martes, 15 de septiembre de 2009

La boda de mi mejor amigo II: en la cuna de España

Nada más llegar a la habitación, lo primero que hice es lo que siempre hago en un hotel… abrir la ventana, mirar a través de ella… tengo suerte, pensé… a través de ese rectángulo de madera veía un prao verde… puse música, saqué la ropa y traté de tranquilizarme… tenía tiempo de sobra para hacer mi propia performance y transformarme en una digna invitada a una boda así… mientras sacaba el vestido del portatrajes que mi madre había preparado, sonreía… la boda de Nando y Nela, me decía para mí, y yo con estos pelos… pasé por la ducha de la manera más rápida de todas porque el agua caliente tardaba en salir y, para colmo, tenía miedo de mojarme ese pelo que tanto esfuerzo me había supuesto pese al resultado… para cuando estaba maquillada y había medio logrado colocarme el pelo, me vestí de mujer… con un vestido comprado hace muchos años que nunca me valió pero que, ahora, me queda como un guante… lo compré en mi otra vida en lo que podríamos llamar “una ganga” y qué mejor que estrenarlo en un momento así… era la única invitada a la boda que no era familia… la única que se salía de ese molde… la única, quizás, porque yo siento al novio como un hermano y quizás él lo siente igual… para cuando había terminado de arreglarme, me miré al espejo… no tenía muy claro cómo iba a manejarme con el chal prestado que llevaba, pero tenía claro que tenía que llevarlo…

Salí del hotel rural siguiendo las instrucciones vía SMS del casi futuro marido… para empezar, tenía que subir una empinada cuesta… me descalcé directamente, llegué a la conclusión de que iba a ser la única manera de lograr llegar sin parecer que venía de correr la media maratón de Madrid… en el trayecto, cada una de las furgonetas que pasó me pitó… qué coño, me dije, por si me quedaba alguna duda de que iba mona… al llegar a la casa de los futuros esposos, comenzó el lío… primero un hombre que no sabía si me miraba a mí o a la esquina contraria… después una mujer –que rápidamente identifiqué como la tía del novio- que aseguraba que no podía calzarse porque tenía un tirón y encontró como solución ponerse a bailar… entré a saludar a la futura esposa… estaba increíble, en mitad del salón… con esa sonrisa que tiene que apuesto puede derretir a las piedras… saludé a sus padres, esos que no conocía más allá de las fotos… al padre del novio, ese hombre al que conocí tantos años atrás y al que quiero con una profunda ternura… más tarde, llegaría el momento de ver a la madrina… estás espectacular, le dije… tú crees, me contestó muy poco convencida… estaba nerviosa, tensa y estresada… me faltaba por ver a ese amigo que era relativo culpable de tenerme allí… y por fin, me lo encontré… sonreía, estaba muy guapo… más delgado que cuando le vi en febrero en esa Ciudad de Panamá que ahora es su casa… le abracé mientras lidiaba con esos tacones que se me clavaban en el césped… estás nervioso Flaco, le pregunté… lo negó pero, eso sí, abogaba por hacerle beber a su madre un par de ginebras… nos reímos…

Me subí al coche de un matrimonio que se ofreció a llevarme a la iglesia y que resultaron ser absolutamente encantadores… yo empecé con Maripaz, me contaba él en la puerta de la capilla ya, porque le mandé unas fotos por carta y han pasado treinta años y mira… le sonreí… me lo contaba de una manera bonita… supongo que es lo que tienen las bodas, que te hacen pasarle revista a tu propia historia… con el novio esperando, Virginia -su hermana- y yo tuvimos que acompañar a la casi esposa a la entrada de la capilla… después de dejarla encaminada, con su velo colocado y el fotógrafo echándonos en todo momento, nos metimos con calzador en el banco de la primera fila… teníamos que ponerle un rosario a los novios en un momento dado de la ceremonia… cuando el cura empezó a hablar, creí que me moría de risa… hablaba igual que José Luis Moreno, un comentario que no dudé en comentarle al encantador novio de Virginia que estaba a mi lado… nos reíamos en voz baja… si dice tiene garra y poderío, le decía, me lo creo… Pablo se moría de la risa… el súmun del descojono llegó cuando nos dimos cuenta de que uno de los integrantes del coro estaba a punto de desmayarse del calor… espero que aprobaras la asignatura de primeros auxilios, le dije a Pablo… puso cara de póker, cosa que le sumó más risa al momento… cuando llegó el momento del “sí, quiero” lo reconozco… se me saltaron un par de lagrimitas… estaba acompañando a mi amigo del alma en su día… en un día al que sólo estaba invitada su familia y yo… me sentía en casa pese a no conocer a casi nadie… me sentí orgullosa de que, a pesar de los 12 años transcurridos desde el día que le conocí, estuviera allí… era un honor en cierta manera, un gran algodón colocado en otras de las esquinas de este alma mía…

