miércoles, 30 de septiembre de 2009

El encuentro con el hombre que se llamaba como las colonias

Volvía a casa con la cabeza como un bombo… con un texto corporativo que no acababa de tener el espíritu que quería, que me pedía mi cliente… tratando de pensar en cómo enfocarlo… había hecho muchos borradores… ninguno me gustaba… salí de casa con él en la cabeza… y volvía ya de noche con lo mismo… con la música metida en mis neuronas para encender mi mente… para despertar esa lista de palabras que, ordenadas de determinada manera, podían decir lo que tenía que decir… quedaban dos días para que la web del cliente más peculiar que tengo se subiera a Internet y seguíamos sin dar el texto corporativo correcto…

Pensando en palabras, me encontré con una avalancha de ellas… fue entrando en casa… al llegar al portal con la cabeza embotada de frases, me interceptó un vecino… plantado en mitad de la puerta… sin dejarme entrar… me quité los cascos de mi iPhone –puto iPhone- para escucharle… le veía mover los labios y sonreír plantificado en mitad del acceso al edificio… pero no le oía… Fito me chillaba en las orejas cosas como que conoce un lugar a tres o cuatro cervezas de aquí… cuando me los quité, comencé a escuchar su voz… su acento… lo identifiqué rápidamente… es cubano querida, pensé, así que o abrevias o vas a estar aquí un rato… es un gran defecto, lo sé… pero no sé cortar en seco a alguien cuando se pone a hablar conmigo… creo que no tiene nada de malo ser un poco humano aunque, en ocasiones, te dé algún que otro problema… me he convertido en una experta en la materia y logro catalogar a los “charlatanes ocasionales” con distintas etiquetas… las señoras sesentonas aburridas son uno de los gremios más habituales en este barrio… le hice una radiografía rápida para calcular el tiempo que iba a tratar de hablar conmigo… cuarenta y alguno con pinta de ligón de bar de cincuentonas, me dije, un auténtico profesional de la charla…

Cuando empecé a escucharle, la cosa empeoró… primero se ofreció a ayudarme con las bolsas que traía… no muchas gracias, le dije bastante seria, puedo yo sola… sonrió con esa arquetípica sonrisa de ligón profesional ensayada mil veces ante el espejo… eres muy bella, me dijo mientras no había manera de que se moviera un milímetro de la puerta del portal… es más, siguió diciendo, cuando te veo en tu coche eres todavía más bella… primera llamada de atención en mi mente… no sólo eres un profesional, pensé, sino que además tienes un punto de psicópata… esa extraña raza humana para la que tengo un imán… continuó con su cháchara envuelta en sonrisas variadas y muchos “mami” de por medio… con mi siguiente intento de esquivarle y entrar, llegó la siguiente perla cubana… eso sí te lo tengo que decir, me soltó bloqueando la entrada de una manera muy sutil, con los ojos tan bonitos que tienes te vas a quedar sin ellos… no te preocupes, le contesté sonriendo, que te prometo que no se los dejaré a nadie… y ahí llegó la segunda señal de alarma… porque hay que ver, continuó diciéndome curioso, la cantidad de horas que pasas delante de ese ordenador… me quedé fría… sólo pude decir un “sí bueno… es que trabajo en casa” mientras trataba de controlar el alucine de que lo supiera… con una enorme sonrisa de ligón y cotilla, me dijo que veía la ventana de la casa por las noches… te veo porque es la única ventana iluminada de toda la pared por la noche, siguió diciendo, y siempre me pregunto qué es lo que miras tan concentrada en el ordenador… durante un instante, pensé en llamar al 091 y denunciarle… pero decidí darme la oportunidad de saber si tenía que hacerlo o el tipo era, simplemente, más cotilla que la Patiño…

Después de un buen maremágnum de palabras, el tipo se fue relajando… no le hacía falta que yo le hablara, él quería soltarme el rollo… en cinco minutos, me hizo saber que era ingeniero mecánico… que estaba separado y tenía dos niños… que tenía una empresa de reformas… que tenía muchas amigas putas y, también, muchos amigos importantes e influyentes… me sonreí… me lo imaginé como un pavo real desplegando sus plumas… me llamo Hermés, me dijo tendiéndome la mano con mucha galantería… como las colonias, añadió como si aquello le otorgara un toque de glamour absolutamente efectivo con las mujeres… hay que joderse, pensé, parece un comercial… se vende a sí mismo, se considera un producto… hace su spot publicitario el tiempo que le permitas charlar con él… eso sí, no pierde el tiempo en dejarte hablar… no le hace falta… seguía untándome las neuronas con sus muchas virtudes… su completa vida que tiene ese punto trágico de cubano en el exilio… no se daba por vencido y, lo que era peor todavía, no se quitaba de la entrada del portal… empecé a encabronarme lentamente… y en ese momento, como salido de la nada, apareció un vecino que ya no vive en este edificio… rescatada, pensé para mí, ahora será más fácil huir…

Hacía mucho tiempo que no le veía… me comentó que acababa de alquilar su piso a unos chicos de León… nos pusimos a hablar de la reciente junta de Comunidad que nadie me comunicó… mientras hablaba con él de las próximas obras que desconocía del edificio, veía al hombre que se llamaba como las colonias por el rabillo del ojo… quería meter baza en la conversación… comenzó a hacerlo dando instrucciones de cómo “ustedes los propietarios” teníamos que hacer las cosas para no pagar el dispendio de comunidad que pagamos… empezó diciendo que, como ingeniero mecánico que es, cree que se paga mucha luz por tener las luces de los pasillos encendidas a todas horas… gol gol gol gol, pensé para mí… aunque Martín ya no viva aquí, sí recuerdo que es ingeniero eléctrico… Martín le miró desde su cara de ingeniero cuadriculado y con ese puntito de prepotencia sabelotodo que tiene… se colocó las gafas mirando al hombre que se llamaba como las colonias desde los 30 centímetros de perspectiva que tenía sobre él… y en dos décimas de segundo, con frases breves y contundentes, le explicó con su rotundo acento gallego que acababa de decir una soberana gilipollez… le rebatió de manera técnica el por qué tener encendidas las luces… le explicó el funcionamiento de su consumo… reconozco que me dio pena durante un momento… pobre hombre, pensé, aunque sea un bocazas no se merece esa humillación…

Les dejé discutiendo de acometidas varias en el edificio… en gran medida, porque así podía escaparme de allí… pero también reconozco que, en parte fue, porque me daba pena el jardín en el que se había metido por muy galán de telenovela de bajo presupuesto que fuera… además de linda, me dijo mientras yo subía las escaleras del portal, eres muy simpática y te invitaré un día a café “mami”… cuando me subí al ascensor, me reí… de las cosas raras que pasan en esta peculiar 13 Rúe del Percebe mía… de esos personajes peculiares que viven en este enjambre humano que es el edificio… de este fin de semana no pasa, pensé al entrar en casa y ver mi peculiar ventana indiscreta, tengo que colgar las cortinas… esas que tengo esperando desde hace una semana... no porque sienta miedo, ni mucho menos… sino, únicamente, porque este barco pirata ni se exhibe ni se compra…

martes, 29 de septiembre de 2009

Nocilla, piñata y bebés

Llegué de la manera más improvisada… con una bolsa equivocada que acabó siendo válida… cuando se abrió la puerta de la casa, tuve una sensación que tengo siempre que voy… esta luz es diferente a las demás, pienso cuando entro… ese recibidor es cálido… acogedor… a lo mejor porque me huele a casa… quizás porque lo hace a bebé… o, simplemente, porque es uno de mis refugios favoritos de Madrid… uno de esos en los que me siento bienvenida aún siendo inoportuna… quizás, porque pese a no compartir sangre, son parte de mi familia… esta vez el motivo de la visita era singular… era el cumple de Paula… ese bebé que he visto crecer de cerca y al que bauticé como “la Froggy”… soy la tía Fati, ese es mi nombre… y francamente, me encanta oírlo… nada más entrar en la casa, me puse a saludar a los cuatro adultos que había en ese recibidor... una pareja de amigos, una pareja de amigos suyos... esta es la que casi te hace llorar el día de nuestra boda, le dijo mi amiga al hombre con gafas que aseguraba que yo le sonaba de algo... en ese momento, y mientras trataba de hinchar un globo para rehuír decir nada, me sonó el móvil… llamada de trabajo, obligatorio cogerla…

Después de comprobar que el cuarto de estar no tenía cobertura, me dirigí a la cocina… Marcos me dijo que era el único sitio donde se oía bien… esperando que ese cliente me volviera a llamar, la vi en la puerta… con una chaqueta rosa, unos pantalones bombachos cortos de color gris… brillaba… miraba curiosa quién estaba en su cocina… brilló más todavía cuando se le puso una sonrisa de oreja a oreja… me puse en cuclillas con el teléfono en la mano, abriéndole los brazos… llevaba sin verla dos meses… me había reconocido… sentí cómo le cambiaba la cara… cómo iba sonriendo con los bracitos abiertos mientras se acercaba a mí… me abrazó… te he echado mucho de menos Froggy, le dije, qué grande estás cariño… la miré… era su cumple… su segundo añito de vida… habían pasado tan deprisa… ella ya no era el bebé de aquélla tarde de un septiembre de mi otra vida… pequeñita, indefensa… tumbada en una cuna transparente… no era la bebé que dormí una noche de viernes en brazos… ni siquiera era la que había visto en julio en ese fin de semana de amigas en Soto… es una niña, me decía su madre con voz de alucine por teléfono unos días antes, ya no es un bebé… tenía razón… la Froggy estaba creciendo… la volví a abrazar y, en mitad de ese encantamiento, mi teléfono empezó a sonar…

