Manolo ya no
está, me dije la primera mañana que volví a despertar en Madrid y bajé a la
calle como cada mañana de los últimos años… adormilada, sin ganas de hablar con
nadie… con medio cuerpo metido todavía en el sueño y ese extraño espíritu
gruñón que tengo cuando amanezco… cada mañana durante años, entraba saludándole
y sentándome en la misma esquina… escuchando de lejos las mismas conversaciones
delante de un vaso de café con leche que me tomaba ajena a los demás… sonrío…
es curioso cómo cambia la vida, me digo… cómo esos cafés silenciosos aislados
del mundo acabaron convirtiendo al bar más surrealista del mundo en un
auténtico centro de reunión de mi vida… en una especie de club social en el que
siempre nos reuníamos los mismos, en el que compartíamos penas y a veces
incluso alegrías…
Durante muchas
mañanas de mi otra vida de gata, ese primer café que Manolo me servía era sin
hablar con nadie… me sentaba en la misma esquina, completamente callada… con
leche, me preguntaba él mirándome con curiosidad… yo asentía con la cabeza
mientras sacaba la mina del bolígrafo… escribía en mi cuaderno sin parar, aislada
muchos ratos del mundo con los cascos del iPhone chillándome en las orejas…
había días que lloraba, otros estaba demasiado cansada para hacerlo… Manolo
sólo me miraba… el día que yo quería hablar, él lo sabía… me miraba desde el
otro lado de la barra, me observaba… esperaba algún gesto que le indicara que
podíamos tener una conversación… el día que no quería hablar, él simplemente lo
sabía a pesar de que me tomara más de un café… me miraba con cariño desde el
otro lado de la barra, callaba igual que yo… me servía otro café con leche, me
reponía el vaso de agua… en aquellas mañanas de mi otra vida de gata, ese
primer café mudo podía durar días… incluso, semanas…
Seguí bajando
cada mañana a ver a Manolo y mi cuaderno empezó a pasar a un segundo plano…
había días que me acompañaba sin que siquiera lo abriera, otros apenas escribía
unas pocas líneas… ese silencio que él nunca rompió se transformó en una
conversación que siempre empezaba a la altura del segundo café… en contarnos
nuestras vidas, en reírnos viendo “Mujeres, hombres y viceversa” en la tele
mínima de su extraño bar… yo le echaba de menos a él cuando me marchaba del
barrio, él siempre estaba pendiente de cuándo iba a regresar… cuando vuelve la
niña, le preguntaba cada lunes a Isa durante el tiempo que estuve en Colombia,
creo que está tardando ya mucho en volver… recuerdo la ilusión que le hizo que
le hubiera traído un regalo, uno que se bebió racionándolo como si aquél Néctar
colombiano fuera un tesoro…
Ese rato de
las mañanas se acabó convirtiendo también en la cerveza de por la tarde, en esa
parada técnica que hacer al volver de la compra o de los recados… delante de
una Mahou, seguimos contándonos nuestra vida mientras yo le robaba las
croquetas de aperitivo y él se tomaba a escondidas de su mujer un cubata…
hamburguesa, era su pregunta habitual en mi otra vida de gata… una sobre la que
no osó preguntar mientras duró mi mutismo pero que, pasado el tiempo, necesitó
entender… nunca había visto a nadie tan triste, me decía una tarde hablándome
como un padre, y mira que soy portugués… reconozco que me reí… de la paciencia
de ese hombre que, sin conocerme, sólo me miraba y esperaba que hablara…
Poco a poco,
esa pequeña familia que formamos como un Quijote y su Sancho Panza fue
adoptando a muchos más… Isa formaba parte de ella, Antonio era esa muestra de
caballerosidad que siempre sonreía con su sonrisa rota y su altísimo esbelto
cuerpo agilísimo a pesar de sus casi setenta años… nos reíamos, nos contábamos…
compartíamos las ganas de irnos a nuestros respectivos pueblos, le llamaba
desde la A-6 para contarle si había nieve o no… a veces me preguntaba si no me
echaba un amigo que me “diera lo mío”… me reía con sus comentarios brutos en la
misma proporción que me entristecía con sus malos momentos… se empeñó en que
Iñigo se llamaba Iñaki y que era de Bilbao, no hubo manera de quitárselo de la
cabeza a pesar del tiempo y de las muchas visitas de Iñigo como parte del RIFI
al bar…
Manolo, sin
querer, se convirtió en un auténtico modo de quedar… nos hacemos un Manolo, era
la pregunta habitual de algunos amigos para hablar de una tarde de cervezas y
charleta… manoleamos, la pregunta
específica de otra amiga que no concebía una tarde de puesta al día sin él de
por medio… lo curioso es que tenía su propio club de fans de la tortilla, el
preciado objeto de deseo de Thais cuando venía a Madrid y de Nela cuando
cruzaba el charco… acudíamos a su extraño bar, a su peculiar terraza con sillas
de plástico cada una de su padre y de su madre siempre bajo el techo de la
galería… con su risa sonora, con sus frases brutas a las que mi madre regañaba
con un “Ma-no-lo” muy solemne al que no podía evitar acompañar con una
sonrisilla… a ella la llamaba de usted, tampoco hubo manera de que no lo
hiciera…
Pero se tuvo
que marchar y yo, lo reconozco, no tuve valor para despedirme de él… para ver
cómo ese chiringuito extraño dónde los haya dejaba de tenerle cada mañana
detrás de la barra con camisa y chaleco… canturreando y bailando si tenía buen
día, jodidamente callado cuando no lo tenía… no pude, así que decidí marcharme
un par de días antes de que sucediera… antes de que ese pedacito de puerto para
este barco pirata dejara de existir… me tomé el café como cada mañana, bajé a
tomar un Nestea antes de emprender el viaje… no me despido de ti, le dije
saliendo por la puerta de plástico, no me gustan las despedidas… y a pesar de
eso, salió a darme un abrazo… uno que sólo me daba cuando volvía de verano
después de mucho sin verme, uno que sólo me dio cuando me fui a Colombia y él
se quedó la mar de asustado por si me pasaba algo que me impidiera volver…
Hoy todavía,
tiempo más tarde, miro con cierta melancolía el cartel que no se llevó mientras
tomo el café de cada mañana a escasos metros de donde lo hacía… bar Manolo,
sigue diciendo a pesar de su ausencia… sonrío… sigue estando en la fachada
aunque él no esté… una ausencia que todavía hoy me recuerda que a este barrio
le falta uno de sus habitantes…
4 comentarios:
Pero potxol, han cerrado el Manolo?? No lo sabía!! Juer..Hasta a mí me ha dado una pena horrible saberlo...
sí, nena... se fue y la verdad es que, aunque ahora tenga zumo de maracuyá justo debajo de casa, me ha dejado un poco huérfana...
Pues yo pediría a la administración de Galileo que me dejaran quedarme con el cartel del bar. Eso queda perfecto dentro de la República Independiente de Riket!
pues no se me había ocurrido... pero creo que lo voy a preguntar... si no para ponerlo en casa -que igual es un poco canteo- para que lo tenga él...
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