jueves, 26 de noviembre de 2009

Estoy en casa...



"Una casa es el lugar donde uno es esperado"
Antonio Gala


Estoy en casa otra vez… no he sido realmente consciente hasta el día de hoy… dos días después de volver del otro lado del Atlántico… dos días después de una experiencia más vital que meterme en el bolsillo… por cómo te abre los ojos… por todas las cosas que te hace pensar, sentir… todas las que miras como si fueras un búho… cuestionando tu propio mundo, en otro igual pero distinto… atrapando muchas imágenes mentales que jamás podrás plasmar en fotos aunque quisieras para poder volver a verlas… no con la misma intensidad, nunca de la misma manera… simplemente porque no volverías a vivirlas con la misma sorpresa de la primera vez jamás… he vuelto con un montón de pequeños recuerdos… con el alma, una vez más, calentita… por una aventura compartida, una con muchas historias que contar de las que te hacen reír… hay mucha gente esperando a que cuentes nuestras anécdotas de allá, me ha dicho esta noche a través de una pantalla Nagasaki… me he reído… son tantas que prefiero que algunas nos las quedemos sólo las dos… para poder descojonarnos de manera cómplice por tonterías que, a ambas, nos mataron de la risa… hoy ha sido mi primer día de ausencia de mi bomba atómica particular… supongo que ahora te me desaparecerás un par de semanas, me dijo con mucho cachondeo cuando nos despedimos mientras me abrazaba en Chamartín… ella sabe que me hace falta ese espacio mío y sólo mío que tanto necesito… para pensar… para sentir el silencio más absoluto… para, simplemente, estar a solas conmigo misma…  con un par de días me conformo, le contesté… nos reímos, hemos descubierto que nos oímos pensar la una a la otra… necesitamos divorciarnos, me soltó mientras hacíamos el check-in en Caracas, al menos por un tiempito… sonrío… me gusta oírla pensar, lo reconozco…

Hoy me he dado cuenta de que estaba en casa cuando he abierto los ojos en mi habitación… sola… con el ruidoso no silencio de mi casa… con la luz entrando por la ventana… me encanta la luz de Madrid, le dije a Thais cuando veníamos en taxi hacia casa después de una pila de horas de viaje… lo dije de tal manera que sonó a suspiro, a un “te he echado un poco de menos” y a un “se me ha olvidado que a veces te odio”… gata a ti te encanta Madrid, me dijo ella con una ternura maternal… hoy he vuelto a sentirme en casa en esta ciudad… y creo que eso ha sido lo que me ha aterrizado los pies del todo contra el suelo de mi calle… amortiguada  por este asfalto, por un invierno que no ha llegado a mi barrio porque los árboles siguen rojizos… he vuelto a mi rutina de bajar a ver a Manolo cada mañana, de reencontrarme con Isa a las 10 cada día en ese bar peculiar donde los haya… he vuelto a encontrarme con mi fiel escudera y su incontinencia verbal, de cómo mis dos semanas de ausencia hubieran parecido mil por todas las cosas que tenía que contarme… sí que te ha cundido el tiempo, me dejó decir con mucho cachondeo… conozco sus nervios, sus miedos… respiro… somos pajaritos heridos, le dije con mucha ternura, y cuesta trabajo olvidarlo para volver a saltar de la rama para volar…

He vuelto a esta casa mía que muta y se transforma cada vez que me voy de ella… vuelve a ser distinta pese a ser exactamente la misma… mis plantas, la luna cada tarde encaramada al brazo del sofá fumándome un cigarro… sonrío… me gusta compartirla, lo reconozco… creo que sólo un lunático entiende lo que se siente viendo la luna, las ganas que tienes de comentarlo con alguien que entiende que no estás zumbado y la disfruta tanto como tú… miro por la ventana y, es curioso, comparo este atardecer que siempre me ha gustado tanto con el de Mérida… con ese cielo inmenso con nubes de algodón… recuerdo el de Bogotá con mi tía, el más increíble que he vivido nunca, mientras volvíamos a casa con Cristóbal… pienso en cada uno de los que he visto en ese sitio del pantano que siento mío… me río… echaba de menos mi cielo de Madrid y, ahora que vuelvo a verlo, pienso en otros distintos… yo y mis eternas contradicciones, encantadas de conocerse… supongo que es lo que tiene repartir pedacitos de lo que soy…

Estoy en casa y pienso en los chicos… me asignaron en la rifa de la vida que me tocara una tribu peculiar… de la manera más sana del mundo, con una amistad curiosa y compartida… en el momento preciso... si les conocieras te enamorarías de ellos, dije hace poco a través de una pantalla… he hecho nuevos fichajes durante mis días de Conservatorio en Barquisimeto… sonrío… Thais dice que cada vez que me despido de ellos se me queda un trocito de corazón, y yo sólo puedo sonreír porque me conoce tan bien que me ahorro tener que decírselo… pensando que, además, ahora he sumado más nombres en esa lista previa que tenía… sumando una niña que me preguntó con una ternura absoluta cuando iba a volver, otra que quería que la ayudara a volar… una prima ajena a la que espero reencontrar muy pronto, a la que le deseo mucha fuerza para saltar de la rama en este momento de su vida… una familia que me acogió en su espacio como una más, con todo el cariño del mundo… una amiga que es socia, jefa y maestra y para la que yo soy además asistente personal, enfermera y animadora social… me descojono, somos un gran tándem…

Estoy en casa, de nuevo, en mitad de esta noche… volviendo a encontrarme con el mundo que dejé en pause antes de marcharme… con ese que me ha seguido y me ha acompañado pese a estar en el otro lado del mundo… con esa familia mía tan preocupada con mi viaje que por fin me oían cerca de verdad... con esa otra elegida que me esperaba a la vuelta... que tenía tantas ganas de volver a verme, de tomar un café...  esto sabe a escalofrío, a música… a dudas… a silencios y letras… a página nueva de calendario… al vértigo de ver cómo pasan los días… las palabras… las sensaciones… estoy viva, me digo una vez más… es curioso, nunca creí dudarlo y sin embargo durante mucho tiempo lo olvidé… ahora más que nunca, me alegro de recordar tantas cosas… de rebobinarlas… reproducirlas en mi mente… con esas fotos mentales mías que siento hacer “click” en mi cabeza cuando algo me despierta los sentidos como si fuera una pequeña explosión…

El barco pirata vuelve a estar anclado en ese lugar del mundo que es únicamente mío… respiro… me lo fumo… con nocturnidad, otra vez… con alevosía, de nuevo… con mucha premeditación, siempre… en un reino de silencio que sólo rompe la música… en mitad de una penumbra que me agudiza los sentidos y me eriza la espalda… con ese metro cuadrado tan inmenso que siento tener dentro de mí… reviviendo las experiencias de estas últimas semanas con la perspectiva de la distancia… haciendo ese balance mental que tanto me gusta hacer… soy una yonkie de las emociones y no quiero desintoxicarme… prefiero subir la dosis… prefiero, simplemente, seguir teniendo esta sensación de felicidad que tengo… por esos regalos invisibles que te dan pequeñas cosas en la vida… un reencuentro, una amistad… una sonrisa, unas palabras… sonrío y ronroneo…  soy afortunada, lo reconozco…

martes, 24 de noviembre de 2009

Mi último día en Venezuela desde el avión...

Escribo subida en un avión… uno que trata de atravesar el Atlántico con un camino distinto… a causa de las fuertes tormentas en la ruta habitual, ha dicho el capitán hace un rato, tenemos que modificar el plan de vuelo… hasta ahí todo sonaba, únicamente, a que quizás tardaríamos más en llegar en Madrid… más en volver a casa después de un día casi interminable que comenzó a las 4.30 de la mañana… una vez más, como me pasa siempre antes de un viaje, no lograba dormir… repetía mentalmente el itinerario de estas semanas, los días que había pasado en el otro lado del mundo que habito… revisaba esas fotos que, de una manera u otra, no he logrado hacer… pensaba, mirando por esa ventana que era mi punto yonkie de la casa donde estaba, en desandar el camino… en volver a esa vida que se quedó en stand-by pese a no hacerlo… esa que me ha acompañado en la distancia de muchas maneras… con la curiosidad de algunos… con el azúcar de otros… con las fotos de un paseo por la playa…

Despertarme esta mañana era, apenas, haberle permitido a mi cuerpo dormir una breve siesta que no creo que llegara a la hora y media… medio sobada, salimos hacia El Vigía… ese aeropuerto que está a hora y media de Mérida… una ciudad de la que me he ido sin haber logrado ver al indio que se recorta en la montaña pero que, al menos, me ha dejado ver un pedacito de luna como regalo en mi última noche… un pedacito en mitad de esas nubes que convierten el cielo en algodón cada noche… uno increíblemente brillante en un cielo increíblemente grande que llegó, justo, en mitad de una conversación de sofá y manta en la lejanía… dejamos Mérida en la oscuridad… para vivir dos cambios de paisaje… para dejar de ver esas enormes montañas y comenzar a ver una zona árida de tierra roja y cactus por todas partes… una en la que había plantaciones de caña de azúcar ya operativas a esa hora, con lucecitas minúsculas a lo largo de los dos lados de la carretera… el cielo estaba lila, de un color acojonantemente bonito en el frente y entre rojo y fuxia a la espalda de ese coche que nos llevaba… cuando el rojo venció completamente, el paisaje volvió a cambiar… no eran más de las 5.30 de la mañana y el tráfico era increíble… con esos controles militares que plagan las carreteras de Venezuela… en mitad de esos montes escarpados pero bajos con una vegetación que bien parecía selva más que monte…

