viernes, 4 de diciembre de 2009

Galletas, música y secretos...



"Una emoción compartida es un contrato íntimo que va más allá de una palabra o un hecho"
Josep Marc Laporta

Tú estás zumbada, me dijo Isa con cara de alucine y mucho ojo muy abierto, ponerte a escribir a estas horas… me descojoné… o escribo, le contesté con mucho cachondeo, o reviento… recordaba su cara despidiéndose de mí desde el portal de su casa mientras desandaba el camino hacia casa… por el más largo, por ese que me permitía disfrutar de ese paseo por Madrid que tanto me gusta… en mitad de una noche cualquiera de jueves, oliendo el frío desde el coche… sin tocar con los pies el asfalto recién regado… con esas sombras que se cuelan por los recovecos de las fachadas y convierten este dragón de asfalto en un escenario casi teatral… con una pizca de irrealidad, con un poco de magia… qué guapa eres cabrona, me dijeron hace poco... lo recordé mientras esperaba a que se abriera el semáforo de Alcalá… sonreí… yo estaba mirando esta ciudad con los mismos ojos que me lo dijeron a mí… se le dije a esta ciudad que me vio nacer… lástima que a veces me mates por dentro, pensé con un poco de tristeza… sonreí a los siete grados de temperatura que sentía en el brazo, con la ventanilla medio bajada… con la música de los 40 Principales a toda pastilla, crucé Cibeles… fumándome un cigarro… rebobinando esta noche de chicas que había tenido un poco de todo… respiré al ver la Gran Vía vestida de Navidad… disfrazada de esa época del año que tan poco me gusta pero que, en esta ciudad, hipnotiza…

Subiendo esa calle que es el corazón de Madrid, recordé el inicio de una tarde que se convirtió en tormenta propia… de esas que no sabes por qué comienzan, de esas que te asusta que ocurran… me había arreglado para ese plan prefabricado por otro que se había convertido en una noche de amigas de la manera más improvisada… ese que tenía un sabor a patria prestada, a música… a la compañía de esa pieza imprescindible ya en mi vida sabiendo cómo sabía la falta que le hacía salir y despejarse… para curar sus propias heridas, esas que son tan suyas que incluso cuesta compartir… esas que me contó sin mirarme siquiera a los ojos… le había comprado el CD del tipo que íbamos a ver en concierto… ese tal Pablo Moro que desconocía pero que me acompañó durante kilómetros de vuelta a Madrid hace menos de una semana, ese que tenía letras que sonaban a poesía casera… cuando el objetivo de convertirme en mujer para salir estaba cumplido, llegó la llamada… esa que viví entre sonrisas… esa que hizo que, de la manera más tonta, explotara mi tormenta… la de sentirme ridícula de pronto… la de sentir que una simple caja de galletas podía ser un buen ejemplo para ilustrar una filosofía de vida… sentí esa extraña sensación en la boca del estómago… el celo de no querer compartir esa caja con nadie, un cierto egoísmo… como cuando de pequeña alguien te negaba uno de los caramelos que tenía en el bolsillo durante el recreo… lo peor no fue la sensación, sino sentirla… ser consciente de que la estaba teniendo… de no tener derecho ni razón para hacerlo… de pensar en lo irónico que era morder una galleta ya mordida… imploté al darme cuenta de que estaba sintiendo eso… molesta por hacerlo, encabronada por sentirlo… sorprendida, avergonzada… demasiados adjetivos… tenía que salir de casa a falta de salir de mí misma…

El primero en paliar mi locura mental fue el tipo del taller… llevé mi coche para que le cambiaran los tacos que sujetan el motor y acabé escuchando que habían cambiado veinte cosas que nada tenían que ver… encontramos una chapa suelta del motor, me decía el mecánico impertérrito, eso era lo que hacía ruido… cuando me dijo con una parsimonia absoluta que la habían quitado, simplemente, flipé… hombre yo no entiendo de mecánica, le dije, pero supongo que no estaría ahí porque sí… tras una explicación poco lógica, me conformé –la opción B era saltar por encima del mostrador y agarrarle del cuello- y decidí pagar para irme… seguía con mi caja de galletas tostándose entre mis neuronas… no tienes efectivo, preguntó… me dieron ganas de decirle que, de tenerlo, no le estaría tendiendo la tarjeta de crédito… volvió a preguntármelo dos veces más… mi masa de galletas seguía dando vueltas… el “mira tú, yo pensaba que la palabra no era universal” salió de mis labios de una manera igual de irónica pero menos borde… salí de allí para comprobar en una manzana que algo les pasaba a mis frenos… para volver a contrarreloj a decirlo en el taller… y para escuchar, como remate, que será que no recuerdo cómo frena mi coche… lo que vino después corresponde a esos rombos que, a veces, decido ponerle a mis pérdidas de control verbal…