Para cuando terminé de hablar –tan sólo diez minutos más tarde-, la fiesta de cumpleaños de la Froggy se había trasladado al piso de abajo… su madre iba y venía, decidí echarle una mano para bajar las cosas… en tres décimas de segundo, le resumí las noticias más relevantes del día… ella en las mismas tres décimas me dio su opinión… esto es lo maravilloso de conocerse de toda la vida, pensé mientras me guardaba los globos pendientes de hinchar en el bolsillo y bajaba las bandejas de medias noches, a veces nos entendemos sin necesidad de más de cuatro palabras… seguí hinchando globos en el jardín… rodeada de parejas de amigos de mis amigos… todos ellos tenían a su pequeño ser dando vueltas por ahí… una niña completamente pasota e independiente… otra a la que su madre la ha bautizado como “su chicle”… un niño de tres años con su orgulloso uniforme de colegio… eran los amiguitos de la cumpleañera… una pandilla de seres pequeños que se movían al son de la música infantil que salía del equipo de música… otros chuperreteaban las mediasnoches de nocilla… me serví un vaso de Trinaranjus, descubrí que la madre de la criatura –léase mi amiga- había llenado todo el salón de guirnaldas… que la mantelería –de usar y tirar- tenía unos dibujitos de una princesa… y que tanto los vasos como los platos tenían el mismo dibujo… sonreí… como cuando éramos pequeñas, pensé… estaba celebrándole a la Froggy lo mismo que celebraron nuestras madres con nosotras durante tantos años… para ella era su primera fiesta de cumpleaños… para su madre, una ilusión que podía verle en la cara…

Un rato después, llegó otra pareja de amigos suyos con sus dos niñas… una bebé de seis meses de enormes ojos que todo lo miraban… y una niña rubia de cinco años con una gran sonrisa... Kenya… miré a sus padres… los recordé de la boda de mis amigos… mantienen un espíritu hippy auténtico… y aunque no sepa explicar por qué, me gustan pese a no conocerles apenas… él es un tío peculiar y simpático, ella es delgadísima y tiene una enorme sonrisa… pensé en lo dispar de todos aquéllos padres… mis ojos iban de las enormes perlas en las orejas de una al pantalón bombachísimo vaquero de otra… era curioso… mundos distintos orbitando en paralelo… diferentes maneras de vivir a sus hijos… todas eran distintas, y de todas ellas algo me llamó la atención… en ese jardín plagado de pequeñas personitas babeadas de nocilla, me di cuenta… no hay una manera correcta para nada en esta vida… puede haber muchos caminos diferentes pero todos tienen algo de acertados… la Froggy y yo contamos los platos de cartón y princesas sentadas en las escaleras… su única obsesión era meterlas dentro de una enorme cesta rosa de plástico que le habían regalado… se lo colgaba como si fuera un bolso… para cuando habíamos contado dos veces todos los vasos y todos los platos, llegó su momento… la tarta…

Como en los viejos tiempos, su madre hizo esa tarta que era lo más deseado de sus fiestas de cumpleaños… la de galletas, la que toda la vida vio el día de su cumpleaños… había comprado incluso una vela con un 2 para que la Froggy soplara… le cantamos cumpleaños feliz, ella sonreía… sopló su vela con la ayuda de sus padres con algún que otro esfuerzo… sonrió cuando se apagó… les miré… a los tres… a ese pequeño mundo que vive en esas cuatro paredes… ese universo que forman más allá del resto del mundo… me reí… iban los tres vestidos del mismo color y me habían confirmado asombrados al llegar que no se habían dado ni cuenta… pude ver su ternura… su emoción… eran padres, una etiqueta única… una familia… un status especial que me hace sonreír… quizás porque en mi otra vida soñé con tener una… o quizás porque siento que ese momento todavía no ha llegado, pero que lo hará…

Con la piñata, llegó el disloque… todos los enanos comiendo guarrerías… la Froggy se moría por un “pachús” –un chupa-chups para los adultos- que se sacó y metió en la boca durante un buen rato… el resto del tiempo, simplemente, me lo daba a mí para que se lo guardara… después se empeñó en que quería abrir otros chupa-chups que llevaba, cómo no, en su cesta rosa fuxia… me reí… entre babas, no iba a ser sencillo hacerle entender que no podía comérselos todos a la vez… las pequeñas familias se iban dispersando… los que resistíamos lo hacíamos en el jardín bajo un enorme toldo viendo chispear… es la hora de volver a casa, le dije a mi amiga, que tengo todavía cosas pendientes esta noche… acordamos vernos un día de esta semana… me despedí de sus amigos, de sus bebés… y cuando me fui a despedir de la cumpleañera, se le cayó una lágrima… la Froggy no quería que me fuera bajo ningún concepto, me hacía pucheros… su padre la despistó mientras yo subía la escaleras… las subía contenta pese a dejarla triste… es increíble lo que un ser tan pequeño es capaz de regalarte sin darse cuenta…

Salí con esa sonrisa del portal… oliendo esa lluvia sobre la tierra mojada… cogiendo mi coche para volver a casa, para acabar mis cosas pendientes… con el alma calentita… con el calor de una niña, de sus padres, de los amigos… de otros pequeños seres que despertaron mi curiosidad con sus sonrisas, sus churretes de nocilla y sus miradas curiosas… personitas pequeñas que le habían dado vidilla a una tarde normal de martes de otoño… ya es casi octubre, pensé cuando llegaba a mi calle, el tiempo pasa muy rápido… sonreí… es un gran síntoma, me dije, eso significa que se vive…

lunes, 28 de septiembre de 2009

Siete vidas de gata

Mirando por esta ventana, una noche llegué a la conclusión de que los gatos no son los únicos que tienen siete vidas… no son los únicos que saltan al vacío estampándose contra el suelo y sobreviven… sonrío… hay saltos similares que se dan sin darlos… de esos que te parten la mandíbula y, en ocasiones, hasta el alma… pero sobrevives, vives… te lames las heridas como puedes… esperas a que los huesos rotos suelden… a que tu cuerpo tenga la misma elasticidad que tenía antes… antes de que se te escapara una vida… antes de que la vivieras por última vez para dejarle paso a una nueva… ese olor, el de la novedad, siempre anima… huele a sorpresas, a ilusiones… a cosas pendientes de vivir… a nuevos tejados por los que caminar…

Las transiciones entre vidas son claras… son momentos únicos de la vida de cada uno que marcan una diferencia… el “mañana” a ese día nunca será igual… algo habrá cambiado de manera tan drástica que, pese a que todo parezca lo mismo, sea completamente distinto… a veces esas muertes felinas las eliges tú, de manera consciente… tomando una decisión, apostando por algo… otras, sin embargo, acatas la sentencia sabiendo que te rozará el filo de la guillotina… sabiendo que, al día siguiente al levantarte, nada será igual que ayer… ni mejor ni peor, tan sólo diferente… la vida te da la oportunidad de resetear… de formatear el contador para ponerlo a cero de nuevo… sabiendo que te queda menos por vivir… sabiendo que una parte de ti, de lo que eres, simplemente se ha muerto… la muerte no tiene que ser siempre mala, me digo… es una renovación muchas veces… un volver a respirar… un sacar la cabeza de debajo del agua y sentir cómo se te hinchan los pulmones de aire… a veces uno simplemente muere cuando deja de sentirse vivo… cuando, un día, todo se detiene pese a no hacerlo… a veces, simplemente, medimos mal los saltos entre los tejados… o, incluso, preferimos no medirlos… jugárnosla… tratar de echarle un pulso al destino esperando que la suerte se alíe con nosotros… a veces lo hace… otras, por algún motivo, no nos corresponde en ese momento…

Supongo que ya he consumido varias de mis vidas de gata… varias de esas oportunidades de vivir maullando con más o menos despreocupación… con mayor o menor conocimiento de causa… vidas que no tienen bandera ni nación… vidas que tan sólo un buen día se esfumaron cargándote sobre los hombros del ligero peso de haber vivido, de haber pasado… pasado… la realidad es que, pese a estar chamuscada, un alma de gato siempre consume sus vidas… siete oportunidades para volver a empezar sin hacerlo… siete para volver a resucitar… un número mágico para seguir buscando lunas, para seguir mirando lunas… y para continuar paseando tejados…

domingo, 27 de septiembre de 2009

El "Volare" y el niño bombero

Hay un extraño lugar al que bajo los domingos a tomar café… un lugar que no piso de otra manera… tan sólo el último día de la semana, ese en el que parece que el mundo se detiene y estás obligado a aburrirte soberanamente con la única espera de que llegue ese lunes maldito… ese extraño lugar se llama Volare, una cafetería –para mí- que hace las veces de pub para sesentones, setentones e, incluso, octogenarios… su decoración debe llevar aquí tantos años como el camarero de bigote blanco que atiende tras la barra… pequeñas mesas, pequeños sillones tapizados en rojo al fondo… dos pantallas de televisión con dos tipos de deportes distintos, en una es impresindible el fútbol… la misma hélice de avión antiguo tras la máquina de tabaco… siempre con la música de Kiss FM como hilo musical… a veces me da la sensación de que este peculiar lugar vive ajeno a la climatología del exterior… los cristales simulan perpetuamente la noche dentro… el remate de la decoración lumínica son unos apliques que son candelabros dorados con tres brazos cada uno… creo que de no ser porque es el único lugar del barrio que está abierto en mi calle los domingos, no pondría un pie aquí dentro…

Sobre las siete de la tarde, religiosamente domingo tras domingo, bajo a ese extraño mundo… el formado por señoras que rozan los sesenta y que, tras marear siete veces al camarero con la comanda, optan finalmente por una coca-cola light… el de los hombres maduros que ocupan la barra del fondo con vasos anchos de whisky sólo con hielo, fisgando a toda persona que pone un pie más allá de la puerta... el de las parejitas que entran despistadas después de mirar mucho rato desde fuera, tratando de decidirse a cometer el sacrilegio de pisar este anciano templo para consumir cualquier cosa y así poder ver el partido de fútbol… el de los amigos cincuentones que se reencuentran después de mucho tiempo sin verse… hablan de divorcios, se sonríen… es tan sólo el comienzo de un cortejo que nunca sé cómo termina porque siempre me marcho antes… a tanta conversación profunda le acompañan muchos cocktailes –una de las especialidades de este lugar-, muchas miradas masculinas de conquista y algún que otro meneo de pelo por parte de ellas… me río… las pautas son las mismas con 20 que con 60… cuando veo alguna escena de estas, recuerdo una extraña noche de hace muchas lunas… una noche de esa otra vida mía en la que me bajé sóla a este lugar para tomarme un cubata… era un martes… para cuando me tomaba el segundo, un señor que rondaría los ochenta años me preguntó algo que nunca más que han vuelto a preguntar… estudias o trabajas, salió de sus labios ajados… le miré flipando en colores… pensé que si no se le caía la dentadura con el tamaño de la sonrisa que me estaba poniendo sería un milagro… creo que ese día descubrí el sub-mundo que se esconde en este “Volare” que en mí quedó acotado como recurso cafetero desde ese momento…

