viernes, 30 de enero de 2009

Frijoles, recuerdos y un pedazo de “tierra caliente”

Raptada por mi tío Jaime desde primera hora de la mañana, nos dedicamos a correr por Bogotá… el destino es el Monasterio de Monserrate… no, no pensaba ir a rezar ni muchísimo menos… pero semejante maravilla está situado a 3250 metros de altura en lo alto de una de las montañas que envuelven la ciudad… al llegar, la primera en la frente… un señor con bastantes años y rasgos indígenas me enseña a su yama… no puedo evitarlo, necesito tocar al bicho en cuestión… al principio, parece que le gusta… pero mientras intentan sacarme una foto, el animalito –vestido con su mantita de artesanía indígena y todo- empieza a incomodarse… como me escupa me cago, pienso… y recuerdo esa viñeta de los cómics del Pato Donnald en el Lago Titicaca… al final, se comporta… nos sacamos la foto ambas y la cosa parece quedarse en eso…

Encaminamos hacia el teleférico que nos sube a ese risco… mirando por la ventana, alucino… comienza a verse la ciudad entera… es una mancha inmensa de tejados… pero al culminar, descubro que la vista es absolutamente increíble… hasta dónde se pierde la vista, se tumba una ciudad inmensa con 10 millones de habitantes… sobre ese tendido de tejados, construcciones y la retícula de sus calles se ve la nube… mi primo José Manuel me informa que es la polución… recuerdo las palabras de mi padre… a 3000 metros de altura, la gasolina no quema bien… después de dar una vuelta, comentar las batallitas múltiples de mi tío y sacar mis fotos –como no- volvemos a bajar en el mismo medio de transporte… al llegar al parking, la yama sigue allí y se está sacando una foto con una niña… me temo que la va a morder, pienso… y nos vamos antes de comprobar que es así… hace calor, el sol pica… me siento un pequeño lagarto con el cuellito estirado para que me dé bien ese lorenzo tropical… nos sumergimos en Bogotá… mi tío me lleva al barrio Perseverancia, uno de los más chic en tiempos que ahora mismo es uno de los marginales de Bogotá… en las calles, el asfalto brilla por su ausencia… utilizar el término socavón es un eufemismo… las casitas bajas pintadas de colores dan aspecto de tener todos los años del Universo… se caen a pedazos… perros en las aceras, gente sentada en la puerta de las casas… calles cortadas y caballos del siglo pasado tirando de carros cargados de chatarra… por algún motivo, me asusta y me gusta… de golpe, estamos en una avenida y veo la plaza de toros… recuerdo a Morante, espero que le haya ido bien por estas tierras tan peculiares…

Mi tío está empeñado en llevarme a comer frijoles… acabamos plantando nuestro culo en un restaurante antioqueño en el que los camareros están vestido con sombrero de paja, camisa blanca, pantalón negro y un pañuelito rojo al cuello… en las paredes, carteles llenos de faltas de ortografía que me saturan el sistema nada más verlos… después, mi tía me explicaría que son frases típicas de los paisas –los originarios de Antioquia- y que están escritas así a propósito… respiro tranquila, aunque sea muchas horas después… mi tío le dice muy orgulloso que soy su sobrina, que vengo de España… el camarero sonríe… un país tan lindo como usted, me suelta con ese acento que tanta gracia me hace… no si me voy a tener que quedar a vivir aquí, pienso… coño, si es que triunfo como los chichos… mi piel azul, como dice mi tía, aquí pega fuerte… me traen una cerveza, qué ganas tenía ya de tomarme una… mi tío me hace probar el aguardiente y me lo acabo tomando entero… ya voy medio entonada y todo me hace muchísima gracia… cuando el camarero me trae los frijoles, estoy a punto de infartarme… sí, no se trata sólo de una cazuelita con la bendita legumbre sino, además, un plato del tamaño de una fuente con arroz, patacones –una tortilla de plátano-, aguacate y chicharrones de cerdo… con esto como una semana, pienso para mis adentros… cómo sería mi cara de agobio que el pintoresco camarero me dice “tranquila señora, cerramos a la 1 de la mañana… y si cree que le hace falta más tiempo, le damos media horita más”… me río por no llorar… menos mal que mi primo es un saco sin fondo y le enchufo todo lo que se me ocurre…

