martes, 24 de noviembre de 2009

Mi último día en Venezuela desde el avión...

Escribo subida en un avión… uno que trata de atravesar el Atlántico con un camino distinto… a causa de las fuertes tormentas en la ruta habitual, ha dicho el capitán hace un rato, tenemos que modificar el plan de vuelo… hasta ahí todo sonaba, únicamente, a que quizás tardaríamos más en llegar en Madrid… más en volver a casa después de un día casi interminable que comenzó a las 4.30 de la mañana… una vez más, como me pasa siempre antes de un viaje, no lograba dormir… repetía mentalmente el itinerario de estas semanas, los días que había pasado en el otro lado del mundo que habito… revisaba esas fotos que, de una manera u otra, no he logrado hacer… pensaba, mirando por esa ventana que era mi punto yonkie de la casa donde estaba, en desandar el camino… en volver a esa vida que se quedó en stand-by pese a no hacerlo… esa que me ha acompañado en la distancia de muchas maneras… con la curiosidad de algunos… con el azúcar de otros… con las fotos de un paseo por la playa…

Despertarme esta mañana era, apenas, haberle permitido a mi cuerpo dormir una breve siesta que no creo que llegara a la hora y media… medio sobada, salimos hacia El Vigía… ese aeropuerto que está a hora y media de Mérida… una ciudad de la que me he ido sin haber logrado ver al indio que se recorta en la montaña pero que, al menos, me ha dejado ver un pedacito de luna como regalo en mi última noche… un pedacito en mitad de esas nubes que convierten el cielo en algodón cada noche… uno increíblemente brillante en un cielo increíblemente grande que llegó, justo, en mitad de una conversación de sofá y manta en la lejanía… dejamos Mérida en la oscuridad… para vivir dos cambios de paisaje… para dejar de ver esas enormes montañas y comenzar a ver una zona árida de tierra roja y cactus por todas partes… una en la que había plantaciones de caña de azúcar ya operativas a esa hora, con lucecitas minúsculas a lo largo de los dos lados de la carretera… el cielo estaba lila, de un color acojonantemente bonito en el frente y entre rojo y fuxia a la espalda de ese coche que nos llevaba… cuando el rojo venció completamente, el paisaje volvió a cambiar… no eran más de las 5.30 de la mañana y el tráfico era increíble… con esos controles militares que plagan las carreteras de Venezuela… en mitad de esos montes escarpados pero bajos con una vegetación que bien parecía selva más que monte…

El Vigía resultó ser un aeropuerto de juguete al que llegamos y casi no entramos cuando, al abrir la puerta, nos pegó una bofetada el frío más insoportable… uno que contrastaba con el calor de fuera, con el que teníamos… en este peculiar país, no sé por qué, o se mueren de calor bajo el sol o se congelan con el aire acondicionado… primer asalto del día, resulta que el ordenador de la compañía aérea –Santa Bárbara- decide volverse loco justo cuando nosotras llegamos… primero dice que el número de vuelo que tenemos es erróneo –alucinamos pero a base de respiraciones conseguimos que no se note mucho-… después asegura que ya hemos volado –la alucinación pasó a ligero pánico y comprobación de si, por algún motivo, habíamos chequeado mal los billetes-… y, para rizar el rizo y después de más de media hora, la buena encargada decide que hay que hacer las cartas de embarque de manera manual… respiré, inspiré… y Thais me mandó a fumarme un cigarro a la puerta del aeropuerto de Playmobil que, eso sí, quiere ser internacional algún día… para cuando volví a entrar, nos fuimos a desayunar… lo hicimos al son de “Amante bandido” de Bosé,”Al partir” de Nino Bravo y el desayuno de –presunta- tortilla española que pidió Ronald –el hermano de Thais-… cuando se la trajeron, no quise frustrarle… aquélla tenía de tortilla española lo que yo de obispo de Cuenca, pero me callé para no sabotearle… hasta que me preguntó y, sincera que es una, no me pude callar… al menos se rió… charlamos… nos despedimos de él con un “nos vemos en Madrid” y, a partir de ese momento, pasamos dos horas en una sala de espera… una que parecía el qué apostamos porque iba llenándose de cada vez más gente… gente que miraba por el ventanal esperando la llegada del avión… veíamos pasar nuestras maletas de camino a ninguna parte… algunas en un carrito, otras en la mano de los trabajadores del aeropuerto… ni rastro del avión… cuando la gente empezaba a amotinarse, el bendito avión apareció…