El Vigía resultó ser un aeropuerto de juguete al que llegamos y casi no entramos cuando, al abrir la puerta, nos pegó una bofetada el frío más insoportable… uno que contrastaba con el calor de fuera, con el que teníamos… en este peculiar país, no sé por qué, o se mueren de calor bajo el sol o se congelan con el aire acondicionado… primer asalto del día, resulta que el ordenador de la compañía aérea –Santa Bárbara- decide volverse loco justo cuando nosotras llegamos… primero dice que el número de vuelo que tenemos es erróneo –alucinamos pero a base de respiraciones conseguimos que no se note mucho-… después asegura que ya hemos volado –la alucinación pasó a ligero pánico y comprobación de si, por algún motivo, habíamos chequeado mal los billetes-… y, para rizar el rizo y después de más de media hora, la buena encargada decide que hay que hacer las cartas de embarque de manera manual… respiré, inspiré… y Thais me mandó a fumarme un cigarro a la puerta del aeropuerto de Playmobil que, eso sí, quiere ser internacional algún día… para cuando volví a entrar, nos fuimos a desayunar… lo hicimos al son de “Amante bandido” de Bosé,”Al partir” de Nino Bravo y el desayuno de –presunta- tortilla española que pidió Ronald –el hermano de Thais-… cuando se la trajeron, no quise frustrarle… aquélla tenía de tortilla española lo que yo de obispo de Cuenca, pero me callé para no sabotearle… hasta que me preguntó y, sincera que es una, no me pude callar… al menos se rió… charlamos… nos despedimos de él con un “nos vemos en Madrid” y, a partir de ese momento, pasamos dos horas en una sala de espera… una que parecía el qué apostamos porque iba llenándose de cada vez más gente… gente que miraba por el ventanal esperando la llegada del avión… veíamos pasar nuestras maletas de camino a ninguna parte… algunas en un carrito, otras en la mano de los trabajadores del aeropuerto… ni rastro del avión… cuando la gente empezaba a amotinarse, el bendito avión apareció…

Primera etapa lograda, hemos conseguido sentarnos y volamos rumbo a Maiquetía… eso sí, con un tufo a gasolina que durante unos minutos lo hizo irrespirable para el pasaje mientras la azafata ponía cara de inocente y decía “gasolina??” como Hurkle decía “He sido yo?”… vamos, como si estuviéramos todos locos… para cuando me quise dar cuenta estaba en Caracas… corriendo por una terminal para encontrarnos con Glenda que había venido a acompañarnos y a despedirse antes de que nos fuéramos… para hacer la cola interminable para poder facturar… en este país, todo es una cola… otra para el papelito de inmigración, otra para abonar las tasas sin las cuales no te dejan salir de territorio venezolano… después de tres cigarros en la puerta del aeropuerto –Maiquetía no tiene áreas de fumadores como tal-, nos despedimos de esa baby-sitter caraqueña que nos echamos mandándole muchos besos desde –cómo no- la cola para pasar el control de seguridad… un control que se duplica, aunque no entiendo por qué… te pasan por la máquina de rayos todo, a ti por el arco de seguridad… cinco metros más allá, se repite la operación… supongo que es por si en ese trayecto –cinco metros- te da por armar una bomba nuclear con un par de chicles, desodorante y la cámara de fotos…

Llegamos al control de inmigración, me coloco con mi papel en la fila de “Extranjeros”… cuando llega mi turno, llego al mostrador… entrego ese papel de la República Bolivariana de Venezuela que es un interrogatorio en toda regla… la tipa mira mi pasaporte con cara de pocos amigos, me mira a mí… qué día llegó a Venezuela, me dice sin mirarme buscando el sello de entrada al país… la respondo… española, pregunta asintiendo con una gran desidia… turismo, pregunta cuando encuentra la página y coge el papelito… de golpe, con el sello en la mano, se detiene… lo deja sobre el mostrador, coge un bolígrafo rojo… me mira con la peor cara que le permite el odio visceral que sintió por mí en ese momento… profesión, pregunta con un tono que más me habría valido poner “puta”… periodista, respondo… ya lo sabe, lo he escrito en el papel… lo escribe a lo largo de todo mi papel de inmigración, de lado a lado, con ese bolígrafo rojo… separa la primera página –copia para ese gobierno sumamente revolucionario y bolivariano- y la coloca en un montoncito separado de los demás… si mi asombro ya había alcanzado –creía yo- cotas máximas, me quedaba lo mejor… la tía va y me tira el pasaporte, el papel y mi carta de embarque contra el mostrador para hacerlo caer contra el suelo… mirándome con una cara de odio que ha germinado aquí en contra de la libertad de expresión… con los ojos cerrados, sin cuestionar quien manipula a quien… sentí rabia, una rabia inmensa… no porque me tenga que marcar por lo que hago, sino por cómo me trató por el hecho de hacerlo… esto en mi país se arreglaría casi llegando a las manos, pensé para mí recogiendo el pasaporte después de una acalorada conversación en la que la policía pronunció el término "cáncer", te salvas porque tienes el puto sello de “vete a tu casa ya” en la mano… cuando le enseñé a Thais el papel, no se lo podía creer… yo rabiaba por el aeropuerto… incapaz de procesar que algo así pudiera suceder… orgullosa, en cierta manera y por primera vez en mi vida, de mi profesión y de resultar tan “peligrosa” de una manera tan absurda para un Gobierno… tanto como para marcarme en rojo… para ponerme en otro montón… tanto como para que la de inmigración me tratara como si tuviera a un leproso delante…

Encabronada, descubrí que había un único punto yonkie en el aeropuerto… un cafetín con una salita acristalada… para ese momento, ya teníamos compañero de viaje… un mazado de 24 años que se nos había pegado como lapa y que nos contaba que se lanzaba a la aventura de buscarse la vida en España… primer intento de fumar, llego al cafetín… tiene que consumir mami, me dice el camarero… vuelvo donde está Thais a por dinero… segundo asalto al cafetín, pido un café con leche… 6 bolívares fuertes, más barato que una botella de agua… llego con mi ticket -y mi mono- a la puerta de la habitación del humo –y del pánico-… y el enorme carcelero –sentado en una silla, no fuera a escornarse del estrés- me dice que no puedo pasar… que tengo que consumir la friolera de 40 bolívares fuertes –el equivalente a 10 euros- para poder entrar y fumar… estuve a punto de inmolarme a lo bonzo… traté de razonar con él que no tenía más dinero, porque aquéllos billetes estaban reservados a la colección de un amigo de Thais… que mi tarjeta es de chip y, cosas de la vida, ellos prefieren las bandas magnéticas –claro, para qué tener seguridad pudiendo mantener un sistema que permite el duplicado-… omití que no quería cambiar ni un euro más en la casa de cambio… el tipo optó por soltarme un “menos cáncer mami” tan sarcástico que me tocó la fibra sensible… un “paga los 34 bolos que te faltan y te dejo entrar” tan risueño que le llamé ladrón sin ningún tipo de pudor… reconozco que si algo bueno ha tenido este día en Venezuela es que me siento más revolucionaria que nunca… tanto que me la jugué a fumarme un cigarro en el baño de la terminal… que me multen, le decía a Thais, que lo pago con la tarjeta… nos descojonamos, la verdad…

Después de casi dos horas de retraso, embarcamos… dos horas en las que la policía no paraba de retirar pasaportes a ciudadanos venezolanos que desaparecían para volver a hacerlo al cabo de un rato… horas en los que los de anti drogas hacían un “sile, nole, sile, nole…te tocó” con quiénes consideraban oportuno… que llamaban por megafonía a quiénes habían abierto las maletas en busca de algo sospechoso… por qué siempre adoptamos un perrito, le dije a Thais con mucho cachondeo refiriéndome al veinteañero valiente y fornido que nos habíamos echado… nos descojonamos… a él también le tocó un señor control… embarcamos para estar otro tanto sentadas sin movimiento muriéndonos de frío por el chorro de aire acondicionado… para buscar la postura más cómoda para dormir… para despegar de Maiquetía sabiendo que, quizás, el viaje sería algo más largo… lo que no imaginaba es que viviría las peores turbulencias que he vivido jamás… esas que aparecen cuando estás cenando, creo que por primera vez, una comida de avión que sabe a comida… esas que, durante cinco segundos, es un simple meneo… y que, de pronto, se convierten en un descenso brutal del nivel del avión… con gente asustada… con más descenso… con un corazón que ha estado a punto de salírseme del pecho… con la mano de Thais agarrando la mía…

Cuando lo peor ha pasado y esa montaña rusa en la que nos hemos convertido ha parado, he sentido terror… al mirarme las manos y ver cómo me temblaban, se me ha puesto un nudo de angustia tan bestia en la garganta que me he echado a llorar… no queriendo hacerlo… sintiendo una presión brutal que no era capaz de controlar… esta vez no puedes querida, me he dicho a mí misma… me seguían temblando las manos tanto que no podía ni siquiera beber agua… me temblaba todo el cuerpo sin poder evitar lo contrario… me sentía ridícula, me reía nerviosa… seguía sintiendo unas ganas terribles de llorar mientras el corazón me seguía golpeando con tanta fuerza que todavía me duele… mientras Thais trataba de tranquilizarme… mientras me he refugiado dejándome abrazar contra ella, como lo hacía siendo niña contra el pecho de mis padres… mientras ella me daba besos en la cabeza, el tercer pasajero de nuestro asiento me ofrecía una pastilla… y yo sólo podía secarme las lágrimas y ver cómo me seguían temblando las manos como jamás lo han hecho… nunca te he visto tan aterrorizada, me ha dicho después… lo reconozco, nunca lo he estado… nunca hasta hoy… hasta hace un rato… hasta ahora, también… esto no ha parado y todavía quedan seis horas para llegar a Madrid…

Creo que, si mientras este avión sigue meneándose como lo hace, estoy escribiendo en vez de tratar de dormir es por un único motivo… porque creo que así, escribiendo, es la única manera que tengo de combatir el miedo que todavía siento… porque supongo que, como en Titanic, la orquesta tiene que sonar hasta el final… y, mal que le pese a la inmigración venezolana, una no es sólo periodista sino además contadora de historias…

viernes, 20 de noviembre de 2009

Gateando por la ciudad de los caballeros...