Cada domingo, llevo a cabo la misma rutina… entro visualizando que ese lugar que siempre ocupo está libre… habitualmente lo está… es la esquina de la barra, queda cerca de la puerta y permite ver todo lo que pasa por la calle… el súmun de la perfección es que el altavoz está justo detrás del alto taburete que me permite tomar el café tranquila y fumar… durante mucho tiempo, esta esquina era testigo del millón de cartas imaginarias sin destinatario que escribía… ahora, simplemente, es testigo de lo que escribo para mí… hoy, como muchos otros domingos, he bajado a ese lugar que sólo piso por religión propia los domingos… cuando al salir del portal he olido a lluvia, me ha parecido que ese verano que me resisto a dejar marchar ya se ha ido… pese a las sandalias, a los tirantes que llevo… al entrar, ese camarero de bigote blanco salido de la vieja escuela de Madrid me ha sonreído… buenas tardes señorita, me ha dicho acercándose a mi rincón incluso antes de que yo llegara, cafetito con leche… tan sólo he sonreído… lo reconozco, no hay nada que me guste más que el hecho de que un camarero sepa sin preguntarme qué voy a tomar…

Bebía mi café distraídamente fumándome un cigarro y concentrada en escribir algo que lleva mucho tiempo rondándome… y, en mitad de mi ensimismamiento, un pequeño ser ha aparecido en mi campo de visión… he visto a los bomberos, me decía muy serio mirándome con sus enormes ojillos redondos… al mirarle, me he reído… no se iba a dar por vencido, la pequeña personita tenía ganas de conversación… después de decirle a la histérica madre –que se ponía morada a GinTonics con el padre, o lo que fuere, de la criatura- que no se preocupara, le he preguntado dónde los había visto… y en una larguísima explicación, me ha comunicado que había un incendio cerca de mi casa… estás jugando, preguntaba mientras se ponía de puntillas para meter la nariz en mi pantalla… no, le he contestado girando el portátil, escribo… cuentos, me ha preguntado ilusionado… me he parado a pensarlo… algo parecido, le he contestado… después de dudar, la pequeña personita se ha dado media vuelta para responder a la llamada de su madre… una madre que iba de conversación bronca en conversación bronca con el hombre que la acompañaba... el niño estaba sentado en un taburete en mitad de la guerra... al cabo de cinco minutos, ha vuelto a entrar en mi campo de visión… al mirarle, he pensado en lo preparados que están los niños de hoy en día… llevaba abrazados unos playmobil bomberos… les puedes escribir un cuento a mis bomberos, me ha dicho interrogante tendiéndome los muñecos tiesos de plástico… pero un cuento bonito, ha seguido diciendo dejando los playmobil sobre el taburete que me hace las veces de reposapiés, que acabe bien y en el que no se quemen…

Reconozco que, al salir del Volare, volvía sonriendo hacia casa… pensando en lo maravillosa que es la inocencia infantil… esa que hace que hasta un incendio sea algo absolutamente extraordinario… esa que hace que, aún siendo testigo mudo en mitad de una bronca de adultos, siempre busca un final feliz…

viernes, 25 de septiembre de 2009

El regreso al RIFI del hijo pródigo

Me estaba vistiendo cuando escuché su voz hablando con mi madre… había llegado por fin… después de tantos meses, de tantos desencuentros… sus dos visitas a Madrid habían coincidido con dos ausencias mías… mientras acababa de arreglarme, pensé en la última vez que le había visto… me despedí de él sin hacerlo, diciéndole un “hasta mañana” mientras subía la escalera… no quería despedirme de él, había sido todo demasiado rápido… se iba y esta República Independiente de Fátima e Iñigo –RIFI- se quedaba sin una “I”… primero fue momentáneo hasta que el tiempo pasó y me demostró que, simplemente, se había marchado… cuando vivías conmigo, le dije en el modo madre ese que se me despierta de vez en cuando, estabas más lustroso… es lo que tiene trabajar de noche, me dijo con una media sonrisa… estaba como siempre, de nuevo en casa… por algún extraño motivo, me da la sensación de que siempre ha estado aquí… me río… en gran medida, fue el punto de partida de esta nueva vida mía… le abracé, tenía ganas de hacerlo desde hacía mucho tiempo… si antes lo sospechaba, en ese momento lo confirmé… le había echado mucho de menos…

Después de un kebab con mi madre, nos fuimos a aparcar su coche nuevo… uno de los cambios de esa vida que había empezado de nuevo en tierras gallegas, en su tierra… el coche venía con tarjeta de residente incluida, me contaba mientras nos alejábamos del barrio para encontrar la zona a la que correspondía su tarjeta… hasta ese momento –desconocimientos de la vida de parking-, no sabía qué coño eran aquéllos carteles con numeritos que veía en la calle… cuando encontramos un sitio donde dejarlo, comencé a flipar con todos esos “extras” que la antigua dueña del coche le había dejado… un ambientador típico en forma de pino con olor a esencias orientales –que olía a rayos-… un extraño llavero con muchas cosas colgando que bauticé como “muy María del Mal” –su prima- y que se negó a utilizar… y un muñecajo de fieltro que enseñaba los dientes… se lo colgué del retrovisor descojonándome… ahí se va a quedar, pensé mientras cerrábamos el coche… volvimos caminando a casa… agarrados del brazo… contándonos cosas… es curioso… hablamos por teléfono muchas madrugadas, madrugadas en las que él está en Hell´s land –el lugar donde curra- y yo me mantengo despierta en este barco pirata… en esa vuelta hacia casa descubrimos que, pese a todo, nos quedaban cosas por contar… creo que echaba de menos, también, estas conversaciones salteadas de hipervínculo a hipervínculo… esas en las que, atropelladamente, nos ponemos al día de nuestras cosas… de las que nos pasan… y es curioso porque, sea como sea, siempre acabamos riéndonos…

Volvimos a casa y acordamos vernos ya a última hora de la tarde… él tenía que pasarse por ese extraño lugar en el que trabajó y del que, siempre, hay alguna historia que contar… yo tenía una interminable traducción que terminar… para cuando volvió, aparqué todas mis cosas… tan sólo tenía ganas de pasar tiempo con esas conversaciones… con esos recuerdos que le contábamos descojonados de la risa a mi madre sobre nuestros momentos a lo “Faemino y Cansado” que solíamos vivir cuando la última “I” del RIFI estaba bien pegada… nos reíamos… mi madre compartía nuestras risas… nos miraba con ternura… creo que porque, para ella, Iñigo era el mejor compañero de piso que yo podía tener y porque era consciente de lo bien que me había sentado su compañía durante medio año en esta extraña República que reconstruí con su ayuda de la manera más tonta…

Como no podía ser menos dentro de nuestra República, teníamos que bajar a ver a Manolo… a ese extraño bar que asumíamos como parte de nuestro mundo y que desde siempre, sentía yo, nos había adoptado… pedimos dos botellines, nos sentamos en una mesa de la galería comercial… y llegó una pregunta a bocajarro… bueno, me dijo mirándome fijamente, cómo estás tú… es curioso… habíamos pasado parte del día juntos… le había contado mis aventuras, esos pequeños episodios curiosos –como no- de esta vida mía… y sin embargo, entendía perfectamente el significado de esa pregunta… sabía a qué se refería, por qué me lo decía… le contesté de manera sincera… bien, le dije sonriendo, estoy muy bien… en apenas cinco minutos, le resumí lo que en cualquier otro momento me habría llevado horas explicar… horas en las que él escuchaba callado, asentía y decía algo más que valioso de vez en cuando… le hablé de la desilusión, de la decepción… de esa justicia de la vida en la que creo y que considero que merezco… nos remontamos a mi viaje a Colombia, repasamos la gira… repasamos todos esos puntos de inflexión que le han vuelto a dar cuerda a esto que soy de una manera distinta… increíblemente viva… jodidamente sincera… estamos muy orgullosos de ti, me dijo él con esa ternura increíble que sólo Iñigo tiene… reconozco que me sentí en paz al escuchar eso… conmigo misma, con el pasado… pero sobre todo con esa familia elegida que me ha sostenido, aguantado y recogido en este extraño tiempo de metamorfosis…

Después de una accidentada compra en el Opencor, y de descojonarnos en la fila de pagar–sólo a mí se me ocurre decir “ríete de los chinos” sin comprobar la procedencia de la persona que iba delante nuestro en la cola-, volvimos a nuestra República… comprobamos que no podíamos hacer la cena oficial, sandwich de jamón serrano y Philadelphia… una obligación pasada cuando, en uno de mis despistes varios, compré un kilo y pico de jamón en un paquete pese a los intentos de persuasión del carnicero y mi insistencia… un kilo y pico de jamón que tuvimos que comernos cena tras cena-… innovamos con un nuevo sándwich, uno para esta nueva era del RIFI… y, como tantas otras noches de nuestra vida en común, nos sentamos a ver la tele… compartiendo tiempo, riéndonos de las cosas que salían en esa caja tonta que no enciendo si él no está… en un momento dado, hicieron referencia a una noticia que ambos miramos con cara de póker… en ese momento, comprobé que nuestras viejas tradiciones del RIFI no se habían perdido… antes de que me diera tiempo a poner los dos pies sobre el suelo para dirigirme a mi ordenador, Iñigo ya estaba buscando en el youtube… somos un par de freakes, le dije descojonada… después de encontrarlo, nos descojonamos todavía más… era una chorrada, es cierto… lo suficiente para despertar nuestra imaginación y mantener la broma durante un buen rato… reírnos, ejercer ese maravilloso derecho de sacarle punta a las cosas para hacer de nada algo realmente divertido…

