domingo, 8 de febrero de 2009

Entre cascadas, despedidas y luna llena

No, no tengo resaca… una prueba más de la afirmación nocturna y ebria de mi primo Jose… en este país no existe el garrafón, bendito sea… cuando me siento a desayunar, me informan de que hoy toca “recalentao”… no pregunto porque no me da ni tiempo… en cero coma dos, descubro con mis propios ojos de qué se trata… en estas tierras campesinas es tradición que, lo que sobra del puchero del día anterior, se toma en el desayuno… eso sí, todo bien mezcladito y picadito… me veo desayunando arroz con trocitos de carne y yuca para hablar en plata… pienso que qué mejor solución para el exceso alcohólico de la noche anterior…

Después de ponernos crema protectora hasta en el cielo de la boca –en este país, el sol pica de verdad-, nos volvemos a subir al Jeep… vamos a la finca de Sonia y Juan Manuel… antes exportaban flores, ahora se dedican al cultivo de plantas aromáticas y medicinales… cuando veo la cuesta que hemos de subir, me alegro de ir dentro de la cabina del trasto con ruedas… cogiendo una de las curvas, por poco perdemos a los pasajeros de la parte trasera… nos reímos, ellos ni pizca… les hemos pegado un buen susto… vuelvo a estar a no sé cuántos metros de altura y, el mismo río que me pareció sucio de ayer, hoy lo veo desde más arriba… en realidad son tres que se unen… aguas claras y transparentes… eso sí, la caída desde allí no me la quiero ni imaginar… bajamos caminando a la parte baja de la finca, no me apetece repetir el descenso dentro del Jeep… Sonia y Juan Manuel tienen unas ovejas colombianas… las toco, su lana es todavía más gruesa que la de España… ahora entiendo por qué las ruanas son la prenda oficial aquí si están hechas con este tejido… hay un corderito negro, se llama Obama… nació ayer y, pese a los berridos de la madre –que se me acerca y me pega unos chillidos considerables pese a no hacerme nada- lo cojo en brazos… es un bebé, lo toco, lo acaricio… su lana está todavía manchada del parto… cuando lo suelto en el suelo, se despatarra completamente… le queda pendiente la asignatura de mantenerse en pie… aparecen dos caballos… José, el guardés de la finca, me explica que uno de ellos es un caso particular… hace dos años lo vendió y hace apenas unos meses él sólo regresó a su tierra… imposible localizar al dueño… miro al animal, es marrón con las crines rubias y una mancha blanca debajo de un ojo… ha vuelto a casa, al lugar que considera que le corresponde… después de todo, el ser humano no es tan inteligente… tan sólo replicamos el comportamiento animal…

Nos encaminamos hacia las Periqueras, por el camino vemos a la policía colombiana a caballo… no creo que pudieran moverse de otro modo por estas tierras peculiares… como no sé ni dónde vamos, al llegar me sorprendo… un río con un caudal considerable, que baja a la velocidad del rayo, acaba dando un salto gigantesco en una pared de piedra… bajamos la cascada, flipo con la experiencia… abajo, ronda de fotos al pie de la caída del agua… pájaros de colores, guiris –también de todos los colores pero con el común denominador de estar colorados como tomates-… naturaleza en estado puro… mi primo Jose y yo comentamos mientras desandamos el camino… promete grabarme un CD de esa música machacona que escuchamos la noche anterior… después de la reglamentaria mandarina –aquí a media mañana es religión tomar fruta- nos volvemos a subir al Jeep… toca volver a Bogotá… Sonia nos despide entre lágrimas, Juan Manuel se mantiene alejado de nosotros… les agradezco cómo me han tratado después de fotografiar toda la casa… en Boyacá, una casa típica es peculiar… y esta, además, ha sido escenario de muchas películas… nos metemos en el coche… al principio, callados… durmiendo la medio resaca del día anterior, entregados al sol tropical… cansados, la verdad, del fin de semana… al final, ha sido intenso… el paisaje comienza a cambiar… nos encaminamos hacia los límites del departamento… los pueblos, mínimos, son de colores…

Chiquinquirá es nuestra próxima parada… es la capital del departamento y, más allá de tener una basílica espectacular y gigantesca –llena de gente y con perros incluido… me informan de que toda iglesia de pueblo en Colombia que se precie incluye a los perros callejeros-, me fascina una tienda de juguetes de madera… peonzas –mil años sin verlas-, guitarras de un tamaño microscópico… me fijo en algo muy curioso, la mayoría de la gente tiene los ojos azules… es uno de los rasgos típicos de la zona… de vuelta al coche, el paisaje sigue cambiando… de pronto, los alrededores de la carretera se tiñen de verde… de pastos con vacas blancas y negras… es la tierrra negra, me dice mi tío, la mejor de toda Colombia… le escucho desde lejos porque estoy pendiente del cielo… la luna llena por fin ha hecho acto de presencia en el firmamento… reina sobre ese cielo inmenso arropado por montañas… decidimos circunvalar Bogotá y entrar por Usaquén… con sus casas de lata, abigarrando la ladera de la montaña… parecen un hervidero de luciérnagas, pero son hogares en los que la gente malvive… por ahí vivió mi padre cuando aterrizó en este país, me digo… esta perra vida guarda muchas sorpresas… muchos años después, puedo hacer el recorrido que él hacía cada mañana para ir a la escuela… la diferencia es manca… yo recorro esos kilómetros con el culo sobre el asiento de un coche, él lo hacía descalzo para no gastar los zapatos…

Cuando llego a la casa, mi tía me espera con los brazos abiertos para saber cómo me ha ido… le cuento las mil batallitas… las veinte locuras acaecidas… se ríe, sé que disfruta sabiendo que he disfrutado del viaje… cuando se acuestan, no puedo evitarlo… entro en el despacho de mi tío para ver esa ciudad iluminada… para buscar esa luna llena que me ha traído medio camino absorta… cuando estaba a punto de darme por vencida, desde la cristalera del salón, logro verla… a veces en la vida, lograr lo que uno desea es cuestión de paciencia…

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