jueves, 11 de agosto de 2011

Una noche con Nenita...

Llegué a la carrera para sentarme frente a un gintonic después de fumar un cigarro con quién iba a convertirse en maestro de ceremonias de demasiados sentimientos por unas horas… hola preciosa, me dijo sosteniéndome la cara con las manos mientras me daba dos besos… inevitablemente, le sonreí mientras miraba unos enormes ojos azules que esconde tras unas gafas sucias… sin querer, recordé el día que los descubrí… uno de hace apenas meses en Oviedo en una mañana que suponía la puesta de largo de su “Nenita”… una mañana que acabó bañada en sidra con esa pequeña Bárbara que es un pedacito de él… la magia de lo pequeño, recuerdo que dijo hablando de ella mientras salíamos de la SGAE… no te animas a tener niños, recuerdo que preguntó, deberías… entre culín y culín, pinté una taza con ella sentadas en la entrada de la sidrería donde los mayores celebraban un puñado de canciones que descubrí volviendo a casa… suspiro… entonces mi vida era diferente por un matiz casi tan pequeño como esa Bárbara de ojos azules… entonces, su vida también lo era por esa Nenita que peleaba en una cama de hospital por no marcharse…

Volví a verle en una fresca noche de agosto cuando Nenita ya no estaba, cuando esa hermana-madre que ilustraba la portada del disco había hecho lo que él le pedía en la canción que le había dedicado… descansar… cómo estás, le pregunté ratificando que no sé dar el pésame porque nunca encuentro las palabras adecuadas… ahora mejor, me contestó… sólo un par de horas más tarde, entendí un poco más esa afirmación… la mí hermana murió hace una semana, decía sentado frente al micro sosteniendo en esa mano pequeña que tiene un Marlboro, vosotros sois esta noche el diván de ese psicólogo al que la gente va… sonreí… después de conseguir que la dueña del local hiciera un “a puerta cerrada”, pitillo a pitillo fue desnudándose el alma con cada canción… siempre hay por qué reír por qué llorar, cantó en homenaje a esa canción que tanto le gustaba a su hermana y que él recordaba de su infancia…

Y así, canción a canción, ese Chus Pedro del que sólo conocía una caja azul y una actuación en una boda logró eso que pocos consiguen cuando se suben a un escenario… emocionar de verdad, poner la carne de gallina… hacer saltar las lágrimas hablando de esa Nenita que ya no recordaba siquiera quién era como tantas otras a las que sé ponerle nombre y cara… hacer reír entre anécdotas y recuerdos… cantándole a esa mina tan sentida en una tierra que fue negra antes de verde, desgranando con un lenguaje que a mí a veces me resultaba incomprensible sus recuerdos de niño a través de letras que –curiosamente- guardo en la memoria de cuando yo también era niña… sonrío… curioso haber nacido en esa “Castiella” contra la que se levanta en armas y, sin embargo, compartir de alguna manera banda sonora…

La noche siguió entre escalofríos y sonrisas… entre bailes improvisados, caricias y muchas palabras… entre notas, sensaciones  y un disco a la venta… un corazón con costuras y una ausencia plagada de presencias que decidieron acompañar a quien, a pesar de saber que Nenita ya no estaba, decidió subirse al escenario sólo un par de horas después de que ella se hubiera ido… viendo su foto de hace más de siete décadas delante de ese micrófono desde el que cantó recordando que, a pesar de todo, se había ido para siempre… gracias por haber venido, me dijo al despedirme sosteniéndome la cara como lo hizo al principio, gracias de verdad… reconozco que me sorprendió… gracias a ti por esta noche, le contesté… creo que es uno de los agradecimientos más sinceros que he pronunciado jamás… quizás porque él no sabe lo que se siente cuando a uno se le cuelga al cuello un rosario enorme de sentimientos ajenos que se sienten propios… o por el simple hecho de que, a veces, la música es navaja y sutura a la vez cuando quien la interpreta le pone alma…

Me fui de ese lugar en el que no había estado nunca con el estómago encogido y el corazón latiendo más fuerte… dejando atrás a quien se destripó delante de un micrófono como terapia y como regalo para quiénes estábamos… sonrío… esta vida es curiosa… a pesar del abandono, Nenita sigue en ese lugar llamado Bequer de Posada de Llanes observando a su hermano desde una columna de la barra… siendo visitada por extraños que, durante un rato, la conocieron un poco más… ayudando a caminar, como lo hizo hace más de 50 años, a quien fue su hijo sin necesidad de parirlo… una cesárea imaginaria a la que hoy, más de cincuenta años después, le acaricia los puntos imaginarios cantándole a su marcha… 

2 comentarios:

Rubi dijo...

Precioso potxoli...simplemente precioso!

Fátima dijo...

Gracias nena...
Qué sería de mí y de mis palabras sin ti...