martes, 15 de diciembre de 2009

Las cartas de la abuela de mi barrio


En mitad de esta noche tan fría, sólo puedo pensar en esos pequeños misterios de la vida a los que yo les encuentro tanto sentido… a esas cosas que me pasan y que hacen que sea como soy… que actúe como lo hago con mis cosas peculiares… escucho a Pancho Céspedes de lejos, bajito en mitad de la penumbra de mi casa… un disco que saqué hace no mucho de ese montón de CDs que llevaba mucho tiempo sin escuchar… un disco que, no sé por qué, he redescubierto después de muchos años sin oírlo… tengo las manos heladas… me he encendido una vela como siempre que me regalo estos momentos míos de soledad que me alimentan el alma… y parándome a vaciar esta mente, tan sólo pienso en apenas cinco minutos de mi día… unos cinco minutos casuales o causales, no lo sé… cinco minutos con una desconocida que jamás había visto antes que le han dado sentido a esas ganas mías de escribir cartas… unas cartas que llevan meses escribiéndose en mi cabeza…


Después de tomarme ese café mañanero de la única manera que sé –o sea, con Manolo-, entré como tantas otras veces en el estanco para comprar tabaco… delante de mí, había una abuela charlando con la chica que nos da nuestra dosis desde detrás de un cristal blindado… hice la cola pertinente en lo que la señora terminaba de charlar con ella… me fijé que llevaba un bastón, que guardaba algo en el bolso… cuando comenzó a moverse para salir de aquél espacio, pude ver que lo hacía con mucha dificultad… no me hizo falta pedir mi paquete de Lucky, la niña del estanco ya sabe lo que fumo… le puse los tres euros en el mostrador pensando en volver a casa rápido para revisar la última de mis traducciones… deseo fallido, pensé al girarme y comprobar que aquélla abuela todavía no había llegado a la puerta… se sostenía contra la pared con la mano que le quedaba libre… estaba llegando a la puerta… si trata de abrir, me dije a mí misma, se va de cabeza al suelo… pensé en lo jodido que tiene que ser a determinada edad darte cuenta de que no te vales por ti mismo… me vino a la cabeza esa tremenda toma de realidad que fue ver a mi abuela el fin de semana pasado… tan mayor de golpe, tan perdida a veces… tan ella como siempre a la vez… me ofrecí a abrirle la puerta y, en menos de décimas de segundo, se me agarró al brazo… salimos con dificultad del estanco… dándome cuenta de que se abrazaba a mi brazo como si lo necesitara para poder dar el siguiente paso… como si le hiciera falta que alguien la sostuviera…


Cuando salimos del estanco, me preguntó con su sonrisa postiza hacia dónde iba… la sonreí… había sido una mujer guapa, seguía siendo coqueta por cómo iba peinada… hacia dónde va usted, le pregunté con mucho cachondeo, que yo no tengo nada mejor que hacer que acompañarla… me sonrió… con que me lleves hasta el paso de cebra me conformo, me dijo echando a andar en dirección contraria a la que debería haber tomado yo… comenzamos a subir la calle… apenas unos metros… ella daba pasitos pequeños que yo traté de acomodar a mi paso… caminábamos mientras ella me contaba que perdía el equilibrio y se iba de lado… me suena, pensé, eso es lo que me pasa a mí cuando se me va la mano con las copas… al llegar al paso de cebra, lo cruzamos a velocidad de tortuga… apenas cinco rayas, un auténtico mundo para esa mujer… se apretó contra mí como si yo pudiera protegerla… como si su fragilidad al andar se paliara sólo por cogerme del brazo… nos paramos al cruzar al otro lado… se me quedó mirando de esa manera que sólo te miran los niños y los ancianos… de esa manera desvalida y necesitada que parece otorgarte la llave de sus vidas… como si te necesitaran hasta para respirar,  como si fueras absolutamente vital pese a ser un desconocido… ahora para dónde vamos, le pregunté… me acompañas hasta mi casa, me contestó afirmando con cierta vergüenza… sólo le devolví una sonrisa mientras le cogía las bolsas que vi que llevaba en el otro brazo… un paquete de servilletas, una barra de pan… parece que han echado sal, me dijo extrañada mirando el suelo fijamente… hablamos de que toda la ciudad estaba regada en previsión de esa gran nevada que nos iba a colapsar… se me quedó mirando fijamente… eres de Madrid, me preguntó… asentí sonriéndole… gata como yo, soltó con un tono de cierto orgullo que a mí me hizo gracia… se le relajó la mirada, me sonrió… aquí ya no nieva como cuando yo era niña, me decía colgándose de mi brazo, hacíamos muñecos enormes de nieve por todas partes y nos calábamos tirándonos bolas… sonreí… recordé un deseo similar reciente… se quedó mirando fijamente mis manos… te faltan guantes, me dijo muy seria… no me hizo falta explicarle que una es así de tonta que le gustan esos guantes cortados… simplemente puse cara de circunstancias… hizo un gesto de desaprobación absoluto que yo contesté con una carcajada… se empezó a reír con una risa burlona que se mezcló con tos…