Esos ojos me alumbraron en mitad de la oscuridad, me dijo con mucha galantería el sesentón que se había acercado a la mesa… me quise morir de la vergüenza y sólo pude sonreír… me lo decía a la luz de las velas, en esa semi penumbra de la “Taberna de Eugenio”… un lugar al que habíamos ido a parar después de que el amigo abogado de mi compañera de aventura nos recogiera con la intención de tomar algo… una botella de Pampero de edición exclusiva… un lugar español que, rápidamente, catalogué como tal cuando al entrar no paré de ver cuadros de carteles turísticos de Barcelona o Castilla y León… me reí… acabar en la madre patria al otro lado del océano, pensé para mí, es cuanto menos curioso… compartíamos una mesa… unos vasos con mucho hielo picado que el camarero –un señor que ya sólo tenía edad de jugar al tute en un centro para la tercera edad y no de trabajar- rellenaba constantemente de ron, una pizca de Coca-Cola y un chorrito de limón… estábamos a oscuras porque, bendiciones de este país, habían cortado la energía… habían paliado la carencia de luz con unas velas… si es que en este país sois muy románticos, les dije a mis compañeros de palos –copas-… se rieron… es curioso… en vez de volverse locos –como me pasó a mí la tarde anterior cuando, hablando con mi padre, todo se quedó a oscuras y me convertí en el increíble Hulk dentro de la cabina de un locutorio-, se reían de sus circunstancias… bienvenida a Venezuela mamita, me dijo el tipo del locutorio cuando yo estaba a punto de estallar del cabreo… ellos, sin embargo, se ríen… eso es porque todavía somos indios, me decía ese abogado amigo que se desvivió por encenderme cerilla en mano cada uno de los cigarros que me fumé…


Acabar en esa taberna era el resultado de un día de gatas… de habernos levantado temprano gracias a la batidora –puta batidora- de la cuñada de Thais que, insisto, debe ser un cohete espacial de la NASA en pruebas por cómo suena… nos habíamos pateado Mérida de arriba abajo… caminando sus empinadas calles… mirando las tiendas de artesanía… conociendo esos lugares en los que ella había vivido, esos que formaban parte de su particular álbum de cromos… caminamos bajo el sol, charlando… quedándonos en silencio… mirando los puestos de hippys… saludando a la gente que ella conocía… con la broma –que nos persigue desde que llegué a este país- de que va a empezar a cobrar por mirarme… con una visita rápida a una casa colonial con un patio que me recordó tantísimo a Andalucía… viendo cómo la gente pinta sus casas porque llega la Navidad, con ese increíble espíritu que se vive aquí… hablando de nuestras vidas… viendo cómo se exprime esa caña de azúcar que bebí gracias al jefe de mi peculiar tribu en esa ciudad que dejamos atrás y que recordamos cada vez que escuchamos en alguna parte de esta ciudad a alguien tocando un instrumento… gateamos, sí… reconozco que lo necesitaba… un rato para mí, para nosotras… para hablar si queríamos, para callar si lo deseábamos… para hacer el gamberro por la calle para que mi bomba atómica particular se descojonara de la risa –dice que conmigo aquí se le van a acabar marcando los abdominales-… para agarrarla en mitad de una pastelería y ponernos a bailar con el ataque de risa del viejito –con unas bermudas y los calcetines subidos hasta mitad de la pantorrilla- que nos miraba… para irnos a un locutorio –aquí llamado muy mónamente “centro de comunicaciones”- y poder llamar… charlar con calma… sin prisas… dejándonos llevar por esos pocos bolívares que cuesta en este país escuchar a otra persona… sonreír… sentirte más cerca de aquello que dejaste atrás aunque siga contigo a este lado del Atlántico… para sonreír, para oír la ilusión que provoca en otro oírte desde tan lejos… para visitar el mercado de Mérida, ese lugar en el que la artesanía se cuela por cada rincón… ese en el que vi frustradas mis ganas de tomarme un jugo de maracuyá –aquí llamada parchita-… ese que nos obligó a subirnos en un taxi en el que me descojoné escuchando la canción de “Sopa de Caracol” que bailé durante todo el trayecto ante la mirada atenta del conductor y mi compañera de aventura… esa canción que me recordaba a mi Juana de Arco particular...

Bajamos la ciudad completamente para volver a subirla en busca de un papel que puede abrirle muchas puertas a ese “bebé” de mi amiga que ya no lo es… volvimos a bajarla para encontrarnos con ese abogado que nos llevó a esa taberna en la que mi bomba atómica particular reconoció haber sido tan feliz… bebíamos… hablábamos… del viaje a España del amigo de mi amiga… de su columna política en uno de los periódicos afines a la revolución pese a ser anti revolucionario… de la situación del país… lo hacíamos mojados en ron… rodeados de chavistas y de escuálidos –así se les llama a los opositores al Gobierno-… lo hacíamos a la luz de las velas… tratando –en mi caso- de mantener la compostura con un cubata que jamás se terminaba porque el impenitente camarero no paraba de rellenar el vaso… uno con Coca-Cola cuando, en los días de mi vida, yo he tomado ron con ese refresco… con la mente a ratos en otro lugar… sonriéndole a muchos recuerdos… a esas cosas curiosas que te da la vida…

Nos despedimos de nuestro compañero de copas improvisadas a las 8 de la tarde… con una risa floja sin precedentes en mí y unos coloretes nunca vistos antes en mi amiga… lo hicimos para ir al encuentro de su hijo, uno que sólo pudo descojonarse cuando nos vio en ese estado que a él –y a nosotras- nos resultaba tan divertido… lo hicimos para cenar una cachapa –una torta de maíz rellena de queso- y volar a casa de la madre de mi amiga… lo hicimos para recibir una llamada de ese compañero de copas que estaba destinada a mí… flipé cuando empecé a charlar con él, lo reconozco… me decía que me esperaba en un hotel con otra botella de ron… me hablaba de que le había despreciado la invitación previa pero que, en resumen, me daba una segunda oportunidad por si cambiaba de opinión… César se reía, Thais se descojonaba… y yo hacía lo que mejor se me da hacer… sacar el capote… agradeciéndole la invitación… tratando de lidiar con la vergüenza cuando colgué ese móvil que nos han prestado y que lleva como politono una canción del grupo del hermano de Thais… en este lado del mundo, ya lo he comprobado, no tienes que hacer nada para que un hombre te tire la caña… funcionan como el perro de Paulov… ensayo, error, ensayo, error… acierto… en mi caso, me quedé en las fases previas del testeo…

Hoy me he reído, lo reconozco… mucho, de hecho… por esa mínima sensación de libertad que tanto necesitaba… por poder caminar, conocer, ver, mirar… por tocar esa calle que vive en Mérida, con sus empinadas cuestas, con su gente… descubriendo esa ciudad que llaman de los caballeros por su absoluta cortesía masculina... viendo esas caras de dos indios que se recortan en lo alto de las dos montañas opuestas que rodean la ciudad...  esas que, cuentan las leyendas indígenas, algún día se unirán para besarse haciendo desaparecer la ciudad... por sus peculiares hombres mayores vestidos con enormes sombreros de caña… con esas nubes que parecen de algodón y que enredan cada anochecer en una neblina misteriosa... con esa nueva comprobación del trueno cerebral que se maneja a este otro lado del mundo… por haber vuelto a sentirme gata con salto sobre el tejado incluido…

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Estás en Venezuela si...

La luz y el agua se van sin previo aviso… si una mañana te levantas y te quedas mirando la alcachofa de la ducha con cara de gilipollas porque sólo sale un hilito de agua… sí de golpe, además, se hace la oscuridad más absoluta… dejándote donde estés con cara de póker… si ves media ciudad sumida en las tinieblas que provoca la falta de luz… si te toca subir siete pisos a pata porque, misterios de la modernidad, se te había olvidado que hasta el ascensor necesita de esa bendita energía para moverse…

Si la calle es un despliegue de silicona… de labios gruesos creados a golpe de bisturí… si ves tetas como las de Pamela Anderson, culos como el de Jennifer López… si te enteras de que es lo que piden las niñas al cumplir los quince años… si alucinas cuando te cuentan que, mujer que se divorcia porque su marido la engaña, operación de estética que cae para “repotenciarse” y volver a salir al mercado… si descubres que comprar un par de tetas de mentira es tan sencillo como ir a una farmacia y pedirlas... y que, agárrate los machos, además te las puedes probar...

Te llaman mami, mamita, mamasita… o cualquier otro derivado de “madre” pero en ningún momento puedes decir esa palabra como tal porque aquí suena a insulto…


Cualquier hombre puede tirarte la caña, hacerte la maniobra de la anaconda… y a ti te toca hacer la cobra, sacar capote y echar a correr… el motivo no lo comprendo pero, por lo visto, estás en Venezuela si no hace falta que tú le des el mínimo pie para que él se anime a tratar de conquistarte… para que te digan cualquier cosa por la calle, desde lo más bonito a lo más morbosamente sexual...


Ves puestos de comida por todas partes… en cada esquina, en cada calle… si todo huele a comida y te dicen de ir a comer “chatarra” –o sea, comida rápida-… si temes por el bien de tu colesterol con cada pequeña cosa que comes…

Si, comas lo que comas, te ponen un desfile de botes de salsas de sabores que ni te imaginas... que si maíz, que si tocineta... y, lo más alucinante de todo, más allá del arcoiris que forman es que incluso se han permitido crear una azul pitufo que sabe a queso roquefort...