Después de gaiteros, fotos y cachondeos varios tocó emprender el viaje hacia el restaurante… si quieres, me decía el padre del novio mientras recogíamos los últimos rastros de nuestro paso por la capilla, te guardamos la alfombra roja para cuando tú te cases… me descojoné… pues Toño, le contesté, espero que tengas un antipolilla súper efectivo… él también se rió… sentí su ternura, su cariño… creo que, de alguna manera, me quiere porque sí… supongo que de la misma manera que yo a ellos… pasé la cena escoltada por la prima del novio, a la que no recordaba pese a que ella me tenía bien presente… ella fue, le contaba al resto de la mesa, la primera persona que yo conocí al llegar a la Universidad… recordaba, incluso, que llevaba un pantalón de lino blanco… aluciné con esta peculiar memoria mía que recordaba mejor a su madre –acompañante de la nueva universitaria- que a ella… me sorprendió que todo el mundo sabía quien era yo… al “tú eres Fátima, la amiga de Fernando” le seguía una sonrisa y dos besos… incluso la abuela del ya marido me dijo que tenía muchas ganas de conocerme porque había oído hablar mucho de mí… sonreí… la vida es así de curiosa, me dije, tan sólo con eso sentí una enorme felicidad… la misma que sentí cuando la hermana del novio me preguntó en el baño qué opinaba de su novio… me encanta, le contesté sentada en el alfeizar de una ventana descansando los pies sobre un enorme cesto para las toallas sucias… la miré sonreír… sentí su felicidad… eso que había logrado pasarle página a una época que yo conocía bien y que le había supuesto un casi infinito dolor… ella también lo recordaba… es curioso, sin apenas conocernos de verdad, compartimos esa extraña época suya en la distancia de la misma manera que ella compartió conmigo una similar… no sé por qué, me decía colocándose el fajín que la traía por la calle de la amargura, pero sabía que os ibáis a llevar bien… imposible lo contrario, pensé, es simplemente encantador…

Bailamos… charlamos… nos reímos, mucho de hecho… nos sorprendimos con un grupo asturiano que hizo su pequeña actuación… pese a estar retirados, su amistad con el tío del novio les hizo poner su granito de arena a la noche… Flaco tu familia está zumbada, le dije por teléfono cuando tiraban de mis huesos de bar en bar por Cangas de Onís a la vera de ese famoso tio suyo que por fin conocía, pero son encantadores… a los novios les había vencido el cansancio y yo, con mi alma de gata, había decidido acabar de disfrutar de la noche con mi pareja de rehenes y la prima del novio… de vuelta al hotel, tras un esperpéntico viaje en taxi –pequeñas rencillas de este país, tuvimos que caminar y cruzar el puente romano de Cangas para coger el taxi en el lado que corresponde al pueblo del que es la familia de mi amigo-, pasé revista a la noche… al cariño que me había dado gente que sólo conocía de mí mi nombre y ese extraño lazo que es la amistad… a esa parejita que tomé como rehenes y que acabé queriendo volver a ver muy pronto… a esa familia que, sin ser mía, se había volcado en que estuviera lo más a gusto posible… en los padres de unos novios que sonreían… en unos novios que, pese a ser ya marido y mujer, habían disfrutado de su día compartido con nosotros… estaba rota, lo reconozco, pero al meterme en la cama sólo podía pensar en todo ese montoncito de cosas bonitas que había vivido y sentido durante el día… pese a las prisas, pese al agobio… con tanta ternura y cariño… me gustaba estar en esa cuna de España que es para los asturianos Covadonga... esas tierras que tanto le gustaban a mi abuelo...

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