viernes, 25 de septiembre de 2009

El regreso al RIFI del hijo pródigo

Me estaba vistiendo cuando escuché su voz hablando con mi madre… había llegado por fin… después de tantos meses, de tantos desencuentros… sus dos visitas a Madrid habían coincidido con dos ausencias mías… mientras acababa de arreglarme, pensé en la última vez que le había visto… me despedí de él sin hacerlo, diciéndole un “hasta mañana” mientras subía la escalera… no quería despedirme de él, había sido todo demasiado rápido… se iba y esta República Independiente de Fátima e Iñigo –RIFI- se quedaba sin una “I”… primero fue momentáneo hasta que el tiempo pasó y me demostró que, simplemente, se había marchado… cuando vivías conmigo, le dije en el modo madre ese que se me despierta de vez en cuando, estabas más lustroso… es lo que tiene trabajar de noche, me dijo con una media sonrisa… estaba como siempre, de nuevo en casa… por algún extraño motivo, me da la sensación de que siempre ha estado aquí… me río… en gran medida, fue el punto de partida de esta nueva vida mía… le abracé, tenía ganas de hacerlo desde hacía mucho tiempo… si antes lo sospechaba, en ese momento lo confirmé… le había echado mucho de menos…

Después de un kebab con mi madre, nos fuimos a aparcar su coche nuevo… uno de los cambios de esa vida que había empezado de nuevo en tierras gallegas, en su tierra… el coche venía con tarjeta de residente incluida, me contaba mientras nos alejábamos del barrio para encontrar la zona a la que correspondía su tarjeta… hasta ese momento –desconocimientos de la vida de parking-, no sabía qué coño eran aquéllos carteles con numeritos que veía en la calle… cuando encontramos un sitio donde dejarlo, comencé a flipar con todos esos “extras” que la antigua dueña del coche le había dejado… un ambientador típico en forma de pino con olor a esencias orientales –que olía a rayos-… un extraño llavero con muchas cosas colgando que bauticé como “muy María del Mal” –su prima- y que se negó a utilizar… y un muñecajo de fieltro que enseñaba los dientes… se lo colgué del retrovisor descojonándome… ahí se va a quedar, pensé mientras cerrábamos el coche… volvimos caminando a casa… agarrados del brazo… contándonos cosas… es curioso… hablamos por teléfono muchas madrugadas, madrugadas en las que él está en Hell´s land –el lugar donde curra- y yo me mantengo despierta en este barco pirata… en esa vuelta hacia casa descubrimos que, pese a todo, nos quedaban cosas por contar… creo que echaba de menos, también, estas conversaciones salteadas de hipervínculo a hipervínculo… esas en las que, atropelladamente, nos ponemos al día de nuestras cosas… de las que nos pasan… y es curioso porque, sea como sea, siempre acabamos riéndonos…

Volvimos a casa y acordamos vernos ya a última hora de la tarde… él tenía que pasarse por ese extraño lugar en el que trabajó y del que, siempre, hay alguna historia que contar… yo tenía una interminable traducción que terminar… para cuando volvió, aparqué todas mis cosas… tan sólo tenía ganas de pasar tiempo con esas conversaciones… con esos recuerdos que le contábamos descojonados de la risa a mi madre sobre nuestros momentos a lo “Faemino y Cansado” que solíamos vivir cuando la última “I” del RIFI estaba bien pegada… nos reíamos… mi madre compartía nuestras risas… nos miraba con ternura… creo que porque, para ella, Iñigo era el mejor compañero de piso que yo podía tener y porque era consciente de lo bien que me había sentado su compañía durante medio año en esta extraña República que reconstruí con su ayuda de la manera más tonta…

Como no podía ser menos dentro de nuestra República, teníamos que bajar a ver a Manolo… a ese extraño bar que asumíamos como parte de nuestro mundo y que desde siempre, sentía yo, nos había adoptado… pedimos dos botellines, nos sentamos en una mesa de la galería comercial… y llegó una pregunta a bocajarro… bueno, me dijo mirándome fijamente, cómo estás tú… es curioso… habíamos pasado parte del día juntos… le había contado mis aventuras, esos pequeños episodios curiosos –como no- de esta vida mía… y sin embargo, entendía perfectamente el significado de esa pregunta… sabía a qué se refería, por qué me lo decía… le contesté de manera sincera… bien, le dije sonriendo, estoy muy bien… en apenas cinco minutos, le resumí lo que en cualquier otro momento me habría llevado horas explicar… horas en las que él escuchaba callado, asentía y decía algo más que valioso de vez en cuando… le hablé de la desilusión, de la decepción… de esa justicia de la vida en la que creo y que considero que merezco… nos remontamos a mi viaje a Colombia, repasamos la gira… repasamos todos esos puntos de inflexión que le han vuelto a dar cuerda a esto que soy de una manera distinta… increíblemente viva… jodidamente sincera… estamos muy orgullosos de ti, me dijo él con esa ternura increíble que sólo Iñigo tiene… reconozco que me sentí en paz al escuchar eso… conmigo misma, con el pasado… pero sobre todo con esa familia elegida que me ha sostenido, aguantado y recogido en este extraño tiempo de metamorfosis…

Después de una accidentada compra en el Opencor, y de descojonarnos en la fila de pagar–sólo a mí se me ocurre decir “ríete de los chinos” sin comprobar la procedencia de la persona que iba delante nuestro en la cola-, volvimos a nuestra República… comprobamos que no podíamos hacer la cena oficial, sandwich de jamón serrano y Philadelphia… una obligación pasada cuando, en uno de mis despistes varios, compré un kilo y pico de jamón en un paquete pese a los intentos de persuasión del carnicero y mi insistencia… un kilo y pico de jamón que tuvimos que comernos cena tras cena-… innovamos con un nuevo sándwich, uno para esta nueva era del RIFI… y, como tantas otras noches de nuestra vida en común, nos sentamos a ver la tele… compartiendo tiempo, riéndonos de las cosas que salían en esa caja tonta que no enciendo si él no está… en un momento dado, hicieron referencia a una noticia que ambos miramos con cara de póker… en ese momento, comprobé que nuestras viejas tradiciones del RIFI no se habían perdido… antes de que me diera tiempo a poner los dos pies sobre el suelo para dirigirme a mi ordenador, Iñigo ya estaba buscando en el youtube… somos un par de freakes, le dije descojonada… después de encontrarlo, nos descojonamos todavía más… era una chorrada, es cierto… lo suficiente para despertar nuestra imaginación y mantener la broma durante un buen rato… reírnos, ejercer ese maravilloso derecho de sacarle punta a las cosas para hacer de nada algo realmente divertido…

Le dejé pegado a su portátil, sentado en el sillón que le pertenece como habitante de este micro cosmos especial… entré en la habitación a oscuras tratando de no despertar a mi madre… pensando en la sonrisa que tenía pintada en la cara… pensando en esos buenos momentos que habíamos compartido en apenas una tarde… comprobé que la sensación de volver a tenerle en casa me gustaba… me hacía sonreír… supongo que, simplemente, porque sentía que el hijo pródigo había vuelto por fin a casa… un regreso que, pese a haberle llevado seis meses de nuestras vidas y ser para apenas unos días, no había cambiado nada…

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