Con la ofuscación en lo alto del moño, salí de allí para ir a la exposición… centrifugando frenadas… revolviendo galletas… me ofusqué tanto que me recorrí la calle San Bernardo dos veces antes de darme cuenta de que, si mirara y respiraba, encontraría las cosas… me descojoné, mi compañera nocturna de encabronamiento también… estoy demasiado buena para ser una Marbú dorada, le decía mientras tomábamos algo en el Café Comercial… se nos había antojado entrar en ese lugar de Madrid que huele a tradición y a rancio… a años pasados, a otras vidas anteriores a la que cada una vivimos ahora… nos reímos, para qué negarlo… burlándonos de las ironías de la vida, de las cosas curiosas que pasan… con una mayonesa que llegó cuando ya me había acabado la tosta… con un paso de cebra que cruzamos varias veces en menos de cinco minutos buscando el abono transporte de mi amiga que, descubrió después de volver al Café, sólo había cambiado de bolsillo…

Llegamos a esa sala Clamores siguiendo ese radar que tengo para regresar a esos lugares imposibles… nos reímos sentadas en una mesa al lado del escenario… nos reímos cuando le pusieron el JB más cargado que había tomado en su vida y al que ella respondió abriendo de manera sobrenatural los ojos… nos reímos más cuando, después de un sonríe y pestañea, el camarero nos dejó fumar pese a ser una sala para no fumadores… nos descojonamos asignándoles tipos de galletas a todos los que formaban parte de la banda que escuchábamos… mientras disfrutábamos de esa música que a Isa parecía estar poniéndole una tirita gigante en el corazón… la miraba perderse con los ojos en el escenario y me paré a mirarla así… para ver cómo flipó viendo entrar a Melendi en la sala… para escucharla decirme que se iba a pedir para Reyes al tipo que cantaba… cuando vi su cara al regalarle ese CD… sabía que te molaría, le dije mientras ella me abrazaba… pocos euros, una tontería… pero ella estaba siendo realmente feliz… en ese momento, mi caja de galletas mental desapareció de mis prioridades… desapareció de mis ironías de la noche, de esos sarcasmos que tanto me gusta afilar y que sé que a ella le divierten… desapareció, simplemente, para recordarme que ninguna de las dos lo somos… que éramos dos amigas disfrutando de una banda que nos gustaba pese a ser prácticamente unos desconocidos… de un regalo repostero que, quizás, había permitido paliar la tormenta… hecho con cariño, soy consciente…

Hablábamos sin parar mientras volvíamos a casa… mientras ella diseccionaba eso que la mata día a día por dentro, eso que le hace sentir un dolor inmenso de una manera tan íntima que no sabe cómo sacarlo de sí… sólo lo sabes tú, me dijo… me sentí afortunada por su confianza, por esa horrible condena que suponía para ella callarse… hablamos de anteponer la protección de los demás antes que la nuestra… de las heridas que nos auto infligimos cada vez que nos olvidamos de nosotras mismas… de esas pequeñas cruces con las que cargamos para evitar que otros sufran y que nos hacen sufrir a nosotras… sonreí mirándola… sabiendo que, para ella, enfrentarse a esa realidad era un punto de inflexión en su propia historia… su propia guerra… la más grande que, quizás, haya librado jamás… nos abrazamos en el coche… sabiendo que íbamos a vernos en apenas unas horas… en el mismo sitio de siempre, a la misma hora… delante de un café con leche, de un paquete de tabaco… me lo he pasado genial, me dijo antes de bajarse del coche… sonreí pensándolo… empezamos amasando, terminamos sonriendo… no es un mal balance para esta noche, me decía a mí misma mientras aterrizaba mis huesos en la cubierta de mi barco pirata… masqué esa masa pegada en las encías… esa que me había perseguido durante muchas horas… ajustándose a mis neuronas, soltándome la lengua… haciéndome sentir un inmenso huracán mental y físico… sonreí… forma parte del vicio de vivir, me dije a mí misma antes de encender el ordenador…


 
Un poquito de eso que nos acompañó poniéndole algodoncitos a un jueves... una pizca de lo que nos ayudó a reírnos de nuestras propias historias...

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