martes, 29 de septiembre de 2009

Nocilla, piñata y bebés

Llegué de la manera más improvisada… con una bolsa equivocada que acabó siendo válida… cuando se abrió la puerta de la casa, tuve una sensación que tengo siempre que voy… esta luz es diferente a las demás, pienso cuando entro… ese recibidor es cálido… acogedor… a lo mejor porque me huele a casa… quizás porque lo hace a bebé… o, simplemente, porque es uno de mis refugios favoritos de Madrid… uno de esos en los que me siento bienvenida aún siendo inoportuna… quizás, porque pese a no compartir sangre, son parte de mi familia… esta vez el motivo de la visita era singular… era el cumple de Paula… ese bebé que he visto crecer de cerca y al que bauticé como “la Froggy”… soy la tía Fati, ese es mi nombre… y francamente, me encanta oírlo… nada más entrar en la casa, me puse a saludar a los cuatro adultos que había en ese recibidor... una pareja de amigos, una pareja de amigos suyos... esta es la que casi te hace llorar el día de nuestra boda, le dijo mi amiga al hombre con gafas que aseguraba que yo le sonaba de algo... en ese momento, y mientras trataba de hinchar un globo para rehuír decir nada, me sonó el móvil… llamada de trabajo, obligatorio cogerla…

Después de comprobar que el cuarto de estar no tenía cobertura, me dirigí a la cocina… Marcos me dijo que era el único sitio donde se oía bien… esperando que ese cliente me volviera a llamar, la vi en la puerta… con una chaqueta rosa, unos pantalones bombachos cortos de color gris… brillaba… miraba curiosa quién estaba en su cocina… brilló más todavía cuando se le puso una sonrisa de oreja a oreja… me puse en cuclillas con el teléfono en la mano, abriéndole los brazos… llevaba sin verla dos meses… me había reconocido… sentí cómo le cambiaba la cara… cómo iba sonriendo con los bracitos abiertos mientras se acercaba a mí… me abrazó… te he echado mucho de menos Froggy, le dije, qué grande estás cariño… la miré… era su cumple… su segundo añito de vida… habían pasado tan deprisa… ella ya no era el bebé de aquélla tarde de un septiembre de mi otra vida… pequeñita, indefensa… tumbada en una cuna transparente… no era la bebé que dormí una noche de viernes en brazos… ni siquiera era la que había visto en julio en ese fin de semana de amigas en Soto… es una niña, me decía su madre con voz de alucine por teléfono unos días antes, ya no es un bebé… tenía razón… la Froggy estaba creciendo… la volví a abrazar y, en mitad de ese encantamiento, mi teléfono empezó a sonar…

Para cuando terminé de hablar –tan sólo diez minutos más tarde-, la fiesta de cumpleaños de la Froggy se había trasladado al piso de abajo… su madre iba y venía, decidí echarle una mano para bajar las cosas… en tres décimas de segundo, le resumí las noticias más relevantes del día… ella en las mismas tres décimas me dio su opinión… esto es lo maravilloso de conocerse de toda la vida, pensé mientras me guardaba los globos pendientes de hinchar en el bolsillo y bajaba las bandejas de medias noches, a veces nos entendemos sin necesidad de más de cuatro palabras… seguí hinchando globos en el jardín… rodeada de parejas de amigos de mis amigos… todos ellos tenían a su pequeño ser dando vueltas por ahí… una niña completamente pasota e independiente… otra a la que su madre la ha bautizado como “su chicle”… un niño de tres años con su orgulloso uniforme de colegio… eran los amiguitos de la cumpleañera… una pandilla de seres pequeños que se movían al son de la música infantil que salía del equipo de música… otros chuperreteaban las mediasnoches de nocilla… me serví un vaso de Trinaranjus, descubrí que la madre de la criatura –léase mi amiga- había llenado todo el salón de guirnaldas… que la mantelería –de usar y tirar- tenía unos dibujitos de una princesa… y que tanto los vasos como los platos tenían el mismo dibujo… sonreí… como cuando éramos pequeñas, pensé… estaba celebrándole a la Froggy lo mismo que celebraron nuestras madres con nosotras durante tantos años… para ella era su primera fiesta de cumpleaños… para su madre, una ilusión que podía verle en la cara…