Cuando llegamos al portal de su casa, me tendió la llave… la tosecilla que nos había acompañado desde el estanco comenzó a ser una tos bastante fea… no debería salir usted con este frío, le dije, que está un día muy perro de frío… entramos en el portal con su advertencia de que el suelo estaba recién fregado y resbala mucho… durante un momento, me di cuenta de cuánto miedo tenía la pobre señora de acabar con sus huesos contra el suelo… con esa torpeza que era consciente de tener, una que la asustaba muchísimo… subimos los peldaños que nos separaban del ascensor… pulsé la tecla para llamarlo… me miró sonriéndome una enorme sonrisa postiza, una que rezumaba un agradecimiento brutal por esos cinco minutos de mi vida… me agarró la cara, me dio un beso en cada mejilla… sin parar de sonreír… volvió a comenzar a toser en lo que yo abría las puertas del ascensor… dígame que no está fumando usted con esa tos, le dije en un tono de nieta absoluta que hasta me sorprendió a mí… se empezó a reír… se despidió de mí dentro de la caja del ascensor, con las puertas de cristal ya cerradas, lanzándome un beso… un beso que yo le devolví…


Salí del portal con una absurda sonrisa y un poco preocupada por la fragilidad de aquélla mujer… por esa tos, por ese tambaleo… y como buena maruja que me estoy volviendo, entré a comentar la jugada con la niña del estanco… diciéndole, yo en un papel muy digno, que esa mujer no debería fumar… qué va si no fuma, me dijo mi vendedora de droga legal en el tono auténticamente macarra que la caracteriza, escribe cartas… me quedé loca ante su respuesta hasta que me explicó que esa abuela que yo había acompañado iba un día cada par de semanas al estanco a por sellos… dos para España, uno para Europa… un euro y poco en estampillas para mandar esas cartas que escribía a los suyos… la niña del estanco contaba este extraño vicio de la anciana con sensación de irrealidad, como si fuera una gran rareza la molestia de escribir una carta de las de papel… de esas que se escriben tomándote tu tiempo para sentarte a hacerlo… ya ves, me decía, habla con ellos por teléfono y aún así les escribe cartas…


Despidiéndome de la estanquera, pensé en lo curiosa que es la vida… en lo curioso de que aquélla mujer se jugara el tipo con esa falta de estabilidad para ponerse, simplemente, a escribir cartas… pese a la inmediatez de un teléfono, pese a tener noticias sin necesidad de esperar al cartero… quizás fueran manías de vieja, o quizás algo mucho más íntimo… salí del estanco con una media sonrisa… recordando la emoción que yo sentía cuando recibía una carta… cuando tenía correo de ese que buscas un momento para leer a solas, con la ilusión de tener esas hojas entre las manos… recordando lo mucho que me gustaba escribirlas antes… siempre de la misma manera, con el mismo comienzo... ella también las recibe, resolvió mi mente entrando en casa para ponerle un final feliz a la historia, si no no las escribiría… sonreí pensando en esa dulzura tan increíble de pasar un miedo atroz de su casa al estanco y vuelta sólo para mandar una ilusión… recordé de golpe un mail de un amigo del otro lado del mar que me proponía mandarnos cartas de las de antes, aunque fuera a través de una pantalla… un mail que me dio en toda la diana de una manera increíble por mi cumpleaños… un regalo de esos que te da la vida a veces y para el que necesitas darte tu tiempo de respuesta… sonreí… esas cartas que llevaba tantos meses escribiendo mentalmente volvieron a hacerse fuertes mirando por esta ventana… pocas, apenas una decena… sonreí… quizás era el momento de comenzar a escribir, pensé… tal vez sea el momento de hacerlo más allá de esta sopa…

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hemos olvidado la ilusion que nos hacian esas pequeñas cosas como una simple carta hecha desde el corazón, observando la letra de la persona plasmando las palabras escritas por alguien querido. Ahora solo recibimos facturas y publicidad.