miércoles, 21 de enero de 2009

La cita

La verdad, no lo había visto así… para mí era algo tan sencillo como quedar con un colega para tomar una copa… sí, un martes… pero no había otra alternativa… después de agotar las excusas de manual masculino, se rindió… es más, no sólo eso sino que además se lo propuso… tiene que ser antes de que te marches, dijo muy solemne, es una cuestión de fuerza mayor… tal cual… único día el martes… yo me reía esperando que, cuando fueran las 6, se hubiera inventado un buen motivo para no dar señales de vida… y, cuando una hora más tarde las dio, me entró un ataque de risa… cuéntame el cataclismo de esta semana, le dije con mucho cachondeo… habías quedado en llamarme tú, contestó alegremente… y, sin darme cuenta ya estaba haciendo lo que mejor se me daba hacer con él… discutir y llevarnos la contraria…

Logramos comprender que todo se trataba de un simple problema de comunicación… que si habías quedado en que tú me llamabas, que no que eras tú… 40 minutos más tarde aquí estaba dispuesto a cumplir con su palabra… no dejarme tirada una vez más… sobre todo, porque se lo recordaría tantas veces para mortificarle que no quería pasar por ello… cuando me llama para que baje, recuerdo que en alguna parte de la tarde me pareció que la palabra “cita” me arañaba los oídos… ¿cita?... no lo había visto así… tengo que reconocer que, lo primero que pasó por mi cabeza, fue un flashback… un déjà vue tan familiar como real que ahora recuerdo con rabia, con mucha rabia… y después procesé el extraño significado de esa palabra de cuatro letras… ci-ta… me puse nerviosa, lo reconozco… hasta ese preciso instante, hasta que alguien me lo dijo, no me di cuenta de que podía serlo…

Después de diez minutos, conseguimos aparcar el tanque que tiene por coche… me meto con su vinilado, con su pirulada para aparcar… con todo lo que puedo… me relaja y, a la vez, me divierte qué le vamos a hacer… mientras yo buscaba un parquímetro, él compraba una rosa para la guardesa de la finca donde mañana va a cazar… es su cumpleaños, me dice sonriendo, y no sabes la ilusión que le va a hacer… se hace un stop en mi mente… sí... acabo de verte como un tierno y eso me descoloca… entramos en el Locandita, en Fuencarral, después de discutir sobre quién pasaba primero por la puerta... desesperada, entro... no voy a ganar aunque no intente este lado feminista mío… codo en la barra… ¿cubata, no?... claro, respondo, total me vas a volver a llevar a mi casa… hablamos de curro… del encuentro brujil del domingo por la tarde… de lo chungo que es ser motorista en Madrid… de su barca, de Manilva… de esa casa que tiene en León… de lo maravilloso de los pueblos… eres más de campo que las amapolas pese al traje chato, pensé… el gin-tonic va bajando y seguimos charlando… discutiendo, más bien… creo que a ambos nos hace gracia este extraño juego de palabras…

Dos cubatas después, Ceniciento tenía que ir a preparar sus pistolitas y el disfraz para matar bambis… y, como un caballero, me trajo a mi casa… menos mal, creo que el asfalto de Madrid se movía un poco más allá de ese temblor habitual cuando pasa el metro… seguimos, como no comentando situaciones peculiares de la vida… y, a cambio de un regalo de allende los mares, le hago el lío para que me recoja a mi vuelta… sonríe… no me digas lo que es, tú sólo tráeme algo… de pronto, esa sonrisa me acaba de dar muy buen rollo… no sé si es la ginebra o ese cambio de viento… pero sonrío… sin motivo, sin por qué... y eso, tengo que reconocerlo, me gusta...

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