sólo con eso he ganado… me oigo distinta… me veo al mirarme al espejo… soy yo con mis circunstancias, de acuerdo… pero al menos comienzo a sentirme más a mí misma… me había echado de menos…


Ahora sé que esta espera ha merecido la pena...


martes, 24 de febrero de 2009

La Cenicienta del Trópico

Había una vez una Cenicienta que vivía oprimida dentro de un palacio… en vez de hermanas malvadas y madrastra celosa, tenía fantasmas… de esos que, sin entender, habían poblado su hogar… su espacio, su cabeza… por completo… Cenicienta lidiaba con ellos… con aquéllos momentos en los que la empujaban escaleras abajo… todas aquéllas veces que un simple susurro de uno de ellos la encerraba en el sótano de aquélla enorme fortaleza… desde esa oscuridad, la veía de otra manera… sin lustre, sin brillo… sin vida, al fin y al cabo… al acabar cada día deseaba que un príncipe azul la rescatara de esa oscuridad… de ese olvido, de esas preguntas para las que no encontraba respuesta…

Cenicienta contaba los días dentro de su pequeño universo… un día más, se decía… nunca era un día menos… había de convivir con ellos, con los fantasmas… con sus carcajadas… con sus burlas ante las preguntas, con sus mentiras… con todas esas cosas que le habían ido convirtiendo en una mujer marchita dentro de unas paredes que fueron de marfil… se sentía frágil rodeada de ese peso asfixiante de la atmósfera… dentro de esa pompa de jabón que había edificado para estar lejos de todo el resto del mundo… para no sentir nuevos fantasmas…

Sin embargo, un día Cenicienta logró salir de aquélla fortaleza… lo hizo sola… con miedos, con dudas… con un billete a ninguna parte montada sobre una calabaza… con una vida desconocida al otro lado de esa enorme mancha de agua hacia la que se precipitaba… pero voló, logró hacerlo sola… logró pegar el salto hacia el otro lado, ese que la estaba esperando… su propio impulso desde el fondo de una piscina para sentir la sensación del aire en su cara… para sentir el aire entrando en sus pulmones… para sentir la libertad en el rostro… para sentirse, al fin y al cabo, a sí misma…

Ese extraño impulso le hizo a Cenicienta convertirse, de golpe, en esa princesa de cuento… brillaba con luz propia… miraba, observaba, sonreía, compartía… sentía de nuevo de alguna extraña manera… diferente… algún que otro fantasma se había metido en sus bolsillos… pero, pese a que le tiraba de los pelos y en ocasiones lograba hacerla tropezar, vivió… y, sobre todo, comenzó a sentir su esencia… esa que habían sepultado los fantasmas dentro de la oscuridad más absoluta de un sótano… dónde se guardan los trastos viejos, dónde se deja lo que nadie quiere pero no se atreve a tirar…

Así supo ella que su lugar no era ahí… que el sitio que le correspondía estaba sobre la tierra… disfrutando del sol, de la luz… de las pequeñas cosas… de una conversación… de las sonrisas, los deseos, las lágrimas… de esa extraña alma que, de nuevo, había descubierto bajo tanta basura... y, lo que era más importante… de golpe, había olvidado que en toda esta historia lo que más le importaba antes de saltar era un príncipe azul… mientras que, ahora, simplemente no estaba en las líneas de esa nueva historia…

Nunca antes una canción había reflejado tan bien cómo se siente esa Cenicienta ahora mismo... no es cuestión de geografía...

Gracias a todos los que lo habéis hecho posible desde un lado y otro de ese inmenso océano...



lunes, 23 de febrero de 2009

Cien adioses y un encuentro

Me despierto con la maleta preparada para irme... ¿irme?... me resulta casi imposible de procesar… tengo la sensación de haber llegado hace tan poco tiempo… no sé definir la sensación que siento en ese momento… es una mezcla de tristeza por la despedida y de alegría por la experiencia… por el cariño, por mirar con mis ojos otro mundo…por encontrarme con gente a la que quiero sin saber que la quería tanto… por saber que me voy sabiendo que voy a echar muchísimo de menos las charlas con mi tía Adelia, sus lágrimas por las pequeñas heridas que te deja la vida… la magia de su sonrisa, parece que el mundo se ilumina cuando lo hace… los momentos con mi prima Ana María, nuestra extraña química a caballo entre la complicidad y la comicidad… el tener la sensación de que está ahí desde siempre, que vive el mundo que la rodea con unos ojos muy parecidos a los míos… las discusiones de política con Pipe, sentir que pese a su vehemencia hablando encierra dentro de sí a un niño… los abrazos del ratón Nico con esa ternura que te desmaya, con ese calor que te regala incluso sin hablarte y tan sólo sintiéndote… mi primo Carlos con sus divertidas batallitas, Pacho con sus apariciones estelares… mi tío Jaime, Coco y los niños por sus divertidos y tristes momentos conmigo… las conversaciones con Margarita en la cocina, cómo se reía conmigo… a Cristóbal cuando se ofreció a hacer de mi guardaespaldas cuando conmigo pueden hacerse tres de él… las charlas con Weimar y su mirada tímida, por esa paz que te da cuando habla y sonríe… demasiadas cosas para incluir en mi maleta sin que me dé pena subirme a ese avión…

Cuando salgo de mi habitación, casi no me lo creo… es mi último día… desayuno, charlo con mi tía y con Margarita… mi tío Jaime viene con Coco a traer el vídeo que me han hecho… música colombiana sobre mis fotos… me emociona lo emocionado que está, recordar todos esos momentos que he vivido en este mes… después toca volar para poder comer… Ana, Pipe, mis tíos y yo terminamos con la mejor despedida que podía tener de Colombia… comer en una Surtidora, en la de Ferias… ver el ambiente de la "clase media" colombiana, vivirlo con ellos… me pareció simbólico pensar que mi última comida iba a ser con el sabor que hace que mis raíces se hundan de alguna manera en esa tierra… simbólico que iba a la primera Surtidora a la que me llevó Ana en una de nuestras salidas… me despedía de mi prima de una manera especial… después, al aeropuerto para encontrarme con que facturar con Iberia puede convertirse en una hora de trámites… primero porque tengo que ir a una ventanilla a que me eximan de pagar un impuesto para salir del país… después por el exceso de equipaje me toca hacer cola en otra diferente al mostrador de facturación para pagar el dinero… bregar con una que se me intenta colar haciéndose la lista… soportar que la señorita –que debía estrenarse ese día en el cargo- dejara de consultar cómo podía hacer lo básico para poder cobrar un billete… sí, desesperante ese tiempo dando vueltas… tiempo perdido para mi despedida… cuando terminé de hacer todo el papeleo y me dieron la carta de embarque, era casi el momento de embarcar… mi tía me miró y comenzó a llorar… me abrazó tres veces, me confesó que me había regalado el billete para ir a ver a Nando y Nela a Panamá… me quise morir, me dolía tanto como a ella pero no podía llorar… abracé a Ana y recordé que espero tenerla pronto en España con Susi y un par de mochilas… me despedí de mi tío… besé en la mejilla a Pipe, tratando de evitar las ganas de pegarle un achuchón… sabiendo que, para él, esa distancia física es necesaria… es un adolescente… sentí no abrazar a su alma de niño… y entré en la fila, me giré para decir adiós con la mano… y entonces, por fin, me permití el lujo de emocionarme… me dejaba un pedacito de mí con ellos en Bogotá y eso me gustaba…

Cómo no, tuve un encuentro en la tercera fase… en el control de pasaportes, veo una cara conocida… me mira fijamente, me dice que me conoce… yo le miro y le digo que yo también… ninguno de los dos sabe de qué, pero nos hemos visto antes… y de copas, además, los dos tenemos ese mismo recuerdo… cuando descubro quién es, el pasado me golpea en la cara… me río, sonrío… las cosas en la vida pueden llegar a ser divertidas cuando decides reírte de ti misma… y, francamente, funciona… quién me iba a decir a mí que me iba a encontrar con un pedacito de pasado a 8.000 kilómetros de distancia… me cachean nuevamente, me pasaron todas las cosas por el arco de seguridad… ya era una realidad, pensé en la cola de embarque, me voy… localizo mi asiento y descubro, no sé si contenta o no, que es la puerta de emergencia… supuestamente tengo ventanilla pero esas puertas carecen de ella…

Me siento y abro mi cuaderno dispuesta a hacer un ejercicio mental que me encanta… escribir sin pensar todos los recuerdos espontáneos que tengo de una época… revivir esos momentos especiales de un viaje, un día, un verano, un trabajo… creo que es una manera bonita de recordar las cosas que nos hicieron felices… sin embargo, no tengo ni siquiera tiempo de empezar a escribir… mi compañero de asiento me ofrece caramelos de menta, le acepto el detalle… es un hombre bastante alto, moreno de piel, con los ojos verdosos… lleva una gorra negra rollo ochentero… me pregunta si hablo inglés, yo le pregunto si es francés por cómo pronuncia en castellano… de Israel, me responde… dentro de mí misma, me río… hace sólo 48 horas estuve discutiendo con Pipe –sobre la cama de mi tía y con mi tía incluida y de mi parte en la conversación- sobre el conflicto de Israel y Palestina… él apoyaba al pueblo judío, yo al palestino… me prometí a mí misma honrar a mi prima Ana y su amiga Susi en algún momento de la conversación preguntándole desde el “bando palestino”… si el tipo resultaba pesado, qué mejor manera de terminar con la conversación…

