domingo, 27 de septiembre de 2009

El "Volare" y el niño bombero

Hay un extraño lugar al que bajo los domingos a tomar café… un lugar que no piso de otra manera… tan sólo el último día de la semana, ese en el que parece que el mundo se detiene y estás obligado a aburrirte soberanamente con la única espera de que llegue ese lunes maldito… ese extraño lugar se llama Volare, una cafetería –para mí- que hace las veces de pub para sesentones, setentones e, incluso, octogenarios… su decoración debe llevar aquí tantos años como el camarero de bigote blanco que atiende tras la barra… pequeñas mesas, pequeños sillones tapizados en rojo al fondo… dos pantallas de televisión con dos tipos de deportes distintos, en una es impresindible el fútbol… la misma hélice de avión antiguo tras la máquina de tabaco… siempre con la música de Kiss FM como hilo musical… a veces me da la sensación de que este peculiar lugar vive ajeno a la climatología del exterior… los cristales simulan perpetuamente la noche dentro… el remate de la decoración lumínica son unos apliques que son candelabros dorados con tres brazos cada uno… creo que de no ser porque es el único lugar del barrio que está abierto en mi calle los domingos, no pondría un pie aquí dentro…

Sobre las siete de la tarde, religiosamente domingo tras domingo, bajo a ese extraño mundo… el formado por señoras que rozan los sesenta y que, tras marear siete veces al camarero con la comanda, optan finalmente por una coca-cola light… el de los hombres maduros que ocupan la barra del fondo con vasos anchos de whisky sólo con hielo, fisgando a toda persona que pone un pie más allá de la puerta... el de las parejitas que entran despistadas después de mirar mucho rato desde fuera, tratando de decidirse a cometer el sacrilegio de pisar este anciano templo para consumir cualquier cosa y así poder ver el partido de fútbol… el de los amigos cincuentones que se reencuentran después de mucho tiempo sin verse… hablan de divorcios, se sonríen… es tan sólo el comienzo de un cortejo que nunca sé cómo termina porque siempre me marcho antes… a tanta conversación profunda le acompañan muchos cocktailes –una de las especialidades de este lugar-, muchas miradas masculinas de conquista y algún que otro meneo de pelo por parte de ellas… me río… las pautas son las mismas con 20 que con 60… cuando veo alguna escena de estas, recuerdo una extraña noche de hace muchas lunas… una noche de esa otra vida mía en la que me bajé sóla a este lugar para tomarme un cubata… era un martes… para cuando me tomaba el segundo, un señor que rondaría los ochenta años me preguntó algo que nunca más que han vuelto a preguntar… estudias o trabajas, salió de sus labios ajados… le miré flipando en colores… pensé que si no se le caía la dentadura con el tamaño de la sonrisa que me estaba poniendo sería un milagro… creo que ese día descubrí el sub-mundo que se esconde en este “Volare” que en mí quedó acotado como recurso cafetero desde ese momento…

Cada domingo, llevo a cabo la misma rutina… entro visualizando que ese lugar que siempre ocupo está libre… habitualmente lo está… es la esquina de la barra, queda cerca de la puerta y permite ver todo lo que pasa por la calle… el súmun de la perfección es que el altavoz está justo detrás del alto taburete que me permite tomar el café tranquila y fumar… durante mucho tiempo, esta esquina era testigo del millón de cartas imaginarias sin destinatario que escribía… ahora, simplemente, es testigo de lo que escribo para mí… hoy, como muchos otros domingos, he bajado a ese lugar que sólo piso por religión propia los domingos… cuando al salir del portal he olido a lluvia, me ha parecido que ese verano que me resisto a dejar marchar ya se ha ido… pese a las sandalias, a los tirantes que llevo… al entrar, ese camarero de bigote blanco salido de la vieja escuela de Madrid me ha sonreído… buenas tardes señorita, me ha dicho acercándose a mi rincón incluso antes de que yo llegara, cafetito con leche… tan sólo he sonreído… lo reconozco, no hay nada que me guste más que el hecho de que un camarero sepa sin preguntarme qué voy a tomar…

Bebía mi café distraídamente fumándome un cigarro y concentrada en escribir algo que lleva mucho tiempo rondándome… y, en mitad de mi ensimismamiento, un pequeño ser ha aparecido en mi campo de visión… he visto a los bomberos, me decía muy serio mirándome con sus enormes ojillos redondos… al mirarle, me he reído… no se iba a dar por vencido, la pequeña personita tenía ganas de conversación… después de decirle a la histérica madre –que se ponía morada a GinTonics con el padre, o lo que fuere, de la criatura- que no se preocupara, le he preguntado dónde los había visto… y en una larguísima explicación, me ha comunicado que había un incendio cerca de mi casa… estás jugando, preguntaba mientras se ponía de puntillas para meter la nariz en mi pantalla… no, le he contestado girando el portátil, escribo… cuentos, me ha preguntado ilusionado… me he parado a pensarlo… algo parecido, le he contestado… después de dudar, la pequeña personita se ha dado media vuelta para responder a la llamada de su madre… una madre que iba de conversación bronca en conversación bronca con el hombre que la acompañaba... el niño estaba sentado en un taburete en mitad de la guerra... al cabo de cinco minutos, ha vuelto a entrar en mi campo de visión… al mirarle, he pensado en lo preparados que están los niños de hoy en día… llevaba abrazados unos playmobil bomberos… les puedes escribir un cuento a mis bomberos, me ha dicho interrogante tendiéndome los muñecos tiesos de plástico… pero un cuento bonito, ha seguido diciendo dejando los playmobil sobre el taburete que me hace las veces de reposapiés, que acabe bien y en el que no se quemen…

Reconozco que, al salir del Volare, volvía sonriendo hacia casa… pensando en lo maravillosa que es la inocencia infantil… esa que hace que hasta un incendio sea algo absolutamente extraordinario… esa que hace que, aún siendo testigo mudo en mitad de una bronca de adultos, siempre busca un final feliz…

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mira lo que decía Pasteur:

"Cuando me aproximo a un niño dos emociones me invaden: Una la ternura por el presente, y otra, el respeto por lo que algún día puedan llegar a ser"