jueves, 5 de febrero de 2009

Entre zorras y estudiantes

Creo que mis ojos siempre descubrirán cosas nuevas en este otro lado del mundo que desconocía… desde el prisma de una europea –como me dice tanta gente aquí, concepto que me resulta curioso y peculiar a veces todavía-, esto es realmente otro mundo… después de un zumo riquísimo –la fruta, lo siento, es impronunciable-, un café y una rodaja de piña me dispongo a salir a las calles bogotanas para encontrarme con mis primas… hoy es Weimar quien me lleva de excursión… mi tía tiene merendola con sus amigas –ojo! son amigas hace más de 50 años- y le he dado permiso para que acuda, con lo que Don Cris se va con ella… salimos a las 12 de la mañana y, bajo el increíble sol de estas tierras, nos encaminamos hacia el centro… en el primer semáforo, nos ofrecen unas rosas maravillosas… en el segundo, tres niños han formado una torre humana y hacen malabares con fuego… un auténtico espectáculo…

Decidimos –o más bien él, yo no sé por dónde se llega a ninguna parte- coger la circunvalar para evitar el tráfico de esta santa ciudad… creo que yo no podría conducir aquí Wei, le digo, desde que hemos salido de casa ya habría insultado 20 veces… él se ríe y me dice que en este país no te la puedes jugar, que increpar a alguien por cómo conduce puede desembocar en que el tipo se baje con un machete –sí, he flipado- y ahí sí que se complica la cosa… rellenamos el tanque de gasolina y alucino… suena espectacular, con muchos ceros y muchos pesos… pero a la hora de la verdad, hemos llenado el tanque –65 litros, nada más y nada menos- con menos de 30 euros… añadido, descubro que aquí la gasolina se mide en galones… sigo viendo al ejército desplegado por las calles bogotanas… vestidos de verde, con su boina calada… son bachilleres, aprendices como quien dice… pero realmente imponen, vaya si imponen… recogemos a mis primas en la Uno y nos encaminamos –perdiéndonos- hacia un restaurante, “excéntrico” me dice mi prima Ana María, que se llama “La juguetería”… al llegar, alucino… del techo penden muñecos de todo tipo… un balancín de un caballo… y en la pantalla, llega mi éxtasis… la película de Mafalda… me río de las ironías de la vida… cuántas veces me habré sentido como ella?? Ni lo sé…


Mi prima Ana María pide por mí, y cuando me quiero dar cuenta tengo delante de mí media vaca… tal cual… exquisita, riquísima… y baratísima… charlamos, nos reímos… nos descojonamos… prometen llevarme a una bruja que averiguó sus respectivos futuros… lo hace con tintas sobre un papel… increíble… hacemos planes para salir mañana por la noche, el viernes por la mañana para ir al Sur… la zona más conflictiva, más pobre y más poblada de Bogotá… cuando Weimar vuelve a buscarnos, simplemente alucino… en mitad de lo que es la nueva zona financiera de Bogotá, hace aparición un carro tirado por un caballo… se mueve entre el tráfico infernal de esta ciudad… son las zorras, me dice Weimar que casi provoca un accidente para que yo pueda fotografiar el peculiar medio de transporte… en mi país eso es otra cosa, se lo explico y se muere de la risa… aquí sirven para la chatarra, el cartón… para todas esas maneras de buscarse la vida… he descubierto que, si algo tiene el colombiano, es una hemorragia de creatividad para buscarse la vida… nos encaminamos hacia Candelaria, ese barrio colonial maravilloso que subsiste entre un pasado español y el sabor criollo… me siguen maravillando las casas encaladas con las ventanas pintadas de colores… el ambiente bohemio… mi prima Yeya me cuenta que aquí se venden cigarros de marihuana ya liados, hablamos de drogas… de lo que ella ve en la acera de enfrente de la Uno… de todo…

