martes, 10 de febrero de 2009

Descubriendo a los "Emberá"

Mi primer día real en Panamá amanece tempranito… después de una ensalada de frutas, nos metemos en el coche… el destino es una comunidad indígena que vive en el lago de la Alajuela… aquello me suena a chino, sólo sé que estoy sobada… hecha un trapo con el cambio de altura… espesa, vamos… pero, en un momento, me despierto medianamente de esa absurda somnolencia… me quitó el sueño comenzar a ver los carteles de la campaña política para las municipales panameñas… uno parece un galán de telenovela con esa sonrisa “Colgate” tan perfecta que da mal rollo… otra es lo más parecido que he visto en mi vida a Torrebruno, Nela le llama “Happy Feet”… pero el colmo es una tal “Bibiana” que tiene por enemigo a su fotógrafo de campaña… sí, definitivamente y después de pensarlo, en esa foto parece la madre de Alf…

Cuando estoy cantando, al ver de nuevo a mi galán político tipo telenovela, la banda sonora de “Pasión de gavilanes” –un auténtico éxito de masas en España, dónde va a parar- nos salimos de la carretera… entramos en un camino de cabras con unos socavanes modelo océano y llegamos al borde de un embalse… estamos, hemos llegado… y mientras me descojono porque Nando tiene que repetirme 3 veces el nombre del río en cuestión de 5 minutos, aparece Mateo… uno de los indígenas de la comunidad… sólo lleva un taparrabos azul… su piel es morena de la de verdad y va descalzo… nos indica que nos subamos a la canoa de madera –eso sí, con motor- y comenzamos la andadura… nos acompaña otro hombre, su color es el rojo… remontamos el río, Mateo lleva un palo para desencallar la canoa en las zonas de poco agua…

Cuando llegamos al recodo del río que hace las veces de embarcadero, la gente sale a recibirnos… las mujeres llevan una especie de falda de tela, se cubren el pecho con un adorno hecho con “chaquiras” –las cuentas de toda la vida en España, vamos-… cantan, bailan… veo sus cabañas cubiertas de hojas de palma, edificadas unos metros sobre el suelo… hablamos con un niño, se va a pescar… abajo veo otros que saltan de piedra a piedra a pie descubierto… al llegar a la comunidad, simplemente flipo… tienen escuela con mapamundi pintado y todo… dos canastas de baloncesto… y el colmo de la extrañeza para mis ojos europeos… una cabina de teléfono de Cable&Telecom… eso sí, con su tejadito de palma y sus postes de madera… supongo que para no romper el encanto… un niño se mete en la cabina, su color es el amarillo… habla con alguien… lástima, no llego a tiempo de hacerle una foto…

Sentados dentro de una enorme choza central, Mateo nos explica de dónde vienen… que son todos familia y, para poder casarse, han de irse a otra comunidad a buscar pareja… nos explica que todos ellos tienen dos nombres, el oficial y el mote… hablan entre sí una extraña lengua… una niña nos explica cómo fabrican su artesanía… cada una de las familias de la comunidad tiene derecho a su mesa para exponer los productos… pero, eso sí, las ganancias se reparten entre todos… todo el mundo sonríe… descubrimos a una piel blanca en una de las chozas… es la profesora de inglés, va a vivir con ellos dos años… dos niñas trepan por una escalera en la que sólo cabe el canto de un pie y se sientan a charlar con ella… es increíble este mundo, me digo… nunca creí que sentiría tanta paz de golpe… tanta fascinación… y tanta admiración… nos llevan al jardín botánico… de camino, las chicharras suenan en los árboles con el mismo sonido que una sierra eléctrica… probamos una raíz que se llama “anestesia” y que la usan para los dolores de muelas… me descojono, la masticas y se te queda la boca como cuando te pegabas una sesión intensiva de Peta Zettas…

Cuando volvemos a la comunidad, es la hora de comer… sentada sobre el suelo de una choza, me traen un plato de madera… un pedazo de pescado, unos patacones, un trozo de limón… comemos con las manos, se sienta cerca nuestro un niño… charlamos con él, nos cuenta que va una vez a la semana a Ciudad de Panamá al colegio… no le gusta llevar zapatos, le molestan en los pies… y, pese a que los Emberá nunca toman cosas frías, nos confiesa que se vuelve loco con la Coca-Cola o con un menú del McDonnald´s… otro hombre con las manos negras se ofrece a hacerme un dibujo con esa extraña semilla con la que pintan sus cuerpos… me dejo, me hace gracia… dice que a ellos les dura mucho, pero que a nosotros se nos quitará en pocos días…

De golpe, suena música y toda la comunidad se reúne en lo que parece ser el centro del poblado… precisamente la cancha de baloncesto… bailan, sacan a bailar a otros turistas… comenzamos a hablar con un niño que tiene por mascota un loro verde… le acaricia, es como si llevara un perro subido en un dedo… el niño imita perfectamente el sonido de su apadrinado… tanto que el loro le contesta… nos cuenta dónde lo encontró, lo defiende de otro niño que quiere molestar al pobre pájaro… no puedo dejar de escuchar al niño… su manera de hablar, su timidez… su sonrisa… me di cuenta de que su felicidad era simple, sencilla… vivida con una tranquilidad ajena al mundo del que yo venía… le envidié, le admiré… tan pocos años y tanta sabiduría en un cuerpito tan pequeño…

Después de despedirnos, dándole la mano a todos los que venían a decirnos adiós, nos subimos a la canoa… viendo cómo esos niños menudos se lanzaban a un río con aguas bastante fuertes sin miedo… cómo trepaban en las rocas y nos decían adiós con las manos… Mateo nos cuenta que les han ofrecido 90.000 dólares para irse… no es dinero, dice, el dinero se acaba pero esta tierra no lo hace…
Mi alma se quitó el sombrero ante él…

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