viernes, 15 de julio de 2011

El payaso que se comió su sonrisa


Había una vez un payaso que llegó a un circo con esa humildad que llegamos todos a un sitio desconocido… su primer circo, su primera oportunidad de salir sobre la pista con su enorme sonrisa cálida… esa que tienen los buenos payasos, esa que es dulce … llegó con sus zapatones, con sus ojos curiosos… lo miraba todo, todo le parecía bonito… hablaba con toda la gente que ya vivía en ese circo… a todos les sonreía, acariciaba a unos leones que no eran tan fieros como parecían… vivía noches de función que, a pesar de ser las mismas, siempre eran distintas… compartía madrugadas de cielos estrellados con conversaciones con cualquier compañero de ese circo… eran noches de sonrisas, de palabras… de secretos, de disfrutar de la compañía… ensayaba sus números, los repetía cuando había caído el telón… hacía reír a todos… los domadores buscaban su compañía, las trapecistas querían caminar con él por las noches por ese calor que desprendía su alma de payaso para sentirse resguardadas del vértigo…

Una noche al salir del albero de la pista, se dio cuenta… se sentía parte de aquélla peculiar familia… esa que crea el circo, esa que se vive siempre en un mismo lugar… uno que, como esa carpa, marcaba unos límites geográficos de manera independiente a un lugar específico… respiró hondo sabiendo que, a pesar del lugar, estaba en casa siempre… y con esa sana satisfacción de sentirse parte de algo, continuó con sus rutinas… con sus conversaciones a la luz de las estrellas, con sus números ensayados… haciendo reír a los niños y a los mayores desde sus butacas… enamorándose de todas las trapecistas que buscaban simplemente su compañía… siendo el escudero fiel de los domadores en las noches de frío y en las de calor… aquel payaso se convirtió poco a poco en uno de los protagonistas del circo y su familia… estaba en todas partes, tenía una palabra para todo el mundo… sus enormes zapatones eran bienvenidos, su sonrisa pintada esperada…  

Pero pasó el tiempo y, por algún motivo, ese payaso dejó de sentirse el alma de nariz roja… comenzó a salir al albero con una sonrisa fingida, con una que ocultaba su rabia … una rabia que nadie sabía dónde había nacido, una que se transformó en una amargura que él creía disimular bajo la pintura blanca y roja con la que se cubría la cara… continuaba compartiendo noches de conversaciones a la luz de las estrellas, pero sus interlocutores no sentían esa sensación añeja de hermandad… de su sonrisa pintada sólo salían malas palabras… críticas, burlas… la ironía de su alma de payaso pasó a ser un sarcasmo cruel que no sólo no hacía sonreír sino que incluso hacía daño… las trapecistas dejaron de caminar con él por las noches, los domadores comenzaron a dejar de considerarle ese amigo indispensable con el que contar… se le dejaron de confiar secretos felices o no por miedo a que los cubriera con esa amargura con la que, de pronto, se había comido ese alma de payaso dulce que todos habían conocido…

Y a pesar de todo, seguía reinando en ese circo que era familia y que para él se había convertido en su único capital… uno que, a falta de saber abrillantar, afeaba muchas veces con sus palabras… con comentarios hirientes, con otros crueles que decía entre bambalinas… con su desmedido interés por meterse en la vida de los demás sólo para tener algo de qué hablar, sólo para enfangar muchas veces la vida de los demás… algunos creían que lo hacía porque a pesar de la sonrisa con la que llegó al circo, ese era realmente él… otros pensaban, simplemente, que era incapaz de dejar vivir a los demás en paz a falta de poder tener algo que no sólo fuera el circo en su propia vida…

Y una noche cualquiera, volvió a salir al albero… su sonrisa ya se había transformado antes en mueca, en un mordisco burlón con el que asestaba dentelladas a escondidas a algunos compañeros del circo… esa noche se puso su peluca, volvió a colocarse la nariz… se pintó la cara como hacía siempre, salió como cada noche a la pista sintiéndose dueño de la situación… pero de pronto el público no aplaudía, el silencio reinó incluso más que él en aquel circo en penumbra… y aquél payaso de repente se dio cuenta de que algo no funcionaba… se ha comido su sonrisa, murmuraban los espectadores desde sus butacas… entonces supo lo que había pasado, entonces entendió la magnitud de ese silencio que de pronto ni siquiera podía criticar… salió de la pista arrancándose con furia la peluca, tirando la nariz con una rabia que la partió por la mitad… golpeando sus tremendos zapatones de payaso sobre el polvo del suelo, sintiendo cómo no era capaz de hacer reír a pesar de su amargura… sabiéndose rodeado de esa familia pero inmensamente sólo… tratando de vomitar eso único que le hacía especial y que, de pronto, ya no tenía…

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Mi leina...Sublime!!

Deberías colgarlo en el face y compartirlo con la humanidad y quién sabe, igual y todo alguien se da por aludido!!

Fátima dijo...

Lo he pensado, rubia... y puedo decir un "todo se andará"...
;)