jueves, 25 de febrero de 2016

Los ojos de Maru

Miro la silla verde y me acuerdo con nitidez del momento en el que me la regaló… un mediodía en el bar, uno de esos muchos en los que venía en su silla de ruedas a tomar un mosto y al que yo correspondía bajando a saludarla… te gusta cómo queda la silla Maru, le dije después de haberla pintado de nuevo… contestó con ese "sí" tan largo suyo que acompañaba arqueando las cejas para dedicarte una mirada cálida… los mismos ojos con los que sonreía y que, incluso en los días malos, brillaban tantísimo… los mismos que, siempre que iba a verla, le pedía que me enseñara apelando a su coquetería… esos ojos tan guapos son para enseñarlos Maru, le decía… una provocación a la que, últimamente, solía responder regalándome una mirada cansada...

Mi suegrabuela, así llamaba yo a Maru… a esa mujer que trajo al mundo al hombre con el que comparto mi vida y que me metió bajo su ala al poco de conocerme… primero con recelo, mirándome con esos ojos suyos con curiosidad y distancia… presentándose cautelosa ante esa chica que ya conocía y que, como me dijo ella, siempre pensó que se casaría con su nieto… una distancia que respeté, mirándola de lejos desafiando a la gravedad en el huerto o bajando de pasarle revista a sus gallinas… fue su mirada la que, poco a poco, me dio permiso para acercarme a ella… para sentarme a su lado a charlar, para escucharla contarme páginas de su vida… para dejarme alucinada con su increíble capacidad de memorizar números de teléfono, unos que tenía apuntados en un cartón a modo de agenda por si acaso… para no sentir pudor por regalarle alguna flor para ese jardín suyo que tanto le gustaba… para disfrutar viéndola refugiarse debajo de mi ruana colombiana multicolor… 

Al lado de Maru y al amparo de esa manera suya de mirar que sonreía o castigaba, descubrí más de ella… de cómo habían nacido todos y cada uno de sus hijos, de cómo con un abrigo que le regalaban hacía ropa para tres de ellos… descubrí su nostálgico dolor por la leña que su madre no pudo recoger cuando ella y sus hermanos eran niños, su abnegación por sacar adelante a sus hijos con amor y mano dura en la misma proporción…  de ella aprendí que quejarse es un privilegio moderno para quienes no hemos vivido la miseria de una guerra y sus consecuencias… detrás de los ojos de Maru, había mucha historia… y, a pesar de toda ella, sonreía y se reía de lo que le rodeaba pero sobre todo de ella misma… descojonándose con pequeñas gamberradas a pesar de haber deshojado tantas páginas de su calendario, haciendo con esos pequeños momentos que esos ojos tan suyos tuvieran el brillo pícaro que quizás no pudo tener en su infancia… disfrutando como una cría con cualquier dulce que cayera en sus manos, honrándome con su alegría si le hacía un bizcocho para ella… 

Los ojos de Maru eran los de una madre… madre de los hijos que había parido… madre de sus nietos... pero, también, de quienes ella quería y elegía… de aquellos que, sin ser de su sangre, había decidido meterse en el bolsillo… con gestos sencillos y humildes como una docena de huevos, agarrándote fuerte de la mano… riendo contigo… echándote de menos cuando un día no subías a verla, preocupándose si te ibas de viaje… Maru era una mujer generosa de corazón, como solo la generosidad es auténtica… una mujer capaz de entender con 80 años y cariño que aquella chica con edad de ser su nieta era, de pronto, una de sus nueras… 

Hace unos días, Maru me regaló una de sus miradas… lo hizo igual que los últimos 14 meses, en ese riguroso silencio con el que la vida le echó un auténtico pulso… con el que la vida nos privó de poder escucharla y nos enfermó de la angustia de que no pudiera decir nada… abre un poquito esos ojos tan guapos, volví a decirle hace unos días… y por última vez, hizo el esfuerzo de abrirlos para mirarme… 

Hace una semana que Maru decidió dejarme en herencia esa última mirada suya, una en la que se mezclaban de manera juguetona el azul y el verde… unos ojos que, durante estos años, me han mirado más como una madre que como una suegra… dándome calor y cariño… haciéndome sentir parte de su gran tesoro, de esa familia en la que ejercía de faro con su sola mirada...