Pero no tuve que recurrir a ello porque mi compañero de viaje resultó ser un tío la mar de interesante… hablaba y gesticulaba con mucha gracia, sonreía todo el tiempo… me contaba en qué trabajaba, que viajaba mucho… hablamos de historia de España, cómo no con un judío… no sé cómo la historia no nos odia más por todo nuestro pasado... me habla del pasado polaco de sus padres, su huída de los nazis a Inglaterra… “volver” a Israel… hablamos de su peculiar español, de que se le olvidaba en cuanto estaba un tiempo sin viajar a América Latina… cuando nos trajeran la cena, estábamos de clase de pronunciación… cada verdura de su bandeja vegetariana era pronunciada por él en inglés, yo tenía que repetirla… traducirla al español y corregir cómo pronunciaba él… hasta un azafato de Iberia participó en la clase… hablamos de Israel, de cómo era Tel-Aviv… yo le hablé de Madrid, de Barcelona, de los pueblos de Cádiz y Huelva…

Apagaron las luces del avión, era la hora oficial de dormir… seguimos charlando durante un buen rato, me enseñó vídeos de su curro… dos insomnes compartiendo una noche de avión, teníamos que considerar la posibilidad de dormir… nunca pensé que pasaría tanto frío en un avión, las puertas de emergencia no sellan completamente… dos horas después, era momento de desayunar… sobada, zumbada y con ganas de matar al pobre azafato de Iberia, decidí que tenía que despertarme… en hora y media estaría en casa… en hora y media, me dijo él, a mí todavía me quedarán dos horas de espera para coger mi conexión a Tel-Aviv… hablamos de qué se puede hacer en 12 horas en Madrid, qué visitar… de música... acabo escuchando música hebrea… cantada en hebreo… me da paz, mogollón de paz… me la tengo que descargar en el Emule al llegar a casa, le pido que me escriba el nombre a ser posible no en caracteres hebreos para buscarla… mi compañero de viaje me pregunta cuando comenzamos el descenso si había pedido la puerta de emergencia… le digo que no, que simplemente ventanilla… se ríe… me sonríe… me dice que será cosa del destino entonces… me pregunta mi nombre, me pregunta si soy musulmana cuando se lo digo… se ríe cuando le explico que es una virgen cristiana… y, cuando menos me lo espero, aterrizamos en Madrid… estoy en casa…

Me acompaña hasta el control de pasaportes… me inquieta la situación, nunca me he despedido en inglés de alguien… sin comerlo ni beberlo, le suelto un “nice to meet you” que acaba con 8 horas de conversaciones… me desea buena suerte, me sonríe… mientras me marcho de allí, sonrío… no sé por qué, pero lo hago… me ha gustado conocerle, me ha parecido un hombre interesante… un buen final para mi aventura, me digo mientras le suelto un “Good morning” al madero del control… buenos días, me contesta con cara de cachondeo… vuelvo a tener “española” escrito en la frente por lo visto… el equipaje tarda en salir, hay maletas de varios vuelos en la misma cinta… me río de la vida cuando veo que uno de los aviones es precisamente un vuelo que procede de Tel-Aviv… sonrío… ni siquiera se me ha ocurrido preguntarle su nombre…

Esta es la canción que escuché mientras aterrizaba en Madrid, la que me dio paz y pedí me escribieran… curiosamente, "darkenu" -el nombre de la canción- significa camino... y curiosamente -gracias al Google Traductor- el estribillo de la canción dice "No es fácil, no es fácil el camino... aún es largo, el viaje no ha terminado todavía"...


jueves, 19 de febrero de 2009

Noche bogotana bañada en Néctar

Por fin lo consigo, mi prima Ana María va a ser mi fiel escudera… una noche de “viejas”, sólo para mujeres… Don Cris me lleva al punto de encuentro, mi prima viene de una reunión de trabajo… estás preparada?, me pregunta, esta noche vas a saber lo que es el aguardiente de este país… al principio tiemblo solo de pensarlo, el término “aguardiente” me da un poco de cague… pero este ataque de pánico repentino se ve empañado por la conversación… mientras se arregla en el asiento de atrás, no paramos de hablar… Don Cris se descojona con nosotras… primera parada, recoger a una amiga de mi prima… se llama Susi, es amiga de ella desde el colegio… escritora de éxito en Bogotá, auténtica eminencia en Cultura Antigua… cuando se sube al coche, me deslumbra su sonrisa y me emborracha un poco su perfume…

Comenzamos la noche en el Café Renault, un lugar muy chic del Parque de la 93 maqueado en plan minimalista y con un coche de la marca –como no- allí plantado… nos sentamos en la terraza, ahí se puede fumar… la cosa comienza suave… cerveza –Club Colombia, un auténtico descubrimiento- para mí, Jerez para mi prima y tónica con limón para Susi… la caja de Pandora se abre hablando de política… Uribe, su procedencia… las limpiezas sociales –no es que los gamines hayan desaparecido de la vida social colombiana… sólo lo han hecho de las calles y, según me narran, de manera poco ortodoxa-… las águilas negras –un grupo paramilitar que apoya al gobierno colombiano y amenaza a todos aquéllos periodistas que optan por enfrentarse ideológicamente a él-… descubro un país desconocido hasta ese momento de la mano de una de las intelectuales de renombre del momento… me gusta la conversación… me pinta una acuarela distinta al Colombia que tengo en la mente, y eso es de agradecer… para cuando nos hemos comido el carpaccio de pulpo, hemos cambiado radicalmente la conversación… el tema de la noche, los hombres… nos reímos, nos descojonamos… no paramos de hablar… Susi nos habla de su choque cultural con un hombre judío, del semi incidente diplomático que casi provoca en una cena con palestino... los tres hombres de la mesa de enfrente ya están enamorados… miran lánguidamente en lo que parece ser un acercamiento inminente… en ese momento, pedimos la cuenta… cuando veo el precio de la cena, pienso en lo barato que es para una europea cenar como una diosa al otro lado del mar… pero, a la vez, no puedo quitarme de la cabeza ese mundo fuera de los algodones que he acabado de destripar durante la noche…

Muertas de la risa con los “enamorados” de la mesa de al lado, nos subimos en un taxi… próximo destino, el Centro Andino de la zona T… se llama así –sí, se han cascado tela la cabeza- porque la zona peatonal de bares de Bogotá tiene esa forma… nos sentamos en la terraza del Bogotá Beer& Company… pienso que estamos en febrero y, mientras España se congela, apenas llevo una chaqueta fina de punto… es miércoles y la calle tiene un ambientazo... llega la primera botella de aguardiente… Néctar es el dulce nombre del licor de marras… un cuenco con gajos de limón –aquí es exquisito- y tres vasitos estrechos y pequeños de cristal… el primer trago es duro, me lo tomo de una… eso sí, me lanzo al limón como una posesa… seguimos riéndonos, hablando de temas bastante más banales… los hombres, su inmadurez, su absoluta incomprensión para una mente femenina… los casi diez años de diferencia con mis compañeras nocturnas dan de sí para escuchar experiencias con un recorrido más largo… cuando nos hemos terminado la primera botella, el camarero ya es íntimo… nos trae la segunda botella, esta vez más grande… seguimos charlando, riendo a carcajadas… mi prima y su amiga se ríen de mis expresiones españolas… se ríen de lo que digo… se ríen de todo… debo estar la mar de graciosa, pienso, porque estas mujeres se lo están pasando en grande…

Hacia la mitad de la botella, soy la encargada de rellenar los vasitos… mi prima comienza a quedarse sin voz, Susi tiene los ojos ya a media asta… curioso, estoy fresca como una lechuga… con ese puntito simpático que te da el alcohol… ese que permite que te desinhibas del todo y digas lo que te parece oportuno… ellas se siguen riendo… la terraza, aunque no nos hayamos dado cuenta, ha comenzado a vaciarse… pasa un vendedor de pendientes y, sinceramente, no le miro a él sino a su mercancía… da lo mismo, el tipo empieza a llamarme “mamita” y a decir de todo, con una gran sonrisa… mi prima me regaña por “coquetear” con él… y yo flipo… sólo miraba los pendientes… de golpe recuerdo una noche en el Algarbe con Pat, un motero cachas y la alta velocidad… me río… los chicos de la mesa de al lado se buscan la excusa más barata e irrespetuosa del mundo para hablar con nosotras… disculpe mona –aquí eso es rubia-… me giro con el gran interrogante escrito en la cara de “es a mí?”… sí, efectivamente… mi color de piel aquí implica ser rubia, cosa que me hace muchísima gracia por una noche… hacen una porra sobre si el chico de la mesa del fondo de la terraza es hombre o mujer… las tres reaccionamos bastante mal ante el cachondeo de los individuos, que pretenden ir a preguntarle… y lo peor… el chico de la mesa del fondo de la terraza se da cuenta de la conversación y me hace gestos para que vaya a hablar con él… me dice que me ha llamado a mí porque ha escuchado mi argumento, lo que les estaba diciendo mientras se mofaban… que le ha gustado cómo he defendido su libertad de ser lo que sea sin conocerle… me pide que le dejen tranquilo… y aquí Juana de Arco vuelve con su misiva… a mi regreso, ya están instalados en nuestra mesa…

