jueves, 14 de julio de 2011

Mi vida sin Manolo

Manolo ya no está, me dije la primera mañana que volví a despertar en Madrid y bajé a la calle como cada mañana de los últimos años… adormilada, sin ganas de hablar con nadie… con medio cuerpo metido todavía en el sueño y ese extraño espíritu gruñón que tengo cuando amanezco… cada mañana durante años, entraba saludándole y sentándome en la misma esquina… escuchando de lejos las mismas conversaciones delante de un vaso de café con leche que me tomaba ajena a los demás… sonrío… es curioso cómo cambia la vida, me digo… cómo esos cafés silenciosos aislados del mundo acabaron convirtiendo al bar más surrealista del mundo en un auténtico centro de reunión de mi vida… en una especie de club social en el que siempre nos reuníamos los mismos, en el que compartíamos penas y a veces incluso alegrías…

Durante muchas mañanas de mi otra vida de gata, ese primer café que Manolo me servía era sin hablar con nadie… me sentaba en la misma esquina, completamente callada… con leche, me preguntaba él mirándome con curiosidad… yo asentía con la cabeza mientras sacaba la mina del bolígrafo…  escribía en mi cuaderno sin parar, aislada muchos ratos del mundo con los cascos del iPhone chillándome en las orejas… había días que lloraba, otros estaba demasiado cansada para hacerlo… Manolo sólo me miraba… el día que yo quería hablar, él lo sabía… me miraba desde el otro lado de la barra, me observaba… esperaba algún gesto que le indicara que podíamos tener una conversación… el día que no quería hablar, él simplemente lo sabía a pesar de que me tomara más de un café… me miraba con cariño desde el otro lado de la barra, callaba igual que yo… me servía otro café con leche, me reponía el vaso de agua… en aquellas mañanas de mi otra vida de gata, ese primer café mudo podía durar días… incluso, semanas…

Seguí bajando cada mañana a ver a Manolo y mi cuaderno empezó a pasar a un segundo plano… había días que me acompañaba sin que siquiera lo abriera, otros apenas escribía unas pocas líneas… ese silencio que él nunca rompió se transformó en una conversación que siempre empezaba a la altura del segundo café… en contarnos nuestras vidas, en reírnos viendo “Mujeres, hombres y viceversa” en la tele mínima de su extraño bar… yo le echaba de menos a él cuando me marchaba del barrio, él siempre estaba pendiente de cuándo iba a regresar… cuando vuelve la niña, le preguntaba cada lunes a Isa durante el tiempo que estuve en Colombia, creo que está tardando ya mucho en volver… recuerdo la ilusión que le hizo que le hubiera traído un regalo, uno que se bebió racionándolo como si aquél Néctar colombiano fuera un tesoro…

Ese rato de las mañanas se acabó convirtiendo también en la cerveza de por la tarde, en esa parada técnica que hacer al volver de la compra o de los recados… delante de una Mahou, seguimos contándonos nuestra vida mientras yo le robaba las croquetas de aperitivo y él se tomaba a escondidas de su mujer un cubata… hamburguesa, era su pregunta habitual en mi otra vida de gata… una sobre la que no osó preguntar mientras duró mi mutismo pero que, pasado el tiempo, necesitó entender… nunca había visto a nadie tan triste, me decía una tarde hablándome como un padre, y mira que soy portugués… reconozco que me reí… de la paciencia de ese hombre que, sin conocerme, sólo me miraba y esperaba que hablara…

Poco a poco, esa pequeña familia que formamos como un Quijote y su Sancho Panza fue adoptando a muchos más… Isa formaba parte de ella, Antonio era esa muestra de caballerosidad que siempre sonreía con su sonrisa rota y su altísimo esbelto cuerpo agilísimo a pesar de sus casi setenta años… nos reíamos, nos contábamos… compartíamos las ganas de irnos a nuestros respectivos pueblos, le llamaba desde la A-6 para contarle si había nieve o no… a veces me preguntaba si no me echaba un amigo que me “diera lo mío”… me reía con sus comentarios brutos en la misma proporción que me entristecía con sus malos momentos… se empeñó en que Iñigo se llamaba Iñaki y que era de Bilbao, no hubo manera de quitárselo de la cabeza a pesar del tiempo y de las muchas visitas de Iñigo como parte del RIFI al bar…

Manolo, sin querer, se convirtió en un auténtico modo de quedar… nos hacemos un Manolo, era la pregunta habitual de algunos amigos para hablar de una tarde de cervezas y charleta…  manoleamos, la pregunta específica de otra amiga que no concebía una tarde de puesta al día sin él de por medio… lo curioso es que tenía su propio club de fans de la tortilla, el preciado objeto de deseo de Thais cuando venía a Madrid y de Nela cuando cruzaba el charco… acudíamos a su extraño bar, a su peculiar terraza con sillas de plástico cada una de su padre y de su madre siempre bajo el techo de la galería… con su risa sonora, con sus frases brutas a las que mi madre regañaba con un “Ma-no-lo” muy solemne al que no podía evitar acompañar con una sonrisilla… a ella la llamaba de usted, tampoco hubo manera de que no lo hiciera…

Pero se tuvo que marchar y yo, lo reconozco, no tuve valor para despedirme de él… para ver cómo ese chiringuito extraño dónde los haya dejaba de tenerle cada mañana detrás de la barra con camisa y chaleco… canturreando y bailando si tenía buen día, jodidamente callado cuando no lo tenía… no pude, así que decidí marcharme un par de días antes de que sucediera… antes de que ese pedacito de puerto para este barco pirata dejara de existir… me tomé el café como cada mañana, bajé a tomar un Nestea antes de emprender el viaje… no me despido de ti, le dije saliendo por la puerta de plástico, no me gustan las despedidas… y a pesar de eso, salió a darme un abrazo… uno que sólo me daba cuando volvía de verano después de mucho sin verme, uno que sólo me dio cuando me fui a Colombia y él se quedó la mar de asustado por si me pasaba algo que me impidiera volver…

Hoy todavía, tiempo más tarde, miro con cierta melancolía el cartel que no se llevó mientras tomo el café de cada mañana a escasos metros de donde lo hacía… bar Manolo, sigue diciendo a pesar de su ausencia… sonrío… sigue estando en la fachada aunque él no esté… una ausencia que todavía hoy me recuerda que a este barrio le falta uno de sus habitantes…

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Pero potxol, han cerrado el Manolo?? No lo sabía!! Juer..Hasta a mí me ha dado una pena horrible saberlo...

Fátima dijo...

sí, nena... se fue y la verdad es que, aunque ahora tenga zumo de maracuyá justo debajo de casa, me ha dejado un poco huérfana...

Unknown dijo...

Pues yo pediría a la administración de Galileo que me dejaran quedarme con el cartel del bar. Eso queda perfecto dentro de la República Independiente de Riket!

Fátima dijo...

pues no se me había ocurrido... pero creo que lo voy a preguntar... si no para ponerlo en casa -que igual es un poco canteo- para que lo tenga él...