martes, 19 de enero de 2010

Un viernes por la noche con mi padre...



"No importa quien es mi padre, lo que interesa es quien recuerdo que es"
Anne Sexton


Fíjate, me decía con una mezcla de asombro y nostalgia, dos pesetas el cine… mirábamos los collage de aquélla pared embobados… leyendo nombres de cines que hace más de cuatro décadas que no existen, programas de mano de películas de las que ni siquiera podía resultarme familiar el nombre… aquéllos paneles en la pared eran un pedacito de algún baúl de los recuerdos de una época que no viví pero que, sin embargo, alguien me contó… charlábamos entre una tosta de lomo y otra de jamón con dos cervezas… para mi padre clara, para mí un tercio de Mahou que me supo a gloria después de mucho tiempo sin tomarme uno… hablábamos del sitio dónde habíamos ido a parar en ese “barrio Romántico” que tanto les gusta a mis padres… y allí estaba yo, compartiendo esa nocturnidad con él… vámonos antes de que se te caiga la casa encima, me había dicho con mucho cachondeo media hora antes… durante un instante, lo dudé… viernes por la noche después de un día entero atrincherada en casa, después de un día entero pegada al ordenador como en mis buenos tiempos de agencia… después de un día entero viendo nevar sin parar, sopesando susurros y suspirando las ganas… las once de la noche y yo arreglándome para salir con diez grados por debajo de cero… miré por la ventana y vi que la calle se había convertido en una pista de patinaje… tú crees que no es una locura, le pregunté muy seria… vístete que nos vamos, me contestó mi padre con mucho cachondeo… diez minutos después, salíamos por la puerta dispuestos a llegar a León para tomar algo si el hielo lo permitía y aquéllas cadenas líquidas que había comprado en forma de spray funcionaban…


Sólo media hora después, estábamos sentados al calor de uno de esos bares que te calientan la mente a base de recuerdos… y, quizás porque el lugar era el idóneo, a mi padre le entró esa nostalgia tan suya de una época que quedó muy atrás pero que, quizás, le marcó para siempre… comenzó a hablarme de ese viaje a Colombia cuando apenas tenía seis años… imagínate un niño como yo que sólo había visto pasar el coche de línea, me decía con una ironía inocente, cuando llegó a América… sonreía, se reía… vi en su mirada un pedacito de ese niño que dejó de ser con tan pocos años… contándome cómo se enroló de la mano de mis abuelos en una aventura vital que les llevó a ser emigrantes como tantos otros españoles en esa época… me habló de cuando llegó a Vigo, de cómo fue subir a ese barco en el que estuvo durante semanas… tu abuela decía que no se subía, me contaba descojonado, no le daba confianza la pasarela que habían montado… entre mordiscos y cerveza, me habló de cómo hizo ese viaje en un camarote de tercera categoría… con un ojo de buey que quedaba por debajo de la línea del agua, viendo el mar… me hablaba impresionado de esos delfines que acompañaban al barco en la travesía… de cómo en unas islas que no sabe localizar en el mapa, la gente tiraba monedas desde la cubierta y unos niños buceaban en alta mar para rescatarlas… sentí cómo ese álbum suyo de fotos se le había quedado grabado a fuego… cómo esa aventura suya de la niñez marcaba todavía hoy lo que era… me habló de ese avión de dos hélices que atravesó los Andes en mitad de una tormenta, de su recuerdo al olor dulzón que impregna Bogotá por la gasolina que jamás quemará bien a esa altura… le veía sonreír contándome lo que le impresionó ver tantos coches, lo que significó dormir por primera vez en un colchón que no fuera de lana… me pegué un guarrazo contra el suelo, me decía muerto de risa, que sangraba como un gocho… me reí… le veía contar con esa nostalgia sana que te dan las décadas de distancia… esas que te hacen olvidarte que, de no faltarte nada en el pueblo, cruzaste un océano para pasar hambre y frío… para saber lo que era hacer 15 kilómetros descalzo para ir y volver a la escuela… le miraba sintiéndole un héroe anónimo… quizás porque es mi padre o quizás porque siento un enorme respeto por su aventura…


Con el último mordisco de mi tosta, apuró el caldo que se tomaba… vámonos al Madrid, me dijo… Madrid, pensé sonriendo, me persigue incluso cuando no estoy en él… me agarré de su brazo para caminar hasta ese lugar lleno de carteles de faenas añejas, de anuncios de “tenemos latería fina” con una decoración minimalista y moderna que partía tanto espíritu torero… repetimos la misma consumición, cerveza… he pensado escribir al padre Rafael, le dije mientras se encendía un cigarro… no me hizo falta explicar más para ver su cara de preocupación y de sorpresa… ni lo pienses, me dijo sentenciando… sonreí… sobraba decirle que quería ir al Sáhara… que quería saber qué era un océano de arena, cómo eran esos saharauis que tanto defiendo ideológicamente por una mera cuestión de genética… con quién mejor que con un cura, le contesté… puso los ojos en blanco aterrorizado por mi ocurrencia… supongo que sabiendo, en el fondo, que escribiré a ese cura que lidia desde hace décadas en mitad de la nada para proponerle mi locura… ese mismo que un día de este verano le dijo que le gustaba leerme y que quería que siguiera escribiendo… uno al que, sin apenas conocerle, le tengo un profundo respeto por eso a lo que ha dedicado su vida…


Entre misterios mayas, pirámides egipcias y esa Isla de Pascua que tanto me llama la atención, nos terminamos la segunda consumición y descubrimos un peliculón en la tele… agarrada a su brazo, salimos de ese Madrid que parecía Sevilla para caminar calle Ancha abajo sin parar de hablar de cualquier cosa mientras la gente subía en dirección contraria hacia el Húmedo… para volver a casa a veinte por hora y sentarnos a ver una película que ya había visto, metida debajo de esa manta roja y negra de lana que conozco desde siempre… pensando en esa extraña noche de viernes con pasado, historia, sueños, misterios y cine que estaba compartiendo con mi padre de la manera más improvisada… sintiendo un pedacito de esa propiedad que me siento con él y que siento hacia él… quizás porque, a veces, necesito una dosis de esos ratos que sólo pasamos los dos solos…

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