miércoles, 17 de febrero de 2010

Tertulia de invierno o el "síndrome de la cabaña"...

Mi reino por un Cola-Cao, me he dicho a mí misma mientras sopesaba los pros y los contras de salir de casa… al calor de la lumbre, debajo de una manta… escribiendo, cómo no, para esta extraña sopa que me ayuda a escupir y a tragar… era mi segunda noche de antojo de un triste vaso de leche… la segunda en la que me encontraba con que no tenía el líquido preciado para saciar mi capricho… sin dudarlo dos veces, he levantado el cuerpo del escaño despegando los riñones de ese radiador que me recuerda lo que son los veinte grados de temperatura… al salir a la calle, me ha sorprendido la temperatura mientras miraba la poca nieve que va quedando en el jardín… ni pizca de frío, pensaba descojonándome de todas esas predicciones alarmistas que sitúan este minúsculo rincón del mundo más cerca de la estepa Siberiana que de cualquier otra sitio… cinco grados y medio para una noche de febrero entre montañas es, cuanto menos, un lujo…

Calle abajo dudaba de si encontraría abierto el bar… apenas medianoche, ni un alma por la calle… ni tan siquiera los perros quieren salir, me decía a mí misma mientras veía cómo corría el agua del deshielo calle abajo… cuando he abierto la puerta del bar –la única luz visible en la calle más allá de la farola-, dos pares de ojos me han mirado… coño una mujer, ha dicho Alvarito con esa voz tan suya, ya tenemos un problema… he sonreído quitándome la cazadora de nieve que, francamente, me daba calor… yo no formo parte de ese grupo Álvaro, le he dicho con mucho cachondeo, no ves que a veces parezco un tío… consciente de la broma y el motivo, se ha reído… una risa que se ha visto envuelta por una de esas caricias verbales que, a veces, te dan calorcito en el alma… ya podía haber un millón de mujeres como tú, ha contestado ese personaje peculiar que asegura que liga poniendo una mirada a lo Bogart y que parece pensar mucho todo lo que sale de su boca… le he mirado con la ternura que me inspira lo peculiar que es… creo que precisamente él, me he dicho a mí misma sacando tabaco,  es uno de esos personajes insignes que convierten este lugar en un peculiar epicentro de historias… el Míster, el hombre adicto al café y al Marlboro… ese contrincante mío del “Qué apostamos” que tenemos montado a ver quién pilla primero el crucigrama del Diario de León… ese que, cuando se atasca con alguna palabra –únicamente- me consulta siempre a mí sus dudas con las gafas sobre la punta de la nariz porque dice que soy “lista y leída”… eres un galán, le he dicho con mucha sorna, pero no sabes la guerra que iban a dar tantas como yo… se ha reído sujetando entre los dedos el cigarro que siempre le acompaña… ponme un Cola-Cao, le he chillado a Alvaro dando golpes sobre la barra y cogiendo –por puro vicio- un pincho de queso… estamos viendo un reportaje de Noruega, me ha dicho el Míster abriendo mucho esos ojos azules que un día no fueron tristes, qué país… está enganchado al canal Viajar de la misma manera que lo está a la cafeína y, quizás por ese vicio tan suyo, es un crack en geografía…

