lunes, 26 de enero de 2009

La "Uno", los travestis y el barrio de Candelaria

Este lunes tenía un sabor particular… comencé temprano, más incluso que mis tíos… la noche no me había acompañado… a las 8 ya estaba sentada en la cocina con esa maravillosa Margarita preparándome café… charlamos, me llama “niña Fátima” o señora… no se le quita nunca la sonrisa de la cara… Don Cris –léase Cristóbal- hace acto de presencia… trae el periódico y el pan francés –léase una barra de pan de toda la vida-… desayunamos y nos vestimos… hoy sí tenemos un poco más de prisa… después de tantos años, tantas historias y tantos recuerdos ajenos, voy a estar allí…

Nos subimos al coche… entre Don Cris y mi tía me van explicando todo lo que me rodea… mi tío, el pobre, me dice las mismas cosas… es lo que tiene estar sordo… primero el hotel La Fontana… después las instalaciones del Ejército que, como buen coronel del Ejército Colombiano, le enorgullecen… después encaminamos por una zona en la que casas bajas con aspecto inglés dan paso a rascacielos… mi tía me informa de que estamos en la “Séptima” y que ese tipo de construcciones eran las que plagaban antes Bogotá… ladrillo rojizo, tejados a dos aguas… en un momento, me imagino esta ciudad así… el tráfico infernal nos rodea… la gente cruza por donde considera, se lanza a los coches… mi broma de “son mil puntos” aquí no tiene gracia… podríamos haber reventado el marcador en apenas 100 metros… pasamos por delante del Club del Nogal, trágicamente famoso por un atentado… el hotel Tequendama, famoso en el mundo entero porque todos los años se organiza una carrera que consiste en subir sus enemil pisos corriendo por las escaleras… la torre del Santander, la del BBVA… vaya, pienso, resulta que nuevamente estamos colonizando América de alguna manera…

Un poco más adelante, la ciudad comienza a cambiar… cuando cogemos la novena, estamos ya en el centro de la ciudad… el paisaje cambia muchísimo… aunque el tráfico es el mismo los alrededores cambian… de golpe, muchísima gente por la calle muy distinta a la que se veía a los pies de las torres financieras… el denominado “comercio informal” de los semáforos se intensifica… las avenidas son cada vez más estrechas, pasan de tener tres carriles a tener sólo dos… Don Cris coge la calle 22… nada más girar en la calle, veo a cuatro mujeres medio desnudas en un portal… sólo unos metros más adelante, nos paramos… hemos llegado, me dice él sonriendo, que lo disfrute… cuando me bajo, todavía no soy consciente… y sí, de pronto veo el cartel… estoy, he llegado… leo “Surtidora de Aves” y sé que ahí empieza esa historia que no conozco… la de mi abuelo, la de mi padre… la de una familia completa… al entrar, parece que se hace de día… todo el mundo nos sonríe y saluda a mis tíos… mi prima Yeya, que es la gerente, sale a recibirnos y abrazarnos… los curritos del restaurante sólo me sonríen… esta es la hija de Jose, dice mi tía… y ellos tan sólo me tienden la mano, extreman más su sonrisa y me dicen “qué gusto que haya venido a vernos”…

Nos sentamos a comer y, como no sé pedir, de pronto me encuentro con medio pollo adobado, tres papas saladas, guacamole y mil cosas más… me hablan de una cocinera que no faltó ni un sólo día al trabajo en 30 años, de que los empleados de esa surtidora son los más antiguos de toda la empresa... el encargado no para de servirme cosas, por él lo probaría todo... al terminar de comer, mi tío me da un tour por el restaurante… primero las cocinas, después me explica cómo era el restaurante originario… apenas 10 mesas, la cola para comprar pollos daba la vuelta a la esquina… cuando esa marea de sensaciones y recuerdos que no son míos está a punto de asfixiarme, decido salir a fumarme un piti a la puerta… observo cómo funciona la calle… en la acera de enfrente, cuatro travestis… los mismos que vi en el portal nada más llegar… uno de ellos enseña alegremente sus tetas de silicona a los clientes, increpa a quien considera… de pronto, aparece otro que me hace renegar de ser mujer… las mejores piernas que he visto jamás… persigue a un pobre hombre que, en apenas 20 metros de calle, ya ha sido acosado por todas… me fijo, los edificios dan aspecto de viejo… sordidez, sexo, dinero, miseria colorida… por algún motivo, sonrío… me mola ese ambiente, esa “zona de tolerancia” –como se llama aquí-… pienso en mi pobre abuelo, no sé qué tal se tomaría tener dos tetas de goma y un culo al aire en la acera de enfrente de su querida surtidora… pero me río… este sol del Caribe me está dando en la cara… me gusta la sensación… mi tía, con ese humor tan inteligente y afilado, le saca punta al repertorio de la calle…

Decidimos ir a Candelaria, el barrio colonial de Bogotá… estamos en el centro, y el paisaje cambia… pasamos por delante de los esmeralderos, esa es su zona… los puestos de fruta se suceden en cada esquina… las calles comienzan a estrecharse hasta convertirse en auténticas ratoneras… suelo empedrado… calles empinadas… ya estamos en Candelaria… el barrio trepa por la ladera de la montaña… las casas, encaladas en blanco y con detalles cada una de un color, conforman un decorado que me recuerda de golpe a las imágenes que he visto de La Habana… los coches, alguno que otro antiguo de verdad, suben a duras penas por las cuestas… estoy alucinada con los establecimientos, en uno incluso decía “Desayunos, Almuerzos y de todo”… pasamos por delante de la Universidad del Rosario, la más antigua de América Latina me informa mi tía… después, por el Palacio Presidencial donde vive el excelentísimo Presidente de Colombia… en una intersección, nos encontramos un carro tirado por un caballo… va cargado de plátano… comienza a jarrear, el sol me ha abandonado… pero incluso esta lluvia se agradece… vamos a recoger a mi primo Carlos, el único al que no conozco… se las ha ingeniado para estar currando en Bogotá para conocerme… llamo a España, a mi padre... tengo que contarle mi día... se le ilumina la cara, lo sé, cuando le cuento dónde he estado... cuando le cuento qué he comido... ¿a que es el mejor pollo del mundo?, me pregunta muy orgulloso... y, realmente, para mí lo es... en parte por su sabor y en parte por esa ilusión inmensa que está sintiendo mi padre a más 8.000 kilómetros de distancia...

Hoy he descubierto que mi historia, en parte, comienza a escribirse en la calle 22... entre recuerdos, pollos, putas, travestis y suciedad... quizás para todos ellos esas aceras también sean un principio... un comienzo como lo fue para mi abuelo hace casi 50 años... quién sabe si un comienzo también para mí...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que emocionante neni! Me imagino cómo te habrás sentido! y lo que le gustará a tu abuelo ver que estas allí, porque neni, sabes que él lo sabe!
Sigue disfrutando pequeña, descubriendo tus raíces e ilusionándote con un nuevo comienzo para tí...

Mucho animo y mil besos norteños!