Todo se mide en miles de bolívares… una moneda que puede llamarse “bolos” o “lucas”…


La charla habitual es sobre política o sobre dinero…


Escuchas a cualquiera decir que no tiene dinero... que hace "marimbas" -la traducción más apropiada sería encaje de bolillos- para sobrevivir…


Ves a cualquier adolescente con la mano pegada a una BlackBerry…


Todo es popular, revolucionario y bolivariano…


La vida de la gente es un auténtico culebrón… con historias de engaños, amantes, divorcios… cuernos, hijos desconocidos…


Las normas de tráfico están sólo para figurar… cuando nadie respeta un semáforo… cuando cruzar una calle es armarte de valor para que no te atropellen… si los coches, simplemente, te esquivan cuando lo haces…


Llenar un tanque de cincuenta litros de gasolina cuesta cuestión de céntimos de euro…


Cualquier taxi al que te subas va equipado con un equipo de música que ya querrían los macarras del tunning… y, cuando preguntas, te explican que hay gente que paga sólo para que los pasees por una ciudad por horas… eso sí, con buena música y a todo volumen…


Oyes nombres como “la calle del hambre” –áreas de los centros comerciales destinadas, únicamente, a comida-, “fuente de soda” –para hablar de un sitio informal en el que poder comer algo-, “enratonao” –resacoso-, “se me gastó el ojo” –hablando de mirar mucho a algo o alguien- o ves que a las iglesias evangélicas se las llama “pare de sufrir”…


Las carreteras tienen enormes socavones…


La distancia se mide en horas de trayecto y no en kilómetros…


Cada pared está grafitada o bien con mensajes revolucionarios –“Patria, socialismo y muerte”, la cara del Ché con una de sus citas o cualquier otra cosa muy revolucionaria y muy bolivariana- o declaraciones de amor del tipo “te amo princesa” o “cuchi, perdóname”…


Los ricos viven en lomas, los pobres en cerros… lo curioso es que la montaña es la misma…


Cuando vas a un supermercado, no puedes elegir qué comprar…


El azúcar es un bien preciado difícil de conseguir, aunque el país esté plagado de sembradíos de caña de azúcar…


Si cualquier precio se convierte mentalmente en dólares…


Cualquier dicho o expresión tiene un animalito incluído…


Si la palabra “arrecho” sirve para todo…


La piratería se vende en locales gigantescos en los que puedes encontrar cualquier cosa, desde un recopilatorio de merengue a la película que lleva dos días en el cine…

lunes, 16 de noviembre de 2009

Cinco días de cromos de recuerdos


En mitad de la neblina de esta ciudad, le paso revista a todas esas cosas vividas a lo largo de estos días… unos días de compromisos, música… he conocido ese extraño mundo que vive y crece encerrado entre las paredes de un conservatorio… estoy triste, no lo puedo disimular… tengo esa extraña melancolía que me dan las despedidas… esas de las que siempre huyo… esas para las que siempre tengo alguna excusa buena… con ellos es imposible, pienso sonriendo, nunca tengo escapatoria… me he vuelto a despedir de mi tribu particular, de esa que apareció en mi vida y que con el paso del tiempo parece haberse quedado a vivir conmigo aunque sea con la distancia que separa un océano y la diferencia de edad… da lo mismo… quizás vivimos en dos mundos distintos pero, por algún motivo que no comprendo, orbitan de manera similar…


He rellenado un álbum completo de recuerdos a lo largo de estos días… momentos con esos chicos que considero míos sin serlo… esos que nos han acompañado a lo largo de los días de la manera que han podido… entre ensayos, conciertos… entre sus múltiples obligaciones… con ratitos sueltos de esos que recibes como grandes regalos… creo que soy afortunada porque no he hecho nada para haberme colado en sus bolsillos y, sin embargo, me llevan en él de una manera distinta… lo reconozco, me siento halagada… por tanto cariño envuelto en preciosas cajas de dientes, besos y carcajadas… por mucho calor del que no sólo da el sol, aunque aquí pegue de firme… por las risas por mi manera de pronunciar la “j”… por desvivirse por cumplir esos pequeños caprichos que viven en un corazón europeo al que todo lo que pasa a este otro lado del planeta le resulta singular… por subirme en un ruta –un bus urbano- y disfrutar conmigo del paseo… por enseñarme esa flor de Venezuela –un centro cultural con forma de orquídea que, dicen las malas lenguas, se abre como una flor pero que jamás logré ver abierta-… por ese interés porque probara las cosas típicas que a mí me suenan a chino y ellos dicen con una soltura brutal… por la ilusión que les hacía a algunos que les viéramos tocar en una actuación que tenían en un club… por los abrazos que te dan cada vez que te saludan y se despiden de ti… por ese concierto de tangos que se convirtió en una eternidad hasta que vi salir a esa orquesta que suena a sueño…


He apuntalado lo que soy con una actuación supuestamente en deuda de una coral, sintiéndome tremendamente halagada por estar en esa silla sentada viéndoles cantar para un público tan reducido… con ese cariño de Dani, los ojos de una ternura que ven sin hacerlo… el mismo que me dijo que mi olor le recordaba a muchas cosas buenas con una sonrisa que tiene tanta dulzura que te derrite… el que me cantó al poco de saludarle esa canción de Amaury Gutiérrez que tanto le gustó de mi iPod y que habla de ojos que miran con sinceridad cuando los suyos no ven… se me calentó el alma con la aparición de Kike en el hotel donde dormíamos por sorpresa… por volver a convertirse en esa sombra que me acompaña y a la que tanto echaba de menos… con sus cosquillas, con sus bromas… con nuestras conversaciones sobre esas vidas que corren en paralelo a los dos lados de un océano... me ha faltado tiempo para compartir con él, y lo sé, pero supongo que es una deuda pendiente de cobrar al otro lado del Atlántico en algún momento… me he reído con las gafas de ese proyecto de arquitecto multiusos que hace de todo y se descojona con todo lo que digo… con su pelo a lo Pitingo que nadie comprende a este lado y que a mí me fascina…

Me emocioné con la ternura de unas lágrimas incontenibles… con esas que te da sentir la música de esa manera que la hacen ellos, como el motor de sus vidas… con ese concierto del ensamble, con volver a verles tocar… con sentir las lágrimas de un pequeño Tico-Tico que para mí siempre irá de la mano de un kebab que me hizo buscar en mitad de la noche de Valencia y al que decidí consentir sólo por ver cómo sonreía… volver a oírles tocar es una de las cosas que más atesoro… me quedo con el intento de Daniela por sacarnos “de rumba”, con su dedicación por acompañarnos en todo momento… con el abrazo de Abril… con las constantes gamberradas de Alfredito… con el afán de Christopher porque viera los Simpsons, lo que más le impresionó cuando estuvo en España por el doblaje y porque el pobre no comprendía ninguna de las bromas… me he guardado en el bolsillo las sonrisas de Antonio, la ternura de Pucho… el cariño de Daniel, un niño que carga a todas partes ese instrumento al que parece ir pegado y que, a la que te descuidas, te está poniendo la cabeza en el hombro… con la broma sobre los supuestos “disturbios” del avión –en vez de turbulencias- que tienen al pobre Alfonso –apodado Sancho Panza- en jaque aunque él también se ría… por ese rapto en mitad de la oscuridad del grupo del coro, cuando ya estaba en pijama… gritando mi nombre, haciéndome cambiarme… obligándome a salir aunque ni siquiera me lo pensé durante un momento… por la carrera del Gocho para abrazarme cuando me vio, con un rostro que ya no es tanto de niño en apenas unos meses… por la cara del jefe de mi peculiar tribu cuando le regalé ese silbato que nos acompañó durante las dos semanas de aventura en las que se convirtió esa gira que, pese a ser pasado, sigue estando en la memoria de todos… quizás porque es lo que nos une… quizás porque, al igual que a mí, a sus relojes también les dio cuerda…

No, no puedo enumerar todos esos cromos de recuerdos que me he quedado de una ciudad que, para mí, huele a percusión e instrumentos de viento de metal… no podría… me los he guardado y, pese a no ser tantos como quisiera, los tengo como un tesoro… uno que, pese a compartirlo, es sólo mío… uno que, una vez más, me ha obligado a dejar un pedacito de lo que soy en esa ciudad en la que me comieron viva los zancudos y que conocí en coche gracias a ese anfitrión que nos recibió con los brazos abiertos… con esa paz que sólo él desprende… con el cariño que da sólo mirando, hablando bajito y riéndose como lo hace… sólo sé que me enamoré de ellos en su día y, por algún motivo que desconozco, sigo estándolo… quizás por lo que me dieron sin pedírselo… quizás porque son especiales… porque sienten distinto, porque desprenden un cariño que desconocía… o quizás, simplemente, porque nunca estaré lo suficientemente agradecida de que la vida los haya puesto en mi camino…

jueves, 12 de noviembre de 2009

Barquisimeto, Lana y un puñado de música


Cuando abrí los ojos, no sabía ni dónde estaba… sólo que era temprano, demasiado incluso para mí… cuando miré la hora, me quise morir… las cinco y pico de la mañana… no están puestas ni las calles, pensé para mis adentros... error… a las cinco de la mañana en este lado del mundo hay un movimiento en la calle digno de observar… el sol apenas sale un poco después… y, después de veinte vueltas en la cama, opté por levantarme y bajar al patio a fumar un cigarro… al llegar, el sol ya calentaba como si fuera medio día pese a ser apenas las siete… me senté a disfrutarlo con el cuello estirado, con los ojos cerrados… los loros pasaban -aunque no logré verlos- chillando sin parar… cuando llevaba cinco minutos sentada, adopté a un gato negro… se tumbó apoyando la cabeza sobre mi pie, al sol como yo… debe ser la única persona a la que le gustan los gatos, me dijo un individuo que me miraba con cara de horror mientras yo acariciaba al minino y sentía cómo ronroneaba… Ger –lo siento, opté por llamarle así porque fueron las únicas tres letras que entendí de su nombre… las tres primeras… el menda tenía un nombre que era más un trabalenguas que cualquier otra cosa- era el gay con más pluma de cuántos he visto jamás y estaba absolutamente fascinado… qué hace una española tan lejos de su patria, me dijo con su lengua de trapo que pronunciaba la “c” como se hace al otro lado del océano… en cero coma y sin mediar palabra, me contó su vida… el tiempo que vivió en Vitoria, los malabares que trata de hacer para poder volver… me voy a casar con una brasileira, me dijo abriendo mucho los ojos, me cobra tres mil por casarse conmigo… cinco minutos después, me estaba contando su historia de amor con un cocinero español de Valladolid que, cuando le llama, llora porque no está cerca de él… yo no sé qué ha visto ese hombre en mí chica, me decía muy serio, pero me adora… sonreí… querer a alguien no siempre tiene una explicación ni un por qué, le contesté… me sonrió… tú crees que me quiere, me dijo él con una sonrisa de oreja a oreja… me sorprendió la pregunta y, en vez de contestarle irónicamente, opté por hablar sin más… si sufre así debe de hacerlo, le dije… lo que no esperaba es que aquélla frase le hiciera tanta ilusión como para que se me abalanzara, asustando al gato, para darme un abrazo y las gracias…


