martes, 24 de febrero de 2009

La Cenicienta del Trópico

Había una vez una Cenicienta que vivía oprimida dentro de un palacio… en vez de hermanas malvadas y madrastra celosa, tenía fantasmas… de esos que, sin entender, habían poblado su hogar… su espacio, su cabeza… por completo… Cenicienta lidiaba con ellos… con aquéllos momentos en los que la empujaban escaleras abajo… todas aquéllas veces que un simple susurro de uno de ellos la encerraba en el sótano de aquélla enorme fortaleza… desde esa oscuridad, la veía de otra manera… sin lustre, sin brillo… sin vida, al fin y al cabo… al acabar cada día deseaba que un príncipe azul la rescatara de esa oscuridad… de ese olvido, de esas preguntas para las que no encontraba respuesta…

Cenicienta contaba los días dentro de su pequeño universo… un día más, se decía… nunca era un día menos… había de convivir con ellos, con los fantasmas… con sus carcajadas… con sus burlas ante las preguntas, con sus mentiras… con todas esas cosas que le habían ido convirtiendo en una mujer marchita dentro de unas paredes que fueron de marfil… se sentía frágil rodeada de ese peso asfixiante de la atmósfera… dentro de esa pompa de jabón que había edificado para estar lejos de todo el resto del mundo… para no sentir nuevos fantasmas…

Sin embargo, un día Cenicienta logró salir de aquélla fortaleza… lo hizo sola… con miedos, con dudas… con un billete a ninguna parte montada sobre una calabaza… con una vida desconocida al otro lado de esa enorme mancha de agua hacia la que se precipitaba… pero voló, logró hacerlo sola… logró pegar el salto hacia el otro lado, ese que la estaba esperando… su propio impulso desde el fondo de una piscina para sentir la sensación del aire en su cara… para sentir el aire entrando en sus pulmones… para sentir la libertad en el rostro… para sentirse, al fin y al cabo, a sí misma…

Ese extraño impulso le hizo a Cenicienta convertirse, de golpe, en esa princesa de cuento… brillaba con luz propia… miraba, observaba, sonreía, compartía… sentía de nuevo de alguna extraña manera… diferente… algún que otro fantasma se había metido en sus bolsillos… pero, pese a que le tiraba de los pelos y en ocasiones lograba hacerla tropezar, vivió… y, sobre todo, comenzó a sentir su esencia… esa que habían sepultado los fantasmas dentro de la oscuridad más absoluta de un sótano… dónde se guardan los trastos viejos, dónde se deja lo que nadie quiere pero no se atreve a tirar…

Así supo ella que su lugar no era ahí… que el sitio que le correspondía estaba sobre la tierra… disfrutando del sol, de la luz… de las pequeñas cosas… de una conversación… de las sonrisas, los deseos, las lágrimas… de esa extraña alma que, de nuevo, había descubierto bajo tanta basura... y, lo que era más importante… de golpe, había olvidado que en toda esta historia lo que más le importaba antes de saltar era un príncipe azul… mientras que, ahora, simplemente no estaba en las líneas de esa nueva historia…

Nunca antes una canción había reflejado tan bien cómo se siente esa Cenicienta ahora mismo... no es cuestión de geografía...

Gracias a todos los que lo habéis hecho posible desde un lado y otro de ese inmenso océano...



1 comentario:

Anónimo dijo...

Por fin te has dado cuenta de que eres una princesa. Iba siendo hora