martes, 14 de enero de 2014

Fábula del viajero, la maleta y el último tren...



"El sol no se ha puesto aún por última vez"
Tito Libio

Había una vez un hombre que creía haberlo perdido todo… un día, ojeando el periódico, vio una oferta de trabajo en un lugar remoto pero conocido… el lugar en el que había nacido… el mismo lugar del que había huido para vivir su vida y al que solo volvía para ver a los suyos… ni corto ni perezoso, recogió sus pertenencias y se dirigió a la estación de tren… sin mirar atrás, así fue como decidió emprender su viaje… se sentó a esperar en el andén la llegada de su tren… estaba ansioso por que aquella máquina de hierro llegara para llevarle lejos, para empezar de nuevo… era el último tren del día y, para él, era el último tren que podía coger… se sentó en el andén pensando en su destino, en lo que le aguardaba al llegar a la que había sido su casa… dándole vueltas a todos los planes que tenía, a todos los que le esperaban… a ese desafío de comenzar de nuevo con la angustiosa sensación de que era el último comienzo… 

Le despertó el sonido del tren chirriando sobre los raíles… ese tren, el que él consideraba el último tren, se estaba marchando… había dormido más de la cuenta sin darse cuenta de la hora ni del tiempo… comenzó a correr tras él, acariciando las barandillas con la punta de los dedos… rozando el tren en un desesperado intento por subirse en él… y lo logró… peleó, corrió y consiguió aferrarse a ese último tren del día como si no hubiera ninguno más… cuando recuperó la respiración, entró en el compartimento como cualquier otro viajero que hubiera cogido el tren a tiempo… peinándose con los dedos para disimular su carrera, colocándose la camisa para que nadie se diera cuenta de que había subido al tren en plena marcha…

Durante los tres días que duró el viaje, el hombre no se movió de su asiento… pensando en lo que le aguardaba, recordándose a sí mismo que era la última oportunidad… una realidad irreal que se había autoimpuesto al comenzar su viaje… para cuando llegó a la estación de destino, era de noche… la noche más fría de todas, la más cerrada… una de esas sin luna ni estrellas en las que la oscuridad lo invade todo… al bajarse en la estación, se dirigió a la que era su casa… un camino largo que, a plena oscuridad, era difícil hacer sin tropezar… por el camino, encontró una luz en una casa al borde del camino… y, en la puerta y a pesar de la oscuridad, una mujer anciana se encontraba sentada…
- De dónde vienes, viajero?
- Da igual de dónde, contestó, voy a mi casa
- Tan importante es saber de dónde vienes como saber a dónde vas… has disfrutado el maravilloso paisaje que hay hasta llegar aquí?
El hombre se quedó callado, era tal su obcecación con llegar que ni siquiera había mirado por las ventanillas del tren...
- No me digas que no has visto los campos tapizados de margaritas… que te has perdido las bandadas de pájaros que ensayan vuelo antes de partir… que no has olido el aroma de la tierra húmeda… que has pasado por alto las sonrisas del personal del tren… que no has visto a pesar de la oscuridad la preciosa estación de este pueblo y la vereda llena de luciérnagas por la que has caminado hasta aquí...

Se hizo el silencio entre ambos, el hombre no había visto nada de todo lo que le relataba la anciana… la anciana sabía que no se había parado a mirar…
- Cogí el último tren, respondió él cambiando de tema...
- Nunca es el último, replicó la anciana, todos los días hay un nuevo tren para llevarte a dónde quieras...
- Cierto, contestó el hombre, pero para mí era el último
La anciana se quedó callada y sonrió:
- La vida no es una única oportunidad ni una última, contestó tranquilamente, cada época de una existencia permite vivir una vida nueva… a pesar de lo que haya pasado o de lo que se haya perdido… y cada vida que se vive tiene el mismo valor que las demás… con más o con menos riquezas, con más o con menos tristezas…
- Precisamente por eso estoy aquí, contestó él, para vivir una vida nueva
- Y dónde está tu equipaje?, preguntó la anciana

De pronto, él se dio cuenta que al salir corriendo había olvidado sus pertenencias… esa esmerada selección de cosas que no podía dejar atrás en el camino, esas únicas que había decidido que le acompañarían en ese último viaje que él había decidido que así fuera…
- Con las prisas, las dejé en la estación
- Y qué fue lo que olvidaste?, preguntó ella
- Nada, tan solo cosas viejas sin importancia… cosas del pasado… las cosas son cosas al final y al cabo, no?