Le dejé pegado a su portátil, sentado en el sillón que le pertenece como habitante de este micro cosmos especial… entré en la habitación a oscuras tratando de no despertar a mi madre… pensando en la sonrisa que tenía pintada en la cara… pensando en esos buenos momentos que habíamos compartido en apenas una tarde… comprobé que la sensación de volver a tenerle en casa me gustaba… me hacía sonreír… supongo que, simplemente, porque sentía que el hijo pródigo había vuelto por fin a casa… un regreso que, pese a haberle llevado seis meses de nuestras vidas y ser para apenas unos días, no había cambiado nada…

lunes, 21 de septiembre de 2009

Domingueando sensaciones

Tratando de volver a la vida a un antiguo aparato arrinconado en un cajón me encontré con un pedacito de pasado… un pedacito escrito en líneas… breves, concisas, crueles en ocasiones… no recordaba que estaban ahí… no sabía que, quizás, podía topármelas… recordé entonces la fábula del pez y el pájaro… esos absurdos intentos del uno por salir del agua, esos estúpidos intentos del otro por meterse dentro de ella… recordé el frío, la rabia… recordé esos antiguos dolores que un día dolieron y que, ahora, simplemente pasaron… los traumas de la vida son, simplemente, eso… traumas… dolores inmensos que, pese a sentirlos de cuando en cuando, nos recuerdan que la herida ha cerrado… que la página se pasó… que el libro, aunque nos queden páginas pendientes de leer, está colocado en lo alto de una estantería… quizás, si nos hubiera dado tiempo a leer esas líneas que nadie nos permitió, comprenderíamos… pero, llegado un punto, te conformas con el final… con esas páginas que sí has podido leer pese a todos los interrogantes… quizás tenía que ser así por algún motivo… o quizás, simplemente, no exista ninguno…

Rebuscando en ese pasado de un septiembre de hace un año sentí rabia… sentí tristeza… y una profunda lástima… nunca creí que utilizara esta palabra, pero creo que es el término más correcto para definir lo que veían mis ojos… permití que eso que formaba parte de mi vida me clavara los dientes en el alma… entregué un bien preciado más allá de lo material… más allá de un amasijo de escombros, entregué una parte del pasado que me hace ser yo… para qué, me pregunto ahora… para nada quizás, me contesto, o sólo porque así tenía que ser… si algo he aprendido en esta nueva vida de gata mía es que la gente nunca dejará de sorprenderme… algunas personas alcanzando las cotas más elevadas de generosidad emocional, esas que te sorprenden para bien y te ponen algodoncitos en el alma… pero, de la misma manera, las sorpresas no son siempre positivas… en ocasiones las personas te sorprenden para recordarte cuántas dobleces tiene el alma humana… cuántos pliegues desconocidos se pueden esconder en una mente en la que un día creíste… creer, qué gran verbo… creo en mí misma, lo admito pese a esos momentos en los que me levanto en armas contra lo que soy… pero creo de una manera que nunca he creído antes… el espacio de esa fe me lo robó un extraño… quizás, ahora, simplemente haya podido recuperarlo plenamente… sonrío… me río de las vueltas que da la vida… así tenía que ser, no me cabe la menor duda… pero es curioso… si me lo hubieran dicho en mi otra vida, habría apostado por la derrota… por el “no pasaría jamás”… ahora sé que pujaba por un caballo perdedor… lo siento, quizás es que en esa vida anterior me iban las causas perdidas…

En esta madrugada de Madrid, lo puedo decir alto y claro… este lugar en el que habito no es el mío… ya no lo es… quizás porque, simplemente, tuvo su fecha de caducidad… fue un refugio, un calentador para un alma congelada… una lucha absoluta contra los molinos que podría decir literalmente casi me empuja a la locura… sin embargo ahora, lo sé… he empezado a volar… a sentir de manera distinta, mirar de manera distinta, descubrir de manera distinta… no lo digo con rabia, es lo curioso… no la siento, quizás, porque no forma parte de mi naturaleza… porque, pese a todo, prefiero saber lo que es vivir sin ella… creo que es mucho más sano, mucho más maduro también… me hace gracia… hace poco desee a alguien mucha felicidad… un deseo que se resbaló por un silencio con el que ya contaba… pero lo hice aún sabiendo que no habría respuesta… quizás porque mi corazón no sirve para vivir en guerra fría… o, más bien, porque necesitaba despedirme de verdad… me río… lo he dicho tantas veces ya que ni yo me lo creo… siempre creo que será la última, esta vez también lo pienso… ahora sé que no es más fuerte que yo, y saberlo que gusta… quizás sólo por eso me permita estas absurdas licencias que hacen que el buen corazón y la gilipollez supina cuenten con barreras muy finas…

Domingueé en este barco pirata durante un día entero… midiendo las semanas de esta nueva vida… descontando del total de vidas las perdidas… pesando un alma que siento engordar… con la cabeza ligera… creo que he aprendido a pensar de otra manera… a superar obstáculos… a sentir desilusión en vez de tristeza… a sobrescribir sensaciones, a hacer mutar sentimientos… quizás me hago mayor, me digo ahora mismo muerta de la risa… quizás… no tiene que ser malo… como dice Fito “nunca se para de crecer, nunca se deja de morir”…

sábado, 19 de septiembre de 2009

Volver a la Universidad

Creo que sólo cuando estaba bajo el chorro del agua de la ducha, fui consciente… iba a volver… a ese lugar en el que viví en mi otra vida… ese que, en gran medida, es el lugar sobre el que edifiqué lo que soy… la época que ha guiado mis pasos de los últimos años… ese espacio de cuento en el que, simplemente, comencé a crecer, a pensar… hacía mucho tiempo que no ponía un pie por allí… en parte porque me entristecía hacerlo… porque extrañaba en gran medida esa vida ya vivida… esa gimnasia mental que suponía aquélla mente que nunca se detenía… esa persona que fui que sacaba tiempo de debajo de las piedras para hacer tantas cosas… la Universidad… iba a volver, tenía que hacerlo en gran medida para acompañar a ese hermano que nació en ese lugar… volver al inicio no es retroceder, pensé, qué grande es Macaco… creo que porque me ataca la melancolía cada vez que voy, traté de que fuéramos juntos… una manera también de enseñarle a esa parte ya indivisible de nuestra hermandad, Nela, el lugar en el que nos conocimos hace ya 12 años… ese que nos unió y que no ha separado un océano…

Es curioso… esta mañana me he arreglado pensando en reencontrarme con esos profesores que formaron parte de nuestra historia… me vino a la mente uno que sabía que no estaría pero al que, todavía hoy, profeso un enorme respeto… había pasado mucho tiempo desde la última vez… pero me hacía ilusión en cierta manera volver a saludarles… a que me preguntaran el arquetípico “dónde estás trabajando” y el “está jodida la cosa, verdad?” que sabía que me iba a caer… en cierta manera, dudaba de estar preparada para ese momento… para enfrentarme a explicarles que, cosas del destino, mi último año vital había sido un casi completo desastre profesional… me mataba sentirlo, sabía en el fondo que no era realmente así… el tiempo no se pierde, me dije mientras buscaba una pulsera roja que combinara con las estrellas rojas de la camiseta, sólo se usa de otra manera… debo tener un gen recesivo argentino, les argumentaba a Nando y Nela mientras rodábamos en el coche hacia La Berzosa, me da por ponerme melancólica y lo paso fatal… Nando se reía, chinchándome sobre las probabilidades de que me pusiera a llorar… aparqué en esa plaza que con conocimiento de causa –trabajé allí dos años y recuerdo las normas- está reservado para un personaje con nombre y cargo… que me despida, pensé para mis adentros riéndome… llegamos a secretaría de cursos y, antes de darnos cuenta, estábamos repartiendo besos a diestro y siniestro… sonrisas… reencuentros… una de las viejas glorias de la Universidad nos recordó aquéllos años en los que se ventilaba 2 paquetes diarios de Marlboro… no os divorciéis, le decía a mi pareja de amigos al despedirnos, que luego lo que queda por ahí es peor… me reí… sólo a ella, la eterna soltera, se le podía ocurrir decir algo así…

De ahí, nos fuimos a ese edificio en el que Nando y yo compartimos tanto tiempo… te acuerdas, me decía señalando los corchos con la distribución de horarios y clases, como en los viejos tiempos… en este aula, le dije a Nela, tuvimos la primera clase de la carrera el primer día… ella sonreía… lo recordaba con nitidez, muchísima de hecho… curioseamos las nuevas instalaciones, saludamos profesores… la eterna mujer liada nos sacó 5 minutos para sentarnos en su despacho… nos miraba con ternura, me gustó sentirlo… gracias a ella y a su asignatura, no pude licenciarme en tres años en Publicidad… pero lo cierto es que, pese a aquello, la tengo aprecio desde el día que me expulsó de clase porque tuve la mala idea de ponerme un jersey exactamente igual que el suyo… sigues siendo genial, pensé mientras pasaba olímpicamente de responder a una llamada del móvil… cuando el peso del pasado me pegó en la frente, decidimos milagrosamente irnos a la cafetería… al otro lado de la barra, estaba el mismo camarero que cuando estudiábamos… por Luis no pasaba el tiempo… seguía como siempre, con su media sonrisa… con su ilusión sincera por volver a vernos… charlamos, le contamos… nos sonreímos al pasado… miré alrededor, fijándome en la cara de esos nuevos universitarios que resultaban extraños… sonreí… entre ellos podía identificar algunos por su aspecto con quiénes éramos esa troupe hace tantos años… estábamos allí de nuevo, pensé, pero somos tan distintos y tan los mismos que me asusto…

Sentados en la terraza que ahora tiene mesas y hasta sombrillas, llamamos a una de esas amigas que hicimos allí… a una que queremos ambos de una manera especial… era mamá, estaba en su isla bonita… me alegré de sentirla así de Mónica… como siempre, como la última vez que la vi hace ya cinco años compartiendo una tarde calurosa de Madrid… cuando colgamos con el pedacito de pasado que sentí más presente que nunca con invitación de visita incluida, nos dio por ponernos a recordar… por hablar de ese fanzine que, para nosotros, fue un juego de estrategia y un desahogo… una iniciativa que nos daba de comer mentalmente… con el segundo café, llegó otra de esas amigas que hicimos en aquél lugar… mientras la escuchaba hablar, recordaba veinte anécdotas… muchos momentos buenos, otros no tanto… me acordé de esa amiga que está al otro lado del mar y de la que hace tanto tiempo que no sé nada... ese padre que también llevo en el corazón y que vive su propia aventura americana... esa amiga que vive su primera vuelta al mundo con misticismo y mucho amor, con sus buenas noticias de una invitación de boda a Sudáfrica... recordé compañeros perdidos… amigos olvidados que ahora sólo ves a través de Facebook… sonreí a esos recuerdos de cuando éramos unos críos pese a creernos grandes… de cuando nos movía la ilusión de despertar… mientras hablábamos, recordé al Fernando que comenzó la Universidad… a la Fátima que yo era… hemos cambiado sin duda, me dije, tú hasta estás casado… entre esos árboles sentí nostalgia… melancolía… de esa otra vida de gata que viví hace tanto y que tengo tan presente… de esa que todavía echo tanto de menos… nunca podré decir lo contrario, esos años en mitad de los árboles son parte del motor de esta vida mía… volvía a Madrid pensando en esas curvas de la A-6 que me sé de memoria… tengo recuerdos de casi todas ellas…