Primera etapa lograda, hemos conseguido sentarnos y volamos rumbo a Maiquetía… eso sí, con un tufo a gasolina que durante unos minutos lo hizo irrespirable para el pasaje mientras la azafata ponía cara de inocente y decía “gasolina??” como Hurkle decía “He sido yo?”… vamos, como si estuviéramos todos locos… para cuando me quise dar cuenta estaba en Caracas… corriendo por una terminal para encontrarnos con Glenda que había venido a acompañarnos y a despedirse antes de que nos fuéramos… para hacer la cola interminable para poder facturar… en este país, todo es una cola… otra para el papelito de inmigración, otra para abonar las tasas sin las cuales no te dejan salir de territorio venezolano… después de tres cigarros en la puerta del aeropuerto –Maiquetía no tiene áreas de fumadores como tal-, nos despedimos de esa baby-sitter caraqueña que nos echamos mandándole muchos besos desde –cómo no- la cola para pasar el control de seguridad… un control que se duplica, aunque no entiendo por qué… te pasan por la máquina de rayos todo, a ti por el arco de seguridad… cinco metros más allá, se repite la operación… supongo que es por si en ese trayecto –cinco metros- te da por armar una bomba nuclear con un par de chicles, desodorante y la cámara de fotos…

Llegamos al control de inmigración, me coloco con mi papel en la fila de “Extranjeros”… cuando llega mi turno, llego al mostrador… entrego ese papel de la República Bolivariana de Venezuela que es un interrogatorio en toda regla… la tipa mira mi pasaporte con cara de pocos amigos, me mira a mí… qué día llegó a Venezuela, me dice sin mirarme buscando el sello de entrada al país… la respondo… española, pregunta asintiendo con una gran desidia… turismo, pregunta cuando encuentra la página y coge el papelito… de golpe, con el sello en la mano, se detiene… lo deja sobre el mostrador, coge un bolígrafo rojo… me mira con la peor cara que le permite el odio visceral que sintió por mí en ese momento… profesión, pregunta con un tono que más me habría valido poner “puta”… periodista, respondo… ya lo sabe, lo he escrito en el papel… lo escribe a lo largo de todo mi papel de inmigración, de lado a lado, con ese bolígrafo rojo… separa la primera página –copia para ese gobierno sumamente revolucionario y bolivariano- y la coloca en un montoncito separado de los demás… si mi asombro ya había alcanzado –creía yo- cotas máximas, me quedaba lo mejor… la tía va y me tira el pasaporte, el papel y mi carta de embarque contra el mostrador para hacerlo caer contra el suelo… mirándome con una cara de odio que ha germinado aquí en contra de la libertad de expresión… con los ojos cerrados, sin cuestionar quien manipula a quien… sentí rabia, una rabia inmensa… no porque me tenga que marcar por lo que hago, sino por cómo me trató por el hecho de hacerlo… esto en mi país se arreglaría casi llegando a las manos, pensé para mí recogiendo el pasaporte después de una acalorada conversación en la que la policía pronunció el término "cáncer", te salvas porque tienes el puto sello de “vete a tu casa ya” en la mano… cuando le enseñé a Thais el papel, no se lo podía creer… yo rabiaba por el aeropuerto… incapaz de procesar que algo así pudiera suceder… orgullosa, en cierta manera y por primera vez en mi vida, de mi profesión y de resultar tan “peligrosa” de una manera tan absurda para un Gobierno… tanto como para marcarme en rojo… para ponerme en otro montón… tanto como para que la de inmigración me tratara como si tuviera a un leproso delante…

