martes, 8 de septiembre de 2009

La aventura de una boda en Valencia: capítulo II

Desperté con la incertidumbre de si seguía sintiendo o no los pies… el aire acondicionado se había quedado encendido durante toda la noche y ninguno se levantó a apagarlo… durante unos minutos temí que salieran cuatro pingüinos del baño… después de comprobar que tenía todos los dedos en manos y pies, traté de recomponer mi cuerpo a duras penas… sí… pasar una noche entera en posición fetal para paliar el fresquito de la habitación te deja el cuerpo como si te hubieran pateado los cascos azules… miré por la ventana y descubrí que la mañana no era precisamente tan de playa como yo esperaba… cuando ya estábamos despiertos y vestidos, salimos de la habitación dispuestos a desayunar… dispuestos, además, a poder mojarnos los pies en el Mediterráneo... Jose iba en bañador, nosotras llevábamos el bikini en el bolso… sentados en la terraza en la que decidimos desayunar una buena tostada y un café –en palabras de Bea al pedirlo al camarero- “generoso”, comenzó a llover… algo que nos hizo cambiarnos de mesa y que, sólo unos minutos más tarde, pude comprobar en mis propias carnes cuando un goterón me recorrió la espalda… estaba claro, irnos a mirar algo con lo que tapar el cuerpo de Bea de cara a la boda era necesario…

Mientras Jose trataba de solventar sus problemas con la recién estrenada Blackberry, Bea y yo nos dedicamos a una de sus aficiones cuando va de viaje… mirar zapaterías… entre trapos y calzados varios, llegó la llamada de la rubia… mientras le contaba la aventura de la noche anterior, localizamos la meca de Bea… una zapatería de tres plantas con todo tipo de calzado… yo seguía destripando la noche de viernes en palabras en lo que Bea se probaba unas sandalias… apareció Jose y, en lo que ellos pagaban, sonó la canción con la que nos habíamos reído tanto la noche anterior… salimos bailando de la zapatería… es lo bueno de que no te conozca nadie, que puedes hacer el ganso cuanto quieras que lo mismo da… de ahí, al Corte Inglés a comprar una tarjeta para darles nuestro regalo a los novios… flipamos… el tema bodas está tan establecido ya que, incluso, tienes unas tarjetas especiales que son para meter el dinero dentro… optamos por una que nos pareció lo menos malo de todo lo que vimos… después de comer en un VIPS optamos por volver al hotel… mientras Bea pasaba por la ducha, Jose y yo nos tumbamos a ver la típica película de sábado tarde en la tele… la petardada en cuestión era una peli en la que salía nada más y nada menos que Chayanne, pero nos enganchó… el tipo está bueno, me decía Jose mientras veíamos como el hombre del “yesoooo” tenía una conversación de esas a corazón abierto después de haber sido regado por unos aspersores… si no caes amiga, hablaba yo con la tele, es que no eres humana… nos descojonamos el tiempo justo de empezar a arreglarnos… con la tontería y el rato de risas con la peli de turno, empezamos a movilizarnos para el gran momento… acompañar a Ampi y Amadeo en su día…

Llegamos a las 6 en punto a la iglesia, con tan mala suerte que ella decidió ser la única novia puntual del planeta… por lo visto, estaba amenazada por el cura ya que había una boda tan sólo hora y media después… sentados en el banco, les vimos prometerse todas esas cosas… mirarse, cogerse de las manos… emocionarse al mencionar al padre ausente de la novia… cuando Bea se giró a dar la paz a los del banco de atrás, el señor se la dio con reticencias… la gripe A ya sabes, le dijo sonriendo… estamos limpios y sanos, le contestó Bea con una de sus sonrisas… casi nos morimos de risa cuando nos contó el episodio completo indignada… cuando eran ya marido y mujer, entre la traca de petardos –lo contrario sería imposible tratándose de Valencia- y el arroz que lanzamos sin saber si se podía, tocó la sesión de fotos previas a coger el bus que nos llevaba a la cena… un trayecto que nos deparaba la sorpresa de que el conductor había decidido ejercer de guía turístico… nos explicó lo que era la Ciudad de las Artes y, “para los de Madrid”, lo que era un campo de arroz… todavía a esas alturas de la tarde-noche nos pareció hasta gracioso el mar de bromas que se armó alrededor…