Lo reconozco, he sentido una infinita melancolía… una tristeza que me ha hecho estar a punto de llorar durante algunos momentos de la mañana… pero lo sentí… fue en mi otra vida, lo sé… sonrío… no sólo la tuve sino que, además, la viví… de una manera intensa y especial… quizás, sólo por eso, sea incluso feliz por vivir esa relativa tristeza…

jueves, 17 de septiembre de 2009

Mi primera clase de remo... en El Retiro

Cuando le dije a Silvia que iba con ella, pegó un grito de esos de alegría que forman parte de ella… llevaba meses tratando de que la acompañara, que probara… clases de remo, le dije interrogante y cachondeándome cuando me lo contó en su momento, y dónde remas en el Manzanares… en El Retiro, contestó ella… recuerdo que la imagen me pareció cuanto menos singular… aprender a remar en el estanque de El Retiro, ese al que rodea la leyenda urbana de que casi cualquier cosa puede haber bajo sus aguas… miré por la ventana, hacía un día bonito de septiembre… un mes que, aunque sea el final del verano, a mí me gusta mucho… quizás porque es el de los comienzos, el de los proyectos… el de comenzar a andar, a soñar, a aterrizar… qué coño, me dije, no se me ocurre mejor plan para un lunes por la tarde… llevaba todo el día tratando de procesar la operación de mi madre… disgustada, angustiada… tratando de cerrar cosas pendientes con la mayor rapidez para poder estar perfectamente disponible… tratando de liberarme para la llegada de esos amigos del otro lado del mar que tantas ganas tenía de tener en casa… en mitad de esa maraña de estreses, llegó la hora… tenía que cambiarme de ropa para irme a esa primera clase de remo…

Salí de casa como cuando voy al gimnasio… con los cascos puestos escuchando el aleatorio, pensando en encontrarme con Silvia en Opera… tú vienes y lo pruebas, me dijo ella por teléfono, a ver si te gusta… iba con el típico miedo escénico de no saber si se me daría bien –algo con lo que ya contaba ella que, como buena amiga, me conoce-… si estaría a gusto remando, si me caería al agua… sonreí… al menos la tarde estaba de buenas y, si tenía que empaparme, no iba a importarme mucho… cuando me reencontré con su carilla en la estación de Opera, comencé a desahogarme con ese estrés del lunes que me tenía tan saturada… casi sin darnos cuenta, llegamos a nuestro destino… hacía mucho que no pisaba el parque, la última vez fue patinando en una calurosa tarde-noche de julio… llegamos al embarcadero con esos nervios que uno siente cuando va a hacer algo que no ha hecho nunca por primera vez… después de hacerme no sé cuánto en el ergómetro –un aparatito que te permite remar sin moverte de tu sitio-, había llegado el momento… el jefe de toda la historia era un cincuentón zazabeta al que, para entenderle, tenía que hacer un auténtico esfuerzo… le has entendido algo, me preguntó Silvia… creo que me van a asignar un monitor, le dije con cara de alucine… por lo visto, educar el oído para poder hablar con él es una cuestión de entrenamiento…

El monitor que me asignaron resultó ser un chico completamente mazado que no tendría más de 25 años… cuando identifiqué que él era el responsable de mis primeras remadas durante la próxima hora y media, me giré para mirar a Silvia… qué suerte has tenido, me decía sonriente… supongo, pensé… el chico era guapo, para qué negarlo… de esos que parecen una escultura romana de tanto músculo marcado y que llevaba, para el que no lo viera con suficiente nitidez, una malla de medio cuerpo de lycra… pero más allá de parecer una galleta Marbú Dorada, lo cierto es que el chico resultó ser encantador… la primera instrucción fue subirme al bote de remo… aquello se meneaba que daba gusto y durante unos minutos temí que mis huesos acabaran empapados en el estanque… miraba la estrechez del bote y pensaba en cómo coño cabría mi cuerpo ahí dentro… cuando logré aposentar el trasero en el sillín móvil, las explicaciones sobre cómo coger los remos empezaron a sucederse… descubrí que mi bote estaba atado por una larga cuerda al muelle… normal, pensé, si no a ver cómo controlas a un pato como yo dando brazadas con los remos… comencé a practicar las instrucciones del Marbú –que, lo siento, no sé cómo se llama- hasta donde la cuerda me dejaba irme… después de un rato, se nos sumó otro mini profesor más… un niño que no tendría ni veinte años y que por poco entra en pánico cuando vio cómo me iba directa contra otra embarcación… me corregía el momento de estirar las piernas, el gesto de traer los remos bajo el pecho… pero lo hacía con una sonrisa que paliaba esos pequeños momentos en los que, pese a conocer las instrucciones, el bote no respondía como tenía que hacerlo…

Lo estaba disfrutando como una enana cuando el mini profesor me espetó un pequeño desafío… te atreves a que te soltemos, me dijo poniendo los pies en la proa de mi barquita de remos… durante unos segundos dudé… tranquila, me dijo el Marbú, que los peces de tres ojos ya los han sacado del agua… me reí… lo peor que podía pasarme era acabar con una buena mojadura… dale, le contesté, suéltame y vemos cómo va la cosa… comencé a remar sabiendo que no iba a sentir el tirón de la cuerda al acabarse los metros… el primer damnificado fue un pato que pasaba por allí y al que –sin querer, lo juro- con el alboroto del susto se le saltaron un par de plumas… el segundo fue el muelle contrario contra el que, pese a no tener instrucciones, logré no chocar de puro milagro… el mini profesor y el Marbú casi me borran el nombre desde el embarcadero cuando vieron mi casi colisión… volví para tranquilizarles… cómo te ves, me preguntó el Marbú… encantada, le contesté… seguí remando con la consigna de “no te vayas tan lejos” mientras me alejaba del muelle… se estaba haciendo de noche… y no pude por menos que pararme… pararme para escuchar los yembés que sonaban desde un lateral del estanque… para ver ese cielo medio rosa que dejaba paso a la oscuridad… las luces de El Retiro iluminando… respiré… me estaba gustando la experiencia… remar en mitad de Madrid… sentir el bamboleo del agua bajo ese poquito de fibra que mis entregados profesores aseguraron no iba a volcar nunca…

Para cuando me bajé, estaba feliz… te ha gustado, me preguntó el pequeño profesor… le sonreí un “me ha encantado” que lo decía todo… entonces vas a volver, me interrogó el Marbú vestido ya con ropa de calle… no lo dudes… cogí mi ficha y, mientras decidíamos en qué bar nos tomábamos un Nestea, me encaminé con Silvia y su atlética amiga hacia la Gran Vía… me había encantado sentir esa libertad… sentir cómo se me tensaba hasta el último músculo… el tonto desafío de ir tanto hacia delante como hacia atrás… creo que no habíamos llegado al bar donde nos sentamos a tomar algo y charlar cuando ya lo había decidido… iba a empezar mis clases de remo, sin duda… el jefe zazabeta de todo el sarao me había animado a hacerlo, Silvia también al decirme que se me había dado muy bien… la sensación que tenía en ese momento lo decía todo… le había sentado realmente bien tanto a mi cuerpo como a mi mente…

martes, 15 de septiembre de 2009

La boda de mi mejor amigo II: en la cuna de España

Nada más llegar a la habitación, lo primero que hice es lo que siempre hago en un hotel… abrir la ventana, mirar a través de ella… tengo suerte, pensé… a través de ese rectángulo de madera veía un prao verde… puse música, saqué la ropa y traté de tranquilizarme… tenía tiempo de sobra para hacer mi propia performance y transformarme en una digna invitada a una boda así… mientras sacaba el vestido del portatrajes que mi madre había preparado, sonreía… la boda de Nando y Nela, me decía para mí, y yo con estos pelos… pasé por la ducha de la manera más rápida de todas porque el agua caliente tardaba en salir y, para colmo, tenía miedo de mojarme ese pelo que tanto esfuerzo me había supuesto pese al resultado… para cuando estaba maquillada y había medio logrado colocarme el pelo, me vestí de mujer… con un vestido comprado hace muchos años que nunca me valió pero que, ahora, me queda como un guante… lo compré en mi otra vida en lo que podríamos llamar “una ganga” y qué mejor que estrenarlo en un momento así… era la única invitada a la boda que no era familia… la única que se salía de ese molde… la única, quizás, porque yo siento al novio como un hermano y quizás él lo siente igual… para cuando había terminado de arreglarme, me miré al espejo… no tenía muy claro cómo iba a manejarme con el chal prestado que llevaba, pero tenía claro que tenía que llevarlo…