Después de rebatirles hasta lo último que dicen –que si ellos son machistas y están orgullosos de serlo, que si no soportan que a los españoles les llamen la atención los pueblos indígenas y un largo etc- decidimos que el Néctar se ha acabado y la charla de colegio también… nos levantamos, nos balanceamos y nos vamos riéndonos de las artimañas masculinas para entrar a las mujeres… sí, ser “mona” y española te da unos puntos bestiales en este país… según mi prima, resulta casi irresistible… lástima que ninguno de los individuos de la mesa de al lado lo resultaran mínimamente, se queja… acompañamos a Susi a coger el taxi, mi prima y yo compartimos el otro… llevamos un pedo guapo, guapo y seguimos charlando sin parar… me encanta estar con ella, sé que la voy a echar de menos… el taxista se mete en la conversación, participa y se ríe… me dice que no me preocupe, que no voy a tener mucho “guayabo” –resaca- al día siguiente… yo lo dudo, la verdad… al final, me he bajado media botella yo solita…

Al llegar al edificio de mis tíos, son las 3 de la mañana -aunque yo creía que eran las 2, mi prima me corrige al día siguiente-… casi me caigo al bajarme del taxi… el taxista se da cuenta y pretende hacerse el príncipe rescatador conmigo… demasiado tarde, ya he logrado recomponer mi verticalidad… el segurata de la primera puerta se ríe al hablar conmigo, no recuerdo la conversación… el de portería se ríe también, tampoco logro recordarla… pero al llegar a casa, descubro que Margarita me ha dejado preparada una jarra de zumo de maracuyá, la fruta más deliciosa que he probado desde que estoy aquí… de golpe, me llegan noticias del otro lado del mar… noticias gratas, esperadas… la rubia recompone su puzzle vital con apenas unas líneas en la pantalla de un ordenador… me meto en la cama feliz por ella, feliz por su reencuentro… feliz por saber que ha llorado de emoción… y satisfecha, también, por saber que mi bola de metacrilato –el cristal es territorio de las brujas puras- todavía, en ocasiones, no falla…

miércoles, 11 de febrero de 2009

Un lugar llamado Bocas del Toro

A mí estos chicos me van a matar, pienso… son las 5 de la mañana y ya tenemos que levantarnos… nuestro avión sale temprano hacia unas islas del Atlántico que enamoraron a Nando cuando aterrizó hace muchos años en Panamá… estoy zumbada y cansada, y creo que logro hablar sin parecer un Teletubby hasta el aeropuerto… cuando llegamos, me hace gracia… este también es de Playmobil… descubro que sólo es para vuelos domésticos y que volamos con “Aero Perlas”… qué mono el nombre, oye… mientras facturamos, veo a una peculiar mujer sentada a la espera de su vuelo… es una kuna, me dice Nando… unas peculiares mujeres con rasgos muy similares… llevan un pañuelo rojo sobre la cabeza… una especie de fajín que tejen, tela sobre tela, y que recibe el nombre de mola… y unas enormes pulseras, del tamaño de una espinillera de jugar al fútbol, hechas con cuentas que se ajustan a sus gemelos… flipo… no puedo dejar de mirarlas, de mirar cada detalle… Nando me cuenta que sólo las mujeres visten así, a los hombres kuna por lo visto se les permite ir de “sport”…

Con el extraño estado zurumbático –palabra de mi tía- entre la alucinación y el sueño, nos vamos a desayunar… me pido una tortita y un café… Nela opta por las salchichas y pagamos… me permito el lujo de cabrearme al darme cuenta de que no le he puesto a nada azúcar… me acerco a la barra, muy rollo autoservicio de película americana, y agarro lo que yo consideré era el azucarero… a mi lado, alguien me hablaba mientras yo no le hacía ni puto caso… hasta que le oí en alguna parte de mi refrito cerebro “sal”… le miré, un policía negro con mucha cara de policía malo de película americana… sí, había bañado mi capuchino y mi desayuno con sal a mansalva… me moría de vergüenza al contárselo a Nando y a Nela… nos descojonamos tratando de sacudirlo… desayuno agridulce… al menos, pienso, el café se ha salvado…

Después de que el tipo de seguridad me robe el mechero con mi consiguiente cabreo, veo el avión… una caja de cerillas con dos motores… la pista de despegue no era mayor… dudé hasta de su capacidad de volar… pero voló y comencé a ver los puentes de Ciudad de Panamá… los enormes bosques… el mar, al fin… hora y media después, estábamos en Bocas del Toro… la sala de equipajes era de coña… a través de un trozo quitado de pared, te tiraban tu maleta… les veías por la cristalera… Ricardo ya está allí… es guatemalteco, instructor de buceo y amigo de Nela… nos prestaba un apartamento para estar allí… es como un pequeño Heman que no para de sonreír… nos acompaña hasta la casa… con un pequeño porche exterior, una mini cocina, un pequeño baño y un dormitorio… una cama de matrimonio y un catre que montamos rápidamente…

Primera toma de contacto con la calle… las casas que veo en las calles me recuerdan a las imágenes que he visto de Nueva Orleáns… casas construídas sobre pilotes… madera pintada de colores pastel, en ocasiones, y chillones en otras… es un puzzle de pintura descascada… unos buitres rebuscan en la basura… al llegar a la calle central, se oye la música… los coches circulan por donde quieren y los peatones no se quedan atrás… hostales, comercios, tiendas, restaurantes… con sabor a Caribe, a colores…

Nos sentamos en un café que tiene las mesas sobre el mar… hablamos, nos reímos… el sol nos pega en la cara… pasa un “taxi lancha”… esto es un pequeño archipiélago y, como lo más normal, la gente se mueve en lancha… la idea es conocer las mejores playas, nos vamos a la oficina de turismo… nos atiende un tipo que, de no ser porque le han pegado un sartenazo en la cabeza, lleva una fumada de marihuana considerable… al principio nos reímos con él, al final se ríe él de nosotros… cuando le preguntamos qué no podemos perdernos de Bocas del Toro, nos responde que su casa… flipamos… más tarde, su mejor idea es invitar a Nando a salir por la noche... nosotras por un lado, ellos por otro… la cara de Nela era un poema, teníamos que salir de allí lo antes posible… este mundo caribeño es raro, raro, raro…

Ricardo ha organizado una barbacoa en la escuela de buceo que tiene y allá nos vamos con dos botellas de vino… el improvisado comedor es sobre el avance de madera que hay sobre la acera donde está la escuela… una barbacoa con brasas… langosta… chorizo… papas… descubro que somos una pequeña ONU… Andrea, una bióloga de Honduras, nos habla de que está haciendo el curso para poder investigar en fondos marinos… al lado de un inglés con cara de “Príncipe encantador” de Shrek, luego una americana con voz de camionero y que había vivido en Barcelona… Frida, la chica sueca con cara de mala ostia… dos alemanas… nosotros tres… hablamos, comimos, bebimos… pero sobre todo nos reímos… unos hablaban en inglés, otros en castellano…

Al llegar a mi catre, me doy cuenta de que estoy realmente cansada… pero he disfrutado comiendo en la calle… viendo como pasaba la gente y hacía algún comentario… en febrero, en tirantes… con Nando y Nela… hablando de cosas serias, de tonterías… compartiendo una habitación mientras nos descojonábamos en la oscuridad comentando el día…

martes, 10 de febrero de 2009

Descubriendo a los "Emberá"

Mi primer día real en Panamá amanece tempranito… después de una ensalada de frutas, nos metemos en el coche… el destino es una comunidad indígena que vive en el lago de la Alajuela… aquello me suena a chino, sólo sé que estoy sobada… hecha un trapo con el cambio de altura… espesa, vamos… pero, en un momento, me despierto medianamente de esa absurda somnolencia… me quitó el sueño comenzar a ver los carteles de la campaña política para las municipales panameñas… uno parece un galán de telenovela con esa sonrisa “Colgate” tan perfecta que da mal rollo… otra es lo más parecido que he visto en mi vida a Torrebruno, Nela le llama “Happy Feet”… pero el colmo es una tal “Bibiana” que tiene por enemigo a su fotógrafo de campaña… sí, definitivamente y después de pensarlo, en esa foto parece la madre de Alf…

Cuando estoy cantando, al ver de nuevo a mi galán político tipo telenovela, la banda sonora de “Pasión de gavilanes” –un auténtico éxito de masas en España, dónde va a parar- nos salimos de la carretera… entramos en un camino de cabras con unos socavanes modelo océano y llegamos al borde de un embalse… estamos, hemos llegado… y mientras me descojono porque Nando tiene que repetirme 3 veces el nombre del río en cuestión de 5 minutos, aparece Mateo… uno de los indígenas de la comunidad… sólo lleva un taparrabos azul… su piel es morena de la de verdad y va descalzo… nos indica que nos subamos a la canoa de madera –eso sí, con motor- y comenzamos la andadura… nos acompaña otro hombre, su color es el rojo… remontamos el río, Mateo lleva un palo para desencallar la canoa en las zonas de poco agua…

Cuando llegamos al recodo del río que hace las veces de embarcadero, la gente sale a recibirnos… las mujeres llevan una especie de falda de tela, se cubren el pecho con un adorno hecho con “chaquiras” –las cuentas de toda la vida en España, vamos-… cantan, bailan… veo sus cabañas cubiertas de hojas de palma, edificadas unos metros sobre el suelo… hablamos con un niño, se va a pescar… abajo veo otros que saltan de piedra a piedra a pie descubierto… al llegar a la comunidad, simplemente flipo… tienen escuela con mapamundi pintado y todo… dos canastas de baloncesto… y el colmo de la extrañeza para mis ojos europeos… una cabina de teléfono de Cable&Telecom… eso sí, con su tejadito de palma y sus postes de madera… supongo que para no romper el encanto… un niño se mete en la cabina, su color es el amarillo… habla con alguien… lástima, no llego a tiempo de hacerle una foto…

