Llegué a la carrera para
sentarme frente a un gintonic después de fumar un cigarro con quién iba a
convertirse en maestro de ceremonias de demasiados sentimientos por unas horas…
hola preciosa, me dijo sosteniéndome la cara con las manos mientras me daba dos
besos… inevitablemente, le sonreí mientras miraba unos enormes ojos azules que
esconde tras unas gafas sucias… sin querer, recordé el día que los descubrí…
uno de hace apenas meses en Oviedo en una mañana que suponía la puesta de largo
de su “Nenita”… una mañana que acabó bañada en sidra con esa pequeña Bárbara
que es un pedacito de él… la magia de lo pequeño, recuerdo que dijo hablando de
ella mientras salíamos de la SGAE… no te animas a tener niños, recuerdo que
preguntó, deberías… entre culín y culín, pinté una taza con ella sentadas en la
entrada de la sidrería donde los mayores celebraban un puñado de canciones que
descubrí volviendo a casa… suspiro… entonces mi vida era diferente por un matiz
casi tan pequeño como esa Bárbara de ojos azules… entonces, su vida también lo
era por esa Nenita que peleaba en una cama de hospital por no marcharse…
Volví a verle en una
fresca noche de agosto cuando Nenita ya no estaba, cuando esa hermana-madre que
ilustraba la portada del disco había hecho lo que él le pedía en la canción que
le había dedicado… descansar… cómo estás, le pregunté ratificando que no sé dar
el pésame porque nunca encuentro las palabras adecuadas… ahora mejor, me
contestó… sólo un par de horas más tarde, entendí un poco más esa afirmación…
la mí hermana murió hace una semana, decía sentado frente al micro sosteniendo
en esa mano pequeña que tiene un Marlboro, vosotros sois esta noche el diván de
ese psicólogo al que la gente va… sonreí… después de conseguir que la dueña del
local hiciera un “a puerta cerrada”, pitillo a pitillo fue desnudándose el alma
con cada canción… siempre hay por qué reír por qué llorar, cantó en homenaje a
esa canción que tanto le gustaba a su hermana y que él recordaba de su
infancia…
Y así, canción a canción,
ese Chus Pedro del que sólo conocía una caja azul y una actuación en una boda
logró eso que pocos consiguen cuando se suben a un escenario… emocionar de
verdad, poner la carne de gallina… hacer saltar las lágrimas hablando de esa
Nenita que ya no recordaba siquiera quién era como tantas otras a las que sé
ponerle nombre y cara… hacer reír entre anécdotas y recuerdos… cantándole a esa
mina tan sentida en una tierra que fue negra antes de verde, desgranando con un
lenguaje que a mí a veces me resultaba incomprensible sus recuerdos de niño a
través de letras que –curiosamente- guardo en la memoria de cuando yo también
era niña… sonrío… curioso haber nacido en esa “Castiella” contra la que se
levanta en armas y, sin embargo, compartir de alguna manera banda sonora…
La noche siguió entre
escalofríos y sonrisas… entre bailes improvisados, caricias y muchas palabras…
entre notas, sensaciones y un
disco a la venta… un corazón con costuras y una ausencia plagada de presencias
que decidieron acompañar a quien, a pesar de saber que Nenita ya no estaba,
decidió subirse al escenario sólo un par de horas después de que ella se
hubiera ido… viendo su foto de hace más de siete décadas delante de ese
micrófono desde el que cantó recordando que, a pesar de todo, se había ido para
siempre… gracias por haber venido, me dijo al despedirme sosteniéndome la cara
como lo hizo al principio, gracias de verdad… reconozco que me sorprendió…
gracias a ti por esta noche, le contesté… creo que es uno de los
agradecimientos más sinceros que he pronunciado jamás… quizás porque él no sabe
lo que se siente cuando a uno se le cuelga al cuello un rosario enorme de
sentimientos ajenos que se sienten propios… o por el simple hecho de que, a
veces, la música es navaja y sutura a la vez cuando quien la interpreta le pone
alma…
Me fui de ese lugar en el
que no había estado nunca con el estómago encogido y el corazón latiendo más
fuerte… dejando atrás a quien se destripó delante de un micrófono como terapia
y como regalo para quiénes estábamos… sonrío… esta vida es curiosa… a pesar del
abandono, Nenita sigue en ese lugar llamado Bequer de Posada de Llanes
observando a su hermano desde una columna de la barra… siendo visitada por
extraños que, durante un rato, la conocieron un poco más… ayudando a caminar,
como lo hizo hace más de 50 años, a quien fue su hijo sin necesidad de parirlo…
una cesárea imaginaria a la que hoy, más de cincuenta años después, le acaricia
los puntos imaginarios cantándole a su marcha…
2 comentarios:
Precioso potxoli...simplemente precioso!
Gracias nena...
Qué sería de mí y de mis palabras sin ti...
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