martes, 18 de noviembre de 2008

Dos maullidos en la noche

Te maullé desde la puerta… con ese ronroneo ligero y tan particular… apenas un susurro… una mirada… una medio sonrisa pintada en la cara… real, sí… totalmente auténtica… tus orejas se tensaron para oírlo con más nitidez... mientras yo, sólamente, respiraba...

Maullaste desde el otro lado del mundo… desde tu propia barrera… asustado, receloso… apenas fue un instante… pero te brillaron los ojos de felino dormido en la oscuridad…

La rama de aquél árbol de invierno se arqueó para dejarme pasar… caminé despacio… sobre el filo de esa rama… como si hubiera recorrido miles de veces ese trayecto con el balanceo de esa ingravidez bajo mis patitas…

Al llegar a la otra orilla era inevitable sentir el reflejo… ese rostro afilado y oscuro tiñéndose de miedo… de querer y no deber… de rendición ante lo evidente… la ingravidez se acababa… ya había puesto la primera pata sobre tierra firme… pero se balanceó también… bajo tus pies… bajo las patas… volvimos a ese extraño lugar en el mundo que nos pertenece a los dos…

Y la luna menguó para dejar que nos sentáramos en ella… dejando galopar la noche… con su oscuridad… su silencio… su locura susurrada… con ese suave velo con el que envuelve a las historias… esa gran espectadora insolente e indolente que nunca opina… pero que siempre deja que ocurra…

Con el último maullido a esa luna que se escapaba llegó un inesperado amanecer… cargado con la oscuridad más infinita… con una mirada felina que bajaba una escalera… con otra perdida dentro de su espacio más cotidiano… maullando en la soledad tan bajito que ni siquiera ellos eran capaces de oírlo… preguntándose cuántas vidas más les quedaban… cuántas habían consumido de sus siete…

1 comentario:

Anónimo dijo...

Increíble.
Solo puedo decirte una cosa: miau