Sentados dentro de una enorme choza central, Mateo nos explica de dónde vienen… que son todos familia y, para poder casarse, han de irse a otra comunidad a buscar pareja… nos explica que todos ellos tienen dos nombres, el oficial y el mote… hablan entre sí una extraña lengua… una niña nos explica cómo fabrican su artesanía… cada una de las familias de la comunidad tiene derecho a su mesa para exponer los productos… pero, eso sí, las ganancias se reparten entre todos… todo el mundo sonríe… descubrimos a una piel blanca en una de las chozas… es la profesora de inglés, va a vivir con ellos dos años… dos niñas trepan por una escalera en la que sólo cabe el canto de un pie y se sientan a charlar con ella… es increíble este mundo, me digo… nunca creí que sentiría tanta paz de golpe… tanta fascinación… y tanta admiración… nos llevan al jardín botánico… de camino, las chicharras suenan en los árboles con el mismo sonido que una sierra eléctrica… probamos una raíz que se llama “anestesia” y que la usan para los dolores de muelas… me descojono, la masticas y se te queda la boca como cuando te pegabas una sesión intensiva de Peta Zettas…

Cuando volvemos a la comunidad, es la hora de comer… sentada sobre el suelo de una choza, me traen un plato de madera… un pedazo de pescado, unos patacones, un trozo de limón… comemos con las manos, se sienta cerca nuestro un niño… charlamos con él, nos cuenta que va una vez a la semana a Ciudad de Panamá al colegio… no le gusta llevar zapatos, le molestan en los pies… y, pese a que los Emberá nunca toman cosas frías, nos confiesa que se vuelve loco con la Coca-Cola o con un menú del McDonnald´s… otro hombre con las manos negras se ofrece a hacerme un dibujo con esa extraña semilla con la que pintan sus cuerpos… me dejo, me hace gracia… dice que a ellos les dura mucho, pero que a nosotros se nos quitará en pocos días…

De golpe, suena música y toda la comunidad se reúne en lo que parece ser el centro del poblado… precisamente la cancha de baloncesto… bailan, sacan a bailar a otros turistas… comenzamos a hablar con un niño que tiene por mascota un loro verde… le acaricia, es como si llevara un perro subido en un dedo… el niño imita perfectamente el sonido de su apadrinado… tanto que el loro le contesta… nos cuenta dónde lo encontró, lo defiende de otro niño que quiere molestar al pobre pájaro… no puedo dejar de escuchar al niño… su manera de hablar, su timidez… su sonrisa… me di cuenta de que su felicidad era simple, sencilla… vivida con una tranquilidad ajena al mundo del que yo venía… le envidié, le admiré… tan pocos años y tanta sabiduría en un cuerpito tan pequeño…

Después de despedirnos, dándole la mano a todos los que venían a decirnos adiós, nos subimos a la canoa… viendo cómo esos niños menudos se lanzaban a un río con aguas bastante fuertes sin miedo… cómo trepaban en las rocas y nos decían adiós con las manos… Mateo nos cuenta que les han ofrecido 90.000 dólares para irse… no es dinero, dice, el dinero se acaba pero esta tierra no lo hace…
Mi alma se quitó el sombrero ante él…

lunes, 9 de febrero de 2009

Aterrizando en Panamá

Tengo que reconocerlo… me subo al avión nerviosa… no por el vuelo porque, añadido a todo lo positivo de este viaje, le he perdido completamente el miedo a volar… el destino, Ciudad de Panamá… y, más allá de eso, un reencuentro esperado… Nando y Nela me esperan en el aeropuerto… por fin voy a visitarles, por fin voy a verles después de un tiempo que me parece increíblemente eterno pese a ser poco más de un año… cuando me siento en mi sitio, pretendo dormir… pero al cabo de cinco minutos descubro que resulta imposible… para empezar porque la lista de formularios que he de rellenar durante el vuelo – de apenas hora y media- no me lo permite… y, para continuar, porque mi compañero de asiento tiene ganas de cháchara… con la excusa de pedirme el esfero –por extraño que suene, eso aquí es un bolígrafo- comienza a charlar conmigo… que si voy a Panamá a trabajar, le cuento el motivo de mi viaje… me cuenta el suyo… es de Medellín, la ciudad de las flores y una visita obligatoria que tendré que relegar para otra ocasión… a lo tonto a lo tonto, estamos aterrizando en Panamá… cuando veo el aeropuerto, pienso que me están tomando el pelo… aquello está en mitad del campo, al lado de lo que parece un tapiz verde árboles desde el avión… estoy nerviosa, lo reconozco…

Pero todos esos nervios desaparecen cuando, al salir, veo las caras de “dónde estará Riket” de mis Romeo y Julieta favoritos… no lo puedo evitar, según llego dónde están suelto la maleta y le doy un abrazo a Nando… llevaba mucho tiempo esperándolo… a continuación, le doy otro a Nela… parece que no ha pasado nada desde la última vez que la vi, eso me gusta… charlamos mientras nos dirigimos al coche, yo aprovecho para fumarme un cigarro… Panamá es un país absolutamente estricto con la normativa de fumar… mientras nos dirigimos por la autovía hacía la ciudad viaje de Panamá –o más bien, sus restos-, Nando me dice que no le quite ojo a “los diablos rojos”… sí, así es como se les llama aquí a los autobuses… son antiguos buses de colegio americanos, de esos que los yankees desechan porque ya están hechos mierda pero que en este país se convierten en auténticos y peligrosos medios de transporte… cada dueño –no es un servicio municipal- los tunea como quiere… unos le ponen la cara de un boxeador, otro la de su señora… pero eso sí, llaman la atención de lejos con pinturas metalizadas… es más, no queda un solo centímetro del bus sin pintar… si eso ya me llama la atención, flipo más todavía cuando Nando me cuenta que son peligrosísimos… no sólo por el estado en el que se encuentran pese a tanta pegatina y decoración sino porque, además, los conductores se pasan cualquier norma de circulación por el Arco de Trajano… bendita América con su tráfico…


La antigua ciudad de Panamá es un montón de escombros dónde otra vez hubo una fotificación.,.. lo único que queda medianamente en pie es la torre, aparentemente defensiva… lástima, es lunes y está cerrado al público… cerrado oficialmente, porque la verja del jardín donde se encuentra está abierta… los niños campan a sus anchas por allí, nos piden dinero… Nando me cuenta que los españoles que la construyeron se cayeron con todo el equipo en el primer ataque bélico… sí, estaba construída de tal manera que llegar hasta ella era como andar por el patio de mi casa…


Después de las pinceladas históricas, nos dirigimos al Crossway… una de las zonas más modernas de la ciudad… una lengua de tierra construída sobre el mar… por un segundo, recuerdo CSI Miami… la carretera estaba escoltada por palmeras, a ambos lados mar… y, eso sí, unos yates privados de espatarrar… el mar queda al alcance de la mano y, lo que es mejor todavía, el sol ha comenzado a caer… pese a ser la hora de los mosquitos, esa visión de mar a ambos lados y cielo anaranjado me fascina… nos sentamos en el Barko, un restaurante con forma de barco… en la proa, mirando al mar y al sol que está a punto de esconderse… ceviches variados y cerveza –Panamá, otro descubrimiento- en mano nos contamos nuestras vidas… nos reímos… les hablo de mis aventuras colombianas, de mis fluorescencias varias… cuando salimos de allí, esa luna llena ya ha vuelto al cielo… desandamos la lengua de tierra para ir a ese lugar que le sirvió a Nando de casa cuando llegó a estas tierras hace ya siete años… la Taberna 21, un restaurante español regentado por Hilario… un asturiano que no ha perdido su acento pese a vivir en Panamá y que, además, atesora su propio zoo particular entre esas cuatro paredes…


Nada más llegar, el primer espécimen peculiar… Toni, gallego, sesentón… capitán de barco de dudoso cargamento… simpático a rabiar, con una voz cultivada gracias a Marlboro… sarcástico, peculiar y ligón… como él dice, se relaciona con mujeres que cobran “peaje”… me descojono en un rato con él mientras esperamos para entrar a cenar… Hilario sale, me lo presentan… me río con su acento, con lo que dice… me doy cuenta de que Nando y Nela son como sus mascotas, como sus bebés… me gusta esa sensación de familia… cuando nos sentamos frente a una fuente de ensaladilla rusa y milanesas, me hablan de un tal Luis… un panameño que se siente español y que, por lo visto, tiene debilidad por las españolas… curioso cuando en estas tierras tenemos fama de ser mujeres temperamentales… Hilario organiza conciertos en el bar, me hablan de los Rabanes –uno de los grupos más conocidos de música nacional de Panamá-… tanta es la relación que le ha escrito una canción al particular zoo de esta Taberna 21 que es como un pedacito de casa en este lado del Atlántico…


