domingo, 17 de enero de 2010

Descubriendo a Sofía...


"De todos los derechos de la mujer, el más grande es el de ser madre"
Lin Yutang

La miraba embobada… atada a su madre de esa manera tan única que sólo les pertenece a ellas… Sofía, pensaba, por fin has llegado… en mitad de ese salón con tanta gente, durante un instante, para mí sólo estaban las dos… esa pequeña vida que a la vez es tan grande… esa otra que he compartido pese a los giros vitales, la distancia y los silencios… sonrío… si hay algo maravilloso en esta amistad tan sincera, pensaba, es que a pesar de tener vidas dispares nunca perdemos la magia… miraba a Sofía mamar como si nunca hubiera visto a un bebé hacerlo… como si, de golpe, tan sólo deseara comprobar que era una realidad que había llegado por fin… pese a la espera, pese al retraso… pese a todo ese tiempo que esa amiga mía tan especial la había llevado dentro hasta no poder más con su cuerpo de muñeca… con ese cuerpo que ya sabe lo que es regalarle la vida a tres personitas… cuando llegué a la casa, sentí la misma ilusión que siento siempre al volver a ver a Sandra… quizás sea por esa sonrisa tan sólo suya que veo en su cara cuando nos reencontramos, por ese calor que nos damos pese a las distancias y los silencios… por algún extraño motivo, volver a verla siempre es como si la hubiera visto ayer… sonreía mirándola con su niña enganchada a la teta… pensando en ese regalo que era para ella una nueva vida… en esa “nena” tan deseada que se había convertido en la protagonista de una casa… qué te parece Sofía, recuerdo que me dijo una tarde de agosto… sonreí… era el nombre de su abuela… un nombre que empezaba con “s” y que perpetuaba esa tradición no escrita para las mujeres de su familia… me gusta, le contesté tocándole la tripa en ese porche de su casa de Acevedo… el mismo en el que, muchos años atrás, la había acariciado cuando estaba en camino su primer hijo… recuerdo que me sonrió como sólo Sandra lo hace… con esa maravillosa inocencia que tiene en su manera de mirar… con esa ternura increíble que sólo ella rezuma sin poder evitarlo…



Seguí observándolas desde ese faro mío que me aísla del mundo… viéndolas unidas de esa manera tan jodidamente exclusiva que sólo sienten y tienen aquéllas que cuentan con el título oficial de madres… las miraba sintiendo una placentera alegría que me cosquilleaba en el estómago… tratando de imaginarme por un momento lo que debía ser sentir esa alianza única que es dar la vida… tienes la misma cara de niña que siempre, pensé mirando a esa amiga que llevo en el bolsillo del corazón… sin querer, mi mente comenzó a rebobinar recuerdos de lo que me pareció toda una vida… revolví en mitad de las conversaciones las noches compartidas… las charlas sólo de dos, las lágrimas que nunca hemos querido que la otra viera… su manera de reírse, ese acento suyo tan asturiano sin el que simplemente no sería la misma… la miraba sintiéndola una niña pese a no serlo… recordando cómo buscó un momento sólo para nosotras para contarme que volvía a estar embarazada… recuerdo que la abracé como hacía mucho tiempo que no tenía oportunidad… sintiendo ese cuerpo tan pequeño que encierra dentro de sí a una gran mujer… la que tuvo el coraje de plantarle cara a su propia vida con un valor que  me pareció descomunal y que respeto profundamente…


Al cabo de un rato, las visitas comenzaron a desaparecer… me quedé a solas con esa familia que, sin serlo, siento en gran medida mía… nun te vas sin cenar, me dijo su padre sin capacidad de negarme, luego ya pa dormir faes lo que quieras… nos quedamos a solas las dos durante unos minutos… mirando a esa pequeña vida que tanto se había hecho esperar dentro de la cuna… cuando quise darme cuenta, su madre se escurrió a la cocina y me dejó a cargo de que su retoño se durmiera… para que vayas practicando, me dijo con mucho cachondeo mientras salía del salón… el abuelo de la criatura decidió acompañarme en semejante encargo con esas conversaciones que tanto disfrutamos los dos, esas en las que pasamos un tiempo precioso y preciado que a los dos nos encanta… la miraba metida en esa cuna sin poder despegar la mirada de ella… acariciándole la cabeza con la punta de los dedos… sintiendo ese tacto tan increíble que sólo tiene la piel de un bebé… la miraba sin poder parar de preguntarme qué será lo que se siente dando vida… qué será lo que se siente sabiendo que esa personita que duerme intermitentemente, llora y sonríe es parte de lo que tú eres… un pedacito de ti que despierta el amor más incondicional que existe… la acariciaba como si se fuera a romper… notando ese tacto único en los dedos… no sé si el más suave de todos, pero a mí me lo parece… me vi a mí misma sonriéndola mientras le tocaba esos dedos minúsculos que me producen siempre tanta ternura… por su pequeñez, por su fragilidad… por eso que siento siempre al ver un bebé al que, pese a no conocer, quiero por defecto…


En mitad de tantas sensaciones, llegó la hora de cenar… de dejar a esa bebé dormir, de sentarme a compartir un rato delante de un plato con esa familia ajena que es mía… entre el cachondeo del padre de mi amiga, el ataque de timidez de su madre… con la carilla de Jorge sonriéndome cuando le miraba apartar el empanado del filete, cuando se lo comía obligado bajo la premisa paterna de impresionarme y que pensara que era un niño educado… con las caras de Jesús enseñándome ese testamento en el que su abuelo le lega el tractor, el hacha y una garrafa de cincuenta litros de gasoil… sintiendo el orgullo de esa criatura porque constaba en semejante documento como “ayudante especial de primera”… acariciando la rodilla de esa amiga sentada a mi lado que miraba con ternura a su marido… con ese marido que me explicaba las tradiciones de la Cuenca minera ante una boda, que me hablaba de la tradición de la “pegarata” –una tarta de almendras que tu madrina ha de regalarte una vez al año-… durante un rato, les escuché charlar entre sí sin participar… mirándoles, viéndoles… sintiendo ese hogar que se cocía en esa cocina… sabiendo que, pese a venir a conocer a Sofía, tenía las mismas ganas de volver a verles a todos ellos...

Con la media noche, esta Cenicienta decidió reemprender el camino de vuelta a casa… empecé despidiéndome en la cocina de los abuelos de esa pequeña vida que había ido a conocer… cuando salí de ella, sólo pude sonreír… viendo a mi amiga dar de mamar a su hija, con ese padre al lado mirándola… sonreí pensando en lo increíble que puede ser a veces la vida, en la magia de esos momentos que sólo viven dos… la despedí dándole un beso en la frente para no molestarla… le despedí a él con un abrazo mirando por el rabillo del ojo la cara de una de mis madres preferidas… me miraba sonriendo con su cara de niña, con esa mirada única que tanto me gusta… les dije adiós sin ganas de irme, sintiendo una sobredosis tal de calor en el alma que no quería despegarme de ellos… para cuando me incorporé en Mieres a la autopista, sólo podía sonreír… Pablo Moro hablaba de un mundo en el llueve hacia arriba y decía un viva la vida que me parecía banda sonora perfecta… sonreía… por esa amiga que siento de una manera tan especial… por todo ese mundo que le rodea, le acompaña y le alimenta cada día… Sofía, pensaba mientras salía del túnel de El Negrón dejando atrás Asturias, no sabes las ganas que tenía de descubrirte…

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿¿Y DICES QUE NO QUIERES SER MADRE?? LA LLEVAS DENTRO DARLING!