Creo que es una
de las virtudes de esta inmensa ciudad… sin querer o por casualidad, se acaba
conociendo gente que quizás por destino o por circunstancias, no vuelves a ver
más… hoy he recordado este post pendiente volviendo a casa después de esa
paliza que me pega Judith y que me da la vida… se traspasa, leí en el cartel
por debajo de una trapa demasiado cerrada… reconozco que, por desgracia,
últimamente estoy acostumbrada a ver esas mismas dos palabras demasiadas veces
en mi barrio… pero en esta ocasión, reconozco que sentí una tristeza muy
peculiar… Yani me llaman, me dijo aquélla criatura de ojos rasgados a la que
conocí y le debía este post… cómo te llamas de verdad, le pregunté… Won Shin
Shin, me hizo repetir hasta que pronuncié correctamente, pero Yani es lo más
parecido en español… me reí pensando en un pequeño descubrimiento… por el
motivo que sea, los chinos no oyen igual que nosotros…
El día que conocí
a ese pequeño pedacito de China, era la Nochevieja de aquél país… lo hice por
casualidad, volviendo –sí, otra vez- de esa paliza bien recibida que me dan
unas manos amigas… reconozco que había pasado muchas veces por delante del
establecimiento que prometía manicuras a buen precio pero donde nunca me había
atrevido a entrar… cuando la vi por la cristalera, me llamó la atención… un
cuerpo menudo, menudísimo… llevaba una sudadera de estrellas y una falda con
estampado de leopardo, el remate de su look eran unas calzas por debajo de la
rodilla y unas botas Converse blancas altas… creo que me animé a entrar no sólo
por el precio sino por la curiosidad que me generó aquélla cría pegada a su
iPhone… un auténtico reto para mí teniendo en cuenta que, desde hace muchos
años, los chinos –persona- me provocan una risa tremenda… cuando llevaba
sentada cinco minutos, habíamos superado la barrera idiomática… hablábamos una
mezcla entre castellano e inglés… ella me explicaba mientras me limaba las uñas
que era la primera vez que no despedía el año en su país, nunca antes había
salido de casa… en Pé-kín, pronunciaba, esta noche es especial… hablaba con su
madre cuando yo entré, me contó… ya es noche en mi país, me decía mirándome con
sus enormes ojos enormemente rasgados a punto de llorar…
Llevaba pintada
cada uña de un color diferente… más divertido, me decía sonriendo mucho cuando
le pregunté… sin querer, empezamos a hablar de su nueva vida española… de su
aventura personal de venir a aprender y a ganar dinero… si tienes tu propio
dinero, me explicaba, nadie decide con quién te casas… me llamó la atención
cómo me contaba el peso del sistema chino sobre las mujeres, cómo ella se
rebelaba contra él… me pareció tremendamente independiente, tremendamente
distinta a lo que tenía que ser según los cánones del régimen que dirige la vida
en un país del que descubrí no saber nada… era su primer día de trabajo, me lo
explicaba mientras me decía que para ella era importante tener un trabajo para
poder ahorrar… su idea era quedarse un par de años en España para volver a su
tierra, un par de años en los que ya estaba aprovechando para estudiar en una
universidad de Madrid… turismo extranjero, le entendí después de muchas
traducciones… la gente de mi clase es rara, me explicaba, no hablan conmigo ni
siquiera en inglés… descubrí que manejaba el idioma de la Gran Bretaña a las
mil maravillas, por las canciones me explicó riéndose…
Para cuando
escogimos el esmalte –uno color vino-, me miraba maravillada las manos…
blancas, decía mirándome como si aquello fuera un regalo, muy blancas… yo no
puedo, me decía poniendo su mano junto a la mía, mi piel es amarilla… me reí de
lo particular del mundo al revés… en este lado del globo nos tostamos al sol,
en el otro las mujeres se esconden de él y utilizan maquillaje blanco… como las
geishas, le dije yo… como ellas, me contestó mientras se afanaba en no salirse
de la uña con el pincel, pero ellas son de Ja-pón… su madre volvió a llamarla y
le pedí que contestara… al levantarse, oí el tintineo de los muchos cascabeles
que llevaba colgados en una pulsera… cuando naces, me explicó, tu abuela te
regala un cascabel para librarte de los malos espíritus… por lo visto, la
tradición marca que cada año se te regale un cascabel y aquél pedacito de China
con el que coincidí en Galileo los llevaba todos colgados… cuántos años tengo,
me dijo riéndose… conté 19 cascabeles, asintió con la cabeza sonriente…
Mientras se
secaba el esmalte –una hora más tarde de haber entrado por la puerta- no me
dejó moverme de la silla… sacó del cajón una pera que había empezado a comerse
un poco antes de que yo llegara… me la tendió… quieres un mordisco, me dijo en
inglés interrogante, cómo se dice mordisco en español… lo ensayamos hasta que
lo dijo bien y, mientras yo me ponía el abrigo, ella lo repetía en voz baja
para aprenderlo… vuelve pronto, me dijo cuando le pagué, manos bonitas… mucho placer conocerte, me dijo al salir…
feliz año nuevo, le dije yo mientras cerraba la puerta… la vi sonreírme despidiéndome con la mano a través del cristal...
No volví a tiempo
para volver a verla, pensaba mientras bajaba Galileo con ese “se traspasa” en
la cabeza… con un pedacito de China y su pronunciación de Pé-kin, una ciudad
que no conozco pero que ella me enseñó un poco más en el ratito que
compartimos… recordándola con esa minifalda muy mini y con su risa cuando me
contaba que tuvo un novio italiano que le cantaba serenatas guitarra en mano…
con el tintineo de sus 19 cascabeles, con sus ganas de vivir una vida diferente
a la que por norma le habían asignado…