Nos retiramos cuando el sueño parece estar a punto de terminar conmigo… cervezas varias y botella de vino ayudan... bajar de casi 3000 metros de altura a nivel del mar siempre es duro… cuando me tumbo sobre el colchón hinchable que sería mi cama, simplemente rozo el cielo… al día siguiente, hay que levantarse a las 7… comienza la aventura… y mientras Nela acaba de revisar su correo, yo simplemente me muero… el sueño acaba conmigo… y, lo que es mejor todavía, estoy encantada de estar durmiendo sobre el suelo de ese salón…

domingo, 8 de febrero de 2009

Entre cascadas, despedidas y luna llena

No, no tengo resaca… una prueba más de la afirmación nocturna y ebria de mi primo Jose… en este país no existe el garrafón, bendito sea… cuando me siento a desayunar, me informan de que hoy toca “recalentao”… no pregunto porque no me da ni tiempo… en cero coma dos, descubro con mis propios ojos de qué se trata… en estas tierras campesinas es tradición que, lo que sobra del puchero del día anterior, se toma en el desayuno… eso sí, todo bien mezcladito y picadito… me veo desayunando arroz con trocitos de carne y yuca para hablar en plata… pienso que qué mejor solución para el exceso alcohólico de la noche anterior…

Después de ponernos crema protectora hasta en el cielo de la boca –en este país, el sol pica de verdad-, nos volvemos a subir al Jeep… vamos a la finca de Sonia y Juan Manuel… antes exportaban flores, ahora se dedican al cultivo de plantas aromáticas y medicinales… cuando veo la cuesta que hemos de subir, me alegro de ir dentro de la cabina del trasto con ruedas… cogiendo una de las curvas, por poco perdemos a los pasajeros de la parte trasera… nos reímos, ellos ni pizca… les hemos pegado un buen susto… vuelvo a estar a no sé cuántos metros de altura y, el mismo río que me pareció sucio de ayer, hoy lo veo desde más arriba… en realidad son tres que se unen… aguas claras y transparentes… eso sí, la caída desde allí no me la quiero ni imaginar… bajamos caminando a la parte baja de la finca, no me apetece repetir el descenso dentro del Jeep… Sonia y Juan Manuel tienen unas ovejas colombianas… las toco, su lana es todavía más gruesa que la de España… ahora entiendo por qué las ruanas son la prenda oficial aquí si están hechas con este tejido… hay un corderito negro, se llama Obama… nació ayer y, pese a los berridos de la madre –que se me acerca y me pega unos chillidos considerables pese a no hacerme nada- lo cojo en brazos… es un bebé, lo toco, lo acaricio… su lana está todavía manchada del parto… cuando lo suelto en el suelo, se despatarra completamente… le queda pendiente la asignatura de mantenerse en pie… aparecen dos caballos… José, el guardés de la finca, me explica que uno de ellos es un caso particular… hace dos años lo vendió y hace apenas unos meses él sólo regresó a su tierra… imposible localizar al dueño… miro al animal, es marrón con las crines rubias y una mancha blanca debajo de un ojo… ha vuelto a casa, al lugar que considera que le corresponde… después de todo, el ser humano no es tan inteligente… tan sólo replicamos el comportamiento animal…

Nos encaminamos hacia las Periqueras, por el camino vemos a la policía colombiana a caballo… no creo que pudieran moverse de otro modo por estas tierras peculiares… como no sé ni dónde vamos, al llegar me sorprendo… un río con un caudal considerable, que baja a la velocidad del rayo, acaba dando un salto gigantesco en una pared de piedra… bajamos la cascada, flipo con la experiencia… abajo, ronda de fotos al pie de la caída del agua… pájaros de colores, guiris –también de todos los colores pero con el común denominador de estar colorados como tomates-… naturaleza en estado puro… mi primo Jose y yo comentamos mientras desandamos el camino… promete grabarme un CD de esa música machacona que escuchamos la noche anterior… después de la reglamentaria mandarina –aquí a media mañana es religión tomar fruta- nos volvemos a subir al Jeep… toca volver a Bogotá… Sonia nos despide entre lágrimas, Juan Manuel se mantiene alejado de nosotros… les agradezco cómo me han tratado después de fotografiar toda la casa… en Boyacá, una casa típica es peculiar… y esta, además, ha sido escenario de muchas películas… nos metemos en el coche… al principio, callados… durmiendo la medio resaca del día anterior, entregados al sol tropical… cansados, la verdad, del fin de semana… al final, ha sido intenso… el paisaje comienza a cambiar… nos encaminamos hacia los límites del departamento… los pueblos, mínimos, son de colores…

Chiquinquirá es nuestra próxima parada… es la capital del departamento y, más allá de tener una basílica espectacular y gigantesca –llena de gente y con perros incluido… me informan de que toda iglesia de pueblo en Colombia que se precie incluye a los perros callejeros-, me fascina una tienda de juguetes de madera… peonzas –mil años sin verlas-, guitarras de un tamaño microscópico… me fijo en algo muy curioso, la mayoría de la gente tiene los ojos azules… es uno de los rasgos típicos de la zona… de vuelta al coche, el paisaje sigue cambiando… de pronto, los alrededores de la carretera se tiñen de verde… de pastos con vacas blancas y negras… es la tierrra negra, me dice mi tío, la mejor de toda Colombia… le escucho desde lejos porque estoy pendiente del cielo… la luna llena por fin ha hecho acto de presencia en el firmamento… reina sobre ese cielo inmenso arropado por montañas… decidimos circunvalar Bogotá y entrar por Usaquén… con sus casas de lata, abigarrando la ladera de la montaña… parecen un hervidero de luciérnagas, pero son hogares en los que la gente malvive… por ahí vivió mi padre cuando aterrizó en este país, me digo… esta perra vida guarda muchas sorpresas… muchos años después, puedo hacer el recorrido que él hacía cada mañana para ir a la escuela… la diferencia es manca… yo recorro esos kilómetros con el culo sobre el asiento de un coche, él lo hacía descalzo para no gastar los zapatos…

Cuando llego a la casa, mi tía me espera con los brazos abiertos para saber cómo me ha ido… le cuento las mil batallitas… las veinte locuras acaecidas… se ríe, sé que disfruta sabiendo que he disfrutado del viaje… cuando se acuestan, no puedo evitarlo… entro en el despacho de mi tío para ver esa ciudad iluminada… para buscar esa luna llena que me ha traído medio camino absorta… cuando estaba a punto de darme por vencida, desde la cristalera del salón, logro verla… a veces en la vida, lograr lo que uno desea es cuestión de paciencia…

sábado, 7 de febrero de 2009

De un 4x4 a "La Consentida"

Cuando abro la pestaña, no sé muy bien donde estoy… escucho la voz de mi tío a lo lejos, salgo de la habitación y casi toda la familia ya está en pie… son apenas las 9 de la mañana pero el sol calienta como si fuera medio día… el patio de flores que no pude ver plenamente por la noche se despliega… rosas, rojos, amarillos… los pájaros beben agua en la fuente, escucho unos gansos en alguna parte… en mitad de este momento absorto mío, llega el desayuno… “joder tío” se sienta a mi lado y me hace probar cosas que no sé ni de dónde proceden… están ricas, en algún momento fueron frutas… me advierten que me ponga crema para el sol… nos espera un día completo…

Después de pasar por la ducha, me veo subida en un 4x4… la primera parada, el observatorio astronómico de los muiscas… el pueblo indígena que poblaba estas tierras cuando llegaron los españoles… a través de enormes cilindros de piedra, lograban conocer los fenómenos del sol y de la luna… lo más curioso es que, para ellos, las noches de equinoccio eran un símbolo de que los dioses bajaban a la tierra, ya que el sol no se reflejaba de ninguna manera por estar en el punto más alta… y qué hacían? orgías… sí, tal cual… para ellos, el sol era un símbolo de fertilidad y de fecundidad… y mantener sexo en esos días marcados les abría una puerta a que los dioses se reencarnaran en ellos… mi cara de póker cuando el guía lo cuenta es absoluta… el terreno se llama “el campo del diablo”… se dice que los españoles de la época, mira tú la puntería, llegaron en uno de esos días y se encontraron a los indígenas dándole al tema… para darle todavía más empaque al tema, me fijo que todo el campo está plagado de enormes falos de tierra… unos apuntan al cielo, otros se meten en la tierra… para acabar de rematar, la guía nos cuenta que en este pueblo –que atesora la leyenda de El Dorado- no se llevaba ser virgen… el chamán se encargaba de solucionar este tipo de cosas –no era listo ni nada-, pero en el caso de los hombres era un símbolo de hombría mantenerse vírgenes hasta que se comprometían… igualito que ahora, pienso… lástima que esos antepasadísimos nuestros los aniquilaran a todos… nos habrían dejado un buen legado cultural…


Mientras mascullo estos momentos de la historia, a caballo entre la realidad y la leyenda, el sol ya me está pegando de firme en la cara… comienzo a estar colorada, pese a la crema y pese a todo… nos dirigimos al Ecce Hommo, un convento español situado en el desierto de la Candelaria… colgado en un risco, vive todavía pese al paso de los siglos y cada uno de sus aposentos recrea cómo se vivía en la época… me quedo fascinada, el suelo de la entrada está hecho con fósiles… caracoles, conchas marinas… curioso… donde ahora hay un vergel y un desierto hubo en algún momento un mar… cerveza en mano, seguimos con la excursión… los chicos de pie en la parte trasera del jeep, las mujeres conduciendo el enorme trasto… subimos una colina para llegar al Paso del Ángel… el comienzo de un cañón que se prolonga hasta donde se pierde la vista… sí, un auténtico acantilado desde el que se ve un río de color marrón… Juan Manuel me informa de que no está sucia el agua, sino que baja con tanta fuerza que arrastra tierra y minerales… el salto desde allí es increíble, pero es todavía más increíble la manera en la que el camino comienza a estrecharse… en un momento dado, sólo te cabe un pie delante del otro… y, a cada uno de los lados, una pared vertical…


