jueves, 17 de septiembre de 2009

Mi primera clase de remo... en El Retiro

Cuando le dije a Silvia que iba con ella, pegó un grito de esos de alegría que forman parte de ella… llevaba meses tratando de que la acompañara, que probara… clases de remo, le dije interrogante y cachondeándome cuando me lo contó en su momento, y dónde remas en el Manzanares… en El Retiro, contestó ella… recuerdo que la imagen me pareció cuanto menos singular… aprender a remar en el estanque de El Retiro, ese al que rodea la leyenda urbana de que casi cualquier cosa puede haber bajo sus aguas… miré por la ventana, hacía un día bonito de septiembre… un mes que, aunque sea el final del verano, a mí me gusta mucho… quizás porque es el de los comienzos, el de los proyectos… el de comenzar a andar, a soñar, a aterrizar… qué coño, me dije, no se me ocurre mejor plan para un lunes por la tarde… llevaba todo el día tratando de procesar la operación de mi madre… disgustada, angustiada… tratando de cerrar cosas pendientes con la mayor rapidez para poder estar perfectamente disponible… tratando de liberarme para la llegada de esos amigos del otro lado del mar que tantas ganas tenía de tener en casa… en mitad de esa maraña de estreses, llegó la hora… tenía que cambiarme de ropa para irme a esa primera clase de remo…

Salí de casa como cuando voy al gimnasio… con los cascos puestos escuchando el aleatorio, pensando en encontrarme con Silvia en Opera… tú vienes y lo pruebas, me dijo ella por teléfono, a ver si te gusta… iba con el típico miedo escénico de no saber si se me daría bien –algo con lo que ya contaba ella que, como buena amiga, me conoce-… si estaría a gusto remando, si me caería al agua… sonreí… al menos la tarde estaba de buenas y, si tenía que empaparme, no iba a importarme mucho… cuando me reencontré con su carilla en la estación de Opera, comencé a desahogarme con ese estrés del lunes que me tenía tan saturada… casi sin darnos cuenta, llegamos a nuestro destino… hacía mucho que no pisaba el parque, la última vez fue patinando en una calurosa tarde-noche de julio… llegamos al embarcadero con esos nervios que uno siente cuando va a hacer algo que no ha hecho nunca por primera vez… después de hacerme no sé cuánto en el ergómetro –un aparatito que te permite remar sin moverte de tu sitio-, había llegado el momento… el jefe de toda la historia era un cincuentón zazabeta al que, para entenderle, tenía que hacer un auténtico esfuerzo… le has entendido algo, me preguntó Silvia… creo que me van a asignar un monitor, le dije con cara de alucine… por lo visto, educar el oído para poder hablar con él es una cuestión de entrenamiento…

El monitor que me asignaron resultó ser un chico completamente mazado que no tendría más de 25 años… cuando identifiqué que él era el responsable de mis primeras remadas durante la próxima hora y media, me giré para mirar a Silvia… qué suerte has tenido, me decía sonriente… supongo, pensé… el chico era guapo, para qué negarlo… de esos que parecen una escultura romana de tanto músculo marcado y que llevaba, para el que no lo viera con suficiente nitidez, una malla de medio cuerpo de lycra… pero más allá de parecer una galleta Marbú Dorada, lo cierto es que el chico resultó ser encantador… la primera instrucción fue subirme al bote de remo… aquello se meneaba que daba gusto y durante unos minutos temí que mis huesos acabaran empapados en el estanque… miraba la estrechez del bote y pensaba en cómo coño cabría mi cuerpo ahí dentro… cuando logré aposentar el trasero en el sillín móvil, las explicaciones sobre cómo coger los remos empezaron a sucederse… descubrí que mi bote estaba atado por una larga cuerda al muelle… normal, pensé, si no a ver cómo controlas a un pato como yo dando brazadas con los remos… comencé a practicar las instrucciones del Marbú –que, lo siento, no sé cómo se llama- hasta donde la cuerda me dejaba irme… después de un rato, se nos sumó otro mini profesor más… un niño que no tendría ni veinte años y que por poco entra en pánico cuando vio cómo me iba directa contra otra embarcación… me corregía el momento de estirar las piernas, el gesto de traer los remos bajo el pecho… pero lo hacía con una sonrisa que paliaba esos pequeños momentos en los que, pese a conocer las instrucciones, el bote no respondía como tenía que hacerlo…

Lo estaba disfrutando como una enana cuando el mini profesor me espetó un pequeño desafío… te atreves a que te soltemos, me dijo poniendo los pies en la proa de mi barquita de remos… durante unos segundos dudé… tranquila, me dijo el Marbú, que los peces de tres ojos ya los han sacado del agua… me reí… lo peor que podía pasarme era acabar con una buena mojadura… dale, le contesté, suéltame y vemos cómo va la cosa… comencé a remar sabiendo que no iba a sentir el tirón de la cuerda al acabarse los metros… el primer damnificado fue un pato que pasaba por allí y al que –sin querer, lo juro- con el alboroto del susto se le saltaron un par de plumas… el segundo fue el muelle contrario contra el que, pese a no tener instrucciones, logré no chocar de puro milagro… el mini profesor y el Marbú casi me borran el nombre desde el embarcadero cuando vieron mi casi colisión… volví para tranquilizarles… cómo te ves, me preguntó el Marbú… encantada, le contesté… seguí remando con la consigna de “no te vayas tan lejos” mientras me alejaba del muelle… se estaba haciendo de noche… y no pude por menos que pararme… pararme para escuchar los yembés que sonaban desde un lateral del estanque… para ver ese cielo medio rosa que dejaba paso a la oscuridad… las luces de El Retiro iluminando… respiré… me estaba gustando la experiencia… remar en mitad de Madrid… sentir el bamboleo del agua bajo ese poquito de fibra que mis entregados profesores aseguraron no iba a volcar nunca…

Para cuando me bajé, estaba feliz… te ha gustado, me preguntó el pequeño profesor… le sonreí un “me ha encantado” que lo decía todo… entonces vas a volver, me interrogó el Marbú vestido ya con ropa de calle… no lo dudes… cogí mi ficha y, mientras decidíamos en qué bar nos tomábamos un Nestea, me encaminé con Silvia y su atlética amiga hacia la Gran Vía… me había encantado sentir esa libertad… sentir cómo se me tensaba hasta el último músculo… el tonto desafío de ir tanto hacia delante como hacia atrás… creo que no habíamos llegado al bar donde nos sentamos a tomar algo y charlar cuando ya lo había decidido… iba a empezar mis clases de remo, sin duda… el jefe zazabeta de todo el sarao me había animado a hacerlo, Silvia también al decirme que se me había dado muy bien… la sensación que tenía en ese momento lo decía todo… le había sentado realmente bien tanto a mi cuerpo como a mi mente…

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