Encabronada, descubrí que había un único punto yonkie en el aeropuerto… un cafetín con una salita acristalada… para ese momento, ya teníamos compañero de viaje… un mazado de 24 años que se nos había pegado como lapa y que nos contaba que se lanzaba a la aventura de buscarse la vida en España… primer intento de fumar, llego al cafetín… tiene que consumir mami, me dice el camarero… vuelvo donde está Thais a por dinero… segundo asalto al cafetín, pido un café con leche… 6 bolívares fuertes, más barato que una botella de agua… llego con mi ticket -y mi mono- a la puerta de la habitación del humo –y del pánico-… y el enorme carcelero –sentado en una silla, no fuera a escornarse del estrés- me dice que no puedo pasar… que tengo que consumir la friolera de 40 bolívares fuertes –el equivalente a 10 euros- para poder entrar y fumar… estuve a punto de inmolarme a lo bonzo… traté de razonar con él que no tenía más dinero, porque aquéllos billetes estaban reservados a la colección de un amigo de Thais… que mi tarjeta es de chip y, cosas de la vida, ellos prefieren las bandas magnéticas –claro, para qué tener seguridad pudiendo mantener un sistema que permite el duplicado-… omití que no quería cambiar ni un euro más en la casa de cambio… el tipo optó por soltarme un “menos cáncer mami” tan sarcástico que me tocó la fibra sensible… un “paga los 34 bolos que te faltan y te dejo entrar” tan risueño que le llamé ladrón sin ningún tipo de pudor… reconozco que si algo bueno ha tenido este día en Venezuela es que me siento más revolucionaria que nunca… tanto que me la jugué a fumarme un cigarro en el baño de la terminal… que me multen, le decía a Thais, que lo pago con la tarjeta… nos descojonamos, la verdad…

Después de casi dos horas de retraso, embarcamos… dos horas en las que la policía no paraba de retirar pasaportes a ciudadanos venezolanos que desaparecían para volver a hacerlo al cabo de un rato… horas en los que los de anti drogas hacían un “sile, nole, sile, nole…te tocó” con quiénes consideraban oportuno… que llamaban por megafonía a quiénes habían abierto las maletas en busca de algo sospechoso… por qué siempre adoptamos un perrito, le dije a Thais con mucho cachondeo refiriéndome al veinteañero valiente y fornido que nos habíamos echado… nos descojonamos… a él también le tocó un señor control… embarcamos para estar otro tanto sentadas sin movimiento muriéndonos de frío por el chorro de aire acondicionado… para buscar la postura más cómoda para dormir… para despegar de Maiquetía sabiendo que, quizás, el viaje sería algo más largo… lo que no imaginaba es que viviría las peores turbulencias que he vivido jamás… esas que aparecen cuando estás cenando, creo que por primera vez, una comida de avión que sabe a comida… esas que, durante cinco segundos, es un simple meneo… y que, de pronto, se convierten en un descenso brutal del nivel del avión… con gente asustada… con más descenso… con un corazón que ha estado a punto de salírseme del pecho… con la mano de Thais agarrando la mía…

Cuando lo peor ha pasado y esa montaña rusa en la que nos hemos convertido ha parado, he sentido terror… al mirarme las manos y ver cómo me temblaban, se me ha puesto un nudo de angustia tan bestia en la garganta que me he echado a llorar… no queriendo hacerlo… sintiendo una presión brutal que no era capaz de controlar… esta vez no puedes querida, me he dicho a mí misma… me seguían temblando las manos tanto que no podía ni siquiera beber agua… me temblaba todo el cuerpo sin poder evitar lo contrario… me sentía ridícula, me reía nerviosa… seguía sintiendo unas ganas terribles de llorar mientras el corazón me seguía golpeando con tanta fuerza que todavía me duele… mientras Thais trataba de tranquilizarme… mientras me he refugiado dejándome abrazar contra ella, como lo hacía siendo niña contra el pecho de mis padres… mientras ella me daba besos en la cabeza, el tercer pasajero de nuestro asiento me ofrecía una pastilla… y yo sólo podía secarme las lágrimas y ver cómo me seguían temblando las manos como jamás lo han hecho… nunca te he visto tan aterrorizada, me ha dicho después… lo reconozco, nunca lo he estado… nunca hasta hoy… hasta hace un rato… hasta ahora, también… esto no ha parado y todavía quedan seis horas para llegar a Madrid…

Creo que, si mientras este avión sigue meneándose como lo hace, estoy escribiendo en vez de tratar de dormir es por un único motivo… porque creo que así, escribiendo, es la única manera que tengo de combatir el miedo que todavía siento… porque supongo que, como en Titanic, la orquesta tiene que sonar hasta el final… y, mal que le pese a la inmigración venezolana, una no es sólo periodista sino además contadora de historias…

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