Decidimos que aquello es demasiado para nosotros, y nos volvemos a tierras más pobladas… el museo de fósiles… nada más entrar, alucino… un bicho de más de 15 metros de longitud parece ser el tatarabuelo del cocodrilo, otro el del defín… le doy gracias a la evolución por no haber permitido semejantes dimensiones –ni siquiera en este lado del mar en el que todo es mutante- en la actualidad… caracoles, más fósiles… la lluvia amenaza, una tormenta de las de aquí –léase de las de cortina de agua- se nos está echando encima… para el trayecto de vuelta, cámara en mano, decido volver en la parte trasera… de pie, como lo hacen los campesinos… para poder ver a esas mujeres vestidas de mil colores recolectando en los campos… para poder ver a ese anciano vestido con sombrero y ruana en el hombro tirar de su burro… para poder percibir, todavía más, cómo es este Boyacá que me está gustando tanto… al llegar a casa, nos espera lo que aquí llaman puchero… con los 35 grados exteriores, aún así, me veo comiéndolo… te ponen un plato de caldo y, a la vez, otro plato con cuatro tipos de carne, repollo, patacones, arroz y fríjol… aquello es una bomba de relojería, pero todos llegamos hambrientos… me hago el lío entre la cuchara y el tenedor, todos se ríen… supongo que, a la inversa, yo haría lo mismo… después del café en el corredor, y de ver cómo la tormenta pasa dejando diez minutos de agua a todo lo que da, nos vamos de paseo por el pueblo…
encuentro la foto perfecta, una mujer ataviada como se visten aquí... de negro riguroso, sombrero incluído, y camisa blanca... se presta a que le haga una foto... cuando la reviso en mi cámara, descubro que se estaba fumando un cigarro y que, en la otra mano, tiene un móvil... la tradición no está reñida con la modernidad, me digo... y sus ojos verdes y su impecable traje típico lo atestiguan... sonríe, me sonríe... no puedo evitar devolverle la sonrisa...

Alucino con las dimensiones de la plaza de Villa de Leyva… es como diez veces la plaza Mayor de Madrid, con el empedrado en perfecto estado… veo fuegos artificiales, me informan de que hay una boda en alguna parte… en estas tierras, todo se celebra con pólvora... son apenas las 6 y comienza a anochecer… los soportales de la plaza se llenan de gente, las cantinas comienzan a sacar sus terrazas y sus botellines de cerveza… la plaza se inunda de guitarras, yembés y flautas… cada islote del enorme lugar tiene su música, no puedo evitar pararme a escucharlas todas… un par de cantinas se convierten en lugares pintorescos... son centros de reunión de campesinos que, como no ruana en el hombro, van apareciendo... mientras mis tíos y Sonia se van a misa, los primos nos escapamos al bar de al lado de la iglesia… se llama Mr. Coquí, la rana “oficial” de Costa Rica… Juan Manuel ya está allí y, a lo tonto y desde ese segundo piso desde el que se ve toda la plaza, empezamos a pedir cervezas… el lugar es un simulacro de Andrés Carne de Res, tiene incluso una silla de barbero de las de antes… cerveza va cerveza viene, pasamos a los mojitos… cuando me lo traen, me quiero morir… la totuma –es la cáscara de una fruta, del tamaño de media sandía- reposa sobre dos herraduras unidas… ese es mi mojito, medio litro de licor y hierbabuena que sabe a gloria y comienza a hacerme reír… llegan mis tíos, José Manuel y yo vamos ya a por el segundo brebaje mágico… el garito comienza a llenarse de gente, la música sube unos cuantos decibelios… y, sin comerlo ni beberlo, me veo bailando salsa… sí, parece mentira pero me acuerdo de mis clases de COU en el Haddock de León… después, y al mismo ritmo que la segunda totuma desciende, pasamos al merengue… al ballenato… y ya, para rematar y cuando voy lista papeles, a la cumbia… mi primo dice que parece mentira que siendo europea se me dé bien bailar… nos quedamos sólos, la mitad de la excursión familiar se ha rajado… optamos por un último mojito mutante a medias… seguimos bailando… charlando de música, de cómo se liga en Colombia… de todo… mi tío nos echa el alto cuando Juan Manuel ya lleva 6 whiskies…


Volvemos a casa, no queda otra… cuando estoy saliendo del garito, un colombiano muy guapo me mira desafiante desde una esquina de la entrada, en mi caso ya salida… me sonríe, le mantengo la mirada… y me río, todo me hace un gracia horrorosa… con la excusa de sacarle una foto a un bus que se llama “la consentida”, salgo de allí… toca volver, no tenemos llaves… lo hacemos… tropezando en el empedrado… riéndonos hasta de nuestra sombra… hablando de lo humano y lo divino… vamos finos, sí… tratamos de mantener el tipo durante diez minutos con el resto de nuestra comparsa… nos esperan con la puerta abierta, dispuestos a dormir ya… cruzo los dedos para no tener espectáculo alacranero esa noche… mi cuerpo no podría resistirlo…


Y me meto en la cama… cansada, un poco borracha, morena de mi día de sol… contenta… tranquila… y, por algún estúpido motivo, feliz… y, pese a soportar un botellón toda la noche bajo mi balcón… pese a la música insoportablemente reaggeatonera que me toca sufrir de una emisora que, entre canción y canción, mete una sintonía como el sonido de un móvil… pese a escuchar una riña de enamorados que lloran, se juran amor eterno y se dicen cosas bonitas… pese al campesino que decidió pelearse con su burro en esa puta esquina, y no otra, de todo el pueblo… pese a todo, logro soñar… sueño, sí, un sueño bonito… dulce… de esos que hacía tiempo no tenía… sé que dormí con una sonrisa en la cara… tanto, tanto que pese a todos los ruidos nocturnos sé que dormí con una sonrisa… y, lo que es mejor todavía, no queriendo despertarme por la mañana… bendito mojito…

viernes, 6 de febrero de 2009

Excursión por el asfalto y un viaje en coche

Amanece un viernes, preludio de un fin de semana familiar en un lugar desconocido –como todo aquí-… Villa de Leyva, no paro de escuchar que es precioso… pero antes de eso, me tocaba una acelerada excursión por Bogotá de la mano de mi prima Ana María… decidimos llevarnos a Weimar para evitarnos el tema del parqueo, y allá que nos fuimos a recoger el coche de mi prima… está aparcado en el barrio de Ferias, en el parking de una de las surtidoras… al comienzo de la excursión, un recorrido que puedo reconocer… sin embargo, giramos a la derecha y nos adentramos en un barrio peculiar… distinto… el de la clase media de Bogotá… ese en el que las casas son de un máximo de 3 pisos y parten de una sóla planta… sí, a medida que se va teniendo dinero para ir ampliándolas, la gente va construyendo pisos… el resultado es peculiar… veo casas de una planta con un montón de escombros encima, otras de dos con una terraza con cobertizo… otras, realmente, han logrado alcanzar las tres…

Mi prima decide enseñarme un centro comercial de la zona… las estanterías están abarrotadas de producto, me cuenta que es la técnica de venta aquí… lo curioso es que puedes encontrar desde productos de alimentación a muebles… nos reímos con Weimar, mi intención de sacarle una buena foto a una zorra de burros que pasa despierta la carcajada del conductor del camión de detrás… de ahí hacemos una parada en un puesto de fruta callejera de la esquina… compramos una fruta impronunciable que, después de cuatro mordiscos y de churretearme la miel con la que te lo venden, me dicen que es afrodisíaco… lo que me faltaba, y yo con estos calores tropicales… mientras tomamos café al lado de Surtidora, entran dos niñas… una de ellas no llega al medio metro de altura… andan descalzas, se cuelan entre el espacio de mis piernas y la barra… me piden dinero, me miran… me impresiona verlas tan pequeñas en la calle… Ana María me informa de que son indígenas ecuatorianos… los traen las mafias, los explotan como a esclavos… mientras las veo salir del cafetín, pienso en lo puta que es la vida… en el papel tan jodido que les ha tocado vivir a estos niños que no son de nadie en realidad… mientras masco mis pensamientos europeos, ya nos hemos metido los 3 en el Golf… me enseñan un edificio de cristales, el único que desentona con el barrio… es un picadero, eso sí con su recepcionista atentísimo en la puerta… por lo visto, los fines de semana la gente hace cola para poder entrar… nos reímos de esos peculiares lugares y las historias que encierran mientras nos metemos en el centro de la ciudad…

Ana María decide que nos encaminemos hacia el barrio de Chapineros… pasamos por delante del local donde mataron a mi tío Manolo a tiros… sí, la vida en este lado del mar se escribió durante mucho tiempo a golpe de balas… mientras estamos parados en un semáforo, aparece un costeño… negro, con sus rastas… lleva unas gafas de plástico negro sin cristales… asoma la cabeza por la ventanilla, comienza a cantar una canción de salsa… Weimar se ríe, mi prima y yo también… pero el descojono máximo llega cuando me mira y le dice a Weimar que qué suerte llevar una mona –aquí se entiende así a las pieles claras- al lado… que él haría conmigo café con leche… nos entra tal ataque de risa que le damos dinero… el tipo, con sus grandes dientes blancos, sonríe todavía más… nosotros nos seguimos riendo, es cuánto menos peculiar el momentazo… a Weimar le da vergüenza mirarme porque no puede parar de reír… definitivamente, soy un marciano en estas tierras tropicales…