Un rato después, llegó otra pareja de amigos suyos con sus dos niñas… una bebé de seis meses de enormes ojos que todo lo miraban… y una niña rubia de cinco años con una gran sonrisa... Kenya… miré a sus padres… los recordé de la boda de mis amigos… mantienen un espíritu hippy auténtico… y aunque no sepa explicar por qué, me gustan pese a no conocerles apenas… él es un tío peculiar y simpático, ella es delgadísima y tiene una enorme sonrisa… pensé en lo dispar de todos aquéllos padres… mis ojos iban de las enormes perlas en las orejas de una al pantalón bombachísimo vaquero de otra… era curioso… mundos distintos orbitando en paralelo… diferentes maneras de vivir a sus hijos… todas eran distintas, y de todas ellas algo me llamó la atención… en ese jardín plagado de pequeñas personitas babeadas de nocilla, me di cuenta… no hay una manera correcta para nada en esta vida… puede haber muchos caminos diferentes pero todos tienen algo de acertados… la Froggy y yo contamos los platos de cartón y princesas sentadas en las escaleras… su única obsesión era meterlas dentro de una enorme cesta rosa de plástico que le habían regalado… se lo colgaba como si fuera un bolso… para cuando habíamos contado dos veces todos los vasos y todos los platos, llegó su momento… la tarta…

Como en los viejos tiempos, su madre hizo esa tarta que era lo más deseado de sus fiestas de cumpleaños… la de galletas, la que toda la vida vio el día de su cumpleaños… había comprado incluso una vela con un 2 para que la Froggy soplara… le cantamos cumpleaños feliz, ella sonreía… sopló su vela con la ayuda de sus padres con algún que otro esfuerzo… sonrió cuando se apagó… les miré… a los tres… a ese pequeño mundo que vive en esas cuatro paredes… ese universo que forman más allá del resto del mundo… me reí… iban los tres vestidos del mismo color y me habían confirmado asombrados al llegar que no se habían dado ni cuenta… pude ver su ternura… su emoción… eran padres, una etiqueta única… una familia… un status especial que me hace sonreír… quizás porque en mi otra vida soñé con tener una… o quizás porque siento que ese momento todavía no ha llegado, pero que lo hará…

Con la piñata, llegó el disloque… todos los enanos comiendo guarrerías… la Froggy se moría por un “pachús” –un chupa-chups para los adultos- que se sacó y metió en la boca durante un buen rato… el resto del tiempo, simplemente, me lo daba a mí para que se lo guardara… después se empeñó en que quería abrir otros chupa-chups que llevaba, cómo no, en su cesta rosa fuxia… me reí… entre babas, no iba a ser sencillo hacerle entender que no podía comérselos todos a la vez… las pequeñas familias se iban dispersando… los que resistíamos lo hacíamos en el jardín bajo un enorme toldo viendo chispear… es la hora de volver a casa, le dije a mi amiga, que tengo todavía cosas pendientes esta noche… acordamos vernos un día de esta semana… me despedí de sus amigos, de sus bebés… y cuando me fui a despedir de la cumpleañera, se le cayó una lágrima… la Froggy no quería que me fuera bajo ningún concepto, me hacía pucheros… su padre la despistó mientras yo subía la escaleras… las subía contenta pese a dejarla triste… es increíble lo que un ser tan pequeño es capaz de regalarte sin darse cuenta…

Salí con esa sonrisa del portal… oliendo esa lluvia sobre la tierra mojada… cogiendo mi coche para volver a casa, para acabar mis cosas pendientes… con el alma calentita… con el calor de una niña, de sus padres, de los amigos… de otros pequeños seres que despertaron mi curiosidad con sus sonrisas, sus churretes de nocilla y sus miradas curiosas… personitas pequeñas que le habían dado vidilla a una tarde normal de martes de otoño… ya es casi octubre, pensé cuando llegaba a mi calle, el tiempo pasa muy rápido… sonreí… es un gran síntoma, me dije, eso significa que se vive…

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Siempre consigues hacerme llorar. ¡Simplemente precioso!

Anónimo dijo...

A la Froggy le va encantar recordar la celebración de su 2º cumpleaños gracias a este relato, y te aseguro que lo hará con ternura, cariño y alegría. Muchísimas gracias por emocionarnos.
Un besazo tía Fati