Un poco flipada con el derroche, volví a la habitación… Thais ya estaba despierta y asustada con mi fuga… me reí… creo que tenía miedo de que me hubiera largado a la aventura a descubrir Barquisimeto… vestidas y desayunadas, nos tiramos a la calle para tratar de llegar a pie al conservatorio… el sol calentaba ya como si fuera una estufa y –lo reconozco- empecé a derretirme con cada paso… para cuando lo encontramos, decidimos quedarnos en la puerta esperando a que nuestro maestro de ceremonias –el jefe de mi peculiar tribu- saliera a buscarnos… empezaron a llegar los chicos… esos chicos que no sabían que estábamos en Barquisimeto… los mismos que ponían cara de alucine al vernos, los que nos abrazaban largo… los mismos que tanto deseaba ver… los que, en parte, tanto miedo tenía de volver a encontrar por si nada era como fue… por fin volvía a tener que hacer un esfuerzo terrible para entenderles esa jerga que, aquí, era mucho más acelerada que en España…

Después de comer con ellos en un centro comercial, volvimos al conservatorio… les hacía ilusión que viéramos la clase de los “Compota”, una orquesta formada por niños de tres años en adelante… niños que, sin tener apenas edad de nada, sostenían un violín que chupaban… mocosos que tocaban la trompeta, que respondían a las indicaciones de la profesora… bebés que ya sabían lo que era la disciplina de la música y que, no sólo la acataban, sino que además les gustaba… salimos zumbando de allí para ir a Santa Rosa a la charla que una de las corales del conservatorio iba a impartir en una escuela… en un autobús desvencijado que, calculo, bien podía ser de cuando yo nací… Santa Rosa hasta ese momento era para mí un nombre sin más… uno de tantos de los que he escuchado desde que llegué a este otro lado del mundo… al llegar descubrí que sería, quizás, el lugar de Barquisimeto que más me gustó… el bus cruzó una arcada de entrada y el paisaje cambió completamente… aquello parecía una maqueta… con sus casas bajas pintadas de rosa chicle y de celeste… con la gente sentada en sillas de plástico en las puertas de las casas… una única calle, que tenía que hacer las veces de subida y de bajada, articulaba todo el tráfico… con muchas miradas curiosas ante nuestra presencia…

Caminamos entre casas con jardines que más bien eran secarrales… con ropa tendida… subiendo una cuesta llena de polvo que llevaba a ese colegio que íbamos a visitar… ese colegio era de una única planta, pintado en blanco y azul cyan… con un montón de enanos vestidos de uniforme blanco y azul marino que se movían a nuestro alrededor… que miraban curiosos a los visitantes… que se arremolinaban alrededor de ese coro vestido de verde pistacho y negro… nos miraban curiosos, con sus ojos oscuros o clarísimos… ninguno se atrevía a acercarse a nosotros… sonreían desde la distancia… contaban nuestros pasos… ninguno salvo una niña morena que no paraba de sonreírme… que guardaba una distancia de un metro conmigo pero que me seguía allá donde fuera… con una sonrisa blanca… sincera, enorme… sudaba bajo el infernal calor de aquél colegio en el que las profesoras trataban de organizar a los niños para el evento… sentada en una sillita, sonrió todavía más cuando le hice una foto… déjame verla, me dijo casi con un susurro tímido… miró la foto, me miró a mí… se sonrió vergonzosa… de mayor voy a ser cantante, me dijo muy seria cuando empecé a charlar con ella… qué bonitos son los sueños con cinco años, pensé, cuando el mundo de verdad no existe...

En una de las aulas, el coro calentaba la voz... nos fuimos a verles… y esa pequeña niña desapareció para volver a aparecer al cabo de minutos… me tendía su mano sin parar de sonreírme… cuando la miré, sostenía una bolsa de Pepitos –nuestros ganchitos naranjas de toda la vida- en una mano y apretaba contra sí su monedero… es para ti, me dijo sin parar de sonreír… me derretí, lo reconozco… por esa increíble bondad infantil que vive en esos cuerpos tan pequeños… me la quise comer en ese momento por tanta ternura… acordé con ella comérnosla a medias porque no sabía ni cómo decirle que yo no como de esas cosas… mientras la abría, no le quitaba un ojo al coro… me tendía los snacks naranjas para llenarme una mano… me obligó a comérmelos… me sonreía mientras comía los suyos… no podía parar de mirarla… estaba alucinada con aquéllas voces… a los cinco minutos, el show empezaba y nos tocó sentarnos… rodeadas de niños minúsculos, morenos… de esos que te sonríen con timidez, de los que te miran con un increíble descaro… el coro comenzó a cantar y toda aquélla panda de pequeños seres lo miraba sin perder detalle… coreaban las canciones… aplaudían… durante un ratito, me quedé mirando aquéllas caritas de felicidad con sólo música… miraba a aquéllos niños preguntándome cuántos estudiarían algo más que ese colegio que les protegía del mundo… cuántos de todos ellos lograrían cumplir alguno de sus pequeños sueños…

Con la última canción, tocó empezar a recoger… salí a fumarme un cigarro más allá de las verjas del colegio… y cuando volví, aquélla niña morena que me derritió regalándome una bolsa de ganchitos era un mar de lágrimas… se le escurrían por la cara, se limpiaba con la falda… qué te pasa, le pregunté poniéndome en cuclillas… entre suspiros y más lágrimas me explicó que había perdido su clase de música… que su mamá –la directora del centro escolar- no la había llevado… sonreí… no pasa nada por perder una clase, le dije mientras le secaba las lágrimas… es que hasta la semana que viene no hay ninguna, decía llorando, y es mucho tiempo el que tengo que esperar… me quedé pasmada… para ella era realmente importante ir a su clase de música… ir a tocar las campanas que me contó que tocaba… era tan vital que no podía parar de llorar… cómo te llamas, le pregunté… Lana, me contestó entre mocos y lágrimas… sentí una infinita ternura por esa única niña del planeta que no quería perder su clase… que no podía parar de llorar y secarse con la falda del uniforme… esa misma que me había sonreído tanto… esa que sentía un tremendo disgusto por perder una clase… una niña con una enorme sonrisa y un cuerpo minúsculo a la que una clase de música le alimentaba el alma… cuando me despedí de ella, seguía llorando…

Bajé la cuesta pensando en lo increíble de ese lenguaje invisible... su poder en seres que, como Lana, quieren hablarlo y necesitan de él… lo genial de algo que sólo puede sentirse… que es como creer en dios… o lo sientes, o no… y por algún motivo que no entiendo, en esta ciudad, simplemente se cree...

miércoles, 11 de noviembre de 2009

La experiencia Caracas-Barquisimeto... en autobús

La primera etapa del viaje ya está, me dijo Thais mirándome con media sonrisa en el autobús… sonreí… habíamos salido de Caracas pese al tráfico infernal de esa ciudad que respira algo distinto a cuantas he estado… habíamos dejado a Glenda, nuestra “repotenciada” –como buena venezolana, lleva implantes de silicona de los que ella misma se burla—y maravillosa anfitriona en esa terminal de buses privada en la que empezaba la aventura… la de llegar a una ciudad que sólo había visto a través del Google Earth una noche de junio en Viladecans… esa en la que vivía esa peculiar tribu que me metí en el bolsillo del corazón en una gira y que, sin entender por qué, tenía tantas ganas de reencontrar… iba a ver a mis chicos, a esos que considero míos pese a no serlo… a esos que le dieron un empujón definitivo al reloj que se me paró en algún momento y que toda mi gente ayudó de poner en marcha… sentada en el incómodo autobús –que mi atómica compañera de viaje me advirtió podía tener chiripas, unas cucarachas pequeñas-, tan sólo tenía ganas de llegar… de dejar la maleta en el hotel… de correr al ensayo… de volver a escucharles tocar… de verles sonreír… no sabían que llegábamos, no les habíamos avisado de la fecha exacta… y ese factor sorpresa, lo reconozco, me hacía mucha ilusión…

Sentada en ese autobús, trataba de ver paisaje… una hazaña casi imposible cuando en este país los buses transitan con las cortinas completamente cerradas… por lo visto, se trata de una medida de seguridad para que no te apedreen por el camino… algo que me dejó una cara de póker auténtica que no supe disimular… después del atasco de salida de esa infecta ciudad de Caracas, comencé a ver árboles… maleza… durante un rato, pensé en mi tía… en ese camino hacia la finca que hice con ella… en esa vegetación que nacía por todas partes… sí, si algo tiene Venezuela es que me recuerda muchísimo a Colombia… quizás porque no conozco más… o, quizás, porque en un tiempo eran un único país… comencé a ver casitas, edificaciones que crecían alborotadas y en cualquier parte de los lados de las carreteras… son ranchos, casas ilegales construidas con pocos medios… mi atómica compañera de viaje, local de estas tierras tropicales, miraba aterrada por la ventanilla… cuánta miseria, dijo con cara de tristeza… suspiró, suspiré… creo que para ella estos tres años de ausencia de su tierra estaban siendo una toma de contacto dura… la de volver a tu país y no reconocer muchas cosas… la de reencontrarte con una tierra que, incluso, desconoces pese a ser la tuya…