Metemos el coche en el parking del edificio Bolívar, uno de los más antiguos de Bogotá… sin duda, quiénes lo atienden deben llevar allí desde que se fundó… te reciben con batas blancas, como si fueran dentistas… de ahí nos vamos a la plaza de Lourdes, y en ese momento me quedo fascinada… no por la iglesia –gótico colonial puro, al estilo europeo- sino porque parece que el ruido de la ciudad ahí no existe… estamos en Chapineros, el barrio gay y bohemio de la ciudad… los limpiabotas despliegan cientos de pinceles en sus carritos, el mercadillo de artesanía se tiende sobre el suelo… allí no existe la prisa… las palomas campan a sus anchas por la plaza mientras una niña de apenas 2 años juega con ellas… definitivamente, en un oasis de calma en medio de la locura de esta ciudad… pero la paz dura poco, tenemos que marcharnos… atravesamos las hileras de autobuses… es la bomba, aquí van incluso con las puertas abiertas… eso de aforo máximo no existe, para qué si apretaditos con 30 grados fuera se va mejor?… volvemos a casa hablando de los billares, locales en los que sólo pueden estar hombres… y, lo que es más curioso, en los que tratan de escapar de sus mujeres… aquí las féminas son tremendas… nos reímos, charlamos… Weimar habla con esa voz pausada y bonita que tiene, mi prima me hace reír desde el asiento trasero… me gusta este pequeño mundo construido con nada… pasamos por delante del mercado de las flores… es un puzzle de colores… pese al gris, Bogotá tiene tantos tonos diferentes…


Al llegar a casa, mi tío Jaime ya me está esperando con mis primos… comienza la excursión previo paso por El Corral, la mejor hamburguesería de Bogotá… doy fe de que no he comido hasta la fecha una hamburguesa más rica, me río del Hollywood de Argüelles desde aquí… de ahí, nos encaminamos hacia la Castellana… por madrileño que suene, no deja de ser un barrio en el que mi padre vivió de pequeño… veo la casa, el césped en el que jugaba al fútbol… durante unos minutos, me lo imagino… otra pizca más de un pasado que no conozco… recogemos a mi tía Coco en casa, es fonioaudiatra y trabaja con niños sordos… y así, nos metemos los cinco en un Renault 21 del año pum… charlamos, nos reímos… hacemos una parada en El Carajillo –término mal sonante por estas tierras donde lo haya-… cuando vemos los columpios, mis primos y yo nos vamos como tres desaforados a balancearnos… después de un café y muchas fotos, nos volvemos a subir al coche… el paisaje comienza a cambiar, los pueblos ya son distintos… y mis ojos no pueden parar de mirarlo todo… llegamos al puente de Boyacá, el lugar en el que Bolívar firmó en una batalla la independencia de Colombia con los españoles… cuando veo el puente famoso, flipo… dos metros, no más… salvo ser escenario de una contienda tan simbólica puede ser cualquier cosa… nos perdemos, nos encontramos… nos reímos… me gusta esta vida familiar redescubierta…


Después de transitar por unas carreteras que bien podrían parecer caminos, comienzo a ver autóctonos boyacenses… vestidos con una ruana –una especie de poncho de lana de oveja que se mete por la cabeza- y con un sombrero de paja… todos iguales, todos distintos… sentados en la puerta de los bares bebiendo cerveza en botellín… cuando estamos llegando a Villa de Leyva, mi tía me cuenta que eso antes era mar… que, por eso, se han encontrado grandes fósiles marinos… y que, de verlo de día, me daría la sensación de estar viendo un paisaje de la luna… al entrar en el pueblo, comprendo por qué todo el mundo me advirtió de lo bonito que era… casas blancas, calles empedradas… geranios colgando de los balcones pintados en verde… me siento en Andalucía de pronto pero a 8000 kilómetros de distancia… llegamos a nuestro destino, la casa de la hermana de mi tía… Sonia y Juan Manuel, su marido, resultan ser encantadores… él no para de vacilarme con la frase “joder tío”… ha trabajado mucho con españoles y dice que es lo que más decimos… cuando se abre el portón de su casa, sigo flipando… un patio andaluz, con fuente en medio y todo… lleno de flores, con su corredor… maravillosa la imagen de descubrir un espacio así…


Nos encaminamos hacia el pueblo para picar algo… acabamos cenando en un pequeño restaurante que está dentro de otro patio parecido… hay luciérnagas en las plantas… se cuela la música de una guitarra española… de golpe, oigo música del otro lado del mar… me siento en casa con la conversación… sobre política, sobre la conquista española –tema recurrente aquí-… un poco pimplados, volvemos a casa… es tarde, estamos todos cansados y mañana espera un día largo… pero la noche tenía un octavo pasajero… nada más llegar a casa, nos encontramos con un alacrán… mi primo Jose lo mete en un vaso… trata de ahogarlo, primero, y flambearlo después con un desodorante… entre pitos y flautas, pasamos media hora con el tema… cuando creo que el martirio ya sobra, abogo por devolver el alacrán a la tierra… pobrecito, todavía le quedaron ganas de salir corriendo pese a todo…

Respiro hondo y puedo sentir cómo huele ese jardín… cómo huele este país…

jueves, 5 de febrero de 2009

Entre zorras y estudiantes

Creo que mis ojos siempre descubrirán cosas nuevas en este otro lado del mundo que desconocía… desde el prisma de una europea –como me dice tanta gente aquí, concepto que me resulta curioso y peculiar a veces todavía-, esto es realmente otro mundo… después de un zumo riquísimo –la fruta, lo siento, es impronunciable-, un café y una rodaja de piña me dispongo a salir a las calles bogotanas para encontrarme con mis primas… hoy es Weimar quien me lleva de excursión… mi tía tiene merendola con sus amigas –ojo! son amigas hace más de 50 años- y le he dado permiso para que acuda, con lo que Don Cris se va con ella… salimos a las 12 de la mañana y, bajo el increíble sol de estas tierras, nos encaminamos hacia el centro… en el primer semáforo, nos ofrecen unas rosas maravillosas… en el segundo, tres niños han formado una torre humana y hacen malabares con fuego… un auténtico espectáculo…

Decidimos –o más bien él, yo no sé por dónde se llega a ninguna parte- coger la circunvalar para evitar el tráfico de esta santa ciudad… creo que yo no podría conducir aquí Wei, le digo, desde que hemos salido de casa ya habría insultado 20 veces… él se ríe y me dice que en este país no te la puedes jugar, que increpar a alguien por cómo conduce puede desembocar en que el tipo se baje con un machete –sí, he flipado- y ahí sí que se complica la cosa… rellenamos el tanque de gasolina y alucino… suena espectacular, con muchos ceros y muchos pesos… pero a la hora de la verdad, hemos llenado el tanque –65 litros, nada más y nada menos- con menos de 30 euros… añadido, descubro que aquí la gasolina se mide en galones… sigo viendo al ejército desplegado por las calles bogotanas… vestidos de verde, con su boina calada… son bachilleres, aprendices como quien dice… pero realmente imponen, vaya si imponen… recogemos a mis primas en la Uno y nos encaminamos –perdiéndonos- hacia un restaurante, “excéntrico” me dice mi prima Ana María, que se llama “La juguetería”… al llegar, alucino… del techo penden muñecos de todo tipo… un balancín de un caballo… y en la pantalla, llega mi éxtasis… la película de Mafalda… me río de las ironías de la vida… cuántas veces me habré sentido como ella?? Ni lo sé…


Mi prima Ana María pide por mí, y cuando me quiero dar cuenta tengo delante de mí media vaca… tal cual… exquisita, riquísima… y baratísima… charlamos, nos reímos… nos descojonamos… prometen llevarme a una bruja que averiguó sus respectivos futuros… lo hace con tintas sobre un papel… increíble… hacemos planes para salir mañana por la noche, el viernes por la mañana para ir al Sur… la zona más conflictiva, más pobre y más poblada de Bogotá… cuando Weimar vuelve a buscarnos, simplemente alucino… en mitad de lo que es la nueva zona financiera de Bogotá, hace aparición un carro tirado por un caballo… se mueve entre el tráfico infernal de esta ciudad… son las zorras, me dice Weimar que casi provoca un accidente para que yo pueda fotografiar el peculiar medio de transporte… en mi país eso es otra cosa, se lo explico y se muere de la risa… aquí sirven para la chatarra, el cartón… para todas esas maneras de buscarse la vida… he descubierto que, si algo tiene el colombiano, es una hemorragia de creatividad para buscarse la vida… nos encaminamos hacia Candelaria, ese barrio colonial maravilloso que subsiste entre un pasado español y el sabor criollo… me siguen maravillando las casas encaladas con las ventanas pintadas de colores… el ambiente bohemio… mi prima Yeya me cuenta que aquí se venden cigarros de marihuana ya liados, hablamos de drogas… de lo que ella ve en la acera de enfrente de la Uno… de todo…