Salí del hotel rural siguiendo las instrucciones vía SMS del casi futuro marido… para empezar, tenía que subir una empinada cuesta… me descalcé directamente, llegué a la conclusión de que iba a ser la única manera de lograr llegar sin parecer que venía de correr la media maratón de Madrid… en el trayecto, cada una de las furgonetas que pasó me pitó… qué coño, me dije, por si me quedaba alguna duda de que iba mona… al llegar a la casa de los futuros esposos, comenzó el lío… primero un hombre que no sabía si me miraba a mí o a la esquina contraria… después una mujer –que rápidamente identifiqué como la tía del novio- que aseguraba que no podía calzarse porque tenía un tirón y encontró como solución ponerse a bailar… entré a saludar a la futura esposa… estaba increíble, en mitad del salón… con esa sonrisa que tiene que apuesto puede derretir a las piedras… saludé a sus padres, esos que no conocía más allá de las fotos… al padre del novio, ese hombre al que conocí tantos años atrás y al que quiero con una profunda ternura… más tarde, llegaría el momento de ver a la madrina… estás espectacular, le dije… tú crees, me contestó muy poco convencida… estaba nerviosa, tensa y estresada… me faltaba por ver a ese amigo que era relativo culpable de tenerme allí… y por fin, me lo encontré… sonreía, estaba muy guapo… más delgado que cuando le vi en febrero en esa Ciudad de Panamá que ahora es su casa… le abracé mientras lidiaba con esos tacones que se me clavaban en el césped… estás nervioso Flaco, le pregunté… lo negó pero, eso sí, abogaba por hacerle beber a su madre un par de ginebras… nos reímos…

Me subí al coche de un matrimonio que se ofreció a llevarme a la iglesia y que resultaron ser absolutamente encantadores… yo empecé con Maripaz, me contaba él en la puerta de la capilla ya, porque le mandé unas fotos por carta y han pasado treinta años y mira… le sonreí… me lo contaba de una manera bonita… supongo que es lo que tienen las bodas, que te hacen pasarle revista a tu propia historia… con el novio esperando, Virginia -su hermana- y yo tuvimos que acompañar a la casi esposa a la entrada de la capilla… después de dejarla encaminada, con su velo colocado y el fotógrafo echándonos en todo momento, nos metimos con calzador en el banco de la primera fila… teníamos que ponerle un rosario a los novios en un momento dado de la ceremonia… cuando el cura empezó a hablar, creí que me moría de risa… hablaba igual que José Luis Moreno, un comentario que no dudé en comentarle al encantador novio de Virginia que estaba a mi lado… nos reíamos en voz baja… si dice tiene garra y poderío, le decía, me lo creo… Pablo se moría de la risa… el súmun del descojono llegó cuando nos dimos cuenta de que uno de los integrantes del coro estaba a punto de desmayarse del calor… espero que aprobaras la asignatura de primeros auxilios, le dije a Pablo… puso cara de póker, cosa que le sumó más risa al momento… cuando llegó el momento del “sí, quiero” lo reconozco… se me saltaron un par de lagrimitas… estaba acompañando a mi amigo del alma en su día… en un día al que sólo estaba invitada su familia y yo… me sentía en casa pese a no conocer a casi nadie… me sentí orgullosa de que, a pesar de los 12 años transcurridos desde el día que le conocí, estuviera allí… era un honor en cierta manera, un gran algodón colocado en otras de las esquinas de este alma mía…

Después de gaiteros, fotos y cachondeos varios tocó emprender el viaje hacia el restaurante… si quieres, me decía el padre del novio mientras recogíamos los últimos rastros de nuestro paso por la capilla, te guardamos la alfombra roja para cuando tú te cases… me descojoné… pues Toño, le contesté, espero que tengas un antipolilla súper efectivo… él también se rió… sentí su ternura, su cariño… creo que, de alguna manera, me quiere porque sí… supongo que de la misma manera que yo a ellos… pasé la cena escoltada por la prima del novio, a la que no recordaba pese a que ella me tenía bien presente… ella fue, le contaba al resto de la mesa, la primera persona que yo conocí al llegar a la Universidad… recordaba, incluso, que llevaba un pantalón de lino blanco… aluciné con esta peculiar memoria mía que recordaba mejor a su madre –acompañante de la nueva universitaria- que a ella… me sorprendió que todo el mundo sabía quien era yo… al “tú eres Fátima, la amiga de Fernando” le seguía una sonrisa y dos besos… incluso la abuela del ya marido me dijo que tenía muchas ganas de conocerme porque había oído hablar mucho de mí… sonreí… la vida es así de curiosa, me dije, tan sólo con eso sentí una enorme felicidad… la misma que sentí cuando la hermana del novio me preguntó en el baño qué opinaba de su novio… me encanta, le contesté sentada en el alfeizar de una ventana descansando los pies sobre un enorme cesto para las toallas sucias… la miré sonreír… sentí su felicidad… eso que había logrado pasarle página a una época que yo conocía bien y que le había supuesto un casi infinito dolor… ella también lo recordaba… es curioso, sin apenas conocernos de verdad, compartimos esa extraña época suya en la distancia de la misma manera que ella compartió conmigo una similar… no sé por qué, me decía colocándose el fajín que la traía por la calle de la amargura, pero sabía que os ibáis a llevar bien… imposible lo contrario, pensé, es simplemente encantador…

Bailamos… charlamos… nos reímos, mucho de hecho… nos sorprendimos con un grupo asturiano que hizo su pequeña actuación… pese a estar retirados, su amistad con el tío del novio les hizo poner su granito de arena a la noche… Flaco tu familia está zumbada, le dije por teléfono cuando tiraban de mis huesos de bar en bar por Cangas de Onís a la vera de ese famoso tio suyo que por fin conocía, pero son encantadores… a los novios les había vencido el cansancio y yo, con mi alma de gata, había decidido acabar de disfrutar de la noche con mi pareja de rehenes y la prima del novio… de vuelta al hotel, tras un esperpéntico viaje en taxi –pequeñas rencillas de este país, tuvimos que caminar y cruzar el puente romano de Cangas para coger el taxi en el lado que corresponde al pueblo del que es la familia de mi amigo-, pasé revista a la noche… al cariño que me había dado gente que sólo conocía de mí mi nombre y ese extraño lazo que es la amistad… a esa parejita que tomé como rehenes y que acabé queriendo volver a ver muy pronto… a esa familia que, sin ser mía, se había volcado en que estuviera lo más a gusto posible… en los padres de unos novios que sonreían… en unos novios que, pese a ser ya marido y mujer, habían disfrutado de su día compartido con nosotros… estaba rota, lo reconozco, pero al meterme en la cama sólo podía pensar en todo ese montoncito de cosas bonitas que había vivido y sentido durante el día… pese a las prisas, pese al agobio… con tanta ternura y cariño… me gustaba estar en esa cuna de España que es para los asturianos Covadonga... esas tierras que tanto le gustaban a mi abuelo...

La boda de mi mejor amigo I: carrera contra el tiempo

Abrí el ojo gracias a la llamada de mi atómica amiga… gatita, me decía, son las 8 y usted tiene camino… camino me sonó a eufemismo… una boda, la de mi amigo del alma… Asturias me parecía más lejos que nunca… salté de la cama como pude para tratar de recomponerme el cuerpo… demasiadas emociones el día de antes… todavía tenía los ojos hinchados, un recuerdo de esta desincronización entre cabeza y corazón… medio sobada, comencé con mis quehaceres previos a marcharme… pasar por la ducha fue lo primero, ponerme los bigudíes para hacer algo con mi pelo lo segundo… cuando vi que con un pañuelo no lograba disimular que llevaba la cabeza llena de moños sujetos por palitos de colores, me di por vencida… no tengo vergüenza, lo reconozco, pero bajé a tomar café del brazo de mi bomba particular de esa guisa… cuando Manolo me vio, se descojonó… así piensas ir, me decía interrogante muerto de la risa… qué remedio Manolo, le contesté, si es que no tengo más tiempo… para empezar, los propios novios pensaban en inicio que se casaban el sábado… y cuál fue mi sorpresa, apenas un par de días antes, cuando descubrí que la boda era un día antes…

Con el alma enredada me subí al coche… mi bomba se quedaba en casa, era consciente de que la dejaba con su propia maraña pendiente de solucionar y con el miedo a una soledad en tierra extraña… a medida que avanzaba los kilómetros, pensaba en mi destino… en ese reencuentro con un amigo del alma que siento hermano y su mujer… con una familia a la que quiero por defecto y que hacía tiempo que no veía… con la extraña sensación de presentarme en una boda sola y sin conocer a nadie… con el saco de los recuerdos sobre la espalda, los de hace más de un año cuando el mismo amigo se casaba pero al otro lado del océano… calor y frío a la vez, no sé explicar lo que pasaba por mi mente… a medida que avanzaba los kilómetros, este extraño ser que vive dentro de mí se iba despertando… se iba ilusionando… iba a Covadonga, a esa tierra asturiana que siento tan dentro como un lugar en el que no me importaría nada vivir … a reencontrarme con ese pedacito de mi vida anterior que permanece y que siento de una manera tan especial… con esa mujer que llegó un día de invierno como su novia y que ya es indivisible en mi vida… para cuando dejé de soñar, tocó volver a la realidad y parar en una gasolinera… mientras repostaba, el hombre que llenaba mi coche de diesel me miraba la cabeza como si fuera un marciano… avergonzada por la situación, le dije un “es que llego tarde a una boda” que obtuvo como respuesta un “pensé que era un peinado de esos modernos que se hacen en Madrid”… me subí al coche muerta de la risa… me quedaban todavía casi 200 kilómetros para la siguiente toma de realidad… comer con mi padre, y de esa guisa, en la Virgen del Camino…

Cuando llegué a la Virgen, me bajé sin pudor de mi coche… con la cabeza llena de moñitos de colores… saqué unas fotos, entré en el santuario a respirar esa calma que dan las iglesias vacías mientras esperaba la llegada de mi padre… cuando mi querido progenitor llegó, no podía parar de reír… yo no como contigo así, me decía descojonado, nos van a echar de la provincia… nos sentamos delante de una ensalada y un plato combinado… me miraba, se reía… estás guapísima, me dijo a la altura del café… le miré con una ternura inmensa… me lo dijo de una manera preciosa… sintiéndolo con el alma como sólo un padre siente… sólo un padre puede verte guapa de esa guisa… nos costó despedirnos pese a saber que nos íbamos a ver al día siguiente… sabía que le había alegrado el día con mi visita… con ese ratito compartido… y a mí ese breve encuentro me había puesto más algodoncitos en el corazón… no puedo evitarlo, es el hombre más importante de mi vida… llámame en cuanto llegues, me dijo con medio cuerpo apoyado en la puerta del coche, y no corras que en Asturias hay radares por todas partes… seguí con mi camino, mirando el reloj agobiada perdida… con Fito y su “A puerta cerrada” escupiendo grandes frases contra las neuronas que se escondían bajo los bigudíes…