A medida que el bus avanzaba, la noche comenzó a echarse encima… paramos en Valencia, una ciudad con una pintoresca terminal de autobuses… al salir del bus, sentí una bofetada de calor… fumaba mientras miraba todo lo que había a mi alrededor… mientras veía cómo pasaban un detector de metales a todos los nuevos pasajeros de aquélla ruta… mientras veía a un viejito muy viejito cargar con unos enormes termos, vendía café… cuando me cansé de respirar el humo negro de aquélla terminal, volví al autobús… para seguir descontando kilómetros para llegar a esa ciudad que tanta curiosidad me despertaba… para vivir lo que es un atasco de los de verdad en la incorporación a la autovía… para ver un cielo rosa inmenso e increíble que, una vez más, me recordó a esa Colombia en la que también me dejé un pedacito de lo que soy… nunca antes había sentido la oscuridad como enemiga… nunca antes hasta ese trayecto claustrofóbico en inicio por estas carreteras venezolanas… cuando el sol se escondió, supe lo que es la angustia… lo que es circular a toda velocidad por unas carreteras llenas de baches… dentro de un bus que, supuestamente, es de lo mejorcito pero que era como viajar montada en una batidora… un bus que circulaba completamente a oscuras… puedo jurar y juro que es de las sensaciones más extrañas que he sentido jamás…

A la altura del segundo alto en nuestro camino, descubrimos que nuestro cálculo de tiempo del viaje estaba equivocado… no, no iban a ser cuatro horas y media sino casi ocho… cuando mi bomba particular lo supo, casi arde por combustión espontánea… paramos en un área de carretera para descansar y comer algo… para estirar las piernas después de que ya no sabíamos ni cómo sentarnos… paramos para que el camarero que nos atendió cuando compramos unas empanadas me mirara como el que ve la tele… a piñón, sin despegar un ojo de mí… por algún motivo que no entiendo, empiezo a pensar que creen que soy marciana… me fumaba un cigarro observando todo lo que había a mi alrededor… un camión cargado en el que no paraba de subirse gente que, como medida de seguridad, se agarraba a las cuerdas que cubrían la carga… durante un segundo pensé en la sensación que tenía que ser ir por estas carreteras desvencijadas subido ahí arriba, sin protección alguna… sonreí… este otro lado del mundo es peculiar, muy peculiar… hacía calor, muchísimo para haberse ido el sol hace tanto tiempo… la tierra respira así, pensé mientras volvía a subirme al bus… mientras me mentalizaba de que me quedaban más horas de claustrofobia con la BlackBerry en la mano conectándome con esa vida que dejé en stand-by en Madrid… ante la desesperación de mi compañera de aventura, me dio por desplegar el circo ese que me comí en algún momento con enanos y todo… el resto de los pasajeros dormían mientras nosotras no podíamos parar de descojonarnos…

Después de un rato largo rodeadas de oscuridad y con una sesión de música venezolana en mis oídos, vi luz… lo siguiente que vi fue una guitarra enorme en mitad de una especie de glorieta... es un cuatro mami, me dijo Thais cuando resucitó, un instrumento típico de acá… habíamos llegado… Barquisimeto era una realidad de calor, nocturnidad y mucho cansancio… el suficiente para llegar al hotel sin prestarle más atención de la cuenta al trayecto en taxi desde la terminal… no el suficiente para casi colgarme de la lámpara cuando, al entrar en el baño, descubrí que había una cucaracha del tamaño de las llaves de mi casa… un minuto después me dijeron que para qué tanto escándalo cuando era de las pequeñas… mi cara de terror no sabría describirla… pero fue todavía mayor cuando, para colmo, me contaron que en este país hasta ellas –las cucarachas- son peculiares… por lo visto, además, son gimnastas y son capaces de contorsionarse como un niño del Circo del Sol para entrar y salir por los mínimos agujeros de una rendija… el entregado recepcionista se encargó de que aquello pareciera un accidente, sí… y yo, lo reconozco, estaba tan agotada que me dio lo mismo pensar que éramos tres en la habitación… tan sólo quería dormir, que el día terminara… tan sólo quería, en realidad, que llegara el siguiente para ver a mis chicos…

Metida en esa cama con sábanas blancas sonreí… había cruzado ese inmenso Atlántico de nuevo… estaba en esa ciudad que, para mí, huele a percusión y metales… esa que pensé reencontraría en un aeropuerto… esa que, por lo que sea, me gusta incluso sin conocerla…

martes, 10 de noviembre de 2009

Caracas, la ciudad del miedo


Es curioso, es sólo medianoche y tan sólo escucho por la ventana algo parecido a un grillo… nada del ruido que me ha acompañado desde que llegué… nada de gritos, ni cláxon… ni los ruidosos motores de los buses del año de la polka que suben y bajan por esta calle residencial… esta mañana, una guacamaya escondida entre los enormes árboles pegaba alaridos pero ahora parece haber dado una tregua… silencio, noche… un cigarro y un vaso de agua… respiro… si miro por la ventana sólo veo un millón de luces escapadas en un cerro… la sombra de los altísimos árboles recortándose en mitad de la semioscuridad… me río… según el reloj de mi BlackBerry, es el amanecer en España… estoy al otro lado del mundo y, sin embargo, soy incapaz de cambiar la hora aunque a veces eso de restar cinco horas y media –la media es una ocurrencia de Chávez- me resulta complicado… repaso mentalmente el día, los días que llevo vividos en este lugar… vuelvo a estar en América, en ese lado del mundo que piso por segunda vez en menos de un año… un lugar en el que todo me llama la atención, en el que vivo abriendo los ojos más que de costumbre… el búho que vive dentro de mí se ha vuelto a despertar para mirarlo todo… quizás sea porque hay mucho que mirar… pequeños descubrimientos que -no queda más remedio- hago abrazada a mi bolso… con ojos en la espalda… con todas las precauciones que no tengo en Madrid pero que, no sé por qué, aquí me salen de manera natural… un cromo más para ese álbum que me he propuesto rellenar antes o después…

He descubierto que Caracas es la ciudad del miedo… del miedo a los ruidos, a los demás… a quiénes caminan por la calle detrás de ti… a todo lo que te rodea… esta ciudad respira eso… en los ojos de la gente, en la manera de mirar… en la manera de andar por las calles… es una sensación europea, sin duda, pero ellos la viven como parte de su día a día… he caminado por el centro sin sentirlo, quizás porque soy una inconsciente o porque simplemente creo que no se puede vivir con miedo… un domingo es el único día en el que uno puede caminar sin tener que estar aterrado … momento perfecto para que esta española con mucha pinta de extranjera pusiera un pie sobre el sucio asfalto de esta ciudad, eso sí, escoltada por una recua de locales dispuestos a cuidarme en todo momento… cuidarme, me río… por algún motivo que desconozco despierto ese instinto de protección que no comprendo aunque reconozco que me gusta… salimos a medio día de casa con el hermano de Thais, un singular cantante vocal que acababa de llegar a Caracas para unas entrevistas de promoción… cree que Jesucristo es “un hermano mayor”, el singular líder de una mezcla entre marcianos y ángeles que es la extraña religión que siente y profesa… crea en lo que crea, es absolutamente encantador y decidió ejercer de guardaespaldas... caminamos hacia la plaza de Bolívar, me reí… supongo que no existe país en América Latina que no tenga una en honor a ese libertador que aquí alcanza cotas máximas de mención… no sé qué le parecería si levantara la cabeza, francamente… pero, mientras tanto, se cometen todo tipo de tropelías y atropellos en su nombre… al llegar a la plaza -provista, como no, con sus palomas de atrezzo... imprescindibles para cualquier plaza de Bolívar del planeta-, nos encontramos con un despliegue de medios brutal… un rato después descubrimos que se trataba del encendido de la llama olímpica de los juegos bolivarianos… cuando vi aparecer al ejército, vestidos ellos de blanco y más tiesos que un palo, casi me da un algo… no vi más… la Catedral estaba cerrada, la casa de Bolívar tomada por la recua de chavistas del acto… intento fallido de ver lo único mínimamente llamativo que tiene esta ciudad…

Seguí oliendo el miedo... mi alma de búho constató que la gente, aquí, se pasa la vida dando vueltas en los enormes centros comerciales… caminan relajados, se sienten protegidos… pueden sacar sus móviles sin tener que mirar constantemente alrededor… pasean, caminan, comen… y yo, simplemente, flipo… creo que me estoy haciendo lesbiana, le decía a Thais con mucho cachondeo… desde que he llegado aquí, no hago más que mirar tetas y culos… y no es para menos… es alucinante la cantidad de mujeres recauchutadas que ves… la cantidad de mujeres con enormes implantes de silicona y muy poca ropa encima… con escotes de esos que desafían todo lo posible y metidas dentro de una ropa tan ajustada que podrías contarle los lunares… alucino, miro y me descojono… cada vez que pasa una de ellas no puedo por menos decir “gol, gol, gol” porque, francamente, eso no son tetas… son balones de fútbol… más tarde descubrí que el regalo de las quinceañeras aquí es, precisamente, un implante… un implante que puedes comprar en unos supermercados específicos como el que se compra un cepillo de dientes… me río… esta tribu peculiar mía está zumbada, sin duda… creo que sólo necesitaba saltar a este lado para descubrirlo… para constatar que las mujeres viven sumidas en una constante competición que se articula en torno a la que sea más llamativa, más guapa, más sexy… compiten entre sí para llamar la atención de los hombres… es difícil ser fiel en este país, escuché decir hace poco… lo que realmente me sorprende, como mujer, es que sean compañeras de mi género las que precisamente promueven un machismo que es el centro de sus vidas… por lo visto, en cierta medida, tener éxito gira en torno a la talla de sujetador... supongo que mi vena feminista se despierta contra eso...

