sábado, 17 de enero de 2009

Extraño día de primavera en enero

Este viernes comenzó de la manera más extraña… finalmente, mi estómago me recordó que tenía que tomarme la vida con más calma y no me pude ir a Bilbao… y, como cada mañana, bajé a tomar café al bar de Manolo… al llegar, me cuenta que por la noche han entrado a robar… allí hay un revuelo de colores… la policía científica con las huellas… otros tomando declaración… y comienza el circo… cuando le preguntan a Manolo si le han robado algo, dice que no… y, sin mediar palabra, abre el microondas… sí, esperpéntico hasta que te explica que ahí es donde guarda el cambio… saca una bolsa de monedas del Sabeco, de considerables dimensiones… y lo sujeta como el que pesca el salmón más grande del año… se descojona… y la científica ni te cuento…

Yo sigo con mi café, con mi extraño estómago… con mis cartas imaginarias… y aparece el marido de la colchonera, a la que le han robado las fianzas de los pocos colchones que ha vendido en lo que va de mes… empieza a decirle a los de las huellas que si son el CSI… que, “por si veis la serie”, a él no le gusta Horatio… que si ellos también ven “un pelo a 6 metros”… les ha dado la del pulpo… y ellos, la verdad, hoy han flipado… dónde se ha visto que entren a robar en una galería comercial y, además de no llevarse apenas nada, se dediquen a comerse una caja de polvorones y se beban una botella de sidra… esto es así… es el humor que se vive en esta manzana…

Después de comer, vuelvo a bajar a tomar café... y, sin comerlo ni beberlo, en un momento ya se había liado... el de las ambulancias haciéndole un cartel a Manolo para ponerlo en la puerta que le habían destrozado... y yo, subida en una silla con el celo en la mano, para plantarlo... en estas, Manolo -que hoy estaba desesperado el pobre hombre- sentencia... como buen portugués, es como un fado... arrebatadoramente triste... y nos descojonamos... no queda otra... el chico de las ambulancias me recuerda su extraña llamada... yo sonrío y saco el capote... insiste en salir de cañas... me río... Irene me llama en plan S.O.S… y me voy hasta uno de mis rincones favoritos de Madrid… su cocina…

Fumamos, hablamos, nos reímos… Paula tiene cuatro dientes, ya camina… es alucinante cómo ha cambiado la Froggy en apenas un mes… la miro y suspiro… todo cambia, Fátima, ella también crecerá… a las 21.30, puntualidad made in La Enana, la niña se queda frita… cerramos la puerta de esa cocina… y nos reencontramos… entre ilusiones, decepciones… miedos, preocupaciones… esperanzas y recuerdos… historias ajenas… la operación de mi hermana… su vida… el día de su boda… ese descojono que le entra con mis desencuentros disfrutados... compartimos un “wok” que nos cuesta pedir 15 minutos… sí, nos ha vuelto a tocar el telefonista que se estrena ese día… da lo mismo, seguimos con nuestra guerra… tenemos que arreglar el mundo…

Y acabamos viendo el vídeo de su boda… con esas fotos de cuando éramos niñas… Marcos llega medio pedo… se pone morado a comer macarrones… nos descojonamos viendo un vídeo de Paula… el padre baila en ese momento, tupper en mano, como lo hace la niña… me encanta verles juntos… se quieren, se necesitan… y les gusta hacerlo… me meten como juez y parte en si se debe bautizar a la Froggy… curiosamente, siempre pienso igual que Marcos… me abraza… y yo recuerdo cuánto me gusta estar en ese minúsculo Madrid mío… nos reímos, nos seguimos riendo… son más de las 4, la Froggy se levanta a las 7… les dejo discutiendo quién va a atender a la niña, si la madre agotada o el padre resacoso…

Al salir a la calle, 0,5º… una noche fresquita… respiro el frío mientras conduzco un Madrid casi vacío… un Madrid que duerme los sueños callados de sus habitantes… una ciudad que se mueve al son de Olivia Ruiz, uno de mis últimos descubrimientos… francesa con media alma española… sonrío… al revés que yo…

Me ha gustado este día… ha sido como de primavera en mitad del frío…

1 comentario:

Anónimo dijo...

De verdad que tus historias nunca me dejan indiferente. Me descojono siempre.
Desde luego es imposible que te aburras!!

Un beso desde el búnker