Sentada a su lado, miraba hacia la pantalla en lo que Álvaro me ha puesto ese vaso de leche… al mirarlo, lo reconozco, he sonreído… Nesquik, me he dicho a mí misma, por eso ha tardado tanto… hasta en eso me consiente, sólo tiene por mí esos sobrecitos individuales del cacao alternativo… aunque venga apenas unos días al mes, aunque no viva aquí, siempre recuerda que siento predilección por él antes que por el bendito polvillo universal… menos mal que has llegado, me ha dicho Álvaro, porque estaba a punto de entrarme el síndrome de la cabaña… cuando he preguntado, no me imaginaba la respuesta… pues esa teoría dice que cuando dos personas pasan mucho tiempo sólos y juntos, me contaba mirando al Mister de medio lado, uno mata al otro… yo me reía mientras miraba a Alvaro simular su ficticia comparecencia ante un juez… no sé si le maté porque estaba harto de ponerle cafés, decía con mucho cachondeo, o porque era invierno y no tenía otra cosa que hacer… mientras removía mi vaso de leche, hemos comenzado a charlar de esos seres que tienen el don de sacarte de quicio sin entender muy bien el origen de su rabia… Alvaro se indignaba sabiendo el expediente matutino, el Míster preguntaba si a ese chico “le pasaba algo en la cabeza”… yo les miraba como el que ve un partido de tenis sin ser consciente de la que se me venía encima… de golpe, y sin entender muy bien por qué, me he visto hablando con ellos del maravilloso mundo de las relaciones personales… de esa teoría de Alvarito de que el amor es el sentimiento más egoísta que existe, de esa convicción del Mister de que existe más allá de los fracasos… les miraba interactuar escuchándoles decir que uno de ellos era como Tiger Woods pero que no le dejaban ser adicto o que sabían de una mujer que, a la mínima, se quedaba como una perdiz desmayada… me descojonaba, lo reconozco, escuchando decir cosas como que ligarse a una chica de 17 años no era de degenerado porque igual la que te degeneraba era ella… les veía en una “a ver quién da más” la mar de peculiar entre divagaciones sobre fidelidad, técnicas de ligoteo y libertad… interpretando las difíciles maneras de entender la igualdad entre hombres y mujeres, las de una amistad entre sexos que –para uno de ellos- ni existe ni podrá hacerlo nunca…

Para cuando terminé el vaso de leche, estábamos enfrascados en una conversación en la que “te zambombeo” iba y venía como lo más normal del mundo… en cero coma, tuve una edición del Hola de la montaña oriental leonesa ante mí, con esos extraños episodios que suceden en los fríos del invierno… con esa confianza que tengo, pasé detrás de la barra para servirme una copa… ponme un café Alvaro, chillaba el Míster desde la mesa… me tienes hasta los cojones con tanto café, le contestaba él, luego estás que no hay quien te aguante… yo miraba la escena mientras me autoservía mi propia copa, consciente de que por más que lo intente ese tipo de momentos sólo los vivo aquí… escuchando la historia de cuernos más rocambolesca del planeta en apenas cinco kilómetros de distancia… riéndome viéndoles como el que ve la tele, sin necesidad de intervenir… sacando vecinos del armario, inventándose las historias más telenoveleras del mundo para una infidelidad… escribe de esto en tu columna, me ha dicho Álvaro… sonreí pensando que era lo que pensaba hacer nada más llegar a casa… para cuando el reportaje de las Maldivas me hacía soñar con una playa de agua acojonante y ellos discutían sobre dónde estaban las Arsenas, he optado por la derrota… señores, he dicho mientras me ponía de pie, me retiro… vas a volver pronto verdad, me ha preguntado el Míster con ese tono tan suyo, se nota cuando estás tú… he sonreído… claro Mister, le he contestado, para comprobar que esté todo en orden… sonrío… todavía recuerdo cómo, el sábado al llegar, ese personaje que siento familia también me dio la bienvenida… coño, me dijo mirándome desde la puerta de su casa, salió el sol… quizás sea cierto que, cuando vengo yo, todo el mundo se entera... sonrío... supongo que porque soy la que más viene por aquí pese a las nevadas, al frío o a la soledad...

Subía hacia casa riéndome de las ocurrencias de esa pareja de nocturnidad que me había echado de la manera más tonta… de eso que hace que Alvaro haga de esas cuatro paredes un lugar que, sin tener nada, es especial… de eso que hace que el Mister sea el hombre que hace de las palabras de cada crucigrama una auténtica cumbre de estado dentro del bar… sonreía al abrir la puerta mirando por última vez –por ahora- ese jardín que iba desnudándose de nieve… mañana me voy, me he dicho a mí misma con esa extraña nostalgia que me lleva a despedirme de cada rincón del pueblo así venga de manera continua… sonreía cerrando la puerta pensando en que lo que hace mágico este lugar es, sin duda, su espíritu… el que se crea a golpe de conversación, de rato compartido… de palabra incompleta, de monodosis de Nesquik… siempre lo digo, y sigo sin encontrarle explicación… no sé qué tiene este sitio que me sana las heridas, me carga la batería y me empuja a volver a volar…

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