lunes, 9 de febrero de 2009

Aterrizando en Panamá

Tengo que reconocerlo… me subo al avión nerviosa… no por el vuelo porque, añadido a todo lo positivo de este viaje, le he perdido completamente el miedo a volar… el destino, Ciudad de Panamá… y, más allá de eso, un reencuentro esperado… Nando y Nela me esperan en el aeropuerto… por fin voy a visitarles, por fin voy a verles después de un tiempo que me parece increíblemente eterno pese a ser poco más de un año… cuando me siento en mi sitio, pretendo dormir… pero al cabo de cinco minutos descubro que resulta imposible… para empezar porque la lista de formularios que he de rellenar durante el vuelo – de apenas hora y media- no me lo permite… y, para continuar, porque mi compañero de asiento tiene ganas de cháchara… con la excusa de pedirme el esfero –por extraño que suene, eso aquí es un bolígrafo- comienza a charlar conmigo… que si voy a Panamá a trabajar, le cuento el motivo de mi viaje… me cuenta el suyo… es de Medellín, la ciudad de las flores y una visita obligatoria que tendré que relegar para otra ocasión… a lo tonto a lo tonto, estamos aterrizando en Panamá… cuando veo el aeropuerto, pienso que me están tomando el pelo… aquello está en mitad del campo, al lado de lo que parece un tapiz verde árboles desde el avión… estoy nerviosa, lo reconozco…

Pero todos esos nervios desaparecen cuando, al salir, veo las caras de “dónde estará Riket” de mis Romeo y Julieta favoritos… no lo puedo evitar, según llego dónde están suelto la maleta y le doy un abrazo a Nando… llevaba mucho tiempo esperándolo… a continuación, le doy otro a Nela… parece que no ha pasado nada desde la última vez que la vi, eso me gusta… charlamos mientras nos dirigimos al coche, yo aprovecho para fumarme un cigarro… Panamá es un país absolutamente estricto con la normativa de fumar… mientras nos dirigimos por la autovía hacía la ciudad viaje de Panamá –o más bien, sus restos-, Nando me dice que no le quite ojo a “los diablos rojos”… sí, así es como se les llama aquí a los autobuses… son antiguos buses de colegio americanos, de esos que los yankees desechan porque ya están hechos mierda pero que en este país se convierten en auténticos y peligrosos medios de transporte… cada dueño –no es un servicio municipal- los tunea como quiere… unos le ponen la cara de un boxeador, otro la de su señora… pero eso sí, llaman la atención de lejos con pinturas metalizadas… es más, no queda un solo centímetro del bus sin pintar… si eso ya me llama la atención, flipo más todavía cuando Nando me cuenta que son peligrosísimos… no sólo por el estado en el que se encuentran pese a tanta pegatina y decoración sino porque, además, los conductores se pasan cualquier norma de circulación por el Arco de Trajano… bendita América con su tráfico…


La antigua ciudad de Panamá es un montón de escombros dónde otra vez hubo una fotificación.,.. lo único que queda medianamente en pie es la torre, aparentemente defensiva… lástima, es lunes y está cerrado al público… cerrado oficialmente, porque la verja del jardín donde se encuentra está abierta… los niños campan a sus anchas por allí, nos piden dinero… Nando me cuenta que los españoles que la construyeron se cayeron con todo el equipo en el primer ataque bélico… sí, estaba construída de tal manera que llegar hasta ella era como andar por el patio de mi casa…


Después de las pinceladas históricas, nos dirigimos al Crossway… una de las zonas más modernas de la ciudad… una lengua de tierra construída sobre el mar… por un segundo, recuerdo CSI Miami… la carretera estaba escoltada por palmeras, a ambos lados mar… y, eso sí, unos yates privados de espatarrar… el mar queda al alcance de la mano y, lo que es mejor todavía, el sol ha comenzado a caer… pese a ser la hora de los mosquitos, esa visión de mar a ambos lados y cielo anaranjado me fascina… nos sentamos en el Barko, un restaurante con forma de barco… en la proa, mirando al mar y al sol que está a punto de esconderse… ceviches variados y cerveza –Panamá, otro descubrimiento- en mano nos contamos nuestras vidas… nos reímos… les hablo de mis aventuras colombianas, de mis fluorescencias varias… cuando salimos de allí, esa luna llena ya ha vuelto al cielo… desandamos la lengua de tierra para ir a ese lugar que le sirvió a Nando de casa cuando llegó a estas tierras hace ya siete años… la Taberna 21, un restaurante español regentado por Hilario… un asturiano que no ha perdido su acento pese a vivir en Panamá y que, además, atesora su propio zoo particular entre esas cuatro paredes…


Nada más llegar, el primer espécimen peculiar… Toni, gallego, sesentón… capitán de barco de dudoso cargamento… simpático a rabiar, con una voz cultivada gracias a Marlboro… sarcástico, peculiar y ligón… como él dice, se relaciona con mujeres que cobran “peaje”… me descojono en un rato con él mientras esperamos para entrar a cenar… Hilario sale, me lo presentan… me río con su acento, con lo que dice… me doy cuenta de que Nando y Nela son como sus mascotas, como sus bebés… me gusta esa sensación de familia… cuando nos sentamos frente a una fuente de ensaladilla rusa y milanesas, me hablan de un tal Luis… un panameño que se siente español y que, por lo visto, tiene debilidad por las españolas… curioso cuando en estas tierras tenemos fama de ser mujeres temperamentales… Hilario organiza conciertos en el bar, me hablan de los Rabanes –uno de los grupos más conocidos de música nacional de Panamá-… tanta es la relación que le ha escrito una canción al particular zoo de esta Taberna 21 que es como un pedacito de casa en este lado del Atlántico…


Nos retiramos cuando el sueño parece estar a punto de terminar conmigo… cervezas varias y botella de vino ayudan... bajar de casi 3000 metros de altura a nivel del mar siempre es duro… cuando me tumbo sobre el colchón hinchable que sería mi cama, simplemente rozo el cielo… al día siguiente, hay que levantarse a las 7… comienza la aventura… y mientras Nela acaba de revisar su correo, yo simplemente me muero… el sueño acaba conmigo… y, lo que es mejor todavía, estoy encantada de estar durmiendo sobre el suelo de ese salón…

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