martes, 9 de febrero de 2010

El parking...


Creo que me he dado cuenta cuando he vuelto a notar cómo se deslizaba el coche rampa abajo… he vuelto, me he sorprendido a mí misma pensando sin poder evitar sonreír… mientras bajaba esas rampas que, aunque a nadie le gustan, yo me conozco de memoria pensaba en lo curiosa que es esta existencia mía que a todo le saca punta… esta que paso mirando más allá de lo que, a mí, me parece superficial… tal vez buscándole una pata que no toca a un gato o, quizás, aprendiendo a mirarlo simplemente con otros ojos…  Krakovia sonaba a toda pastilla en los altavoces de mi coche mientras descubría que esa plaza que tanto me gusta estaba libre… supongo que así dicho suena a maniático compulsivo, pero cualquiera que aparcara en ese parking entendería que una tenga sus predilecciones… me estaba esperando, supongo… maniobré sin necesidad de mirar apenas por los espejos retrovisores… sonrío.. me conozco palmo a palmo ese parking que, durante mucho tiempo, formó parte de este barco pirata… para cuando apagué el motor y me quedé en silencio dentro de mi propio coche, me di unos segundos… sólo para mirar esa sucia masa de cemento viejo… ese espacio que tantas veces he recorrido bajo esa luz amarillenta que le da un aspecto todavía más asfixiante…

Has vuelto a casa, me dijo Jose con una media sonrisa al verme subir la rampa… a casa, pensé… rellené charlando con él la ficha del coche, le pagué el mes y me dio esa tarjeta magnética sin la que no puedo ni entrar ni salir… me río… cuántas tarjetas se colarían dentro del salpicadero del Ibiza, cuántas veces tuve que comprar otra bajo la carcajada de Jose que me decía que empezaba a tener una millonada invertida dentro del coche… para cuando le devolví el papelote de turno, me preguntó con esa discreción tan suya por qué me había marchado en su momento… respiré… después de casi tres años, se atrevía a preguntármelo… después de tres años en los que le había visto a diario, charlado con él… tres años en los que me siguió mimando como cuando era abonada, regalándome almendras tostadas -que él mismo prepara y trae de su pueblo- o carne de ciervo de alguna de sus cacerías… le sonreí… las gilipolleces que hace una por amor y por una moto, le contesté con mucho cachondeo… se rió, se sonrió… de todo se aprende, me dijo con un tono paternal que me hizo gracia, y hay veces que aunque uno cree que pierde gana… le sonreí… en ese momento recordé cómo le conocí, cuando todavía estaba en la Universidad… cuando acabé con mis huesos en este edificio donde vivo ahora y tuve que quedarme un verano a hacer unas prácticas… le conocí por casualidad y, sin embargo, antes de darme cuenta me había sumado a su clan… a uno que se sentaba en esas noches asfixiantes de julio en la puerta del parking a charlar… en su caso y el de sus compañeros de cita –todos ellos conserjes o vigilantes de los parking de la manzana-, por obligación… en el mío, simplemente, por una cuestión de insomnio… el único requisito era bajar una silla… el plan, sentarse en la puerta a ver pasar las horas de la noche tomando unas cervezas… me río… sólo tenía veinte años y me pasaba las madrugadas con una pandilla de cuarentones que hablaban de sus vidas, se metían con sus mujeres y arreglaban el país… pero, pese a eso, reconozco que no había noche que no bajara…

Volví a casa con una extraña nostalgia la mar de sana… una que, además, tenía mucho de pequeño triunfo anónimo… quizás porque había vuelto al lugar que hace tantos años elegí… al lugar donde, todavía lo recuerdo, dejé mi coche cargado hasta los topes con todas mis cosas una madrugada de hace muchos años cuando me tocó salir de la que era mi casa a la francesa con la ayuda de ese amigo del alma que, pese a no estar físicamente a mi lado, me acompaña siempre… un lugar del que, pese a su oscuridad y su suciedad, guardo buenos recuerdos de otra vida… en realidad, creo que esa extraña sensación placentera se fundamentaba en que había vuelto a elegir yo… había vuelto a decidir volver a ese sitio que, hace ya tantos años, escogí… ese en el que, quizás no encuentre mi coche la mitad de las veces -la plaza no es fija, uno aparca donde puede o donde le dejan-, pero me siento tan tranquila… ese en el que todos los vigilantes me conocen y, lo que es todavía mejor, me miman… con palabras, con gestos, con un cigarro que me ofrecen para que me pare a charlar con ellos… lo reconozco, soy la consentida de la calle… y sentir que todo ese mundo que se preocupa por mí vuelve a pertenecerme, me gusta…

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Mola recuperar el espacio, la capacidad de decidir sin contar con nadie y a los viejos amigos.
En realidad nunca te fuiste pese a no estar, a que te suena la frase preciosa?

Unknown dijo...

Que bueno saber que ya estas en el otro parking...ya era hora de volver a un sitio donde se reconoce que desde el principio era tu elección!!! y ahora maniobras menos, jajaja!!!!