Al entrar en el Museo de la Moneda, me quedo loca con la casa… es colonial al más puro estilo… lo miro todo maravillada… desde las primeras monedas –a las que los indígenas les arrancaban pequeños pedacitos de los bordes para poder fundir nuevas monedas- hasta las últimas que existen ahora mismo en el mercado… me quedo maravillada… para los indígenas precolombinos, el poder de los metales representaba el equilibrio del universo… falta nos haría ahora mismo, pienso… veo una especie de bala de oro macizo, cuando trato de acercarme el guarda me da el alto… si traspasa la línea amarilla, me dice indicándomela en el suelo, la puerta se cierra automáticamente… y no se lo recomiendo, señora, pesa 3 toneladas… creo que me ha visto tal cara de susto que por eso me ha regalado una moneda conmemorativa del museo… saliendo al patio, lleno de flores y con madera oscura como travesaños, se me adosa un joven bachiller militar… primero me aterro… pero cuando le escucho llamarme “mami” y decirme que cómo me llamo, me doy cuenta… el tipo está intentando ligar conmigo… pasamos al museo de Botero, dentro del mismo edificio… me encanta ver esa manera que tiene de plasmar la figura humana… caras sin ningún tipo de expresión, cuerpos extrañamente hinchados… su escultura de una mano cierra la visita… coño, nos queda todavía otro museo… el de Arte Contemporáneo… la primera en la frente, Dalí… la segunda de mis perdiciones, Klimt… la tercera, Picasso… disfruto, miro, observo… hacía tiempo que no me detenía a mirar un cuadro maravillada… disfruto la sensación, lo comento con mi prima… no, no somos dos intelectuales… pero disfrutar a Klimt así de cerca pasa pocas veces…


Cuando salimos, la calle se ha transformado… está plagada de gente con mochilas, carpetas… sí, la Candelaria acoge numerosas universidades más accesibles para la gente común y corriente que las enormes con nombre del país… la gente que estudia acá, me explica Yeya, es la que trabaja durante el día y luego estudia por las noches… un ambientazo universitario único… recuerdo mi época en La Berzosa, cuando yo era una de esas que se iba con su carpeta a clase… uff, me digo, han pasado tantos años y sin embargo me parece ayer… al llegar al parking, una dosis de realidad colombiana… sentados en una acera, una familia al completo con parque infantil plegado incluido… son desplazados, gente que huye del campo por culpa de la guerrilla… que huye de la violencia, del miedo, de la razón sin razón o con ella… huir implica aterrizar en Bogotá como vagabundos… cada vez hay menos, me dice Yeya, es lo bueno de la desmilitarización del país… la gente puede volver a sus casas… lo pienso con calma sentada en el Megane de mis tíos… jodida vida, dejar tu hogar a la fuerza y tener miedo a regresar… mientras lo pienso, me aterro… un hombre en unas condiciones lamentables corre entre los coches… le faltan dientes, está vestido con harapos… lleno de mierda, la mirada perdida… aquí les llaman “los desechables”… personas que, más allá de vivir en la calle, están metidos en el fondo del pozo de la droga… Weimar me dice que si corre así, sin tener cuidado entre los coches, es porque ha robado algo y está huyendo… le miro mientras se pierde entre el tráfico, temo que le atropellen… pero no, los coches le esquivan… él no cambia su rumbo, va por la puta línea que separa los carriles…


Mientras veo Bogotá iluminada –en pijama, como dicen aquí- por la ventanilla, pienso en los contrastes… en la locura… en las tristezas de esa gente que vive en una acera esperando poder volver a sus casas… a su tierra… en ese nombre tan horrible, los desechables, que no temen que les atropellen… esto es América Latina, me digo… una dosis de vida más allá de los algodones… un entramado maravilloso de colores, pobreza, riquezas, dolores, secretos y silencios… quizás no tan distinta a la vida del otro lado del mar… pero sí mucho más evidente…

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