Seguí oliendo el miedo cuando fuimos a eso que vine a hacer a este país… presentar una propuesta para hacer una gira de conciertos, para hacer un planteamiento de comunicación y alejar al Sistema de ese argumento de “niños de la calle” que tanto les molesta al final… la reunión era en un lugar llamado Parque Central… un lugar sórdido donde los haya, concebido como una mini ciudad en su día que aúna edificios de oficinas, viviendas y bajos comerciales… un lugar sucio, sucísimo, en el que pasa un hombre vestido de traje de chaqueta y corbata al lado de un tipo que, simplemente, se ha sentado a ver pasar las horas bebiendo… un lugar al que ni los propios caraqueños quieren ir, del que huyen… olí mi propio miedo cuando tuve que subirme al ascensor que me llevaría a la planta 18… un ascensor que debe llevar en ese lugar cuatro décadas y que acciona una mujer sentada en una silla provista de un palito… creo que no he pasado tanta angustia dentro de un ascensor jamás… en ese momento, lo tuve claro… puedo bajar caminando, le pregunté a Thais… los pisos son dobles mamita, me contestó, así que son 36 en realidad… me daba lo mismo… pese a los tacones, pese a que llegara abajo con las piernas temblonas… a mí no volvía a quitarme la respiración un elevador que, confirmado por ella, no era la primera vez que se caía… creo que la que más está sufriendo ese miedo que destila este lugar es ella… en cada paso que damos… en cada momento que salimos a la calle… en un trayecto en taxi que eligió el camino más corto para traernos al apartamento… uno que pasó por esas casas de hojalata -llamados ranchos- que se ven en las laderas de las imponentes montañas que rodean Caracas… un trayecto que me enseñó parte de las tripas de este lugar… su cara oscura en la manera que tenía la gente de mirar el taxi… un taxi que se quedó parado en la subida de una cuesta y que al taxista le costó dos intentos arrancar con toda la parsimonia venezolana que corría por sus venas… su miedo a veces es carcajada, también… la he contratado como manager y va a empezar a cobrar por mirarme… me miran por la calle como si fuera de otro planeta… los hombres me dicen toda clase de cosas… algunos son más correctos y ventilan su piropo con “bella mujer” o “lindos ojos” –lo que más me han dicho hasta ahora-… otros, sin embargo, mascullan entre dientes cosas ininteligibles de las que sólo comprendo el “mamasita” que sé qué significa… soy un show y ya me he hecho a la idea, aunque sigo sin saber cómo manejar que un hombre se me quede mirando gilipollas desde un autobús… sin comprender cómo es posible que, habiendo las mujeres que hay por la calle, me miren a mí… supongo que porque soy marciana para ellos...

Caracas huele a dejadez… a invasión, una táctica respaldada por el Gobierno que te hace ver el esqueleto de un enorme edificio de oficinas sin acabar de construir con un montón de tiendas de campaña… con gente cocinando… con muretes de ladrillo… no, no son indigentes… han ocupado ese espacio –con el respaldo de la ley- y tienen “derecho” a vivir ahí… esta ciudad huele a montones de basura por la calle… a agua estancada… a gasolina de mala calidad quemada en enormes rastros de un humo negro que salen de cualquier vehículo y te envenenan silenciosamente… huele a niñas muy niñas que son madres y cargan a bebés preciosos que no tienen edad para tener… huele a puestos de comida ambulante sobre enormes trampillas de ventilación que destilan lo podrida que está esta ciudad por debajo… trampillas bajo las cuales, muchas veces, viven niños de la calle de los de verdad… huele a tráfico desordenado, a velocidad… a constantes infracciones, a falta de respeto… a propaganda política por cada rincón que puedas pisar… con citas de Ché Guevara, con su cara grafitada en muchas paredes… con la cara del presidente en la mayoría de los lugares a los que mires… huele a un desorden total, a construcciones ruinosas… huele a intercambio clandestino de dinero… a penas y apuros económicos contados en clave de desesperación… a regateo, a precaución… huele a cuenta atrás, a una esperanza que cada día muere un poco más… a una huída necesaria para poder seguir hacia delante sin vivir atrapado en el pánico...

Caracas huele a tantas cosas que no sabría explicarlas todas… estoy segura de que, en algún momento, tuvo que ser una hermosa ciudad... una en la que la Avenida Libertador era bonita, con sus ocho carriles... abrigada por una montaña imponente, majestuosa... una ciudad en la que había museos... en la que no se olía lo que se huele, en la que no se vive cómo se vive ahora... pero es curioso porque, pese ser así, yo no siento miedo…

domingo, 8 de noviembre de 2009

Aterrizaje en Caracas


Salí de Madrid entre la tensión de todos los demás… los que hicieron que, el día antes de volar hacia Caracas, estuviera al borde de la combustión espontánea… había de todo… una mezcla de miedo… una pizca de histeria… un gran componente de nervios… me subí a ese avión después de una noche en vela… de apenas dos horas en mi cama, esa que siempre tengo ganas de volver a encontrar a mi regreso aún no habiendo apenas salido de ella… un desayuno rápido en un bar cerca de casa, una carrera por Barajas para que mi bomba atómica particular se quedara tranquila… a Caracas, me dijo aterrorizado el señor que controlaba la entrada de viajeros antes de los arcos de seguridad, con la que está cayendo… una dosis más de histeria para ese bolsillo que decidí untar en aceite antes de salir de casa… me despedí de ese Madrid que me hace ser gata mirando las pistas de aterrizaje mientras me fumaba un cigarro en esos extraños cubículos a los que los yonkies del humo como yo nos vemos relegados… pidiéndole a esa ciudad que me esperara a mi vuelta… leí a mi madre llamarme gatito lindo una vez más, le prometí a mi padre llamar en cuanto llegara a esa ciudad extraña que iba a pisar por primera vez… a punto de embarcar, mi teléfono sonó por última vez… me pidieron que fuera buena y me portara bien… me río, lo reconozco… no sé por qué todo el mundo me tiene tanto miedo… supongo que porque saben que, simplemente, a veces me gusta saltar sobre el alambre… reconozco que la petición me hizo gracia, sonreí… si papá, sólo pude contestar… colgué riéndome de estas cosas curiosas que tiene la vida, de esas que pasan cuando menos te lo esperas…


Cuando encontré mi asiento de ese interminable avión, tuve la primera dosis de lo que me esperaba durante nueve horas… un inglés completamente borracho dormitaba su pedo a mi lado enchufado a los cascos de su iPhone… un aparato que tuve que acabar apagándole yo cuando la azafata se lo pidió tres veces y el tipo era incapaz de procesar lo que le decían… mi bomba particular me miraba con cara de descojono… cómo no, pensé, no puedo hacer un viaje normal… el cuarto ocupante de esa fila de asientos resultó ser un venezolano que se pasaba la vida a caballo entre Maracay y Lisboa… uno que, rápidamente, me dio su tarjeta de visita… me escribes a tu regreso de Venezuela, me dijo, para contarme qué te ha parecido mi país… Tilso, que así se llamaba, compartió con nosotras -y con medio avión- más las idas y venidas de la cabeza de ese guiri borracho que estuvo a punto en varias ocasiones de acabar babeando sobre mi hombro… para colmo, llevaba una San Miguel escondida en el compartimento de las revistas… una que abrió -y se bebió- sin pudor tan pronto se le pasó el moco que llevaba encima… supongo que para reponer el estado catastrófico con el que se había subido al avión y volver a empezarlo…


Llegamos a Caracas en mitad del desconcierto… el desconcierto que provoca no llevar un solo bolívar –moneda oficial de este singular país- en el bolsillo y encontrarnos con que quien nos iba a recoger no podía hacerlo… bendiciones de vivir en Caracas, le habían roto las lunas del coche y no podía dejarlo así todo el fin de semana… el cuarto ocupante de nuestra estrecha fila de asientos ya se había ofrecido para llevarnos antes de bajar del avión… volvió a hacerlo cuando supo nuestra situación… subirnos al coche de un desconocido podría parecer una locura, y más en este bendito lugar… sin embargo, por algún motivo, mi compañera de aventura y yo lo consideramos un ser inofensivo… uno que nos había enseñado durante el vuelo la foto de sus hijas, la de su mujer… uno que aseguraba portarse bien y ser mínimamente fiel –una auténtica salvedad en este país- pese a contarnos lo que le suponía en dinero invitar a una recauchutada mujer a salir una noche… al salir del aeropuerto una bofetada de calor húmedo me pegó en toda la cara… sentí el cansancio del viaje, el dolor de rodillas por estar aprisionada entre los asientos… le esperamos mientras yo fumaba -por fin- un cigarro después de horas de abstinencia… nada más subirnos a su todoterreno, flipé… el tipo escuchaba a Andi y Lucas y, francamente, sólo pude descojonarme…
Mientras él hacía su selección musical, me asusté un poco más… conocía muchas de las canciones de reggaeton que optó por ponernos como banda sonora del trayecto… supongo que se lo debo a esos benditos vecinos que me taladran la sesera… nos acercábamos a Caracas por una autovía en la que, francamente, temí por mi vida… acelerón, frenazo, nula distancia de seguridad… es un hecho, conducir en este país es para kamikazes auténticos… ya no sólo porque esquivas a los demás sino, además, te pasas los kilómetros sorteando los socavones del suelo… recordé esas calles de Bogotá “con masaje incluido” –como decía mi tía-… me sonreí… charlábamos y nos reíamos en lo que veía un millón de luces dispuestas en las montañas que rodeaban la autovía… eran fabelas, casas de lata… miles de personas viviendo en el umbral de la más absoluta pobreza… personas fieles a un régimen que no comprendo pero que ellos sienten suyo… pensaba en esa fotografía mental que me encantaba y me envenenaba a la vez, sabiendo como sabía lo que significaba… después de dos piruladas en la autovía, que me hicieron clavarme de uñas en el techo del todoterreno, llegamos cerca de nuestro destino a un kiosco de prensa que vendía de todo… nuestra rescatadora fallida, la prima de Thais, nos seguía por la misma autovía acojonada perdida pensando en que, como dos locas, nos habíamos subido con un desconocido… me río… no sentí miedo en ningún momento, por algún motivo que no conozco ese ángel de la guarda que nos echamos en el avión me daba buena espina… con una despedida rápida, él emprendió esa hora y media que le quedaba de trayecto para llegar a su casa… recuerda escribirme, me dijo cuando se despedía dándome un beso en la mejilla… lo haré, le contesté…