A cuarenta kilómetros del punto de destino, sonreía plenamente… quedaba poco… aunque no pudiera creérmelo, iba a llegar a tiempo al gran momento que me tenía a mí vuelta del revés… en uno de los últimos pueblos antes de llegar a Arriondas, pasó lo que no esperaba que ocurriera… un guardia civil me da el alto… mierda, pienso para mí… era consciente de que iba 22 kilómetros por encima del límite… pero ese 70 para mí era como una cruz… era, realmente, lo que separaba la fina frontera de llegar a tiempo y no llegar… cuando asomó la cabeza por la ventanilla del coche con su “buenas tardes” fui consciente de la situación… primero me miró muy serio… después empezó a descojonarse de la risa… con cara de pánico, haciendo uso de la mejor de mis sonrisas de mujer y una mirada gatuna le dije un entre aterrorizado y descojonado “vengo desde Madrid a la boda de mi mejor amigo y no llego a tiempo”… el hombre se reía… me miraba, trataba de ponerse serio y se volvía a reír… yo calculaba mentalmente el importe de la multa y los puntos que conllevaba… que tengo que llegar a Covadonga antes de las seis, le dije… faltaba poco más de una hora… el colmo fue cuando ese hombre vestido de verde que tenía pensado multarme me sopló con mucho cachondeo dónde más había radares… dos para ser exactos… le prometí ser una niña buena y no correr más antes de seguir con mi camino… curiosa esta vida, sin duda… el poder del buen humor es, a veces, el arma más maravillosa de todas…

Mientras rodaba detrás de un camión, pensé que no podía aparecer con esa pinta en casa del futuro esposo… aprovechando la velocidad –castigos del destino, estoy convencida de que ir pisando huevos en un tramo imposible de adelantar era para compensar mi exceso anterior- fui quitándome los bigudíes sin mirar… cuando el último palito de colores estuvo en el bolso, giré el retrovisor… entré en pánico, lo reconozco… parezco un puto caniche, me dije para mí al verme todo el pelo tieso en unos espantosos tirabuzones que no querían dejar de serlo… parecía que me había escapado de una película mala de época… aprovechando un semáforo de uno de los pueblos que tenía que atravesar, saqué el cepillo… me cepillaba esos rizos de caniche como una desquiciada mientras veía los veinte carteles que le restaban kilómetros a mi llegada a la meta… en ese momento, deseé que fueran más para poder arreglar esos pelos que ni siquiera veía pero que intuía…

Cuando subía la cuesta que me separaba apenas dos kilómetros de la meta, el retrovisor me devolvió la gran realidad… era como el león de la Metro, sólo me faltaba rugir… localicé rápidamente el hotel rural… aparqué en la puerta y cuando me vi de nuevo pensé que así no podía bajarme del coche… qué curioso… me había importado un pito cruzarme el mapa con los bigudíes, pero ahora me daba vergüenza… decidí solventarlo poniéndome una gorra… disimulaba algo… como las locas desembarqué en la recepción… la que sería mi anfitriona durante la estancia se partía de la risa… creo que nunca había tenido una inquilina tan zumbada como yo… con la llamada a Nando, llegó la revelación… la boda no era a las 6, era a las 7… tenía una hora más… respiré aliviada… al menos, pensé, tengo un margen para parecer un ser normal… cuando entré en la habitación, la 11, respiré aliviada… la primera etapa estaba superada… ahora quedaba lo más difícil… convertirse en mujer…

martes, 8 de septiembre de 2009

La aventura de una boda en Valencia: capítulo II

Desperté con la incertidumbre de si seguía sintiendo o no los pies… el aire acondicionado se había quedado encendido durante toda la noche y ninguno se levantó a apagarlo… durante unos minutos temí que salieran cuatro pingüinos del baño… después de comprobar que tenía todos los dedos en manos y pies, traté de recomponer mi cuerpo a duras penas… sí… pasar una noche entera en posición fetal para paliar el fresquito de la habitación te deja el cuerpo como si te hubieran pateado los cascos azules… miré por la ventana y descubrí que la mañana no era precisamente tan de playa como yo esperaba… cuando ya estábamos despiertos y vestidos, salimos de la habitación dispuestos a desayunar… dispuestos, además, a poder mojarnos los pies en el Mediterráneo... Jose iba en bañador, nosotras llevábamos el bikini en el bolso… sentados en la terraza en la que decidimos desayunar una buena tostada y un café –en palabras de Bea al pedirlo al camarero- “generoso”, comenzó a llover… algo que nos hizo cambiarnos de mesa y que, sólo unos minutos más tarde, pude comprobar en mis propias carnes cuando un goterón me recorrió la espalda… estaba claro, irnos a mirar algo con lo que tapar el cuerpo de Bea de cara a la boda era necesario…

Mientras Jose trataba de solventar sus problemas con la recién estrenada Blackberry, Bea y yo nos dedicamos a una de sus aficiones cuando va de viaje… mirar zapaterías… entre trapos y calzados varios, llegó la llamada de la rubia… mientras le contaba la aventura de la noche anterior, localizamos la meca de Bea… una zapatería de tres plantas con todo tipo de calzado… yo seguía destripando la noche de viernes en palabras en lo que Bea se probaba unas sandalias… apareció Jose y, en lo que ellos pagaban, sonó la canción con la que nos habíamos reído tanto la noche anterior… salimos bailando de la zapatería… es lo bueno de que no te conozca nadie, que puedes hacer el ganso cuanto quieras que lo mismo da… de ahí, al Corte Inglés a comprar una tarjeta para darles nuestro regalo a los novios… flipamos… el tema bodas está tan establecido ya que, incluso, tienes unas tarjetas especiales que son para meter el dinero dentro… optamos por una que nos pareció lo menos malo de todo lo que vimos… después de comer en un VIPS optamos por volver al hotel… mientras Bea pasaba por la ducha, Jose y yo nos tumbamos a ver la típica película de sábado tarde en la tele… la petardada en cuestión era una peli en la que salía nada más y nada menos que Chayanne, pero nos enganchó… el tipo está bueno, me decía Jose mientras veíamos como el hombre del “yesoooo” tenía una conversación de esas a corazón abierto después de haber sido regado por unos aspersores… si no caes amiga, hablaba yo con la tele, es que no eres humana… nos descojonamos el tiempo justo de empezar a arreglarnos… con la tontería y el rato de risas con la peli de turno, empezamos a movilizarnos para el gran momento… acompañar a Ampi y Amadeo en su día…

Llegamos a las 6 en punto a la iglesia, con tan mala suerte que ella decidió ser la única novia puntual del planeta… por lo visto, estaba amenazada por el cura ya que había una boda tan sólo hora y media después… sentados en el banco, les vimos prometerse todas esas cosas… mirarse, cogerse de las manos… emocionarse al mencionar al padre ausente de la novia… cuando Bea se giró a dar la paz a los del banco de atrás, el señor se la dio con reticencias… la gripe A ya sabes, le dijo sonriendo… estamos limpios y sanos, le contestó Bea con una de sus sonrisas… casi nos morimos de risa cuando nos contó el episodio completo indignada… cuando eran ya marido y mujer, entre la traca de petardos –lo contrario sería imposible tratándose de Valencia- y el arroz que lanzamos sin saber si se podía, tocó la sesión de fotos previas a coger el bus que nos llevaba a la cena… un trayecto que nos deparaba la sorpresa de que el conductor había decidido ejercer de guía turístico… nos explicó lo que era la Ciudad de las Artes y, “para los de Madrid”, lo que era un campo de arroz… todavía a esas alturas de la tarde-noche nos pareció hasta gracioso el mar de bromas que se armó alrededor…

En nuestra mesa, una extraña amalgama de personajes… disfrutados, lo confieso… el famoso amigo pirado de Amadeo estaba con nosotros, una pareja de recién casados encantadora también… charlamos, bailamos, nos reímos… nos emocionamos viendo la emoción de los novios cuando pusieron un vídeo hecho con fotos de ellos… para la altura del baile, yo ya no podía con los tacones que había aguantado estoicamente… Bea bailaba sin parar, Jose y yo manteníamos una visita mano a mano a la barra… a eso de las cuatro de la mañana, y después de una conversación sobre patriotismo con un amigo del novio, nos subimos al bus que nos tenía que llevar a nuestra siguiente parada… el lugar se llamaba “The face” y, en palabras del amigo pirado del novio, era un antro… la lluvia impidió que pudiéramos disfrutar de una terraza en exclusiva para la boda y con música distinta… así que tocó integrarse en los adentros de la discoteca… la cosa era, cuanto menos, peculiar… y, pese a los intentos por obviar lo de alrededor, la realidad es que estábamos rodeados de una rara tribu de la noche… una discoteca de bakalas valencianos y una boda son dos conceptos complicados de aunar bajo el mismo techo… pero allí estábamos… cada vez que la novia salía de esa zona VIP reservada para nosotros, los bakalas –con un puestazo bastante majo algunos de ellos- le gritaban un “Viva la novia” muy respetuoso que se perdía en el estruendo de la música –a veces, insoportable- de la discoteca… el colmo fue cuando, saliendo del baño, una chica le preguntó si venía de casarse o iba a casarse… su razonamiento ante la atónita cara de la novia y la mía era que, quizás, se había puesto el vestido para “ensayar”… y lo más normal es venir al templo del bakalao, pensé, para hacerlo…

Después de tratar de buscar alternativas en una sala anexa a la pista de baile central, descubrimos que aquello no tenía solución… puedes poner algo más light, le pregunté al sonriente DJ que optó por no hacerme ni puto caso… entre mazaos de gimnasio, empastillados y gente bastante peculiar nos sentamos en nuestros sillones de la zona reservada para observar… el colmo del lugar era una chica de unos veinte años que iba, literalmente, en ropa interior… su look de aquella noche era un culotte negro, un sujetador blanco, una chaquetita de lentejuelas con cremallera sin abrochar y unos altísimos tacones de aguja… después de comprobar que el zoo donde estábamos no tenía gogós, me planteé cómo esa mujer había salido así de su casa y había logrado llegar viva y vestida –dentro de la cantidad de tela que cubría su cuerpo- hasta ese lugar a las afueras de Valencia… tú te subes así a un bus, le decía interrogante a una agobiada Bea, y nadie te dice nada… para cuando mis cotas de alucine variado alcanzaron su límite, era la hora de volver a Valencia… todavía queda una esperanza para los valencianos, dijo el amigo pirado del novio a través del micrófono del minibús… lo decía orgulloso porque la discoteca estaba medio vacía… no sé si esperanza o no, pensé para mí, pero sin duda es uno de los lugares más peculiares donde he estado… los comentarios sobre “los de Madrid” y lo que eso implicaba nos acompañaron el resto del camino de vuelta a la ciudad…