Ella le miró fijamente… él podía sentir cómo le miraba en la oscuridad… le miraba con tristeza y con alegría a la vez… sacó del bolsillo un frasco de cristal envuelto en un trozo de tela…
- Guárdalo en el bolsillo hijo, le pidió la anciana, está lleno de todas esas cosas buenas que has decidido dejar en la estación de la que vienes… todas esas cosas que para ti no son importantes pero que, al final, son las que hacen que cada día valga la pena… hay un poco de sonrisa, un poco de amor… un poco de ilusión, una pizca de alegría… más de futuro y poco de ayer… ayer ya se fue y hoy es lo que importa… nunca es lo último hasta que la muerte viene a buscarnos… nunca es el final siempre y cuando tengamos ganas de seguir viviendo… tendrás que llenar el frasco día a día, tendrás que alimentarlo para que no se termine… a pesar de tus últimos trenes, a pesar de que no llegues a tiempo de cogerlo o sientas que se te escapa…

El hombre cogió aquel regalo a oscuras y lo guardó en el bolsillo de su chaqueta…
- Recuerda que, a pesar de todo, has dejado más de lo que crees en esa estación de la que vienes… con las prisas, has olvidado tu corazón… porque eso y solo eso es lo que uno deja de lado cuando cree que no hay más después… cuando piensa que ha tomado su último tren…

El hombre se quedó pensativo mientras acariciaba aquel frasco en su bolsillo… un frasco ligero y voluminoso… uno que no sabía qué contenía…
- Sigue tu camino hijo, le dijo la anciana, síguelo sin mirar al suelo… hay tanto que ver cuando se levanta la vista… recuerda que cada día es único… que, más allá de cualquier último tren, tú eres dueño del horario de tu propio tren… y que, más allá de cualquier estación, tú eres siempre el que hace que los viajes valgan la pena… el que tiene que hacer, día tras día, por ver lo hermoso del paisaje aunque sea de noche…

El hombre siguió su camino andando en la oscuridad… acariciando ese frasco que no pesaba en el bolsillo, mirando los árboles que se recortaban en la noche… persiguiendo alguna luciérnaga que iluminaba tímidamente el camino... cuando llegó a la que era su casa, encendió la luz para ver qué tenía aquél frasco… se sorprendió al ver que estaba vacío y que lo único que tenía dentro era un pedazo de papel escrito a mano… lo sacó con cuidado del frasco y, cuando lo desdobló, solo ponía una palabra escrita con una caligrafía perfecta… vida… fue después cuando supo que aquella mujer se llamaba Esperanza…

Y entonces entendió que no hay últimos trenes ni últimas oportunidades… entendió que la maleta que abandonó en aquella estación era parte de lo que él era… y comprendió, a muchos kilómetros de aquellas cosas que olvidó en una estación, que eran irremplazables y únicas… que, a pesar de todo, la vida solo está hecha de las cosas que no se pueden guardar en una maleta… y que, a pesar de comenzar de nuevo, tenía que recuperarlas para poder seguir sintiéndose vivo…

Foto | facimadevilla en Instagram

viernes, 3 de enero de 2014

Propósitos de Año Nuevo




Tengo amigos que descubrir y muchas cosas que conocer
El Principito, Antoine de Saint-Exupéry



Siempre, a estas alturas de año, suelo hacer balance... esa peculiar palabra que supone matemática pero que aplicamos a la realidad de nuestras vidas... a algo tan imposible de medir como es vivir... un difícil ejercicio en el que, pesa en mano, cargamos los platillos en busca de un equilibrio inexistente... este año, sin embargo, he decidido romper esa rutina... he pasado a este año par que suma siete como si no supusiera un cambio de calendario... como si, simplemente, hubiera llegado ya a pesar de que esa cosa llamada Navidad diga lo contrario... mi año ha despertado antes incluso de vestir de gala Enero, un extraño sueño dispuesto con un único objetivo... he decidido no hacer propósitos como cada año para desatarme con rebeldía de esa obligación... de la de establecer lo que hemos de hacer a lo largo de doce meses para luego hacer balance... para contabilizarnos... para castigarnos y perdonarnos por las cosas no hechas... 

He empezado este año que suma siete sabiéndome más consciente que nunca de que este peculiar viaje no tiene billete de regreso... sabiendo más que nunca que sumar años supone el mejor consuelo para envejecer, para hacerlo lentamente cada día... no he empezado el año haciéndome más propósito que sonreírlo, que vestirlo de ilusión... retomando ese espíritu inocente de ver maravillas en las cosas más pequeñas, en las que quizás son invisibles para los demás pero rotundas para cada uno... empiezo este año queriendo alejar de mí el sí constante, el no perenne... mirando la agenda no como una enemiga sino como una compañera, desenfadándome con los enfados para que no me quiten esa sonrisa que me recomiendan que no pierda nunca... recordando ese sanísimo hábito de sacar las alas sin moverme de una silla, de contar como necesidad vital y no profesional... de escupir palabras con mimo, con rabia o emoción pero sin corsés... recordando lo vital que es el significado de amistad, sacándole brillo a una cuenta siempre en números rojos... en este nuevo año, tengo el propósito de desterrar el fluorescente rosa para que él no me destierre a mí de mi propia vida... para que no sea el dictador de unos días que son sólo míos...

Suma siete, ese es mi gran presagio para este 2014... un número mágico que, además, coincide con esas siete vidas de gata que atesoro entre ronroneos... un año más para sentir saboreando cada una de sus seis letras... para entender que incluso la tristeza solo es el pequeño precio que hay que pagar por vivir... un nuevo año para entender que si quedan muchas cosas por hacer es precisamente porque estamos vivos, para comprender que intentar ser felices es obligatorio por estarlo...  para que eso sea el único propósito posible para un nuevo año... 

Foto | facimadevilla en Instagram