Subimos a esa casa que sería la nuestra prestada durante nuestra estancia en Caracas… para ver cómo se recortaban los altísimos árboles que envuelven la vista desde cada ventana del apartamento… para compartir una pizza, cansancio… agotamiento después de un viaje y de los nervios de mi compañera de aventura… noticias del otro lado del océano, un reencuentro para ellas después de muchos años sin verse… bendiciones tecnológicas, en ese momento descubrí que MoviStar me había jugado una mala pasada… no podía llamar ni recibir –cosa que había activado y comprobado dos veces que estaba en funcionamiento-, pero seguía conectada al mundo que dejé atrás a través de ese Internet que sí había desactivado… cuando se me cerraban los ojos, Glenda –nuestra loca anfitriona- decidió que era momento de irse… la acompañamos hasta el parking y, nada más volver a meternos en el ascensor, surgió la pregunta… tú sabes qué piso es, le pregunté a Thais dentro de la bendita caja… me miró con cara de terror primero, de descojono después… no quedaba más que subir piso a piso comprobando en cuál de todos nos resultaba familiar la puerta… incluso, en un ataque de valentía, opté por probar si abría una puerta que a mí me resultaba familiar… fue justo antes de descubrir que todas las puertas eran iguales… yo me reía, ella no sabía si morirse del susto o descojonarse… para cuando encontramos la cerradura correcta, nos supo a triunfo… trece pisos son muchos pisos para probar…
Me metí en esa cama prestada que es mía durante unos días completamente agotada… cansada… era la madrugada de España, la madrugada para mi cuerpo… por la ventana de mi habitación, entraba más reggaeton… más de la misma música que tengo que sufrir en Madrid… sonreí… me he cruzado un océano, pensé, y es como si estuviera en casa…

sábado, 7 de noviembre de 2009

Mañana me voy...


 
Respiro, suelto el aire lentamente… mañana me voy, me digo a mí misma… de nuevo la misma frase, de nuevo esa misma canción en la cabeza… mañana ya es hoy y, en mitad de esta noche, sigo despierta… sin haber terminado la maleta… sin saber qué meter dentro, temiendo dejarme muchas cosas fuera… cosas de esas que no puedes meter, que no puedes atrapar dentro de un espacio… fumo en mitad de esta oscuridad de Madrid… mientras, mi compañera de aventura duerme en el sofá rendida por la insistencia de preguntarme qué ropa te vas a llevar sin obtener respuesta… me cuesta hacer maletas, supongo porque en parte quiero llevar muchas cosas y nada a la vez… otra vez América, otra vez saltar el charco… lo reconozco, me enloquecen estas horas previas… he descubierto que no es que no me guste volar, es que no me gusta todo lo anterior… aún sabiendo que forma parte de ello… pese a ser consciente de que, simplemente, las reglas del juego son así…
Revisaba la documentación que tengo que llevar mientras, por fin, le daba hoy al play de la mini cadena… cuando, por fin, lograba abstraerme de tanto ruido que quizás yo misma alimenté… he necesitado irme al parque, fumar tranquila… sentir el frío… sonreír ante una Blackberry… hablar con la rubia… contarle cómo son mis maullidos, compartir con ella ese pánico que me sujeta un pie por detrás de la línea de salida… de la línea de huída, quizás… esa tan delgada que separa el antes y el después de pegar un salto contra la pared… me voy, es lo único que ahora mismo pienso… desaparezco nuevamente de este lugar en el que fondea este barco pirata… poniendo un océano entre mi mundo de siempre y otro distinto… sembrando distancia con mi universo personal… sonrío… le hace falta, me digo a mí misma, últimamente orbita a toda pastilla… respiro… adrenalina, un chute en toda regla… un cúmulo de pequeñas cosas, de grandes historias… de tonterías… pequeños gestos que me han calentado un poco más el alma… señales –sí, quizás estoy para que me aten- que me han cubierto la piel con una capa de seda…  llegaron en apenas ocho días… un mail de un amigo del otro lado del mar que me saltó las lágrimas… una extraña situación con un regalo inesperado de cumpleaños… un paseo por Madrid dejándome mimar por todo lo que había a mi alrededor… una locura asistida entre esos amigos neurálgicos que forman parte de mi mundo… una cena con esa amiga de toda la vida a la que consideras imprescindible para atarte los pies al suelo… sonrío… me siguen regalando un cariño increíble, se alegran de ver por fin a la Fátima de verdad… esa que durante muchos años no era y la que durante un buen tiempo dejó simplemente de existir… duele saberlo, que te lo digan… pero me hace sonreír pensar que, pese a eso, han seguido conmigo… respiro… la vida te da regalos increíbles… de esos que sólo viven en tu álbum personal… que se sienten en la boca de estómago como un estado de paz… sonrío… soy afortunada… mi mundo me mima… un auténtico ronroneo emocional…
Mañana me voy y todavía no he decidido qué ropa meter en la maleta… estoy nerviosa, lo reconozco… voy al encuentro de un país… al reencuentro de esa peculiar tribu venezolana que me metí en el bolsillo… esa que le dio algo más de cuerda a este reloj con el cariño más gratuito de todos, el que se da simplemente porque sí… voy a conocer esa ciudad que para mí suena a percusión y metales… a sonrisas sinceras… a amistades curiosas… a experiencias y sensaciones que te hacen sonreír… tengo ganas de verles aunque tenga respeto al reencuentro… a sentirles distintos, a sentirme distinta… sonrío… corro ese riesgo pero tengo ganas de vivirlo… de sonreírlo, de compartirlo… compartir, me río… ese verbo que alcanzó límites infinitos en su significado… siento que este viaje llega en el momento adecuado… en el perfecto… para ordenar mil cosas… para apostar por otras… para acabar de definir hacia dónde se escora ahora el barco pirata… sonrío… lo mismo da hacia dónde lo haga y esa sensación, francamente, me encanta…

martes, 3 de noviembre de 2009

Contradicciones contraindicadas



"Si la pasión, si la locura no pasaran alguna vez por las almas... ¿qué valdría la vida?"

Jacinto Benavente



Pros y contras…
Sin medir el salto…
Pulso temblón…
Nervios como los niños… curioso…
Mariposeo…
Cosas del directo…
Verdades… medias mentiras… no me des explicaciones, oí…
No sabía que hablabas tan deprisa, me dijeron…
Tensión… sonrisa…
La eterna pregunta de qué pinto yo aquí…
La constante de qué estoy haciendo…
La respuesta de no preguntes…
Un café, esa clave no escrita implícita…
La vida es un cúmulo de casualidades causales…
Palabras atropelladas… muchas…
Entre conversaciones demasiado altas, miradas, gestos…
Vergüenza, eso que no suelo tener…
Un paréntesis en mitad de un avispero…
Con una despedida que no lo fue…
Una chispa adecuada para prender la mecha de mi propia dinamita…
Tejiendo nocturnidad como no podía ser de otra manera…
Maullándole a esas cosas curiosas que me pasan...

Con el segundero del reloj disparado…
Oyendo ese tic, tac alterno como si fuera música…
Un mechón de pelo… un par de cervezas…
Una charla inquieta sobre qué camino elegir…
Una vela...
Silencio…
Sensaciones…
La sorpresa de encontrar…
Escuchando decir verbos que me hacen sonreír…
Encantar dicho en susurros… en frases hiladas…
Escuchando… sonriendo…
Cazador cazado…
Un tiro por la espalda… ese que te detiene el cuerpo completamente…
Sonrío… sonrisas…
Oler… respirar… mirar… volviendo a respirar…
Días de sol, noches de luna…
Palabras que no suenan… silencios más que ruidosos…
Contradicciones contraindicadas…
Lidiando con las taras mentales que te deja la vida…

Callando aún queriendo decir…
Mordiendo una lengua que quiere hablar aunque no lo haga…
Atrapando muchas palabras...
Leyendo más allá de ellas... mías, ajenas...
Desnudándome el alma... abrigándome en silencios temblorosos...
Desandando un camino…
Rompiendo con fantasmas del pasado…
Quitando el precinto de “no pasar”…
Con esa alma que a veces pesa y otras vuela…
Capeando un temporal en el que elijo el lugar que ocupan las nubes…
El agua que cae del cielo…
La intensidad de los relámpagos…
Disfrutando de cada rayo, de cada descarga...
Riendo...
Dorado y rojo del otoño… el olor de la tierra…
Una mirada distinta a través de una ventana…
Pasear entre la hierba húmeda sintiendo el frío…
Disfrutando de la sensación de tener la carne de gallina…
Un “y tú” que sonó más allá de dos palabras… como una caricia...

Consciente de que siempre hay un mañana…
Siempre se hace de día…
La realidad se reinventa para recordarnos que existe...
Amortiguando las sonrisas que te dejan los recuerdos…
Extrañas sensaciones...
Sopesando un adiós que no sabes a qué sabe…
Las locuras… las apuestas… las aventuras…
Haciendo balance del debe y el haber…
Posponiendo pensar…
Relegando la razón a un segundo plano…
Aciertos, equivocaciones… miedos, muchos…
Otra sonrisa… otra palabra… otro silencio…

Me pregunto "hacia dónde"…
Me respondo "hacia ninguna parte"…
Qué más da...
Empezando un viaje nuevo que sabe a paréntesis…
A tiempo ganado para organizar un puzzle…
Desconcertante… encantador…
Sonreído… compartido…
Previendo el peligro…
Con la alarma de incendios en la cabeza…

Sintiendo vértigo...
Calor...
Un azul intenso y animal...
Acariciando olores...
Dejándome noquear...
Escondida en este barco pirata...