Llegamos al hotel maldiciendo a la -ya bautizada- "coñona" que había estado a punto de arrancarme dos dedos de un pie de un pisotón… maldiciendo la absurda lucha en la que no habíamos entrado sobre Madrid… riéndonos de la sarta de tonterías, bromas y locuras varias que salían de nuestras bocas… comentando las jugadas de la nocturnidad nupcial… haciendo una quiniela sobre maternidades precoces… al meternos en el ascensor, esa mujer que casi me arranca los dedos de los pies, se subió con notrosos… mind the gap, le dijo Jose mirando el agujero entre el ascensor y el piso mientras ella se bajaba, mind the feet… nos morimos de la risa… en venganza por todos los absurdos comentarios sobre los madrileños, Bea decidió acabar con el agua para regar arroz y naranjas –parece ser que, según esos valencianos con ínfulas territoriales, esa tierra no tiene nada más… era lo único de lo que hablaban- con una larga ducha… mientras, yo veía cómo los dedos de mis pies se hinchaban y Jose trataba de no despeñarse por ese sofá convertido en cama supletoria por el que se le escurría la cabeza…

Cuando estaba a punto de desfallecerme de sueño, pasé revista al día… a esa pareja de amigos que me escoltaban en la aventura, que se habían pasado la noche y el día cuidando de mí… y recordé sus sonrisas, las de unos novios en su día… esos mismos que tenían tanto miedo de que, finalmente, no les acompañara… no entiendo por qué, pero para ellos era importante que estuviera allí… nos habíamos conocido en mi otra vida, pero seguíamos estando en esta nueva… sonreí…

lunes, 7 de septiembre de 2009

La aventura de una boda en Valencia: capítulo I

Era mi penúltima boda del año… de un año en el que a todo el mundo le había dado por casarse… si tuviera que hacer memoria, entre aquéllas a las que he ido y aquéllas en las que he tenido que abstenerme, no sabría contar… siete conté en el mes de abril… una maraña de altares, vestidos y menús que ahora mismo se me enreda entre sí… llegado septiembre, me quedaban los dos últimos asaltos… la boda de una buena amiga en Valencia… en esa tierra donde había encontrado a su Mozart particular y donde la había visto sonreír de otra manera… ya la había visto vestido de novia el día de la prueba del vestido… pero, aún así, tenía la ilusión de verla de verdad… con la sonrisa que tienen las novias en su día… esa que es especial y, probablemente, irrepetible… es curioso… dejé de creer en el amor para volver a hacerlo cuando a veces veo cómo se miran dos personas… cómo se emocionan en un día que, aunque no cambie nada a efectos prácticos, cambia muchas cosas… uno de esos días compartidos con los demás en los que jamás he creído pero que acompaño pese a no gustarme las bodas…

El viernes se despertó siendo un día así… con sabor a nervios, a la eterna pregunta in extremis de qué me voy a poner, con los últimos retoques al esmalte de uñas… y, por qué no, con una migraña de esas de campeonato… el destino era Valencia… el camino compartido con una pareja de amigos que son, sin duda alguna, especiales… cuando mi prima les conoció, su comentario es que le habían dado buen rollo… que respiraban felicidad… quizás es por eso por lo que son peculiares… son amigos, son pareja… y, para mí en este difícil cáliz personal que son las bodas, eran la mejor compañía posible… la cosa tenía guasa… partíamos de una habitación con tres camas… la caída de cartel de mi pequeña y extrañada Princesa del País de las Bragas me había puesto en un brete particular… me quedaba sóla pagando una habitación en este estado de derribo económico mío… hoy por ti mañana por mí, me dijo la vocecita de Bea… sois unos soles, pensé, tengo unos amigos que no me lo merezco… en contraprestación, opté por poner mi coche… recién salido de un taller… recién revisado… era mi granito de arena para la excursión…

Cuando mi cabeza, gracias al gramo y pico de ibuprofeno, me dio una tregua les recogí… íbamos charlando sin parar… lidiando con el tráfico de la salida de Madrid… les anunciaba mi viaje a Venezuela sabiendo que ellos entenderían mi ilusión… Jose suspiró que ojalá estuviera en su Caracas natal para entonces… Bea me hizo su encargo al respecto… salíamos de Madrid compartiendo pedacitos de vida… hasta que mi coche dejó de ser él para convertirse en algo extraño… lo sentía raro… no sabía explicar qué le pasaba… ellos seguían hablando mientras yo trataba de centrar qué estaba pasando… miré el cuadro de la temperatura y de la manera más relajada que pude dije un “chicos, tenemos que parar” que sonó a sentencia… cuando paramos, la realidad nos dio de golpe en la frente… mi coche casi se fríe, el tanque del líquido refrigerante estaba completamente vacío… otro de los pequeños percances que llevo viviendo con este bendito Astra en el último año y pico… en plena gasolinera de la Galp, empezó la locura… después de que el vendedor de melones de la furgo de al lado nos diera instrucciones, la primera en la frente… Bea y yo no encontrábamos el líquido refrigerante no porque no tuviéramos ni idea de qué era aquello sino más bien porque no había… empezó la operación “Camioneros arriba”… empezamos a molestar a todos los camiones que había parados en la gasolinera a ver si alguno tenía el bendito líquido… de una cabeza tractora vinilada con la bandera de Asturias, se bajó un sudafricano hablando castellano con acento portugués… rebuscó por todo el camión, negativo… ni rastro de refrigerante… Jose hablaba con otro y la última opción era un checo que no hablaba ni palabra de español y al que, francamente, nos dio miedo despertar…

Siguiendo las instrucciones del vendedor de melones, recorrimos dos kilómetros más hasta una Cepsa… conducía con el alma en un puño viendo cómo subía la aguja de la temperatura… después de echarle tres litros del líquido bendito, descubrimos que con las mismas salía por debajo del coche… el hombre que acababa de aporrear mi coche con la puerta de su todoterreno –y al cual eché el alto diciéndole al salir de comprar los litros benditos un sonoro “tú si ves que tal, dale”- acabó a cuatro patas mirando los bajos de mi coche… su diagnóstico como camionero que era fue demoledor… el coche no podía moverse… yo os llevo hasta Cuenca, nos decía con una sonrisa… opté por llamar al seguro… una grúa rescataría a mi chiquitín, y a nosotros un taxi… miré a mi alrededor, quedarte tirado en Perales de Tajuña -a apenas 50 kilómetros de Madrid- viene a ser lo más parecido a hacerlo en mitad del far west... llegó la grúa, se llevó mi coche… reconozco que sentí una tristeza absoluta al verlo subido allí… más tarde, y después de una llamada de reclamación, llegó el taxi… la fiesta que le montamos a Jesús, nuestro nuevo amigo conductor del taxi, fue buena… en apenas los cincuenta kilómetros que recorrimos con él de vuelta a Madrid, nos hicimos colegas… llevaba currando 14 horas pero el servicio merecía la pena… para cuando nos bajamos en la casa de Jose y Bea, teníamos su teléfono para llamarle cuando necesitáramos un servicio… te debemos un brindis, le dijimos con mucho cachondeo…

Desde Cuatro Caminos a Sanchinarro la cosa fue rápida… llegamos, cambiamos el Picanto verde fluorescente de mi pareja de amigos por un Nissan familiar de la madre de ella… la novia nos llamó a ver por dónde estábamos… hasta ese momento desconocía la realidad que llevábamos viviendo desde las 6 de la tarde… he cogido el disco de Bebe, le dije a Bea… pon la dos, me dijo ella mientras conducía, que me gusta mucho… para cuando el disco de Bebe había terminado, a Bea se le cerraban las pestañitas… me puse al mando de la máquina y, con el cambio del conductor, tocaba el cambio de música… gran revelación de la noche… el coche de la madre de Bea sólo tenía un CD de Rocío Jurado, lo justo para un trayecto surrealista… con mucho cachondeo, comenzamos a cantar todas y cada una de las canciones… “Como una ola”, “Se nos rompió el amor” o cualquier otra de la “grande de España” eran coreadas con mucho cachondeo… Bea cantaba unas veces y emitía extraños gorgoritos desde el asiento de atrás otras… desgañitados nos descojonábamos con la oferta musical… simplemente, era lo único que había…

Llegamos a Valencia a las 3 de la mañana… después de 9 horas de viaje desde el comienzo de la aventura… después de habernos sentado en cuatro coches diferentes… gracias al iPhone –puto iPhone- encontramos el hotel casi sin problema… el tipo de recepción fue la siguiente cosa peculiar de la extraña ya madrugada… hablaba exactamente igual que el famoso primo lejano de la serie americana… muertos de risa, nos desplomamos sobre las camas… estábamos reventados… comentando las jugadas de la tarde… si llego a saber que íbamos a volver a Madrid, les dije, le habíamos comprado un melón al hombre de la gasolinera… de golpe, Bea y Jose decidieron parodiar un vídeo que circula en youtube de Juan Gabriel cayéndose de un escenario… me descojoné con la puesta en escena, agradeciendo que el pequeño contratiempo hubiera sido con ellos… por algún motivo que desconozco, todo es mucho más sencillo…

Cuando apagamos la luz, seguimos hablando… compartía la habitación con una parejita que yo misma lié en su día –sí, tengo alma de Celestina- como si estuviéramos en un campamento… charlando en la oscuridad… una charla en la que, lo que tiene ser búho, la última frase la dije yo… ellos, simplemente, se entregaron a los brazos de Morfeo… sonreí… peculiar comienzo para un finde en Valencia… un comienzo que me había descalabrado todos los planes de ver amigos, de reencontrarme… pero qué coño, me dije, una batallita más para la colección…

Este es el vídeo que mis locos amigos parodiaban de madrugada en Valencia... no tiene desperdicio!