domingo, 11 de enero de 2009

Sacándole jugo a un domingo

Odio los domingos porque son esos días que parece que nada ocurre… que la quietud es máxima… y que, añadido, tienen mala programación… me negaba a estar otro domingo más en casa… encerrada… sin siquiera quitarme el pijama… negativo… esto había que arreglarlo… no tenía ni siquiera hambre pese a ser la hora de comer… recordé que me quedaban dos fotos para acabar mi primer carrete Diana… qué mejor momento que un domingo por la tarde… y, ya puestos, por qué no hacer el deporte olímpico de los madrileños… ir un domingo por la tarde al cine…

Así que me armé de valor y me puse más ropa que en mi vida… comencé a andar hacia Fuencarral… lástima, ya estaría abierta al tráfico pensé… y efectivamente allí había un cristo de cuidado de municipales volviendo a darle tranquilidad a la calle… mientras el VIPs estaba empañado de la cantidad de gente que comía dentro y sentí un poco de tristeza, me bajé la calle caminando disfrutando un poquito de este frío… me gusta la sensación de que se me enfríen las orejas… después de pasearme la calle entera viendo los carteles, a mitad del camino de vuelta crucé… la última de Won Kar Wai, “My blueberry nights”… esa era la elegida… una entrada por favor… qué raro se me hizo… no es versión original, ese pase es a las 10… no se preocupe caballero, hoy no tengo ganas de afinar el oído… sólo quiero sentarme y disfrutar de una película… hace mucho que no vengo al cine, sabe?... y años hace que no lo hacía sóla por decisión propia, pensé para mí… me quedaba media hora… el Starbucks iba a ser mi siguiente parada… cuánto tiempo… el café Machiato de siempre, mediano por favor y con leche de soja… sí, una pijada… pero está un poco más amargo y me gusta el contraste… sentada en aquélla butaca, he de reconocerlo… tuve un momento de melancolía… de tarde de invierno, de café para dos… qué rápidos son los dedos en estos momentos absurdos…

Apuré el café mientras le daba, sin remisión, a enviar… y apagué para entrar al cine… otra de las bendiciones del iPhone, tarda un huevo en apagarse… me senté en la butaca… me gustó la sensación de volver a estar en el cine y volver a estar sóla… algo que no hacía desde los miércoles de la universidad… cuando la luz se apago, reconozco que me puse nerviosa… había vuelto sóla y me gustaba la idea de decidirme a hacerlo… añadido, cuando la pantalla comenzó a escupir la historia, no podía haber elegido una mejor… una chica que decide cambiar su vida y romper con su vida de antes… no os la voy a destripar, sólo recomiendo que se vea… a mí, sinceramente, me ha flipado… los reentendidos en cine han dicho de todo por lo visto... pero a mí, simplemente, me ha encantado...

Cuando la luz se encendió, tengo que reconocer que salía con otro aire de la sala… satisfecha con la historia, pensativa… y un poquito cabreada… no vuelvas a una sesión tan temprano, parece que no te acuerdas de aquél “Camino de los ingleses” que sufriste hasta con las llamadas de las viejas de “que sí, que sí… que estoy en el cine, pero ahora nos vemos”… sí, eso existe… y hoy no tuve tanta ración, pero sí una de cincuentonas que no entiendes por qué no se van a otra parte en vez de ir a joder al cine… pero salía contenta… con la peli, la sensación… al encender el móvil cuatro perdidas, dos mensajes… y un silencio… no sé por qué, pero creía que obtendría respuesta… parece que no aprendes, Fátima… me lo he repetido todo el camino de vuelta mientras seguía volcando el corazón para no callar… para no guardar secretos que no quiero guardar… para hacer partícipe al silencio de mi ilusión…

Aún sabiendo que no habría respuesta, una parte de mí creyó… no eran ni las 7 y seguía quedando mucho domingo… me seguían quedando dos fotos Diana y mañana quiero acercarme a esa tienda Lomo que es como un pequeño santuario de colores… y encontré un modelo de excepción… un niño tan abrigado que sólo se le veían los ojos… previa petición a la madre le saqué una foto… me la imaginé como la película, con todos esos rojos… y sonreí… la que me quedaba la reservé para mañana… el corazón ya me lo había volcado de nuevo y había recolocado el contador a cero… llegar a casa me lo recordó volviendo a volcarlo… miré la pantalla… más silencio… tan sólo una ventana de Iñigo con un extraño mensaje… y sin quitarme el abrigo, una de las llamadas perdidas se convirtió en llamada… y dejé el teléfono sobre la mesa, pensando que ya había luchado bastante contra el silencio… él no quería compartir mi ilusión, era así de simple… y acepté el plan… un café… ¿por qué no?... quedaba todo un domingo por escribir…

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