Hablamos del pasado… de mi abuelo… de mi padre… de esa Uno… de las zancadillas de la vida… los pequeños dolores que todos guardamos dentro de nosotros y que, a veces, hay que sacar… siento que a mi tío le hace falta… con el segundo aguardiente, nos reímos… de todo, sí… de nada… el paisa –que es como se denomina a la gente de Antioquia- vuelve y me dice que cómo voy, yo me quiero morir… tráigame la botella de aguardiente viejito, le digo, y seguro que los frijoles pasan sin problemas… cuando miramos el reloj, es la hora a la que debería estar en casa de mi tía… nos vamos a La Mesa, una finca en tierra caliente… volamos por esas calles desafiando las leyes del tráfico –que aquí no existen-, la gravedad y hasta la velocidad de la luz… nos hacemos íntimos de un vendedor de bolígrafos –esferos, aquí- que acaba enseñándonos como credenciales la foto de familia que lleva en la cartera… mi tío le compra un boli, 2000 pesos… me lo regala… le da la mano… tiene manos y no es bruto, le dice, así que aproveche para salir adelante… nos desea que estemos muy bien y arrancamos casi a la par que su brazo sale milagrosamente de la ventanilla… el coche de atrás ya nos está pitando y eso que el semáforo acaba de abrirse… para cuando entramos por la puerta, mi tía ya está preparada para salir… me despido de mi tío con un abrazo y me subo al coche con Don Cris y Margarita… se ha quitado el gorro, tiene una melena negra espectacular que le llega casi por la cintura…

A medida que dejamos atrás Bogotá y su tráfico infernal, se abre paso la sabana bogotana… la tierra de campos de cultivo, las vacas… una amplitud más bestia todavía que la de Castilla… de pronto, el paisaje comienza a cambiar… arena roja en las montañas, un paisaje casi lunar… el sol es el más grande que haya visto jamás… unos kilómetros más adelante, y después de haber pagado el peaje de 14.000 pesos –4 euros por espectacular que suene-, el paisaje refleja que nos adentramos en tierra caliente… en la antesala de la selva, hablando en plata… 23 grados en pleno enero, una maravilla para una europea como yo y para la naturaleza… helechos de metros de altura se ciernen sobre la carretera… bruma en los campos… verde y más verde por todas partes… y, en el cielo, un auténtico espectáculo… ese sol enorme que había visto más atrás es ahora rojo y tiñe todo lo que ilumina… la bruma de los valles es rosa… no puedo quitarle un ojo pese a la conversación, es espectacular… absolutamente espectacular… de un minuto para otro, el sol desaparece… se hace de noche… seguimos bajando hacia la finca por una carretera llena de curvas… a los lados, desde chiringuitos para comer –con slogans tan peculiares como “Me importa un chorizo” o “Remedio espiritual paisa” hasta casas… los niños corren medio vestidos medio desnudos sobre la tierra de los lados de la carretera… están descalzos, juegan con un perro… con qué poco se conforma la infancia en algunos lugares… cuánto pedimos los demás para ser felices, pienso…

Cuando llegamos a la casa, alucino con el jardín… flores maravillosas que jamás había visto… una orquídea rarísima, zapaticos la llama mi tía… recuerdo la cara que pondría Pons si viera este vergel… nos sentamos en el porche mientras me fumo un cigarro… oigo un búho a lo lejos y otro pájaro que no sé identificar… es un chouí mijita, me dice mi tía… un pájaro que, según cuenta la leyenda, es un niño guaraní que al caer de un árbol se transformó en pájaro… no logro verlo, la oscuridad me lo impide… hay 19 grados y estoy encantada pese a ese puntito de humedad… una mariposa roja se cuela en el salón… con las alas cerradas, parece un trozo de corteza de un árbol… pero, cuando las despliega, el espectáculo de colores es increíble… la persigo para lograr hacerle una foto, pero la tía ha encontrado un sitio en el que está cómoda y no abre las alas ni a tiros…

Mis tíos se acuestan, Margarita también… me siento en el porche a escuchar la música de esta extraña naturaleza… comienza a llover… y, mientras miro una luna creciente de un tamaño que nunca había visto, simplemente cierro los ojos y disfruto…

1 comentario:

Anónimo dijo...

O sea que los frijoles no tenían nada que ver con las fabes de tarna no? Ya me contarás quien se lleva la palma...si el paisa de los frijoles o las fabes preparadas con todo el "cariño" de Amalia..o Amelia? jodo! nunca me acuerdo..sólo me acuerdo cada vez que voy del miedo que me dá pedir una coca-cola!