"Casi todo lo que haga es insignificante, pero es muy importante que lo haga"
Mahatma Gandhi
Cuando llegó a ese lugar
que ya conocía, se sintió por primera vez extraña… como quien entra en un
territorio desconocido en el que ha leído un “Prohibido pasar” bien grande en
la entrada… sonrió, miró como hace siempre… sabiendo esa extraña ceremonia que,
de alguna manera, ya había vivido otras veces pero que esta vez tenía intención
de ser distinta… cómo estás, le sonrieron… bien, contestó tímidamente… sintió
vergüenza, sintió algo tan curioso como el desasosiego… es curioso cómo es el
ser humano… a veces, lo más común del mundo lo convierte en extraño…
Su propósito era firme,
una decisión tomada con frialdad y como acto de respeto… propio y ajeno… uno
que para ella misma era perder un terreno que le había costado mucho terreno
ganar… sabía que esperaría a que la casa se quedara en silencio, a que sonara
el agua de la ducha corriendo… entonces, abriría ese cajón que había ordenado
otras veces… uno en el que había metido ropa limpia que siempre olía antes de
guardar sólo por disfrutar del suavizante… sabía que miraría por la ventana,
también como hace siempre, para mirar por una de sus ventanas favoritas… para
contemplar la luz de esa mañana imaginaria… tenía hecho ese inventario mental
de esos centímetros de ropa en un cajón… centímetros, pensaba mientras andaba
el camino hacia ese lugar que le resultaba extraño de pronto… algo de ropa
interior, un par de camisetas… unos calcetines que no se hicieron ovillo, unas
mallas para estar cómoda… en la puerta de aquélla casa que, de pronto, le
resultaba cárcel pensó en la ilusión del día que descubrió que tenía un
pedacito de cajón… un trocito de vida, una mínima presencia… un poco de ella en
algo que no tiene nada de lo que es…
Esperó en aquella puerta
en una tarde cálida de agosto, pensando en esas huellas que de pronto había
decidido borrar… como gesto de consideración consigo misma, como gesto de
consideración con otro… revisó las plantas que colgó en el portal, miró esa
otra que ve crecer desde hace meses como si de un desafío personal se tratara…
pensó en que tendría que bajar la escalera llevando su ropa… un gesto que había
hecho otras veces, uno que en esta ocasión sabría distinto… se imaginó a sí
misma haciendo lo que hace siempre al llegar al final de la escalera… apretar
su ropa contra el pecho como si eso le sirviera para sentirse a salvo… recuerda
no mirar hacia arriba, se decía a sí misma a falta de dos escalones… a veces
todavía lo hacía con la esperanza de levantar la mirada no sintiéndose
extranjera en una extraña torre de Babel… creyendo que, quizás, esa herida de
saberse extranjera en un nación quemada cicatrizaría…
Se quedó en la puerta
viendo morir la tarde, disfrutando de esas flores que veía nacer con una
ilusión casi pueril… pensando en esa curiosa sensación de sentirse pequeña en
los libros de historia… sintiendo que estaba dispuesta a guardar la bandera en
el bolsillo, esa que tanto le había costado colocar en un país que quizás nunca
conquistaría… no quería mirar, no quería ver… se lo había propuesto como deberes
de verano… como un salvoconducto para sentirse menos frágil, para no sentir que
el peso de la historia la aplastaba más de lo que ya lo hacía… su rendición era
silenciosa y había reservado las mejores palabras para explicarla… para hacer
entender que no abandonaba esa patria construida pero sí necesitaba exiliarse
sólo para sentir los colores de su bandera…
Pensó
una vez más en ese “nuestro” que no lo era… a ese mismo posesivo que, de golpe,
no sabía si se refería a ella o a un gesto del recuerdo… volvió a sentir los
fantasmas de la vida no vivida, la de las voces que susurran a veces desde
lejos para provocar una desbandada… callaba, sonreía tímidamente… se sentía
avergonzada y, a la vez, valiente… valiente, pensaba riéndose de sí misma viéndose
incapaz de pasar el umbral de una puerta de la que no tenía llave a pesar de
sentir que la tenía… en mitad de esa mudanza emocional para la que se
preparaba, decidió que tenía que entrar… que tenía que mirar así se lo hubiera
propuesto, que tenía que sentirlo por última vez con esa ropa en el cajón y sus
cosas en el baño… se sintió pequeña y, a la vez, grande… y, lentamente como lo
hace un niño que tiene miedo de ver lo que no desea, levantó la mirada…
buscando ese último pinchazo en el alma que le sirviera para acabar de decidir empezar
una huída a pesar de quedarse… sólo vio pared y presente… se le abrieron los
ojos para comprobar que era cierto, para saber que ya no tendría que temerle a
esa escalera ni a ese final… para sentir que ni su ropa estorbaba en el cajón
ni sus cosas en el baño… y que, quizás, el “nuestro” a pesar de no serlo
realmente podía comenzar a tener su nombre también…
Foto | Callejera
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