Al entrar en el Museo de la Moneda, me quedo loca con la casa… es colonial al más puro estilo… lo miro todo maravillada… desde las primeras monedas –a las que los indígenas les arrancaban pequeños pedacitos de los bordes para poder fundir nuevas monedas- hasta las últimas que existen ahora mismo en el mercado… me quedo maravillada… para los indígenas precolombinos, el poder de los metales representaba el equilibrio del universo… falta nos haría ahora mismo, pienso… veo una especie de bala de oro macizo, cuando trato de acercarme el guarda me da el alto… si traspasa la línea amarilla, me dice indicándomela en el suelo, la puerta se cierra automáticamente… y no se lo recomiendo, señora, pesa 3 toneladas… creo que me ha visto tal cara de susto que por eso me ha regalado una moneda conmemorativa del museo… saliendo al patio, lleno de flores y con madera oscura como travesaños, se me adosa un joven bachiller militar… primero me aterro… pero cuando le escucho llamarme “mami” y decirme que cómo me llamo, me doy cuenta… el tipo está intentando ligar conmigo… pasamos al museo de Botero, dentro del mismo edificio… me encanta ver esa manera que tiene de plasmar la figura humana… caras sin ningún tipo de expresión, cuerpos extrañamente hinchados… su escultura de una mano cierra la visita… coño, nos queda todavía otro museo… el de Arte Contemporáneo… la primera en la frente, Dalí… la segunda de mis perdiciones, Klimt… la tercera, Picasso… disfruto, miro, observo… hacía tiempo que no me detenía a mirar un cuadro maravillada… disfruto la sensación, lo comento con mi prima… no, no somos dos intelectuales… pero disfrutar a Klimt así de cerca pasa pocas veces…


Cuando salimos, la calle se ha transformado… está plagada de gente con mochilas, carpetas… sí, la Candelaria acoge numerosas universidades más accesibles para la gente común y corriente que las enormes con nombre del país… la gente que estudia acá, me explica Yeya, es la que trabaja durante el día y luego estudia por las noches… un ambientazo universitario único… recuerdo mi época en La Berzosa, cuando yo era una de esas que se iba con su carpeta a clase… uff, me digo, han pasado tantos años y sin embargo me parece ayer… al llegar al parking, una dosis de realidad colombiana… sentados en una acera, una familia al completo con parque infantil plegado incluido… son desplazados, gente que huye del campo por culpa de la guerrilla… que huye de la violencia, del miedo, de la razón sin razón o con ella… huir implica aterrizar en Bogotá como vagabundos… cada vez hay menos, me dice Yeya, es lo bueno de la desmilitarización del país… la gente puede volver a sus casas… lo pienso con calma sentada en el Megane de mis tíos… jodida vida, dejar tu hogar a la fuerza y tener miedo a regresar… mientras lo pienso, me aterro… un hombre en unas condiciones lamentables corre entre los coches… le faltan dientes, está vestido con harapos… lleno de mierda, la mirada perdida… aquí les llaman “los desechables”… personas que, más allá de vivir en la calle, están metidos en el fondo del pozo de la droga… Weimar me dice que si corre así, sin tener cuidado entre los coches, es porque ha robado algo y está huyendo… le miro mientras se pierde entre el tráfico, temo que le atropellen… pero no, los coches le esquivan… él no cambia su rumbo, va por la puta línea que separa los carriles…


Mientras veo Bogotá iluminada –en pijama, como dicen aquí- por la ventanilla, pienso en los contrastes… en la locura… en las tristezas de esa gente que vive en una acera esperando poder volver a sus casas… a su tierra… en ese nombre tan horrible, los desechables, que no temen que les atropellen… esto es América Latina, me digo… una dosis de vida más allá de los algodones… un entramado maravilloso de colores, pobreza, riquezas, dolores, secretos y silencios… quizás no tan distinta a la vida del otro lado del mar… pero sí mucho más evidente…

domingo, 1 de febrero de 2009

El mundo desde una hamaca

No sé ni cómo, logro levantarme… no tengo resaca, estoy como nueva… cuando salgo de mi casita prestada, el sol del trópico me calienta el jeto… son las 9 y ya estamos así… mi primo lee el periódico en una hamaca… la mujer del servicio doméstico de la casita –sí, aquí todo tiene servicio doméstico- me prepara el desayuno… inviable lograr que me deje hacerlo a mí… fruta, yogurt y café… nos sentamos en la piscina… la novia de mi primo está que se muere de la resaca y, después de un baño en la piscina, consideramos que el mejor plan es volver a casa de mi tía… en cero coma dos, me ducho y me visto… cuando me subo al coche, descubro que ellos simplemente van en pijama… eso sí, ambos con zapatos…

Recorremos la carretera… veo bandadas de pájaros negros, otra de pájaros blancos… son garzas, me dice mi primo, se paran encima de los cebúes y se comen sus bichitos… la naturaleza es sabia y maravillosa, pienso… veo pasar a cuatro personas en una bicicleta… mientras papá pedalea, mamá va sentada de lado sobre la barra… y lo más alucinante, dos mocosos van de pie como si no fuera con ellos el miedo… a los lados de la carretera, los pueblos colombianos… en esta zona son todos parecidos... coloridos, peculiares, pobres… es domingo, todo el mundo está en la calle… es curioso, aquí todo el mundo camina por los arcenes de la carretera… no tienen miedo a que les atropellen… yo en su lugar, teniendo en cuenta cómo se conduce, lo tendría… en la marquesina de un autobús, veo tres generaciones… una abuela con rasgos indígenas sin sujetador, y una madre haciéndole una trenza a una niña minúscula… a la novia de mi primo se le antoja comer patatas fritas y un refresco… paramos en un pueblo y, al ser la única que está vestida, me toca salir… cuando entro al supermercado, me miran como quien ve al diablo… sí… esto de ser azul –mi tía dice que soy tan blanca que parezco azul porque se me ven las venas- aquí no se lleva… cuando le pregunto a una mujer que está reponiendo dónde está el Gatorade, pega un bote… la he asustado… la sonrío y parece que se relaja… pero, mientras sumerge medio cuerpo en la nevera de bebidas, no me quita un ojo de encima… veo los ojos de un niño morenito que me mira desde detrás de la caja… cuando le saco la lengua, se esconde… a los pocos minutos, vuelve a sacar la cabecita… ahora me la saca él a mí… se ríe… pasa un camión desvencijado con el mismo reaggeton de anoche a toda pastilla… es curioso, esta gente habla súper bajito y sin embargo es súper ruidosa…

En la carretera, me fijo en la cantidad de soldados que hay… todos ellos llevan fúsil, todos ellos miran cada uno de los coches que pasan… hay controles… sí, hoy la guerrilla liberaba a 4 secuestrados y las fuerzas militares se despliegan por todo el país… están en alerta… no quieren que esa buena noticia pueda ser una excusa para algún ataque… volvemos a La Mesa pasando, previamente, por una tienda de pienso para animales… me toca volver a bajar y volver a repetir el episodio… el chico de la tienda me mira maravillado los brazos azules desnudos… no me deja cargar el pienso… vuelve a entrar en la tienda y me mira fijamente desde la puerta… creo que, si me encontrara con un extraterrestre, yo le miraría de igual manera… comemos, charlamos… mi primo Pacho se ha quedado… me quiere llevar al desierto en moto y me fascina la idea… compro, me apetece horrores de hecho… mientras todos duermen, yo me permito el lujo de disfrutar de este trópico… primero me tomo un café con Margarita y con Marina en la cocina… dicen que les gusta mi sencillez, hablan maravillas de mi tía… me doy un chapuzón en la piscina, nado... lo echaba de menos… después, me atrinchero en mi nuevo descubrimiento… la hamaca de la terraza del segundo piso…

Envuelta en esa tela de colores, lo que veo al alzar la vista es una palmera inmensa… sí, aquí las palmeras son realmente grandes –como la cucaracha-… me fijo en los pájaros, y alucino… turquesas, rojo intenso, amarillo, verde… cada uno emite un sonido distinto, todos vuelan a la vez… decido disfrutar de esta puesta de sol del trópico… detrás de la copa de la palmera, ese sol mutante también –aquí todo es mutante- tiñe de rojo el cielo y las nubes… lo observo meciéndome tranquilamente… respiro hondo y me doy cuenta de lo a gusto que estoy… el sol se esconde… la noche llega… son sólo las 6, sí… horario oficial en el que el sol, simplemente, se va… me toca hacer otra tortilla que está mucho más rica que la del día anterior… no lo digo yo, lo dice la velocidad a la que desaparece del plato… Víctor asoma la cabeza por la ventana de la cocina… su hijo también… me mira fijamente… la señora cocina?, me pregunta… huele rico señora… tanta señora me hace mayor, pero es imposible hacer que no me llamen así…

Cuando todo el mundo se va a dormir, yo decido volver a ese lugar descubierto… la terraza… oigo a los búhos, los sapos… los grillos, los pájaros… sí, la hamaca me recibe con los brazos abiertos… estoy escribiendo desde ella con un cubata en una mesita que me he agenciado para mayor comodidad… eso sí, estoy bañada en repelente para mosquitos porque, como no, aquí también son siete veces más grandes de lo normal… en frente de mi vista, la misma palmera… y, lo que es mejor todavía, una luna creciente que me tiene loca… simplemente, no puedo dejar de mirarla… desde alguna parte de la finca, intuyo que de casa de Marina y Víctor, escucho música... me gusta ese ritmo... es perfecta para este momento, perfecta...

Os la dejo de regalo desde el Trópico... es la banda sonora de mi noche hamaquera...