miércoles, 11 de noviembre de 2009

La experiencia Caracas-Barquisimeto... en autobús

La primera etapa del viaje ya está, me dijo Thais mirándome con media sonrisa en el autobús… sonreí… habíamos salido de Caracas pese al tráfico infernal de esa ciudad que respira algo distinto a cuantas he estado… habíamos dejado a Glenda, nuestra “repotenciada” –como buena venezolana, lleva implantes de silicona de los que ella misma se burla—y maravillosa anfitriona en esa terminal de buses privada en la que empezaba la aventura… la de llegar a una ciudad que sólo había visto a través del Google Earth una noche de junio en Viladecans… esa en la que vivía esa peculiar tribu que me metí en el bolsillo del corazón en una gira y que, sin entender por qué, tenía tantas ganas de reencontrar… iba a ver a mis chicos, a esos que considero míos pese a no serlo… a esos que le dieron un empujón definitivo al reloj que se me paró en algún momento y que toda mi gente ayudó de poner en marcha… sentada en el incómodo autobús –que mi atómica compañera de viaje me advirtió podía tener chiripas, unas cucarachas pequeñas-, tan sólo tenía ganas de llegar… de dejar la maleta en el hotel… de correr al ensayo… de volver a escucharles tocar… de verles sonreír… no sabían que llegábamos, no les habíamos avisado de la fecha exacta… y ese factor sorpresa, lo reconozco, me hacía mucha ilusión…

Sentada en ese autobús, trataba de ver paisaje… una hazaña casi imposible cuando en este país los buses transitan con las cortinas completamente cerradas… por lo visto, se trata de una medida de seguridad para que no te apedreen por el camino… algo que me dejó una cara de póker auténtica que no supe disimular… después del atasco de salida de esa infecta ciudad de Caracas, comencé a ver árboles… maleza… durante un rato, pensé en mi tía… en ese camino hacia la finca que hice con ella… en esa vegetación que nacía por todas partes… sí, si algo tiene Venezuela es que me recuerda muchísimo a Colombia… quizás porque no conozco más… o, quizás, porque en un tiempo eran un único país… comencé a ver casitas, edificaciones que crecían alborotadas y en cualquier parte de los lados de las carreteras… son ranchos, casas ilegales construidas con pocos medios… mi atómica compañera de viaje, local de estas tierras tropicales, miraba aterrada por la ventanilla… cuánta miseria, dijo con cara de tristeza… suspiró, suspiré… creo que para ella estos tres años de ausencia de su tierra estaban siendo una toma de contacto dura… la de volver a tu país y no reconocer muchas cosas… la de reencontrarte con una tierra que, incluso, desconoces pese a ser la tuya…

A medida que el bus avanzaba, la noche comenzó a echarse encima… paramos en Valencia, una ciudad con una pintoresca terminal de autobuses… al salir del bus, sentí una bofetada de calor… fumaba mientras miraba todo lo que había a mi alrededor… mientras veía cómo pasaban un detector de metales a todos los nuevos pasajeros de aquélla ruta… mientras veía a un viejito muy viejito cargar con unos enormes termos, vendía café… cuando me cansé de respirar el humo negro de aquélla terminal, volví al autobús… para seguir descontando kilómetros para llegar a esa ciudad que tanta curiosidad me despertaba… para vivir lo que es un atasco de los de verdad en la incorporación a la autovía… para ver un cielo rosa inmenso e increíble que, una vez más, me recordó a esa Colombia en la que también me dejé un pedacito de lo que soy… nunca antes había sentido la oscuridad como enemiga… nunca antes hasta ese trayecto claustrofóbico en inicio por estas carreteras venezolanas… cuando el sol se escondió, supe lo que es la angustia… lo que es circular a toda velocidad por unas carreteras llenas de baches… dentro de un bus que, supuestamente, es de lo mejorcito pero que era como viajar montada en una batidora… un bus que circulaba completamente a oscuras… puedo jurar y juro que es de las sensaciones más extrañas que he sentido jamás…