En nuestra mesa, una extraña amalgama de personajes… disfrutados, lo confieso… el famoso amigo pirado de Amadeo estaba con nosotros, una pareja de recién casados encantadora también… charlamos, bailamos, nos reímos… nos emocionamos viendo la emoción de los novios cuando pusieron un vídeo hecho con fotos de ellos… para la altura del baile, yo ya no podía con los tacones que había aguantado estoicamente… Bea bailaba sin parar, Jose y yo manteníamos una visita mano a mano a la barra… a eso de las cuatro de la mañana, y después de una conversación sobre patriotismo con un amigo del novio, nos subimos al bus que nos tenía que llevar a nuestra siguiente parada… el lugar se llamaba “The face” y, en palabras del amigo pirado del novio, era un antro… la lluvia impidió que pudiéramos disfrutar de una terraza en exclusiva para la boda y con música distinta… así que tocó integrarse en los adentros de la discoteca… la cosa era, cuanto menos, peculiar… y, pese a los intentos por obviar lo de alrededor, la realidad es que estábamos rodeados de una rara tribu de la noche… una discoteca de bakalas valencianos y una boda son dos conceptos complicados de aunar bajo el mismo techo… pero allí estábamos… cada vez que la novia salía de esa zona VIP reservada para nosotros, los bakalas –con un puestazo bastante majo algunos de ellos- le gritaban un “Viva la novia” muy respetuoso que se perdía en el estruendo de la música –a veces, insoportable- de la discoteca… el colmo fue cuando, saliendo del baño, una chica le preguntó si venía de casarse o iba a casarse… su razonamiento ante la atónita cara de la novia y la mía era que, quizás, se había puesto el vestido para “ensayar”… y lo más normal es venir al templo del bakalao, pensé, para hacerlo…

Después de tratar de buscar alternativas en una sala anexa a la pista de baile central, descubrimos que aquello no tenía solución… puedes poner algo más light, le pregunté al sonriente DJ que optó por no hacerme ni puto caso… entre mazaos de gimnasio, empastillados y gente bastante peculiar nos sentamos en nuestros sillones de la zona reservada para observar… el colmo del lugar era una chica de unos veinte años que iba, literalmente, en ropa interior… su look de aquella noche era un culotte negro, un sujetador blanco, una chaquetita de lentejuelas con cremallera sin abrochar y unos altísimos tacones de aguja… después de comprobar que el zoo donde estábamos no tenía gogós, me planteé cómo esa mujer había salido así de su casa y había logrado llegar viva y vestida –dentro de la cantidad de tela que cubría su cuerpo- hasta ese lugar a las afueras de Valencia… tú te subes así a un bus, le decía interrogante a una agobiada Bea, y nadie te dice nada… para cuando mis cotas de alucine variado alcanzaron su límite, era la hora de volver a Valencia… todavía queda una esperanza para los valencianos, dijo el amigo pirado del novio a través del micrófono del minibús… lo decía orgulloso porque la discoteca estaba medio vacía… no sé si esperanza o no, pensé para mí, pero sin duda es uno de los lugares más peculiares donde he estado… los comentarios sobre “los de Madrid” y lo que eso implicaba nos acompañaron el resto del camino de vuelta a la ciudad…

Llegamos al hotel maldiciendo a la -ya bautizada- "coñona" que había estado a punto de arrancarme dos dedos de un pie de un pisotón… maldiciendo la absurda lucha en la que no habíamos entrado sobre Madrid… riéndonos de la sarta de tonterías, bromas y locuras varias que salían de nuestras bocas… comentando las jugadas de la nocturnidad nupcial… haciendo una quiniela sobre maternidades precoces… al meternos en el ascensor, esa mujer que casi me arranca los dedos de los pies, se subió con notrosos… mind the gap, le dijo Jose mirando el agujero entre el ascensor y el piso mientras ella se bajaba, mind the feet… nos morimos de la risa… en venganza por todos los absurdos comentarios sobre los madrileños, Bea decidió acabar con el agua para regar arroz y naranjas –parece ser que, según esos valencianos con ínfulas territoriales, esa tierra no tiene nada más… era lo único de lo que hablaban- con una larga ducha… mientras, yo veía cómo los dedos de mis pies se hinchaban y Jose trataba de no despeñarse por ese sofá convertido en cama supletoria por el que se le escurría la cabeza…

Cuando estaba a punto de desfallecerme de sueño, pasé revista al día… a esa pareja de amigos que me escoltaban en la aventura, que se habían pasado la noche y el día cuidando de mí… y recordé sus sonrisas, las de unos novios en su día… esos mismos que tenían tanto miedo de que, finalmente, no les acompañara… no entiendo por qué, pero para ellos era importante que estuviera allí… nos habíamos conocido en mi otra vida, pero seguíamos estando en esta nueva… sonreí…

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