A la altura del segundo alto en nuestro camino, descubrimos que nuestro cálculo de tiempo del viaje estaba equivocado… no, no iban a ser cuatro horas y media sino casi ocho… cuando mi bomba particular lo supo, casi arde por combustión espontánea… paramos en un área de carretera para descansar y comer algo… para estirar las piernas después de que ya no sabíamos ni cómo sentarnos… paramos para que el camarero que nos atendió cuando compramos unas empanadas me mirara como el que ve la tele… a piñón, sin despegar un ojo de mí… por algún motivo que no entiendo, empiezo a pensar que creen que soy marciana… me fumaba un cigarro observando todo lo que había a mi alrededor… un camión cargado en el que no paraba de subirse gente que, como medida de seguridad, se agarraba a las cuerdas que cubrían la carga… durante un segundo pensé en la sensación que tenía que ser ir por estas carreteras desvencijadas subido ahí arriba, sin protección alguna… sonreí… este otro lado del mundo es peculiar, muy peculiar… hacía calor, muchísimo para haberse ido el sol hace tanto tiempo… la tierra respira así, pensé mientras volvía a subirme al bus… mientras me mentalizaba de que me quedaban más horas de claustrofobia con la BlackBerry en la mano conectándome con esa vida que dejé en stand-by en Madrid… ante la desesperación de mi compañera de aventura, me dio por desplegar el circo ese que me comí en algún momento con enanos y todo… el resto de los pasajeros dormían mientras nosotras no podíamos parar de descojonarnos…

Después de un rato largo rodeadas de oscuridad y con una sesión de música venezolana en mis oídos, vi luz… lo siguiente que vi fue una guitarra enorme en mitad de una especie de glorieta... es un cuatro mami, me dijo Thais cuando resucitó, un instrumento típico de acá… habíamos llegado… Barquisimeto era una realidad de calor, nocturnidad y mucho cansancio… el suficiente para llegar al hotel sin prestarle más atención de la cuenta al trayecto en taxi desde la terminal… no el suficiente para casi colgarme de la lámpara cuando, al entrar en el baño, descubrí que había una cucaracha del tamaño de las llaves de mi casa… un minuto después me dijeron que para qué tanto escándalo cuando era de las pequeñas… mi cara de terror no sabría describirla… pero fue todavía mayor cuando, para colmo, me contaron que en este país hasta ellas –las cucarachas- son peculiares… por lo visto, además, son gimnastas y son capaces de contorsionarse como un niño del Circo del Sol para entrar y salir por los mínimos agujeros de una rendija… el entregado recepcionista se encargó de que aquello pareciera un accidente, sí… y yo, lo reconozco, estaba tan agotada que me dio lo mismo pensar que éramos tres en la habitación… tan sólo quería dormir, que el día terminara… tan sólo quería, en realidad, que llegara el siguiente para ver a mis chicos…

Metida en esa cama con sábanas blancas sonreí… había cruzado ese inmenso Atlántico de nuevo… estaba en esa ciudad que, para mí, huele a percusión y metales… esa que pensé reencontraría en un aeropuerto… esa que, por lo que sea, me gusta incluso sin conocerla…

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Me recuerdas a mis viejos tiempos de juventud en la que llegaba al hotel y le decía a las cucas..¡Hola!.Tómate un trago de Santa Teresa añejo.Saludos.P.A.

Anónimo dijo...

¿Que tal do..tora?,salúdeme al barrio de la Guaira,al aeropuerto de Maiquetia y de nuevo al ron Santa Teresa;los ranchitos todos los años en época de huracanes y grandes lluvias se mueven..no le tengas miedo que nó son peligrosos.
Abrazos.

Anónimo dijo...

El anterior anónimo soy yo,el del buen café en La Era de Lario;tus papis bién según me comunica La Doña,La Contraria, como tu sabes;ha estado de cotilleo con tu mami más de una hora.Saludos de nuevo.P.A.

Bola de drac dijo...

Tu cantales que soc de barcelona y moro de caló.

Pasatelo bien y disfruta cada momento. Que topico. Que cierto.